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13/02/25
El Pacto Roca-Runciman, casi un siglo después
Por Juan Gabriel Tokatlian
El profesor de la Licenciatura en Estudios Internacionales escribió sobre el rumbo de la política exterior argentina.
Hay períodos históricos en los que se producen reacomodos trascendentales en materia de poder, influencia y prestigio en la política mundial. No son momentos breves con alteraciones circunstanciales: más bien se trata de coyunturas críticas en las que se modifican sustantivamente equilibrios geopolíticos, rasgos sociales, parámetros políticos, y dinámicas productivas a escala global.
Se manifiestan durante lustros y décadas, generan retos enormes, con consecuencias impredecibles, y pueden derivar en conflictos severos por las readecuaciones que exige. Una coyuntura crítica exige a las élites nacionales contar con un diagnóstico del escenario internacional, ponderar cursos de acción y evaluar opciones estratégicas para maximizar eventuales beneficios y reducir potenciales costos. Es decir; obliga a actuar bajo principios orientadores para así atravesar las vicisitudes y contradicciones de una coyuntura crítica. En las primeras décadas del siglo XX, después de la Primera Guerra Mundial y del estallido de la Gran Depresión de 1929 y sus consecuencias, la Argentina, como otras naciones, debió transitar una tal coyuntura.
En el plano mundial y en el marco de un claro predominio de Occidente –de sus valores, instituciones, reglas, intereses y preferencias– se asistió al progresivo eclipse del Reino Unido y al auge indudable de Estados Unidos.
El poder, la influencia y el prestigio fue mutando de un lado del Atlántico Norte al otro. El orden liberal, aún en ciernes, iría tomando forma gradualmente y se consolidaría después de la Segunda Guerra Mundial. A su turno, material, militar y diplomáticamente la Argentina era, para los años ‘30 y en comparación con sus pares de América Latina, lo que hoy podríamos llamar una potencia regional influyente y asertiva.
En esa década crucial la élite nacional enfrentó la necesidad de definir un rumbo. Optó, por convicción y conveniencia, continuar plegada a Londres y distante de Washington sin advertir suficientemente la envergadura de los cambios en marcha.
El Pacto Roca-Runciman de 1933 fue la expresión de esto. Había complementación económica con el Reino Unido y competencia con Estados Unidos. El peso y presión de la agro-ganadería fue vital. Y en particular, al no haber muchas alternativas en materia de importaciones, el acuerdo parecía ineludible, si bien ha sido recordado como un proverbial ejemplo de dependencia consentida.
La declaración de Julio Argentino Roca (h) es ilustrativa: "La geografía política no siempre logra en nuestros tiempos imponer sus límites territoriales a la actividad de la economía de las naciones. Así ha podido decir un publicista de celosa personalidad que la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico"; de hecho, un imperio crecientemente proteccionista y en paulatino declive.
Casi un siglo después, nos encontramos ante una nueva coyuntura crítica que otra vez demanda un diagnóstico riguroso, una planeación seria, y un despliegue efectivo. Muy poco del siglo pasado está aún vigente. El centro de gravitación mundial se está trasladado a Asia y la preponderancia incuestionable de Occidente terminó, mientras cruje el orden liberal.
El declive de Estados Unidos es significativo, aunque Donald Trump prometa regresar a una era dorada de la mano de un proteccionismo pendenciero, al tiempo que China aumenta su poderío y proyección mundial y el Sur global irrumpe como un sujeto político destacado. En medio de un orden internacional no hegemónico parece posible concebir y aprovechar algunos espacios de negociación, promover una mayor diversificación, fortalecer el regionalismo mediante la actuación conjunta con los vecinos, y preservar una autonomía relativa.
Es en este contexto en el que se entrelazan dilemas, peligros y oportunidades.
Una Argentina debilitada materialmente, vulnerable en lo militar y sin brújula diplomática enfrenta el reto que le impone una coyuntura crítica cada vez más delicada.
En efecto, de acuerdo a un estudio (US Presence and the Incidence of Conflict) de la RAND Corporation de 2018, la Argentina fue una potencia regional entre 1946- 1990 y después dejó de serlo. Y, en estas nuevas –y desmejoradas circunstancias–, el "pacto" que hoy propone el Gobierno es un tratado de libre comercio con Estados Unidos. No importa que con Estados Unidos no haya complementación sino competencia económica, ni que la mayoría de nuestras divisas por exportación provengan de ventas a países no occidentales.
En los cálculos del oficialismo, poco importa que ese intento de "cortarse solo" lleve a quebrar el Mercosur y que los funcionarios, entusiasmados con la idea, desconozcan las órdenes presidenciales de Trump y su proclividad a imponer aranceles por doquier, así como que el talante político de legisladores republicanos y demócratas por igual van hoy en contra de acuerdos comerciales.
En el Gobierno parecen creer que la identificación de Trump y Milei como socios – con diferente estatus– de una Internacional Reaccionaria y con sueños semejantes de un pasado glorioso a restaurar, le abrirá el paso a la Argentina para que de manera subalterna se convierta en un jugador geopolítico clave en la región y, por qué no, en el mundo.
Este es el aggiornamento de Roca al siglo XXI y ante lo cual la oposición parece no tener nada que decir.
Se manifiestan durante lustros y décadas, generan retos enormes, con consecuencias impredecibles, y pueden derivar en conflictos severos por las readecuaciones que exige. Una coyuntura crítica exige a las élites nacionales contar con un diagnóstico del escenario internacional, ponderar cursos de acción y evaluar opciones estratégicas para maximizar eventuales beneficios y reducir potenciales costos. Es decir; obliga a actuar bajo principios orientadores para así atravesar las vicisitudes y contradicciones de una coyuntura crítica. En las primeras décadas del siglo XX, después de la Primera Guerra Mundial y del estallido de la Gran Depresión de 1929 y sus consecuencias, la Argentina, como otras naciones, debió transitar una tal coyuntura.
En el plano mundial y en el marco de un claro predominio de Occidente –de sus valores, instituciones, reglas, intereses y preferencias– se asistió al progresivo eclipse del Reino Unido y al auge indudable de Estados Unidos.
El poder, la influencia y el prestigio fue mutando de un lado del Atlántico Norte al otro. El orden liberal, aún en ciernes, iría tomando forma gradualmente y se consolidaría después de la Segunda Guerra Mundial. A su turno, material, militar y diplomáticamente la Argentina era, para los años ‘30 y en comparación con sus pares de América Latina, lo que hoy podríamos llamar una potencia regional influyente y asertiva.
En esa década crucial la élite nacional enfrentó la necesidad de definir un rumbo. Optó, por convicción y conveniencia, continuar plegada a Londres y distante de Washington sin advertir suficientemente la envergadura de los cambios en marcha.
El Pacto Roca-Runciman de 1933 fue la expresión de esto. Había complementación económica con el Reino Unido y competencia con Estados Unidos. El peso y presión de la agro-ganadería fue vital. Y en particular, al no haber muchas alternativas en materia de importaciones, el acuerdo parecía ineludible, si bien ha sido recordado como un proverbial ejemplo de dependencia consentida.
La declaración de Julio Argentino Roca (h) es ilustrativa: "La geografía política no siempre logra en nuestros tiempos imponer sus límites territoriales a la actividad de la economía de las naciones. Así ha podido decir un publicista de celosa personalidad que la Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico"; de hecho, un imperio crecientemente proteccionista y en paulatino declive.
Casi un siglo después, nos encontramos ante una nueva coyuntura crítica que otra vez demanda un diagnóstico riguroso, una planeación seria, y un despliegue efectivo. Muy poco del siglo pasado está aún vigente. El centro de gravitación mundial se está trasladado a Asia y la preponderancia incuestionable de Occidente terminó, mientras cruje el orden liberal.
El declive de Estados Unidos es significativo, aunque Donald Trump prometa regresar a una era dorada de la mano de un proteccionismo pendenciero, al tiempo que China aumenta su poderío y proyección mundial y el Sur global irrumpe como un sujeto político destacado. En medio de un orden internacional no hegemónico parece posible concebir y aprovechar algunos espacios de negociación, promover una mayor diversificación, fortalecer el regionalismo mediante la actuación conjunta con los vecinos, y preservar una autonomía relativa.
Es en este contexto en el que se entrelazan dilemas, peligros y oportunidades.
Una Argentina debilitada materialmente, vulnerable en lo militar y sin brújula diplomática enfrenta el reto que le impone una coyuntura crítica cada vez más delicada.
En efecto, de acuerdo a un estudio (US Presence and the Incidence of Conflict) de la RAND Corporation de 2018, la Argentina fue una potencia regional entre 1946- 1990 y después dejó de serlo. Y, en estas nuevas –y desmejoradas circunstancias–, el "pacto" que hoy propone el Gobierno es un tratado de libre comercio con Estados Unidos. No importa que con Estados Unidos no haya complementación sino competencia económica, ni que la mayoría de nuestras divisas por exportación provengan de ventas a países no occidentales.
En los cálculos del oficialismo, poco importa que ese intento de "cortarse solo" lleve a quebrar el Mercosur y que los funcionarios, entusiasmados con la idea, desconozcan las órdenes presidenciales de Trump y su proclividad a imponer aranceles por doquier, así como que el talante político de legisladores republicanos y demócratas por igual van hoy en contra de acuerdos comerciales.
En el Gobierno parecen creer que la identificación de Trump y Milei como socios – con diferente estatus– de una Internacional Reaccionaria y con sueños semejantes de un pasado glorioso a restaurar, le abrirá el paso a la Argentina para que de manera subalterna se convierta en un jugador geopolítico clave en la región y, por qué no, en el mundo.
Este es el aggiornamento de Roca al siglo XXI y ante lo cual la oposición parece no tener nada que decir.
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