Entre la gesta y la prudencia
Por Manuel Mora y Araujo, Prof. de la Universidad Torcuato Di Tella.
Con la designación del candidato a vicepresidente oficialista, quedará definido el menú del cual los ciudadanos elegirán al próximo gobierno en octubre. Desde ahora, habrá menos enigmas y menos cartas tapadas, y se entrará de lleno a las campañas electorales. Todo más claro, las cartas sobre la mesa.
Las nuevas condiciones producen una cierta desventaja para el oficialismo. En el terreno de las ambigüedades, jugando a las escondidas, la Presidenta se desenvuelve con pericia; en las campañas electorales, mostrando las cartas, el kirchnerismo ha tenido siempre una llamativa propensión a cometer errores. Por el contrario, en las campañas algunos dirigentes opositores mejoran la calidad de su juego: así sucedió con Zamora (que entonces era opositor) en 2005, en Santiago del Estero; con Piña, en Misiones en 2006; con Macri, en la Ciudad en 2007; con De Narváez, en Buenos Aires en 2009.
Aun así, la carrera se larga con buenas chances a favor de la Presidenta. Esas chances no son sólo producto de circunstancias externas favorables. La presidencia de Cristina de Kirchner estuvo signada por un pronunciado desgaste al cual se precipitó a poco de asumir el gobierno, en 2007. En esa pendiente declinante se produjo la derrota de Kirchner en Buenos Aires en 2009. Pero la Presidenta fue capaz de revertir después ese desgaste y remontó su popularidad notablemente. Hubo mérito en ese cambio de signo en las tendencias. Entre tanto, los grupos opositores se demoraron excesivamente en preparar sus ofertas; con dificultad han llegado en plazo a definir sus candidaturas y todavía no se conocen las propuestas que pondrán en el mercado electoral. En esta "carrera de caballos" –como suele llamarse al aspecto cuantitativo de los procesos electorales que miden las encuestas– la Presidenta larga en punta con amplio espacio entre ella y sus perseguidores.
A partir de ahora, esa situación podría modificarse, en algo o en mucho, según lo que los candidatos opositores sean capaces de sumar a través de campañas electorales imaginativas –eso que han demostrado algunas veces que pueden hacer– y en función de la propensión del oficialismo –también demostrada– a restar a través de sus errores de campaña.
Uno de los mayores problemas del kirchnerismo en esta fase es la dificultad que suele encontrar para sintonizar sus ejes de campaña con las demandas de los votantes –especialmente, de los votantes que pueden cambiar su decisión de voto en los últimos meses, que son los que realmente cuentan para ganar una elección–. Por lo pronto, el anuncio de la candidatura de Cristina se produjo en medio de una sucesión de hechos desafortunados para el Gobierno: el escándalo Schoklender/Bonafini, el escándalo Rachid/Morgado, los conflictos gremiales en Santa Cruz, la complicada situación de Moyano, el enojo de varios dirigentes locales con la conducción del kirchnerismo.
El Gobierno no fue capaz de jugar sus fichas con prolijidad y eficacia suficiente como para despejar del centro de la cancha los coletazos de esos hechos en un momento tan especial. Agregado a eso, la escenografía del discurso preparatorio en Rosario el Día de la Bandera y la presentación en cadena oficial de su candidatura fue, en ambos casos, innecesariamente tosca, exponiendo a la Presidenta a las críticas de sus adversarios: Binner en Rosario, de pie pero como pintado y ninguneado, el uso de la cadena oficial para un anuncio electoral, la cara larga de Scioli, la notoria ausencia de Moyano… todos hechos que eventualmente pueden esfumarse, pero que también pueden eventualmente ser señales de lo que vendrá.
El contexto de esta elección presidencial se parece en mucho al de 1995. Hay una propensión del electorado a convalidar al gobernante que busca su reelección, darle el tiempo y la oportunidad para completar su gestión, consolidar los logros y mejorar los desaciertos. Hoy, como entonces, el voto que favorece al gobernante no espera nada muy novedoso; lejos de imaginar algo parecido a una "refundación" de un gobierno, o de un proyecto, los votantes imaginan que con su voto dan tiempo para completar lo ya iniciado y otorgan también una oportunidad para la rectificación de lo que no les parece bien y que ya está descontado al definir su voto. La Presidenta es afecta a un discurso que resuena con acordes majestuosos, alude a una gesta y habla de "profundizar el modelo". Sus votantes no sienten algo tan glorioso en las presentes circunstancias; tan solo esperan que la economía siga en buen nivel de actividad, los ingresos de las familias continúen fluyendo y la inflación sea controlada. Más bien, la expectativa es que se profundice la prudencia.
Esos son algunos de los riesgos que el oficialismo debería tomar en cuenta al encarar su campaña electoral.