Manuel Mora y Araujo. Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella
A Raúl Alfonsín le complicaron el mandato, con paros generales repetidos. El menemato los neutralizó con negociaciones. Con la Alianza casi no aparecieron y en los nueve últimos años, Hugo Moyano creció tanto como para convertirse en primera línea y, ahora, caerle al kirchnerismo con todo. Pero, dice el autor, la gobernabilidad nunca estuvo en riesgo.
Los sindicatos son muy poderosos en la Argentina desde 1945. Poderosos e imbuidos de una concepción ‘corporativista’ de la sociedad. A veces complicaron la vida de los gobiernos; pero nunca pusieron en riesgo la gobernabilidad del país. Casi siempre, tirando y aflojando la cuerda, se entendieron con los gobernantes y con los empresarios, hasta con los gobiernos militares. En el camino, algunos sindicalistas pagaron con su vida su involucramiento político; en los casos más resonantes, los crímenes fueron resultados de conflictos políticos internos a los espacios donde ellos militaban.
El político que fue más lejos en el cuestionamiento al "corporativismo" sindical fue Alfonsín, y fue también el presidente que en mayor medida sufrió la presión sindical desde los tiempos de su correligionario Illia. Alfonsín basó su campaña electoral en 1983 denunciando el "pacto corporativista sindicalista-militar"; por imprecisa que pudiera considerarse esa expresión, gran parte de la sociedad argentina la captó, la descifró adecuadamente y la aceptó: Alfonsín se convirtió en presidente de la Argentina con esa bandera. Los sindicatos molestaron a Alfonsín casi sin límites; pero la sociedad no se puso del lado de los sindicatos, aun cuando también abandonó a Alfonsín en sus simpatías. Cuando Alfonsín asumió el gobierno la imagen positiva de los sindicatos -en la misma población que votó contra el "pacto corporativo"- era cercana al 70%; cuando lo dejó estaba en caída libre. Durante todo el mandato de Menem la imagen de los sindicatos estuvo literalmente por el suelo. Y también -pero no tan abajo- durante estos largos años de kirchnerismo.
En todo caso, Alfonsín no encontró la fórmula efectiva para debilitar seriamente al poder sindical. El tsunami que se tragó a su gobierno no provino del sindicalismo sino de una economía sin control -y en parte de los propios errores políticos de Alfonsín-; pero legó a quienes lo sucedieron un sindicalismo tanto o más fuerte del que encontró, aunque muy desprestigiado, en gran parte, por la persistencia con que buscaron molestarlo con medidas de fuerza.
En el largo turno presidencial de Menem los sindicatos fueron neutralizados esencialmente por la vía de la negociación. No molestaron, pero perdieron poder.
En los años de De la Rúa el Gobierno hizo cuanto pudo para contener a los sindicatos. Por entonces ya estaba planteada la lucha interna por el control de la CGT, en la que el dirigente camionero Hugo Moyano se destacaba como uno de los duros entre los duros. Es memorable el enfrentamiento que protagonizó Patricia Bullrich, en su breve paso por la cartera laboral, con el propio Moyano. En cualquier caso, el final abrupto del gobierno de la Alianza no fue resultado de las acciones de los sindicatos.
La opinión pública y la política. Los cambios en las preferencias de los argentinos en asuntos relacionados con la gravitación del Estado y de los sindicatos acompañan en alguna medida a los cambios políticos. En 1985 el consenso social dominante era el que denominamos "desarrollista" -menos Estado pero sindicatos y militares fuertes-; en 1994 era "neoliberal" -ni Estado ni sindicatos ni militares fuertes-; en 2005 era "anticorporativista" -Estado fuerte sin sindicatos y sin militares fuertes-. Raúl Alfonsín se hubiera sentido en otro mundo con clima de opinión, pero éste le tocó a Néstor Kirchner, quien remó contra esa corriente y potenció el poder sindical.
La sociedad puede mostrarse ambivalente frente al papel del Estado en la economía y en los asuntos públicos, puede ser ambivalente en la confianza que deposita en los empresarios. Pero frente a los sindicatos no es ambivalente: desde hace 30 años prefiere sindicatos menos fuertes. Los métodos de acción sindical la fastidian, no simpatiza ni con esos métodos ni con sus propósitos. Y no espera nada de los sindicatos en la política.
Cuando el desgaste del gobierno de Alfonsín era manifiesto, la opinión pública no se volcó a favor de los sindicatos ni alentó a estos a poner en jaque la gobernabilidad; al contrario, se alejó de ellos más de lo que ya lo estaba. Cuando el desgaste de Menem se fue acentuando, en la segunda presidencia, los argentinos no pensaron en los sindicatos como una opción política; al contrario, prefirieron la alternativa de la Alianza, que hacía gala de su escasa simpatía con el sindicalismo.
Kirchner, a partir de 2003, buscó instalar un nuevo esquema de relación entre el gobierno y los sindicatos, y en particular con Hugo Moyano. ¿Por qué lo hizo? Conjeturas: inicialmente se sentía débil, necesitaba aliados capaces de inyectarle fuerza, y los buscó no entre dirigentes sindicales negociadores y pragmáticos sino entre los más combativos y con cuotas de poder en crecimiento. Además, ya fortalecido, Kirchner basó su gestión en una visión de tipo maniqueo en la que el empresariado estaba del lado del adversario; buscó, entonces, a personas y a sectores dispuestos a sumarse a esa batalla.
Moyano y su concepción de un sindicalismo combativo cuadraban en ese enfoque.
El crecimiento del poder de Moyano venía dado por la posición estratégica de su gremio en la economía de estos tiempos antes que por sus métodos y su estilo combativo. En los años de gobierno de Kirchner, Moyano "fue por todo": por afiliados a otros sindicatos, por nichos de negocios posibles para los sindicalistas y por mayores porciones de poder en el equilibrio entre su sindicato y las empresas.
Cristina Fernández de Kirchner tenía otra visión. Veía con simpatía el pluralismo sindical. En su léxico entra frecuentemente la palabra "corporaciones", y los sindicatos caen englobados en ella tanto como las grandes empresas. Parecía evidente que Moyano no era objeto predilecto de sus simpatías, al punto de que hasta prefirió a veces a alguno de los dirigentes de la vieja CGT (los "gordos") que a este disruptivo desafiante de aquella dirigencia. Está claro que el cariz que han tomado los procesos políticos en los últimos tiempos, la "des-kirchnerización" del gobierno de Cristina y los conflictos internos al actual gobierno, no se gestan en los problemas entre Moyano y el Gobierno; más bien, en todo caso, Moyano y los sindicatos se vieron instalados en un proceso que ni buscaron ni mucho menos determinaron.
Hoy. Es una propensión casi natural de los gobiernos argentinos atribuir los problemas a las actitudes conspirativas o "destituyentes" de sus adversarios. Si Moyano es adversario de un gobierno, califica para entrar en esa categoría. Pero la situación actual está lejos de ser tan sencilla; más bien asume ribetes paradójicos.
La imagen de Moyano en la opinión pública continúa fuertemente negativa. El punto más bajo en la curva de imagen positiva de Moyano se tocó en 2008, con un 5 por ciento de aprobaciones; ahora está en 15. Tres veces más, dirán algunos; no es nada, dirán otros. De hecho, sigue siendo uno de los dirigentes de gravitación nacional con peor imagen. La mejoría -que no lo habilitaría para aspirar a alguna posición política electiva relevante- se explica ciertamente por su conflicto con el Gobierno. De hecho, el actual gobierno tiene la sorprendente habilidad de potenciar a sus enemigos y ahogar a sus amigos, en una medida pocas veces vista. Pero esto no le alcanzaría a Moyano para inclinar alguna balanza electoral.
Lo paradójico es que Moyano creció algo porque el gobierno nacional lo hostiga y porque en la sociedad los opositores al gobierno nacional ensalzan a cualquiera que se enfrente al Gobierno, aun cuando se trate de alguien que fue detestado con igual apasionamiento tiempo atrás.
La presidenta, por otra parte, goza de una imagen muy positiva en la sociedad. Discusiones aparte sobre si en los últimos meses su imagen bajó bastante, un poquito o nada, la imagen sigue siendo positiva. Pero en estos procesos hay que ver algo más allá de lo aparente. Las imágenes son, efectivamente, bastante tangibles: las encuestas las miden y, dentro de márgenes elásticos, eso marca tendencias inequívocas. Pero hay algo muchas veces más importante en la política, algo que para decirlo en términos matemáticos es la derivada de la curva, no el punto presente en que se encuentra. Y, efectivamente, la derivada de Moyano viene a favor de él, y la del Gobierno viene en contra del Gobierno; Moyano cotiza en alza, el Gobierno viene a la baja.
Por lo tanto, el pronóstico sobre el resultado de la pulseada es incierto. Moyano elige métodos de acción que la sociedad rechaza; era previsible. El Gobierno, hasta ahora, elige respuestas que no resuelven las cosas, y también es previsible. Tal vez los dos pierdan; tal vez alguno pierda más que el otro, y habrá que ver qué resulta. La gobernabilidad no parece en riesgo. La tranquilidad de los argentinos cuando se van a dormir está muy alterada. Pero, con este gobierno y estos jugadores en la cancha, ¿cuándo no lo ha estado desde hace nueve años?