Andrea Goldin: "El uso de pantallas y el consumo de redes sociales están cambiando nuestro cerebro"
Andrea Goldin, profesora de las Maestrías y Especializaciones en Educación e integrante del Laboratorio de Neurociencia, fue entrevistada sobre el impacto de la tecnología digital en el aprendizaje.
Doctora en Fisiología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), diplomada en Ciencias Sociales con mención en Educación y Nuevas Tecnologías por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), licenciada en Ciencias Biológicas por la UBA e investigadora adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en el Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella ( UTDT ), Andrea Goldin se especializa en estimulación cognitiva y en la transferencia de aprendizajes y esta semana participó de la Agenda Académica de Perfil Educación. “Nuestro cerebro está preparado para los cambios. Nuestro cerebro es flexible y se acostumbra a los cambios, dentro de ciertos límites. Por lo tanto, no tengo dudas de que el uso de pantallas y el consumo de redes sociales están cambiando nuestro cerebro. Pero, también, esto significa que nuestro cerebro puede volver a cambiar si abandonamos esos comportamientos. Se han hecho estudios que muestran que las personas que bajaron la cantidad de tiempo frente a la exposición de redes sociales pudieron disminuir su ansiedad y síntomas depresivos”, sostuvo.
Docente de Neurociencia, Conocimiento y Políticas Públicas en UTDT , de Procesos Cognitivos en el Ciclo Vital en la Universidad de San Andrés (UDESA) y de Neurociencias del Desarrollo y la Educación en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Goldin es autora de una gran producción académica, con trabajos como Neurociencia en la escuela; Neurociencia y educación. El momento apropiado para construir el puente; El cerebro que enseña y el que aprende: un marcador hemodinámico cortical de las interacciones profesor-alumno durante el diálogo socrático; y Veinte años de entrenamiento cognitivo: una perspectiva amplia, entre otros trabajos. “Descubrimos que aquellos estudiantes que no lograron aprender eran los que de algún modo estaban menos preparados para hacerlo, que no tenían las herramientas necesarias. Tenían una discordancia en cómo funcionaban sus cerebros, en comparación con los que habían aprendido bien. En cambio, cuando fuimos a ver qué pasaba con los cerebros de los docentes, descubrimos que todos funcionaban igual durante el proceso de enseñanza. Por lo que el aprendizaje parte del docente, pero es fundamental cómo se relaciona con el alumno. Cuando están en la misma sintonía de pensamiento, se da algo especial, que puede verse en los registros cerebrales, y que evidentemente facilita que eso que denominamos 'magia', pueda ocurrir”, agregó.
—En Neurociencia en la escuela usted demuestra que la dualidad mente-cerebro es un tema de discusión desde los orígenes de la filosofía en Grecia, pero aclara que mientras el cerebro es un órgano tangible, la mente representa algo más etéreo, ya que son los procesos que se producen en el cerebro, es decir, los pensamientos. A la vez, en ese libro, usted también sostiene que el cerebro puede modificarse debido a las experiencias vividas por lo que puede cambiar lo que pensamos y lo que sentimos generando nuevas modificaciones en el sistema nervioso. ¿Es posible “entrenar” de alguna manera al cerebro para que se pueda mejorar lo que sentimos?
—Sí, es posible, es algo que se puede hacer. Sin embargo, habría que definir qué es mejorar, pero nosotros estamos entrenando, estimulando o ejercitando nuestro cerebro, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras emociones. Lo hacemos todo el tiempo, sin darnos cuenta. Pero podemos hacer foco en eso y hacerlo tratando de darnos cuenta, aunque sea un poquito. Es lo que hacemos cuando nos sentamos a estudiar, cuando nos sentamos a escribir algo o cuando hacemos terapia. O, por ejemplo, cuando decidimos cambiar algún comportamiento porque no nos gusta o porque es más divertido, estamos cambiando algo conscientemente. Y, cada vez que hacemos eso, se produce un cambio dentro de nuestra cabeza. Como que se recablea nuestro cerebro. Hay pequeños cambios fisiológicos y cambios físicos que se pueden observar. Hay pequeños cambios físicos que van cambiando estructuras. Y esas estructuras son las que, a su vez, van a determinarnos en un sentido nuevo. Entonces ahí aparece un nuevo ciclo, que puede ser virtuoso o vicioso, porque depende de cuál es ese nuevo cambio que va a ir determinando cómo vamos a reaccionar, cómo vamos a entender o pensar la vida. Por ejemplo, si estamos en una fiesta y vemos a alguien que nos gusta, eso va a producir algunos cambios hormonales y cambios de neurotransmisores. Se va a liberar más algún neurotransmisor en alguna parte del cerebro, se va a liberar alguna hormona. Nuestro sistema nervioso está conformado por distintos tipos de células, de las cuáles las más famosas son las neuronas. Y el trabajo que hacen las neuronas, es el de comunicación: se comunican entre sí. Lo que hacen es transmitir información, ni más ni menos, a través de neurotransmisores, que son moléculas que van a viajar de una neurona a otra, como viajan nuestras palabras por el aire. Al cerebro y a las neurociencias se las asocia mucho con lo racional, pero somos mucho más emocionales e irracionales que racionales. Somos humanos y no vamos a perder la plasticidad, que es esta capacidad que presenta el cerebro de modificarse por la experiencia que encuentra a cada momento. Y lo mismo puede pasar con ejemplos más cotidianos. Con la comida también sucede, cuando intentamos hacer algún cambio para mejorar nuestra alimentación, aunque no podemos dejar de hacer cosas que están muy arraigadas. Por ejemplo, nuestro cerebro evolucionó en contextos en los cuales había una gran escasez de grasas, de azúcares y de sales, por eso ahora nos encantan esas cosas y, aunque lo intentemos, no podemos hacer que nos dejen de encantar, pero sí podemos controlar racionalmente el impulso por comerlas porque sabemos que no son saludables.
—En Neurociencia en la escuela usted también desarrolla el concepto de atención de estudiantes en una clase y analiza investigaciones que plantean que la atención plena de los alumnos se realiza durante los primeros 10 o 15 minutos, y que luego se inician procesos en la clase en el que el estudiante puede retomar la atención o deja de estar atento. En ese apartado usted también habla del concepto mente dispersa (wind-wandering, en inglés) en el que el cerebro se dispersa. ¿Cómo ha cambiado el estudio sobre la atención y la dispersión de la atención de estudiantes en la nueva era de los celulares y las redes sociales que compiten por atraer nuestra atención todo el tiempo?
—Las pantallas compiten por nuestra atención, no hay ninguna duda de eso porque, además, están preparadas para hacerlo. Están pensadas para llamar nuestra atención y fueron desarrolladas literalmente para hacerlo. Y no quedan dudas de que lo hacen muy bien. Pero lo mismo pasa con la televisión. Por ejemplo, si estamos en un bar conversando con alguien y se enciende una televisión, instintivamente miramos a esa televisión. Es algo que no podemos evitar porque somos humanos y nos llama la atención, nos interesan las imágenes. Podés trabajar en tu atención y volver a concentrarte en la conversación. Pero no podemos hacer que esas imágenes dejen de interesarnos. Porque nos gustan los movimientos, nos gustan ciertos sonidos, nos gustan los colores, nos gustan los cambios. Quiero decir, todo eso es algo que atrae al cerebro y se lleva su atención. Pero la atención no es una única cosa, es un proceso que tiene muchas aristas, muchos procesos que están metidos dentro de esto que llamamos atención. Y lo mismo ocurre con el celular. Nos atrae agarrar el celular para chequear nuevos mensajes, ver las redes sociales. Usamos las pantallas para hacer experimentos cada vez más seguido porque ya son parte de la vida cotidiana. Pero no sabemos, porque todavía no hay estudios que lo demuestren, si ha cambiado nuestra atención por el uso de pantallas. Para escribir el libro fui a leer los papers originales y en ninguno de estos trabajos se habla de tiempo de atención, sino de cantidad de apuntes que toman los estudiantes. Y de ahí, sin embargo, se dice que el promedio de atención es de 10 a 15 minutos. Nosotros podemos medir la atención incluso en niños muy chiquitos porque cronometrás el tiempo que mira aquello que le interesa. Son divertidos los experimentos. Porque los adultos pueden prestar atención mirando para otro lado, pero los nenes chiquitos prestan atención cuando miran. Michael Posner, que es el especialista mundial en temas de atención, sostiene que no hay estudios que muestren cambios de atención por las pantallas. El cerebro de un niño de cinco años y mi cerebro cuando yo tenía cinco años podrían ser muy parecidos. Pero el niño que ahora tiene cinco años está mucho más preparado para las experiencias que ahora presenta el mundo. Está preparado para las pantallas, está preparado para recibir información de celulares que tienen imágenes que se mueven, que tienen colores y sonidos. Un cerebro de un niño de cinco años ve una foto en papel y se le genera una duda. Porque está acostumbrado al movimiento, no a lo que no tiene movimiento. Hay experimentos muy divertidos con niños pequeños jugando con imágenes en 2D como si fueran 3D. Por eso, sabemos que los cerebros de los bebés hoy pueden entender parte de lo que pasa en las pantallas. Claro que no ven lo mismo que vemos nosotros, porque también hay que entrenar, ejercitar, cómo interpretamos lo que vemos la, pero sabemos que están preparados para entender las pantallas. Y ese cambio también afecta a los adultos. Nuestro cerebro está preparado para los cambios. Nuestro cerebro es flexible y se acostumbra a los cambios, dentro de ciertos límites. Por lo tanto, no tengo dudas de que el uso de pantallas y el consumo de redes sociales están cambiando nuestro cerebro. Pero, también, esto significa que nuestro cerebro puede volver a cambiar si abandonamos esos comportamientos. Se han hecho estudios que muestran que las personas que bajaron la cantidad de tiempo frente a la exposición de redes sociales pudieron disminuir su ansiedad y síntomas depresivos. A un grupo les bajaron 15 minutos su uso cotidiano de redes y a otro grupo no le hicieron modificaciones y a los tres meses encontraron que los que habían estado menos tiempo empezaron a tener menos adicción a las redes, tuvieron menos enfermedades, mejor calidad y duración de sueño, mejores relaciones sociales y se sintieron mejor. La atención va mucho más allá de las pantallas. Nuestro cerebro está preparado para encontrar patrones, relaciones entre conceptos, todo el tiempo. Michael Shermer, que se autodefine como un escéptico, dice que el hecho de encontrar patrones nos tranquiliza. Por ejemplo, el hombre de las cavernas estaba ansioso porque tenía que salir a cazar para comer y descubrió que si hacía dibujos en las paredes de las cavernas podía mejorar su resultado de caza. Si no tenía suerte, lo cazaban a él. Tal vez fue gracias al dibujo que pudo sobrevivir. Quizá el dibujo solo lo ayudó a bajar su ansiedad y eso le permitió cazar mejor y tal vez encontrar esa relación fue lo que, en última instancia, le permitió sobrevivir en ese mundo que era tan difícil.
—En El cerebro que enseña y el que aprende: un marcador hemodinámico cortical de las interacciones profesor-alumno durante el diálogo socrático, usted demostró la correlación cognitiva entre docentes y alumnos en un proceso de enseñanza y aprendizaje y concluyó que cuando se produce un diálogo educativo exitoso dentro del aula, estudiantes y docentes “bailan al mismo ritmo” por lo que se benefician mutuamente. ¿Pero quién obtiene un provecho mayor dentro de ese diálogo educativo que se produce en el proceso de enseñanza y aprendizaje, es el docente o es el estudiante?
—Es una gran pregunta. Seneca decía que enseñando aprendemos. Es una frase que me gusta un montón. Porque es muy cierta. Y a mí me representa mucho. Voy a responder la pregunta diciendo que depende del alumno y depende del docente. Cuando enseñás bien es bestial lo que aprendés, y si te enseñan bien es bestial lo que aprendés. Lo que nosotros hicimos en ese estudio es muy específico, es muy puntual. Lo que encontramos es que hay una población de estudiantes que logra aprender realmente y otra que repite como loro. Todos aprueban, pero cuando indagás un cachito más, encontrás que unos repiten como loros y otros logran aprender de verdad. Y descubrimos que aquellos estudiantes que no lograron aprender eran los que de algún modo estaban menos preparados para hacerlo, que no tenían las herramientas necesarias. Tenían una discordancia en cómo funcionaban sus cerebros, en comparación con los que habían aprendido bien. En cambio, cuando fuimos a ver qué pasaba con los cerebros de los docentes, descubrimos que todos funcionaban igual durante el proceso de enseñanza. Por lo que el aprendizaje parte del docente, pero es fundamental cómo se relaciona con el alumno. Cuando están en la misma sintonía de pensamiento, se da algo especial, que puede verse en los registros cerebrales, y que evidentemente facilita que eso que denominamos “magia”, pueda ocurrir.
—En Veinte años de entrenamiento cognitivo: una perspectiva amplia, usted afirma que la posibilidad de entrenar ciertas capacidades de nuestra mente para mejorarlas ha sido motivo de un sinfín de discusiones en el área de las neurociencias cognitivas en los últimos veinte años, por lo que en ese paper se intenta responder la siguiente pregunta: ¿es el entrenamiento cognitivo una poderosa herramienta igualadora de oportunidades? ¿Cuál es la respuesta?
—La verdad es que la mayor parte de los investigadores e investigadoras en el mundo que nos dedicamos a este tema opinamos que sí. Es cierto que no somos muchos, por eso podemos conocernos. Aunque hay un par de investigadores que son muy detractores y con ellos tenemos discusiones que son apasionantes, pero son discusiones que se producen solo a través de papers, porque acá nadie se va a la esquina a pelearse de verdad. Pero la mayoría entendemos que sí, que el entrenamiento cognitivo es una poderosa herramienta igualadora de oportunidades. Pero lo importante es ver qué le funciona mejor a cada uno. Porque lo que le funciona a Rodrigo, quizá puede ser que no le funcione a Andrea. Y también es lo opuesto: lo que quizá le sirve a Andrea puede ser que no le sirva a Rodrigo. Por eso, si queremos tener una ganancia entre todos, que pueda beneficiar a todos por igual, entonces tenemos que plantearnos el entrenamiento cognitivo desde este enfoque. Lo que hay que hacer es dar entrenamientos individualizados para lograr una mejor eficacia y permitir que todos puedan beneficiarse de este proceso.
—Esta sección se llama Agenda Académica porque propone brindarle a docentes e investigadores un espacio en los medios masivos de comunicación para que difundan sus trabajos. La última pregunta tiene que ver con el objeto de estudio: ¿por qué decidió dedicarse a la estimulación cognitiva en la transferencia de aprendizajes?
—Yo hice un vuelco raro en mi carrera. Porque siempre trabajé en neurociencias, pero en la mitad del doctorado empecé a cambiar el rumbo. Soy miembro de Expedición Ciencia, que es una organización no gubernamental que se dedica a la enseñanza de Ciencias Exactas y Naturales y entonces siempre tuve como dos doctorados en paralelo, porque uno es informal, obvio, no tengo un título de doctora para Expedición Ciencia, pero lo que aprendí ahí es infernal. Es un doctorado, sin ninguna duda. Y entonces estaba en la mitad del doctorado, atravesando la crisis de mitad del doctorado que a todos nos afecta por igual y por distintas razones, y justo surgió la posibilidad de pasarme al área de neurociencia educacional, que es un área que hace diez años se estaba recién formando. Algo de lo que yo nunca había escuchado hablar hasta entonces. Y fue una experiencia realmente fascinante. Yo estaba en el medio de una crisis y, de golpe, se me abrió un mundo impresionante. Seguí trabajando en Neurociencias pero ahora podía mezclarlo con Educación. De hecho, cuando postulé para ese trabajo estaba como sobre calificada. Incluso, me dijeron que era la candidata ideal porque sabía de las dos cosas. Fue ahí cuando arranqué con todo esto y después me apasionó. Nunca más lo dejé. Porque logré amalgamar el placer de hacer investigación con la posibilidad de aportar mi granito de arena hacia un mundo más justo. Por eso, ¿cómo no me voy a dedicar a esto?