23/01/13
Daniel Calabrese y la apuesta de un MBA después de los 50
A los 52 años se atrevió con una maestría. Sin embargo, al quedar más capacitado, fue identificado como una amenaza laboral en el banco donde trabajaba. Y lo despidieron
Autor: Claudio Reyes R.
21/01/2013
Daniel Calabrese contaba poco más de cinco décadas sobre sus hombros cuando tomó una decisión crucial. Gracias a esa determinación, su vida profesional y personal darían un gran giro.
A sus años, algunos ya empiezan a pensar en la jubilación; otros, en pasar más tiempo con los nietos. Él se fue por un derrotero distinto y pesó más el deseo de superación y, con ese ímpetu, se matriculó en el MBA de la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella, en Argentina.
No es que sea una locura hacer un magíster a los 52 años. No obstante, tampoco es muy habitual. De hecho, hasta sus jefes se sorprendieron. La sorpresa, eso sí, no fue grata, ya que se activaron esos radares que identifican amenazas.
¿Cuál fue el corolario de todo esto? Lo despidieron justo al terminar el posgrado, a los 54 años, una edad más que complicada para quedar cesante. Sin embargo, su caso es un ejemplo de lo cierto que resulta ese lugar común, esa frase hecha que sentencia que "nunca es tarde para aprender". Esto, porque amén de la reciente formación académica, no le costó nada encontrar un nuevo trabajo. Esta es su historia.
-Daniel, ¿cómo se dio esto de hacer un MBA pasados los 50 años?
-Fue, más que nada, porque ya estaba quedando corto con la carrera de grado (licenciado en comercialización), en el sentido de poder crecer en el banco en que trabajaba. Quería estudios superiores y, bueno, la conclusión fue hacer una maestría y elegí el MBA por varias razones. Primero, porque era generalista y, segundo, porque al jubilarme tendría herramientas para concretar algún negocio.
-¿Tuvo inconvenientes en el camino?
Daniel Calabrese.
-Estaba en una organización en la que tenía jefes inseguros, por lo que me jugó en contra tener una mayor capacitación.
-¿Tenían miedo de que les quitara sus cargos?
-Exactamente. Además, yo ya sabía portugués y, al cursar este programa, tuve que reforzar el inglés. Entonces, era una amenaza en potencia, y apenas lo terminé, me quedé sin empleo. Es la conclusión que saqué porque, si bien la excusa fue la venta del banco, era obvio que había otra cosa.
-Eso ocurrió con 54 años cumplidos. ¿Le costó hallar un nuevo empleo?
-Aquí está lo positivo. El MBA me ayudó a tener muy buenas entrevistas y, pese a que en ciertas empresas mi edad era complicada, pude obtener un puesto precisamente por ser magíster. Hoy estoy en la Secretaría de Ambiente de Argentina, para los proyectos del Banco Mundial.
-¿Qué significó el máster en su vida laboral?
-Fue un cambio de aire. Además, el posgrado me permitió suplir lo de la edad (la resistencia de algunas compañías), porque con 54 años y con sólo una carrera de grado, creo que todavía seguiría buscando.
-A sus años, ¿se rentabiliza la inversión que supone una maestría?
-Sí, totalmente. Yo lo veo así: al quedar sin empleo en el banco, ya había terminado de pagar el MBA. Entonces, al conseguir trabajo inmediatamente, ya estoy recuperando los fondos.
-¿Cómo se compatibiliza la decisión del magíster con responsabilidades como la familia y los hijos, junto a factores como el tiempo y el dinero requerido?
-Mis hijos ya se habían independizado. Eso fue una ventaja, pues los recursos que había destinado a su mantención y sus estudios, se reorientaron a mi posgrado. Por otro lado, cuando alguien ya es grande racionaliza los tiempos de un modo diferente al de un chico. A mis compañeros jóvenes, recién casados y con un bebé, les era muy difícil estudiar, que hay que hacerlo y mucho. Yo no tenía esa obligación.
-¿Cómo evalúa la experiencia, considerando todo lo conversado?
-Maravillosa. La evaluación es positiva. Primero, porque al estar con personas más jóvenes, te aggiornás (actualizas). Por ejemplo, con algunos profesores se necesitaba llevar la netbook o el notebook a clases, siendo que uno estaba acostumbrado al cuaderno y a la lapicera.
-¿La integración con los compañeros más jóvenes cómo se dio?
-Muy bien. Todos eran menores que yo (…). El desafío no tiene que ver con los años, sino con compartir, trabajar y pensar en equipo; no en forma individual. Ese es el reto, independiente de la edad. Lo importante es que los grupos estaban integrados por cabezas totalmente diferentes, gente de marketing, abogados o ingenieros, con los que las conversaciones se enriquecían muchísimo.