En los medios

Perfil.com
10/08/24

“Vienen por nuestro cerebro”

Eduardo Levy Yeyati, profesor de la Escuela de Gobierno y director académico del Cepe, fue entrevistado sobre impacto de la tecnología en el mundo del trabajo.

Por Federico Poli


| cedoc


En “Automatizados”, cuando abordan la confrontación optimistas-pesimistas, dicen que esta vez va a ser distinto. Si miramos la historia, en todas las revoluciones industriales, la destrucción de empleo que generaron las nuevas tecnologías fue de menor cuantía a la creación de empleo que dieron lugar, por la generación de nuevos sectores. Ustedes alertan: “No tengamos pensamiento rutinario, no proyectemos eso”.

—Así es, porque si vos mirás en la historia las sustituciones no han sido de trabajos, sino de funcionalidades del trabajador humano. La primera sustitución fue la de la mano de obra, el músculo más rústico, más rudimentario, del tipo que araba su campo. Después sustituyeron trabajo manual más calificado: lo que se hacía en las pequeñas ciudades, en los burgos, se industrializó. Lo artesanal pasó a ser producido industrialmente pero, de vuelta, seguía siendo el músculo. Entonces, esa gente se desplazó al sector servicios, en donde movías los dedos en la máquina, pero trabajabas con la cabeza. La IA, en cambio, fue de a poco sustituyendo trabajos intelectuales. Y se pensaba hace solo cinco años que lo que ibas a sustituir eran los trabajos de baja calificación. De hecho, todo lo que se pensaba entonces hoy está revirtiéndose, casi en el sentido opuesto. Porque la última tanda de la IA (la última hasta ahora), la IA llamada generativa, que descubrimos con los grandes modelos de lenguaje, pero ya venía gestándose hace cuatro o cinco años por lo menos, reemplaza la inteligencia humana. No solo la inteligencia menos calificada. Entonces, si a vos te reemplazan el cerebro y el músculo, la pregunta no es què otros trabajos van a surgir, sino qué funcionalidades tiene el ser humano que no pueden ser automatizadas. Porque si no los trabajos nuevos también los va a hacer la IA.

—Hace seis años, todos los think tanks hablaban de qué trabajos van a desaparecer en veinte o treinta años. Y como decías vos, eran los más básicos, los rutinarios, los más automatizables. De repente ahora, con la IA generativa, nos dimos cuenta de que “vienen por nuestro cerebro”, como dicen ustedes, y hablan de una primera automatización y una segunda ola de automatización.

—La tecnología va avanzando. Posiblemente, en algunos casos, lo haya hecho más rápido de lo que algunos imaginaban y, recién ahora, nos estamos despabilando. De hecho, los primeros documentos oficiales de países avanzados en la materia (Estados Unidos o el Reino Unido) empezaron a aparecer diciendo: “esto es nuevo, tenemos que reaccionar: cómo lo regulamos, qué hacemos con esto, cuáles son los impactos” recién en el segundo semestre del año pasado. No solo sobre el trabajo, también sobre la seguridad, la desinformación, las cuestiones sociales. La orden ejecutiva de Biden es de octubre, hay un documento de fin de año en la Unión Europea que llevó a otro documento y ahora están viendo si crean una comisión. Recién ahora se están desperezando y, en muchos casos, sugiriendo que hay que poner una pausa, no tanto por la velocidad de gestación de esta tecnología, sino porque tienen primero que entenderla para regularla.  Muchas veces los gobiernos no entienden de qué se trata y, sobre todo, no pueden anticipar el siguiente paso. Vos regulás para atrás, pero no para adelante. Entonces, recién ahora se están dando cuenta de que esto es efectivamente distinto. Hace cinco años, por ejemplo, pensaban que iba a reemplazar a los trabajadores de calificación media, entonces iban a competir con los de calificación baja, y la prima, la diferencia salarial entre los calificados y no calificados, iba a aumentar. Ahora, como esta IA generativa reemplaza la calificación, la prima en realidad se va a achicar a expensas del salario promedio, de la participación salarial. Es decir, va en la dirección totalmente opuesta. Al principio, hace diez, cinco años, los organismos estimaban cuáles eran los países más vulnerables a la automatización y aparecían los latinoamericanos arriba de la tabla porque teníamos mucho trabajo de calificación media. La última estimación del FMI, a principios de este año, nos da mejor posición que los países avanzados. Todo se ha revertido porque el concepto mismo de la sustitución se revirtió.

—Es muy interesante que esto se revirtió en seis años.

—Estamos hablando en algunos casos de un año. En un panel de expertos en Europa, los resultados se revelaron en mayo del año pasado, y en el panel la mayoría coincidía en que los países de altos ingresos estaban menos expuestos y casi no iban a perder trabajo. De hecho, iban a ganar trabajo porque, entre comillas, la tecnología iba a generar más trabajo del que destruía, y eso yo creo que es falso. Es una expresión de deseos y ahora empiezan a darse cuenta. Una de las tesis del libro es algo que vamos a tener que discutir en algún momento. Nosotros estamos acostumbrados a cifrar nuestra vida alrededor del trabajo y a deprimirnos si perdemos el trabajo, si estamos desempleados. Más los hombres que las mujeres, porque las mujeres, lamentablemente, estaban más acostumbradas a trabajar sin que les paguen. Pero lo cierto es que el tipo que pierde el trabajo, el desocupado, incluso el marido que se queda cocinando en la casa con los hijos, tiene una connotación negativa. Y hay muchísima literatura que muestra que vos perdés el trabajo y te deprimís, te volvés violento, tomás alcohol, perdés el sentido de la vida. Eso es un cableado cultural relativamente reciente. No hay ninguna razón por la cual nosotros tengamos que trabajar por la remuneración, salvo para parar la olla. Es un mandato bíblico y que parte de la ética protestante que empujó la Revolución Industrial. Pero si vos pensás, por ejemplo, en los filósofos griegos o en los personajes de una novela de Jane Austen, ninguno de ellos trabajó nunca en su vida. Era natural. Para ellos, culturalmente, no era una obligación trabajar por una remuneración.

—En tu novela “El juego de la mancha”, el personaje principal tiene una rutina de bares, en la que es una suerte de “flâneur” que recorre esta ciudad distópica de alto desempleo. Una de las cosas que él hace para no perder la cabeza es salir a buscar trabajo, a pesar de que sabía que probablemente eso era ya algo obsoleto, que no lo iba a conseguir.

—La ficción es siempre más atractiva cuando es menos estúpidamente optimista. Entonces ahí recargué las tintas y aproveché para hacerlo lo más negro y desalentador posible para generar un ambiente de opresión, que también se refleja en la forma, en el comportamiento oscuro de la ciudad en sí, de las cosas que pasan sin mucha explicación. Es una novela que empecé en los años 90, fue la primera que escribí, no hay celulares en el relato, porque cuando la estaba escribiendo todavía no estaba extendido su uso. Es una novela, entre comillas, anticipatoria de la premisa de qué pasa si en algún momento los trabajos se sustituyen a partir de la tecnología. Y la pregunta que plantea es: ¿qué pasa si le sacamos el respirador del trabajo a la gente que ha sido cableada alrededor del trabajo? Y por eso, en el ensayo, sostenemos que esa transición va a llevar posiblemente una generación. Mi viejo era incapaz de encontrar motivación o propósito por fuera del trabajo, tal como lo conocemos. Yo un poco menos y posiblemente nuestros hijos y nuestros nietos aprendan a trabajar, pero no para vivir. A desacoplar el trabajo de la remuneración, para lo cual obviamente tenés que resolver el tema de distribución, porque si no lo que tenés es una distopía más parecida a la del libro, en donde das un cheque de subsistencia y el tipo lo único que puede hacer es sobrevivir, sin ningún propósito. Por eso, los dos polos que tenemos en el ensayo son polos que no se van a materializar necesariamente porque la sociedad reacciona. Pero si vos, por ejemplo, dejaras a la tecnología avanzar en un sistema de laissez faire, sin regulación y sin políticas que atenúen, que adapten a la sociedad a esto, posiblemente vas a tener una sociedad en donde le vas a entregar un cheque, de la misma forma que hoy le das un cheque al tipo que no podés incluir laboralmente, pero eso no es una solución y vas a tener una sociedad más desigual, muy inestable y, posiblemente, más subliminalmente represiva, como es la que describe la novela, para mantener la cohesión social en medio de una dualidad profunda.

—“El ocio es un cáncer, un roedor lento, el ocio de hoy, pero también, y sobre todo, el ocio de mañana y el de pasado mañana”, dice en un momento el personaje principal de la novela.

—Nosotros hemos obturado nuestro deseo con el trabajo, el caso más extremo era la fábrica en los años 50, 60. El hombre unidimensional, el polvo obrero, el tipo que quedaba desgastado, succionada toda su libido. La alienación marxista, el concepto del trabajo alienante. De alguna forma eso ha mejorado, pero mejorado marginalmente porque todavía nos hacen cumplir horario. Hablamos de demarcación laboral en los convenios colectivos, que es donde te tenés que sentar, qué es lo que tenés que hacer. Cuando eso no tiene ya mucho sentido para las nuevas ocupaciones. Y lo que representa es básicamente vaciar la vida de propósito, más allá de ir al trabajo. De alguna forma, sustituir la pregunta sobre el propósito de la vida con una rutina. Te sacan la rutina y si no estás adaptado a eso, lo que encontrarás es un tremendo vacío. Como al tipo que le cuesta levantarse a la mañana, porque se pregunta: “¿Para qué me voy a levantar?”. La rutina de los bares en ese personaje es una manera de levantarse en la mañana. Si no se quedaría durmiendo todo el día. Es colgarte de una rutina que te saque de la cama. Pero ese no es el propósito. Eso es una rutina salvadora, pero es básicamente un remedio malo a un problema existencial. Yo creo que culturalmente nosotros vamos a evolucionar para encontrar propósitos en otras cosas y es lo más natural del mundo. Hay mucha gente que ya lo hace. Pero a la mayoría de la gente que está atrapada en esa rutina laboral le va a costar mucho, y posiblemente se deprima.

—Las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) están en todas partes menos en la (mejora de la) productividad, dice el brillante historiador económico norteamericano Robert Gordon, en “Rise and Fall of American Growth”.

—El tecnooptimista tiene dos premisas. Una es que el reemplazo, la sustitución tecnológica, es trabajo por trabajo. Entonces yo reemplazo este, pero creo otro que lo hace un hombre. ¿Por qué lo hace un hombre al otro? ¿En qué se diferencian esencialmente del primer trabajo para que no sea sustituible como el trabajo que fue sustituido? No queda claro. Y mi respuesta es: en ninguna cosa, de ninguna manera se diferencian. Van a ser trabajos intelectuales, que también va a poder hacer la tecnología. Es una primera premisa que es muy cuestionable y que creo que ya lo está siendo, aunque hay siempre negadores que dicen que al final no se va a dar, nunca se dio. La segunda premisa del optimista es que las tecnologías son productivistas, que aumentan la productividad. Y eso sí ha sido muy criticado por algunos grandes economistas como Daron Acemoglu, por ejemplo, o Dani Rodrik, que ven que en la práctica hay muchas tecnologías de medio pelo, tecnologías berretas que lo único que hacen es reducir el costo, pero no aumentar la productividad. Entonces, básicamente, voy a tratar de explicárselo a un economista: ¿por qué si tenés mayores ganancias no tenés mayor productividad? Reemplazá a un trabajador bueno por un trabajador menos bueno, le pagás menos, tenés un producto por ahí ligeramente inferior, pero ganás más. Uno puede ganar más con menor calidad. Llevalo al nivel de producto, podés ganar más produciendo menos simplemente por ahorrar costos. Y muchas de esas tecnologías, dice Acemoglu, no son necesariamente tecnologías que aumenten la productividad, lo único que hacen es aumentar ganancias a expensas del costo. Pero si vos no aumentás la productividad, tenés dos problemas. Uno es que, claramente, el PIB per cápita y la riqueza caen. El segundo es que te cuesta mucho más distribuir el fruto de esta productividad hacia la gente que quedó desplazada por la sustitución tecnológica. Es fácil distribuir al alza. Distribuir a la baja siempre es más complicado porque tenés que recortarle a alguien y podés correr el riesgo de matar la tecnología.

—¿Qué pensás que la IA no podrá sustituir?

—Ahí hay que ser muy precisos, porque la IA, aun la IA general, si alguna vez llegamos a ella, que es la que se define como que pueda realizar cualquier cosa que hace el hombre, por lo menos al nivel de calidad del hombre, el ser humano, el trabajador humano, va a poder emular todo, incluyendo la inteligencia emocional. Ya sabe leer los gestos de la cara para identificar cuál es tu humor. Entonces, la tesis del libro no es tanto que la tecnología va a tener límites en su oferta de sustitución, sino que la demanda va a imponer esos límites. Y eso es algo que no se dice mucho en este debate. Yo voy a poder filmar una película con IA. Posiblemente pueda semblantear a los actores y después reproducirlos usando IA, pero no voy a querer ir a ver una película de IA. Yo pongo siempre el ejemplo de Kraftwerk. Un grupo de música, cuatro tipos con cuatro computadoras que hacen música electrónica, rock alemán tecnológico. En vivo, están los cuatro tipos parados delante de la máquina y nosotros estamos mirándolos y los aplaudimos. Si en algún momento se van, la música es exactamente la misma, pero nosotros nos vamos. No nos vamos a quedar viendo a las máquinas. La gente no quiere ver un producto artificial. De la misma forma en que yo prefiero comprar la obra original de un autor menor a comprar una buena reproducción de La Gioconda. O que compro artesanías en vez de comprar productos industriales. Entonces, no es que no puedas hacerlo con tecnología, es que la demanda, el usuario, va a imponer un límite a ciertas actividades. Por eso va a ser muy importante certificar la participación de la IA y certificar qué y quién hizo cada cosa. Yo creo que el arte hecho por humanos va a ser muy valioso en el futuro porque la gente va a querer consumir cosas hechas por humanos.

—En todo el libro está esta idea de que no haya sustitución sino complementación con la máquina. ¿Qué valor agregado le puede brindar el trabajo humano a la máquina?

—En el ínterin, en los próximos años, vamos a seguir haciendo lo mismo que hacemos ahora, más o menos igual, pero creo que no tiene mucho sentido pensar en qué es lo que nosotros podemos hacer mejor que la máquina. Si la máquina lo puede hacer, muy probablemente lo haga mejor que nosotros. Por ejemplo, hace ya cinco años seguro, posiblemente diez, los programas de diagnóstico clínico y de diagnóstico de rayos también, no de tomografías, de radiografías, son más precisos con IA que los que hace un médico. Básicamente porque es un ejercicio de correlación y la máquina tiene todos los datos y el médico tiene algunos datos. Pero cuando vas a consultar a un médico clínico porque te duele la cabeza y pensás que es un tumor cerebral, vos querés hablar con un médico. El médico va a ser la interfaz entre la tecnología y la demanda. Y lo mismo imagino en la escuela, también en el terapeuta. Hay una serie de actividades en donde el factor humano lo que hace es envolver y generar cualidades que no son necesariamente técnicas, pero que son esencialmente humanas. Nos va a hacer, por lo menos en lo laboral, más humanos.