¿Es Javier Milei un paleolibertario?
Luis Diego Fernández, profesor de las Licenciaturas en Historia y en Ciencias Sociales, hizo un repaso histórico del libertarismo y analizó las ideas de Javier Milei dentro de esta corriente de pensamiento.
Es altamente posible que el 30% de los votos que obtuvo Javier Milei en las PASO se deba más a razones sociológicas y antropológicas que políticas: una modificación de las placas tectónicas a nivel relacional y laboral, un desplome del Estado como mito y autoridad, producto de su ineficacia o inacción burocrática en muchos aspectos. Ello llevó a un gran sector de la población mayoritariamente constituido por jóvenes de capas medias-bajas que realizan actividades cuentapropistas, no reciben planes estatales y fueron los más perjudicados por las políticas restrictivas y disciplinarias durante la cuarentena, creando su propio trabajo con la ayuda emancipatoria de la tecnología y las plataformas digitales, no demandándole nada a la estatalidad, no esperando nada de ella. Otro vasto sector de su electorado, por el contrario, lleva décadas dependiendo del Estado para subsistir. Si lo que se asoma es un reseteo completo del sistema político argentino del cual Milei es el síntoma, más vale comenzar a familiarizarse con la tradición libertaria, su léxico y conceptos: es algo que llegó para quedarse.
En este sentido, es importante dejar en claro que si la posición de un liberal clásico se asienta desde el siglo XVIII en el principio de autolimitación del gobierno (laissez-faire, laissez-passer) como reacción frente al absolutismo monárquico y la defensa de la libertades comerciales y personales, el liberal-libertario, en cambio, es un producto puramente estadounidense de la segunda mitad del siglo XX resultado de la síntesis de tres tradiciones políticas basadas en la no intervención en tres planos: el liberalismo clásico en la esfera económica, el anarquismo individualista en la dimensión moral y la vieja derecha aislacionista en el plano internacional. A fin de comprender la filosofía política por detrás del “fenómeno Milei” se torna necesaria la lectura de un manifiesto publicado en 1990 bajo el título Un alegato en favor del paleolibertarismo, escrito por el asesor político y editor Lew Rockwell, en el cual sostenía lo siguiente: “¡Cuestiona la autoridad!, dice una calcomanía de la izquierda para automóviles que se volvió popular en los círculos libertarios. Pero los libertarios se equivocan al desdibujar la distinción entre la autoridad estatal y la autoridad social, pues una sociedad libre se sustenta en la autoridad social”.
Milei es la personificación del paleolibertarismo criollo tras veinte años de hegemonía cultural kirchnerista, sostiene Luis Diego Fernández. Foto: Martín Bonetto.
De esta manera se iniciaba al interior del libertarismo estadounidense (no confundir con el tradicional liberalismo) una revisión crítica de ciertos presupuestos que apuntaba a desactivar la idea de que todos los libertarios eran fóbicos a la autoridad cuando en rigor, según Rockwell, el problema debía residir solamente en la autoridad ilegítima del Estado que precisamente se entrometía con las figuras de autoridad legítimas, producto de un orden natural espontáneo y expresadas en instituciones intermedias no estatistas como la familia o la Iglesia.
Rockwell de este modo buscaba conciliar los fundamentos propietaristas del libertarismo con una defensa de los valores morales occidentales que a su juicio se hallaban degradados.
El paisaje de fondo de esta intervención hay que enmarcarlo en un balance que el movimiento libertario comenzaba a realizar desde sus inicios, luego de la Segunda Guerra. Esta mirada crítica que ejemplifica a la perfección el texto de Rockwell es una consecuencia reactiva de dos situaciones. En primer lugar, la filosofía libertaria, visible al calor de la efervescencia contracultural de la década del 60, había propiciado, de la mano de uno de sus fundadores y activistas más enérgicos, Murray N. Rothbard (quién convirtió a Rockwell al anarcocapitalismo en 1975), una alianza con la Nueva Izquierda (New Left), en razón de su acuerdo táctico en materia de libertades individuales y anti-intervencionismo militar (particularmente contra la Guerra de Vietnam y el servicio militar obligatorio), que fueron el germen del izquierdismo cultural predominante de los libertarios de aquella época, cruzada por los movimientos de los derechos civiles, los Panteras negras y la experimentación lisérgica. Murray, además es el nombre de uno de los perros de Milei.
En segundo lugar, la institucionalización del libertarismo con la fundación del Partido Libertario en 1971, según Rockwell, habría consolidado la imagen del libertario como un libertino y hedonista durante dos décadas, alguien refractario a toda autoridad tradicional, no solo por la creciente incorporación de personas con estilos de vidas alternativas, trabajadoras sexuales o yonquis al partido, sino, y sobre todo, por la legitimación filosófica que habilitaba estos ingresos a partir de los principios que el propio Rothbard había definido en el canónico Manifiesto Libertario (1973). Allí él explícitamente postulaba que el libertario era izquierdista en cuestiones de libertades civiles y derechista en materia económica, planteando la figura de los “crímenes sin víctimas” (pornografía, prostitución, sexualidad disidente, consumo de drogas, juegos de apuestas, etc.), como aquellas actividades que debían ser despenalizadas en tanto no constituían una agresión a un tercero ni una invasión a su propiedad.
Lo que Rockwell entonces venía a cuestionar era el mismo germen de los fundamentos del libertarismo durante tres décadas por razones estratégico-tácticas. Es decir, el Partido Libertario nunca había superado el 1% de los votos, a su juicio debido a su marginalidad moral en relación a la cultura mayoritaria estadounidense –tradicionalista, religiosa y que subrayaba el respeto a la autoridad de los pastores, los empresarios exitosos y los padres de familia–.
En este sentido, Rockwell instaba a desplegar lo que llamaba “paleolibertarismo”, tomando al prefijo paleo como las raíces culturales americanas, lo antiguo o primitivo que debía ser recuperado luego de décadas de progresismo cultural. Para ello se tornaba necesario definir un programa que adicionara a la condena del Estado, la entronización de la propiedad privada y el mercado libre como piedras fundacionales, la reparación de la autoridad social (encarnada en la familia, la Iglesia o la comunidad), a fin de proteger al individuo frente al Estado y como llave necesaria para el desarrollo de una sociedad de tradición judeocristiana libre y virtuosa, a partir de normas de moralidad.
Bases del nuevo populismo de derecha
Dos años más tarde es el propio Rothbard quien publica un panfleto incendiario titulado Populismo de derecha. Una estrategia para el paleolibertarismo en el cual señala lo siguiente: “La estrategia adecuada de los libertarios y de los paleo-libertarios es una estrategia del “populismo de derecha”, es decir: exponer y denunciar esta alianza profana, y exigir que nos liberen a nosotros: la clase media y trabajadora de esta alianza mediática de la clase inferior liberal de preparatoria”. Rothbard, ya muy lejos de su cercanía con la New Left e incluso de sus textos de los 70, produce un giro reaccionario en el movimiento libertario, en continuidad con Rockwell, que consolida al paleolibertarismo mediante la definición de una estrategia populista de derecha que asignará a una “casta” el origen de todos los males.
El diputado liberal Javier Milei se reunió con Santiago Abascal del partido VOX de España en octubre de 2022.
Subsiguientemente, Rothbard detalla un programa político simple y radical que no puede sino resultar asombrosamente actual leído bajo las condiciones de lectura hoy, a saber: baja drástica de impuestos, desmantelamiento del Estado de Bienestar, “mano dura” al crimen, abolición de “privilegios” de clase y género (acción afirmativa), abolición de la Reserva Federal y la centralización bancaria, recorte de la ayuda económica a países extranjeros y crítica a la globalización (America first), promoción de valores tradicionalistas y religiosos (educación en manos de instituciones intermedias como la familia o Iglesia y no el Estado) y descentralización de los “crímenes sin víctimas” (cada Estado decide).
Así, la posición de Rothbard completaba la visión de Rockwell sumando consistencia estratégica, a fin de sacar al libertarismo de su irrelevancia electoral y su aura libertina, mediante una retórica populista de derecha que apelaba a incentivar el conflicto entre la corporación política (casta) formada por la élite gobernante (establishment progresista), el empresariado subsidiado, los medios de comunicación, la academia y las minorías raciales y sexuales versus el pueblo (trabajadores, clase media, emprendedores, el “individuo promedio”).
Los paleolibertarios, definidos programáticamente por Rockwell-Rothbard, conformarán una nueva rama del árbol que el libertarismo comienza a gestar en la década del 90, que toma distancia de los libertarios nihilistas o “modales” (que permanecían en el partido y seguían defendiendo posiciones de izquierda en materia moral), y buscarán una alianza con el tradicionalismo de Pat Buchanan, así como con el núcleo más reaccionario de la cultura estadounidense, incluyendo a sectores abiertamente racistas y homofóbicos.
Sin embargo, esta nueva ala del libertarismo se desarrollará de manera subterránea y silenciosa durante tres décadas, en las cuales efectivamente se cristalizó un establishment progresista (del clintonismo a Obama), y erupcionó violentamente con el volcán trumpista en la campaña de 2016.
El paleolibertarismo y su estrategia populista de derecha es hoy la imagen reconocida y difundida en medios tradicionales y redes sociales del “auge libertario”, que tipifica el programa de las nuevas derechas de Trump, Bolsonaro, Orbán, la italiana Meloni, el español Abascal o el propio Javier Milei, en cada caso articulado de manera particular con los sectores reaccionarios de su país. En esta dirección, la figura de Milei opera en Argentina como el síntoma paleo local que a nivel estratégico-táctico desplegó exitosamente el manifiesto en favor de la autoridad social de Rockwell y los ocho puntos detallados por Rothbard en 1992 sintetizados con los restos de la derecha tradicional argentina (nacionalismo católico, sectores pro-vida, militarismo, negacionismo, etc.) encarnados en su compañera de fórmula Victoria Villarruel.
Sin embargo, este paleolibertarismo del siglo XXI, apelando a un discurso satírico, burlón y agresivo (memético) y una estética disruptiva (que Milei encarna con su campera de cuero y cabello irascible), encontró plena convergencia con su electorado, construido mayoritariamente por jóvenes de sectores medios-bajos, nacidos luego de la crisis de 2001, que vivieron toda su vida bajo el peso del malestar estatal y que, por tanto, reclaman mayor autonomía individual luego de dos décadas estatismo, intervencionismo, inflación y crisis económica.
Milei es la personificación del paleolibertarismo criollo tras veinte años de hegemonía cultural kirchnerista, y al interior de la cual el intérvalo macrista es percibido por sus votantes como una continuidad inocua o light. Pero el síntoma paleo local también debería ser un imperativo de autocrítica del progresismo, tras décadas de políticas identitarias, endogamia, encerrado en debates a menudo irrisorios (como el lenguaje “inclusivo”), discursos moralizantes y estrategias punitivistas. Si ese campo quiere reinventarse, deberá disputar el concepto de libertad, conectarse con formas no estatalistas de la economía popular y volver a valorar la noción de autonomía.