Mucha (S) Mujer (ES)
Se conocían de vista, por amigos en común, de tanto cruzarse en las muestras, galerías y fiestas que pululan en el mundillo del arte contemporáneo. Pero lo que ellas llaman "encuentro real" se dio un día cualquiera de una tarde cualquiera, cuando Flor pasó de casualidad por la puerta del taller de Cata y se quedaron charlando durante horas. Ahí mismo, mientras los colectivos tocaban bocina, se encontraron hablando de la muerte, de filosofía, de la existencia.
A partir de ese día, acordaron juntarse todos los domingos para crear juntas un espacio íntimo, una forma propia de sacralidad: cantar mantras, meditar, armar altares, pintar durante horas en el más absoluto silencio. "Queríamos hacer arte que no tuviera un destina tario ni una finalidad específicos. Hacerlo porque sí, y que lo pudiera encontrar cualquiera", explica Flor. Un día, mezclaron flores y dibujos y los dejaron en una esquina. Otra vez, hicieron esculturas de pan y las apoyaron en la puerta de una iglesia.También realizaron pinturas para deslizarías por debajo de alguna puerta anónima. Además, estudiaban diferentes religiones, tratando de encontrar esos actos que "nos reúnen o vinculan con un sentido de lo trascendente".
Gran parte del material lo llevaba Cata, que, interesada desde chica en estas cuestiones, iba desde 2007 al centro Vocación Humana: "Es un centro de estudios donde el conocimiento está puesto en función del desarrollo personal y único de cada ser humano", explica. De ella misma nació la idea de convertirse en acompañante en el Hospice San Camilo para estar junto a las personas en los momentos previos a la muerte. "El trabajo es muy sencillo: estar junto al otro. Acompañarlo, leerle, agarrarle la mano, estar en silencio. También puede ser cocinar, limpiar o ayudar a la enfermera a cambiara un paciente", cuenta. Lejos de lo chocante que puede sonar esto para alguien que no sabe nada del tema, Cata plantea que fue lo mejor que pudo pasarle: "Esfar en contacto con una persona en situación limitante es algo que cambia la perspectiva due uno tenía de la vida, de las relaciones y del tiempo". Y fue allí, en el Hospice, donde fue tejiendo las redes que la llevaron hasta Eulalia Lascar, jefa del Servicio de Cuidados Paliativos Pediátricos del Hospital Gutiérrez.
Es que desde hace un tiempo, esta área incorporó especialistas en diversas disciplinas (cuencos, meditaciones, cantos con mantras) que trabajan brindando atención integral a los chicos que padecen enfermedades limitantes para la vida o que no responden a terapias curativas.
Así fue como Cata empezó a formar parte del equipo, aportando la cuota de arte de manera natural: "Lo bueno de no haber entrado en un principio desde el arte fue que no había una actividad mediando: era simplemente estar, acompañar, encontrarse. Eso sentó las bases -explica-. Después, todo sucedió naturalmente, tos mismos chicos me pedían dibujar". Al tiempo, Flor quiso sumarse, y así nació este proyecto conjunto que bautizaron Vergel. ¿Qué hacen? Al Gutiérrez van un día cada una, casi siempre los jueves y sábados. Recorren los pasillos cargadas con bastidores, pinceles, acrílicos y libros de arte y entran en las habitaciones con una sonrisa, dispuestas a habilitar un espacio que sume más vida a los últimos momentos por vivir. Una cuantificación que no registra minutos, horas ni meses, sino que rescata la calidad del tiempo compartido. Sea el que fuera. "Me gusta pensar que nos vaciamos para que el otro se pueda reencontrar con su parte más bella, vital y saludable", dice Cata. Se quedan una hora y media o dos con cada chico. Primero, se sientan con ellos, hablan cuando se puede hablar, les muestran láminas de Magritte, Frida Kahlo, Federico Herrero, Kandinsky o Gauguin e intercalan las biografías de los artistas como si fueran cuentos. Después, desenfundan los bastidores y los dejan crear. Aunque a veces a los chicos les cueste mover las manos.
Aunque se encaprichen o se enojen sin razón. Aunque no tengan fuerzas y prefieran simplemente charlar sobre lo que ven, sugerir ideas para decorar las paredes. Lo Importante es lograr salirse del cuerpo durante ese rato. Pallar un poco el dolor y la angustia y conectarse con el arte de la forma más pura, más real.
"Todos, como seres humanos, tenemos la capacidad de crear y de imaginar. Crear nos da la posibilidad de resignificar, y eso puede transformar la vida de otros y la propia", dice Cata. Llegan a las habitaciones por recomendación de los propios médicos o de las enfermeras. A veces, hay chicos de otras áreas que las ven y los padres van directamente a buscarlas. En general, ellas tratan de no saber demasiado acerca de las enfermedades de los pacientes. "Eso hace que no nos encontremos primero con la enfermedad y después con la persona. Queremos conectar con el niño artista, no con el niño enfermo." Además, las dos enfatizan la necesidad de esquivar la palabra "ayuda". Que quede claro: aquí no hay verticalidad, no hay jerarquía posible. "El arte es una herramienta, pero ante todo, somos dos seres humanos encontrándonos", dicen. Lo que plantean, en otras palabras, es que hay que evitar la ilusión de que una actividad como esta podría contrarrestar lo inevitable. "Estamos intercambiando experiencias: no perdemos la noción de que también podríamos estar en ese lugar. Y sí no es en ese lugar, inevitablemente también nos vamos a morir -plantea Cata-. Estamos en la misma: la situación actual es diferente, porque el dolor físico es el dolor físico, y estar en una cama limitado no es lo mismo que disponer de tu tiempo y de tu vida como quieras. Pero la vida en síes una situación limitante, si uno se pone a pensar."
Un encuentro real
Por otra parte, todo esto las llevó a reencontrarse con su propio lugar de artistas. A primera vista, no tendrían de qué preocuparse: Flor realizó muestras individuales en las galerías Ruth Benzacar, de Buenos Aires, y Blanca Soto, de Madrid; fue becada por la Fundación Antorchas y el Fondo Nacional de las Artes y actualmente participa de la Beca Kuitca/ UTDT Cata, por su parte, participó de la Beca Kuitca 2003-2005, ganó el premio arteBA-Petrobras en 2007 y realizó muestras individuales en la galería Alberto Sendrós y en Daniel Abate, entre otras cosas. Sin embargo, uno de los temas recurrentes en sus encuentros tenía que ver con la funcionalidad del arte: ¿para qué?, ¿desde dónde?, ¿para quién?, se preguntaban. De alguna manera, habían entrado en pugna con cierta superficialidad del ambiente artístico. "Ahora recobró el sentido: lo superficial pasó a ser insignificante", dice Flor. Y lo más importante: volvieron a enamorarse de su profesión. "Te volvés a asombrar de algo que se había vuelto cotidiano, gracias a la mirada del otro", coinciden. Y Flor agrega: "Hacía años que no pintaba, y gracias a esto volví a trabajar en mi obra". Las dos destacan también lo Importante que fue contar con ayuda externa en este proceso. Al principio, cuando no tenían plata, pintaban con tempera sobre papel, usaban arcilla y recurrían a los lápices. Pero cuando la fábrica Seuriat les donó bastidores y el Centro Cultural España las ayudó económicamente para darle forma al proyecto, las cosas cambiaron radicalmente. "Lo bueno de incorporar los bastidores y de tener pinturas es que con estos materiales los chicos se ponen en el lugar de artistas, pintan con otra atención, con otro compromiso", concluyen. La idea para el año que viene es hacer una muestra con todo el trabajo realizado aquí. Las chicas quieren mezclar estos cuadros con obras propias para que puedan entrar en diálogo. Mostrar esto que es, a fin de cuentas, una experiencia recíproca: un encuentro con la condición humana.