22/10/13
Pinceladas al infinito
A punto de inaugurar su nueva muestra, la artista Sofía Bohtlingk propone mirar más allá de la pura belleza, para indagar acerca de esos mundos profundos, íntimos y verdaderos que nos rodean. POR: MARÍA EUGENIA SIDOTI.
Sofía Bohtlingk
Artista plástica
Tiene 37 años y nació en Buenos Aires. Estudió Bellas Artes, Diseño Gráfico y se formó en los talleres de pintura de Jorge Demirjian y Sergio Bazán. Fue parte del programa de artistas de la Torcuato Di Tella y ganó la Beca Kuitca. Este mes presenta su nueva muestra'.
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De repente, un día de sol, una persona decide dedicarse por fin a eso que siempre quiso. La información no sale en los diarios ni en la televisión; casi nadie se entera. Y, sin embargo, el impacto de la noticia es tan enorme que le da sentido a una vida para siempre. "Tenía un sueño: pintar y poder trabajar de eso. Pero no creía; no podía creer. Hasta que un día, después de tener a mi primer hijo, me dije basta. No podía dejar pasar más tiempo", dice Sofía Bohtlingk a sus 37 años, casi una década después de aquel evento. Sigue incrédula todavía hoy de encontrarse frente a una de sus enormes pinturas -pinceladas en azul y negro-, colgada en una de las paredes de su taller de Villa Crespo.
No siempre supo que iba a pintar. Por el contrario, alguna vez creyó que el arte no era lo suyo. ¿Cómo insertarse en ese mundo trascendental como si nada? "Veía que los artistas tenían una liviandad que yo no podía alcanzar. Me preguntaba cómo lograban que no los arrebatara la ansiedad, la búsqueda de certezas. No tenía un solo amigo o conocido que me pudiera ayudar a entrar... ¿Cómo iba a lograrlo?". Ese tipo de preguntas rondaban a diario su cabecita rubia, recinto de colores e imágenes que, igual, pugnaban por salir de ahí adentro a como diera lugar.
Ahora que está a punto de presentar su nuevo trabajo en la muestra "El futuro", en la Galería Alberto Sendrós, Sofía no puede evitar mirar hacia atrás y rescatar una imagen de los comienzos. El rescate es literal: sale corriendo a buscar algo entre grandes rollos dispersos por el piso y vuelve con uno pequeño. Se trata de un autorretrato que pintó en 2003, en el que se la ve, pongamos, a sus 70 años. Solo basta observarla desplegar la pintura para apreciar la belleza de la metáfora: una joven mujer que evoca y sostiene sonriente, con ambas manos, su propia vejez. Con el sueño de transitarla plácida, arrugada, pintando.
"Me gusta el concepto 'a futuro' porque siempre parece que el pasado es el gran monstruo, el fantasma. ¿Y el futuro? Esa es la materia que hay que trabajar -sostiene, y se queda mirando su autorretrato antes de seguir-. Qué loco, hace diez años tenía la misma paleta que ahora; se ve que los intereses no cambian. Entonces, me pregunto: ¿cuál es el sentido de ese mandato que pesa sobre los artistas contemporáneos de estar todo el tiempo renovándose? A mí lo que me importa es ser siempre la misma... A través de diversas formas, sí, pero mantener una esencia, mi verdad".
Los mundos de Sofía
Sofía estudió pintura con Jorge Demirjian y Sergio Bazán, y dibujo con Tomás Fraccia. Mostró sus obras en La Casona de los Olivera, en el Centro Cultural Borges, en Curriculum o, en la Galería Ruth Benzacar, y su primera muestra individual fue en la Galería Appetite. En 2009 formó parte del programa de artistas de la Universidad Torcuato Di Tella y un año más tarde ganó la Beca Kuitca. "Guillermo (Kuitca) es inteligente, sensible y generoso como solo lo son las personas que se involucran hasta niveles impensados. Fue un padre para mi trabajo. De repente, ese mundo artístico que se me presentaba tan duro se volvió dulce: él me enseñó que lo que había en mi cabeza podía ser interesante".
"Estoy tan emocionada que podría disparar un arma" se llamó su anterior muestra colectiva, que tuvo lugar en Mite Galería. Aunque Sofía no da sensación de poder gatillar más que un aerosol de pintura, realmente se la nota tan emocionada con su trabajo que no deja lugar a dudas: hay un arsenal en ella. Otra de sus exhibiciones también tuvo un nombre de alto impacto: "En qué utopía futurista viven", una frase que robó de la película Death Proof, de Quentin Tarantino. "Me gustan los títulos porque tengo la sensación de que les agregan espacio de ficción a las obras. Les suman posibilidades de pensamiento abriendo las puertas a algo más".
Hablando de paredes, las hay a montones, altísimas, en su taller. Para alguien como yo, apenas eso: muros que sostienen el techo. Para Sofía, en cambio, otra cosa. Una abertura al infinito, tal vez.
"Sí, de chica me gustaba mucho pintar. En cuarto año gané el concurso de un cementerio. Tenía que imaginar cómo era el cielo", recuerda. ¿Cómo lo imaginó? Dice que no era celeste. "En esa época estaba fanatizada con el Art Nouveau y entonces pinté un cielo barroco, lleno de mujeres exuberantes, volando".
Cuando terminó el colegio, Sofía tuvo un breve pasaje por el mundo de la moda. Fueron solo dos años y alcanzaron para pronosticarle un destino de top que ella supo esquivar. "Es increíble que haya sido modelo. Igual, recuerdo esa época con mucho cariño. Lástima que no pude relajarme y disfrutarlo como algo ocasional, una posibilidad más. Me sentía culpable porque siempre me salían trabajos y nunca dejaba. En ese momento, era demasiado chica como para darme cuenta de que no pasaba nada,
de que era el momento de hacer algo así. Pero sentía tanta vergüenza... Además, a mis viejos no les gustaba el ejemplo. Mi papá me decía que no me creyera que la plata se ganaba tan fácil en la vida real. Lo comprobé no bien dejé de ser modelo", dice, sonriendo, y los ojos azules le quedan chiquitos.
Mientras tanto, estudió dos años de Bellas Artes y terminó la carrera de Diseño gráfico. Trabajó como diseñadora un tiempo, sin dejar de hacer talleres de pintura como hobby. Hasta que llegaron los hijos y entonces, por primera vez, alcanzó a ver el plano entero: primero tuvo a Florián (9) y luego a Nina (5); colores primarios de todo lo demás. "Para mí, la familia es como un buque que avanza siempre y a pesar de todo. Me separé hace dos años y me dio mucha pena no haber podido seguir adelante. Lo bueno es que todos estamos bien", confiesa. Ella, la quinta de siete hermanos (seis mujeres y un varón), igual cree en la belleza de los lazos.
Los colores fríos se mantienen
"Hubo un tiempo en que venía trabajando con una dinámica: hacer un cuadro atrás del otro. Está bueno cuando aparece la posibilidad de hacer una muestra, porque es el momento de anclar. Siempre trabajo con colores fríos porque me gusta pensar en una pintura que se va para adentro. No como en un agujero negro, sino como desde una mirada profunda, no expansiva. Es eso: mis obras no están tratando de seducirte".
No siempre fue fácil, dice. La pregunta se impone: ¿se puede vivir del arte? "Es difícil, pero sí, se puede. Tuve cuatro años en los que no pasaba nada y fue muy frustrante. Lo que pesa es que todo sea tan relativo: algunos empiezan a pintar y enseguida ganan concursos; entran a las galerías. Pero a lo mejor al tiempo esa llama se apaga. El camino es irregular y genera angustia, pero la posibilidad de dar clases algún día siempre termina calmándome", destaca.
Hubo una, dos, tres veces, en las que le dijeron que lo que hacía era una porquería. Entonces, tuvo que volver a casa con su carpeta bajo el brazo y el ánimo hecho un bollo de papel. "Agaché la cabeza y me dije: 'Está bien. Seguí trabajando y cuando me sentí más fuerte volví a pedir una oportunidad". Fue así como decidió cambiar y comenzó a pintar arte no figurativo. De repente sintió que iba por ahí, que el formato daba justo con el tamaño de su cuerpo. "Son pinceladas de un extremo al otro, que alcanzan las distancias de mi longitud. De arriba abajo. Cuando empiezo, no paro: es el ejercicio de entrar en un estado en el que no existen los resultados. Me paro enfrente de la obra y es un espejo: el espacio que ocupo, mis posibilidades. Me interesa mucho investigar hasta dónde llego. El momento en que apareció lo abstracto me dio más seguridad; como si me sintiera más libre nadando en una pileta que en el mar".
Una de sus obras tiene un agujero sin pintar en el medio. Le pregunto por el detalle. "Me gusta pensar que es como el efecto de una impresora que siempre falla en el mismo lugar. Un pifie, un defecto", define.
Para el mercado del arte, Sofía ya no es una joven promesa. "Hay una especie de 'cacería' de artistas jóvenes. Los coleccionistas se sienten atraídos si el galerista les dice que hay un chico de 20 años que es un genio -se encoge de hombros mientras lo dice y luego piensa unos segundos antes de dar la pincelada final-. Hay un momento de la vida en el que hay que tener algo de voluntad y mucha fe. En definitiva, el espectador y la obra están solos: la pintura sabe más de uno que uno de la pintura. Para el arte la palabra 'espiritual' no siempre está bien vista. Pero yo me animo a pensarlo así, porque fue lo intelectual lo que me llevó hasta ahí, hasta esa otra búsqueda. Y además nunca fui de poner ningún rótulo".
- Sofía exhibe su autorretrato en el taller de Villa Crespa. Sobre el papel se la ve envejecida, en un impresionante viaje hacia adelante. Por eso, el futuro es el concepto que eligió para la muestra que inaugura el 25 de este mes.