“Neuroeducación”, o cómo la ciencia del cerebro está transformando el aprendizaje
Andrea Goldin, profesora de las Maestrías y Especializaciones en Educación e integrante del Laboratorio de Neurociencia, conversó con Ticmas sobre el uso de las neurociencias en la educación.
Cuando hablamos de enseñanza pensamos en docentes, estudiantes, espacios, temáticas, modalidades y contextos, pero ¿pensamos en los cerebros? La neuroeducación, o neuroaprendizaje, se propone como una disciplina que combina aportes de la ciencia cognitiva y neuronal, la psicología y la educación. Una de las claves de este enfoque es poder comprender cómo aprende el cerebro para poder aprender de forma potenciada y diferente.
La información que brinda la neurociencia tiene la posibilidad de no solo de transformar ciertas prácticas educativas sino también de desarrollar métodos que permitan impactar en políticas educativas a mediano y largo plazo. Se habla de potencial, porque justamente no se trata de ver a la neuroeducación como el único nuevo camino posible, sino como una herramienta transversal que invite a repensar los procesos de aprendizaje.
Ticmas conversó con diversos especialistas para cruzar aportes y pensar nuevas aulas.
La magia que ocurre en el cerebro
Es habitual que todavía exista cierta sorpresa, o incluso recelo, entre los educadores a la hora de focalizar en cómo trabaja el cerebro en los procesos de aprendizaje. El Dr. en Ciencias Biológicas y divulgador científico, Diego Golombek explicó: “Hace muchos años salió un trabajo llamado Neurociencias y Educación: un puente demasiado lejos que refería a que habíamos avanzado mucho en los laboratorios de neurociencias para comprender procesos como la atención, la memoria, el aprendizaje, la concentración, el efecto de la nutrición, el sueño, pero eso no llegaba al aula. Te estoy hablando de 1997, unos veintipico, casi treinta años más tarde estamos en condiciones de decir que es el momento de trazar el puente”.
Golombek destacó: “Está empezando a haber sinergias entre lo que sabemos de la neurociencia básica y lo que puede ocurrir en el aula. Pero cuidado, siempre con una mirada complementaria. Jamás la neurociencia va a pretender reemplazar aspectos pedagógicos de lo que debe ocurrir en un aula, a cuyo cargo está obviamente el o la docente”.
Por su parte, la Bióloga y Especialista en Educación, Laura Marinucci resaltó: “Nos sorprendemos porque, históricamente, la educación se ha enfocado más en la transmisión de contenidos que en comprender cómo aprende el cerebro. La neurociencia ha revelado que el aprendizaje no es un proceso lineal, sino que depende de factores como la emoción, la atención, la memoria y la plasticidad cerebral. Sin embargo, muchos de estos descubrimientos son relativamente recientes, y la conexión entre la investigación neurocientífica y las prácticas educativas está en pleno desarrollo”.
La Licenciada en Cs. Biológicas y Dra en Cs Fisiológicas, Andrea Goldin que actualmente trabaja en el CONICET y el laboratorio de Neurociencias del Instituto Di Tella se mostró positiva ante la cuestión de que el cerebro genere sorpresa: “Los seres humanos en particular somos super curiosos, después a lo largo de la educación y la vida esa curiosidad se nos va achatando, pero ese es todo otro tema de cómo lograr que eso no suceda. Es bastante loco pensarse a uno mismo, la neurociencia tiene bastante de filosofía y eso de que somos cerebros tratando de entendernos a nosotros mismos que a su vez estamos tratando de entender cómo funciona ese cerebro. Creo que la neurociencia en general nos interesa porque todos tenemos un cerebro dentro y porque muchísimos de los efectos que se pueden ver y de las cosas que te pasan son bastante universales, y tienen que ver con algunos principios de funcionamiento básico que tiene nuestro sistema nervioso”. Y agregó que: “La neurociencia educacional busca encontrar mecanismos y situaciones que hagan que ese cerebro esté más cómodo para aprender o enseñar”.
Volviendo al tema del recelo entre educadores, Golombek reflexionó: “Tal vez, hay un cierto resquemor de que la neurociencia quiere imponer una forma de pensamiento, una modalidad educativa; y si eso ocurre está muy mal. No es la idea, la idea es poder hacer interdisciplina, hacer sinergia. Colaborar, complementarnos con lo que empezamos a saber en los laboratorios que sea beneficioso para el aula”.
“Nosotros somos mucho más que nuestro cerebro”, resaltó Goldin que también dirige el proyecto Matemarote que realiza entrenamiento cognitivo para niños. Aunque la especialista también explicó que este órgano no solo es el responsable de que interactuemos en el mundo sino también de “sensar”, es decir, de sentir y emocionarnos. Y destacó: “No somos un cerebro con patas, somos un cerebro que está dentro de un cuerpo, y ese cuerpo está dentro de una familia, un barrio, una sociedad, una cultura que van a ir moldeándolo. De hecho una particularidad maravillosa que tiene nuestro cerebro es que se moldea por las experiencias”.
En sintonía con la autora de Neurociencia en la Escuela (Siglo XXI, 2022), Marinucci consideró: “Con años de experiencia frente al aula, puedo afirmar que las emociones son el cemento del aprendizaje. Una propuesta pedagógica que motive a los estudiantes, los conecte con su realidad, sus emociones y un propósito significativo, es clave para generar las conexiones necesarias entre los conocimientos previos y los nuevos. Estas conexiones son las que permiten alcanzar un aprendizaje profundo y duradero, aquel que es relevante y útil para toda la vida”
Marinucci que hoy es la actual líder de Mundo Maker en Ticmas agregó: “Por eso, cada vez que descubrimos cómo los estados emocionales, el sueño o el estrés influyen en el aprendizaje, nos sorprendemos y la mayor sorpresa radica en darnos cuenta de cuánto podemos mejorar la educación al integrar este conocimiento, algo que hasta ahora no aprovechamos plenamente”.
¿Existe el neuroeducador?
“No sé si existe el rótulo de neuroeducador, me parece que existen educadores, gente formada en didáctica, en pedagogía, en educación en general que se interesan por el resultado de las neurociencias. Por otro lado, hay investigadores en neurociencias que notan que sus trabajos, sus estudios, sus experimentos tienen una aplicación concreta en el mundo real de la educación. En ese punto medio existe la neuroeducación”, explicó Golombek.
El autor de La ciencia de las (buenas) ideas (Siglo XXI, 2022) no dudó en alertar también que “Es cierto también que el prefijo neuro se ha puesto de moda y hay un exceso. Hay un abuso, una seducción, por decir neuro todo: neuro fútbol, neuro helado, neuro aula. Por eso también es que esa mirada a veces es una mirada un poco sospechosa sobre para qué me vas a traer de neuro. Me parece ese punto medio, en general de gente que viene desde las neurociencias que comienza a colaborar con el mundo educativo es el más rico. Es la mirada transversal, la mirada interdisciplinaria siempre va a redundar en un gran beneficio para el conocimiento”.
¿Vale hablar de ciencias blandas y duras?
“En la academia de Educación hay un cierto resquemor, límite, una cierta línea divisoria. Tu con el tuyo, yo con el mío del ‘nosotros somos una ciencia social’, una mal llamada ciencia blanda”, planteó Golombek e indicó: “Eso está cambiando, claramente está cambiando. No solo porque el mundo de la educación se vuelva más permeable sino que obviamente que quienes venimos de las ciencias duras, la neurociencia en particular, comprendemos que no podemos imponer un discurso. No tiene ningún sentido, no tenemos ninguna herramienta para hacerlo y no corresponde”.
Marinucci, que también es formadora de docentes en sostenibilidad y metodologías activas, resaltó: “Este enfoque fragmentado de la enseñanza persiste debido a la estructura escolar que se organiza en materias, disciplinas o áreas, donde los contenidos se presentan de manera aislada. Pero, por suerte esto está cambiando debido a las diferentes estrategias pedagógicas que se están implementando en muchas instituciones como por ejemplo el Aprendizaje Basado en Proyectos”.
Y ejemplificó: “Un proyecto que implique diseñar una solución para el ahorro de agua puede requerir conocimientos de ciencias naturales para entender el ciclo del agua, habilidades matemáticas para calcular el consumo, y competencias sociales y lingüísticas para comunicar propuestas o sensibilizar a la comunidad. Esto fomenta la conexión entre disciplinas y ayuda a los estudiantes a comprender que las ciencias exactas y sociales son complementarias en la resolución de problemas complejos. Desde la neuroeducación, se sabe que el cerebro no organiza el conocimiento en compartimentos estancos. Aprendemos mejor cuando las experiencias de aprendizaje activan múltiples redes neuronales, integrando habilidades analíticas, creativas y emocionales”.
Llevar las neurociencias al aula
Los tres especialistas coinciden que la base está en el respeto. “El aula es un lugar complejo, con sus propias reglas, con sus propias definiciones, con su propia formación y está muy bien que así sea. No podemos irrumpir en el aula, podemos proponer, podemos observar, podemos charlar, podemos discutir y comentar y sobre esa base avanzar de común acuerdo, con consensos de pequeños, muy pequeños, cambios o mejoras que por qué no deben ser experimentales”, reflexionó Golombek.
Marinucci planteó que la clave está en “Diseñar actividades que fomenten la motivación y la gestión emocional, promoviendo un entorno seguro donde los estudiantes se sientan cómodos y receptivos al aprendizaje” sin olvidar que “la atención es la puerta de entrada al aprendizaje” por lo que “es recomendable alternar momentos de alta concentración con pausas activas”. Además, esas pausas son claves para que el cerebro pueda “consolidar la información”. Y agregó: “Utilizar recursos visuales, auditivos, kinestésicos y táctiles en las actividades fortalece y enriquece el aprendizaje. El cerebro procesa mejor la información cuando se involucran múltiples sentidos”.
“Llegar como en un imperio a conquistar el mundo de las aulas no sirve para nada, es contraproducente y no funciona”, destacó Diego Golombek. Goldin explicó que hay dos formas de trabajar las neurociencias en el aula: “Por un lado está el entender a los alumnos como sujetos empoderados y con comprensión suficiente para poder incorporar información sobre cómo funciona su cerebro y qué puede hacer para ayudarlo a que se sienta lo más cómodo posible”. Esto implica conocer cómo alimentarse bien, cómo controlar emociones " y por otro lado, usar las herramientas que conocemos para organizar los contenidos que vamos a dar, que tipo de ejercicio vamos a hacer en cada caso, según las habilidades individuales que tenga cada persona” aprendiendo de los errores y las experiencias.
“Hay mucha discusión sobre si pantallas sí o pantallas no y definitivamente el software que vemos en las pantallas está preparado para capturar nuestra atención de modo exógeno, y eso compite con nuestro intento de llevar la atención hacia ciertos lugares del pensamiento”, explicó Goldin que posee una Diplomatura Superior en Educación y nuevas tecnologías (Flacso). “Pero, después de haber leído bastante, estoy convencida que la solución no es prohibir las pantallas en las aulas. Me parece que las nuevas tecnologías llegaron para quedarse y entonces está bueno entender y aprovechar a las pantallas como una herramienta más sin perder de vista el objetivo pedagógico que tenga el docente o que pueda tener. Y también hay que aprender a usarlas”.
Goldin destacó que no se trata solo de decir “los pibes son nativos digitales” ya que es “muy fácil tener la ilusión de fluidez de saber algo, al cerebro le gusta sentirse cómodo” sino que “las bases del pensamiento que sostienen lo que hay que hacer con esas herramientas, los pros y los contras, los beneficios, los desafíos, las oportunidades hay que aprenderlas”.
“El pensamiento crítico es algo que te tienen que enseñar, no es intuitivo, no es innato”, subrayó Goldin e insistió que a las pantallas en educación “no hay que prohibirlas sino enseñar a usarlas”.