Di Tella en los medios
La Nación
27/03/25

“Hubo muchas tensiones internas”. Hace 80 años Argentina declaró la guerra a Alemania y Japón, una decisión tardía que aún divide la historia

Andrés Reggiani, director del Departamento de Estudios Históricos y Sociales, fue entrevistado sobre la declaración de guerra de Argentina contra el Eje en 1945.

El 27 de marzo de 1945, cuando Berlín ya ardía bajo las bombas y el régimen nazi tambaleaba sobre sus ruinas, la Argentina finalmente declaró la guerra a Alemania y Japón. Fue un gesto tardío, largamente postergado, negociado a contrarreloj y envuelto en ambigüedades. También fue -y sigue siendo- una decisión que condicionó la reinserción internacional del país en la posguerra. 


Marcelino Ortiz, presidente argentino que decidió que el país se mantuviera neutral

Ochenta años después, aquella declaración de guerra sigue despertando preguntas incómodas: ¿por qué se demoró tanto? ¿Fue una estrategia diplomática astuta o una muestra de oportunismo? ¿Qué papel jugó el nacionalismo local, la presión de Estados Unidos, la desconfianza hacia los Aliados, las simpatías con el Eje, la economía, el ejército?

Durante casi seis años, Argentina fue un actor singular en el escenario de la Segunda Guerra Mundial. Sostuvo una neutralidad que incomodó a los Aliados, irritó a sus vecinos latinoamericanos y dividió a su propia sociedad. Fue acusada de simpatizar con el nazismo, aislada diplomáticamente, presionada con sanciones. Y aun así, resistió el alineamiento hasta que la guerra ya tenía ganador.


Edelmiro J. Farrell, presidente de facto de Argentina entre 1944 y 1946. Su gobierno firmó el decreto de declaración de guerra al Eje el 27 de marzo de 1945

El historiador Andrés Reggiani, especialista en la Segunda Guerra Mundial y en política exterior argentina, director del Departamento de Historia de la Universidad Tortcuato Di Tella, analiza la postergada declaración argentina.

-¿Cómo era el escenario argentino antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial? ¿Qué factores marcaron esa etapa?

-Argentina, desde principios del siglo XX, tiene una fuerte tradición neutralista. No participó en la Primera Guerra Mundial, y hacia la década del 30 el escenario internacional se volvió cada vez más complejo, tanto en Europa como en el Pacífico. Esto impactó de lleno en la política exterior argentina, que mantenía relaciones estrechas con todas las potencias que luego estarían en guerra: Italia, por la inmigración; Alemania, por los vínculos comerciales; y también con Gran Bretaña y Francia. A medida que nos acercamos al estallido del conflicto, esa tensión internacional comienza a filtrarse en la política doméstica. Lo vemos muy claramente en las idas y vueltas respecto a una eventual declaración de guerra, las ambigüedades y la incertidumbre que rodeaban la postura argentina. La década del 30 está marcada por dos grandes procesos. Por un lado, las consecuencias de la Gran Depresión, que deterioraron mucho el modelo agroexportador. Los términos de intercambio se volvieron desfavorables, y el tratado Roca-Runciman de 1933 simboliza la posición subordinada de Argentina frente a Inglaterra. Por otro lado, en el plano interno, se acelera el desgaste del régimen conservador, el modelo de la “Década Infame”. La sociedad se volvió más compleja, emergieron partidos más militantes y aparecieron corrientes tanto autoritarias como de izquierda que empezaron a cuestionar seriamente al sistema político vigente. El Ejército, además, se posicionaba cada vez más como un actor clave. 

-¿Cuáles fueron las principales razones por las que Argentina se mantuvo neutral durante casi todo el conflicto?

-Las razones son varias y, según las distintas corrientes historiográficas, algunas pesan más que otras. Pero todas jugaron un rol. Primero, hay una tradición neutralista muy fuerte en Argentina, tanto en la Cancillería como entre los intelectuales de la política exterior. Se remonta incluso a la doctrina Drago, que promovía la mediación en conflictos internacionales. Además, Argentina es un país de inmigración, y eso vuelve muy delicado adoptar una postura que enfrente a colectividades que conviven dentro del país: italianos, alemanes, ingleses, irlandeses... Una declaración de guerra habría generado tensiones internas difíciles de manejar. Segundo, existía una reticencia histórica a seguir de manera automática la línea de Estados Unidos. No diría que era una postura antiamericana, pero sí había un sesgo fuertemente proeuropeo. Se veía a EE.UU. como un poder emergente que desplazaba los vínculos tradicionales con Europa. Desde Washington, en cambio, se percibía que Buenos Aires “ponía piedras en el camino” del esfuerzo continental contra el Eje. Y, tercero, había una cuestión estratégica y económica: Argentina comerciaba con todos los países en guerra, y sobre todo con Gran Bretaña. Incluso cuando submarinos alemanes hundieron barcos argentinos (como el caso del “Uruguay”), la respuesta fue una protesta formal. La realidad era que Argentina exportaba a puertos aliados. Es decir: la neutralidad era, en la práctica, proaliada. Así lo reconocía incluso el canciller argentino en una carta al secretario de Estado Cordell Hull. Churchill mismo pidió que no se presione tanto a Argentina porque, aunque formalmente neutral, estaba alimentando al Reino Unido.


Ramón S. Castillo, presidente de Argentina entre 1942 y 1943, defensor de la neutralidad durante el conflicto. Fue derrocado por el golpe militar de junio de 1943

-¿Qué papel jugó la desconfianza hacia Estados Unidos en la decisión de no romper relaciones con el Eje en 1942?

-La desconfianza hacia Estados Unidos fue un factor, pero no el principal. Más que una oposición explícita a EE.UU., lo que pesaba era la idea de que la guerra no era nuestra. No había un casus belli claro. Incluso con los buques argentinos atacados, no hubo una reacción militar. En cambio, sí se reafirmó la neutralidad, con una protesta formal. Desde la perspectiva argentina, meterse en una guerra sin un motivo directo no tenía sentido. Además, no se rompían relaciones con Alemania porque ya se entendía que Argentina estaba ayudando a los Aliados: sus barcos iban a puertos británicos y estadounidenses, no al Eje.

-¿Qué lleva finalmente a la ruptura con el Eje? ¿Cuál fue el proceso que lo fue preparando?

-Es un proceso gradual. Ya hacia 1943, una parte importante de la sociedad y de la élite argentina estaba en posiciones claramente antagónicas con el Eje. No solo los partidos liberales o los radicales: incluso dentro del propio gobierno militar que surge tras el golpe de junio del 43 hay divisiones muy marcadas. Durante buena parte de ese período, la cúpula militar estaba dividida entre neutralistas y aliadófilos. Por momentos había un empate interno, que podía romperse a partir de episodios puntuales: una carta publicada en un diario, una declaración en una entrevista, algo que se filtraba a la prensa y ponía a un sector en una posición desfavorable... Ese tipo de movimientos inclinaba la balanza, aunque fuera momentáneamente.

Yo noto un cambio claro hacia fines de 1943, en noviembre, cuando ocurre un golpe en Bolivia que desplaza a un presidente aliadófilo. Eso enciende las alarmas en Washington, porque ven detrás de ese movimiento la mano del GOU (Grupo de Oficiales Unidos), es decir, vínculos con sectores del nacionalismo neutralista argentino.

Hay que aclarar algo: no todo neutralismo era germanófilo. Creo que la mayoría de los neutralistas eran pragmáticos. La germanofilia existía, pero era minoritaria. Muchos neutralistas venían del nacionalismo, sí, pero no necesariamente admiraban a Alemania: más bien eran anti-británicos, o tenían un proyecto más industrialista.

La revolución del 43 coloca a Argentina en un marco regional que genera preocupación. Ya no es solo Argentina: ahora también está Bolivia, un país con recursos mineros estratégicos. Eso refuerza la sospecha en Estados Unidos de que se está gestando un bloque anti-norteamericano en el Cono Sur, justo cuando casi todo el continente ya había roto relaciones con Alemania o al menos había cortado vínculos diplomáticos.

-¿Qué tensiones internas había respecto de la postura neutral? ¿Había sectores que pedían romperla?

-Sí, por supuesto. El gobierno militar surgido del golpe de junio de 1943 estaba dividido. Dentro del GOU (Grupo de Oficiales Unidos) había un empate: algunos sectores eran más aliadófilos, otros eran profundamente neutralistas. Generalmente, la Armada era más favorable a los Aliados, mientras que en el Ejército había posiciones más nacionalistas. Un factor clave para los militares era la modernización del equipamiento: Estados Unidos estaba armando a Brasil con tecnología moderna, y Argentina se quedaba con armamento viejo. Eso generaba tensión dentro de la corporación militar. También hubo partidos políticos, como los socialistas y los radicales, que empujaban por una postura claramente aliada. Pero lo más importante es que la política internacional dividía profundamente al gobierno y al propio Ejército.


La tapa de LA NACION del miércoles 28 de marzo de 1945: "Solidaria con América, la Argentina declaró el estado de guerra con Alemania y Japón"

-¿Las colectividades extranjeras que vivían en Argentina jugaron algún rol político durante la guerra?

-No tanto como se suele creer. El momento más tenso fue cuando el gobierno de Ortiz decidió cerrar varias escuelas alemanas, que funcionaban como centros de propaganda nazi. Estas escuelas tenían maestros enviados por Alemania, que juraban lealtad a Hitler. Esto afectó también a alemanes judíos o de izquierda, que no podían mandar a sus hijos a escuelas en su idioma. De ahí surgió, por ejemplo, el colegio Pestalozzi, fundado para que esas familias pudieran acceder a educación en alemán sin propaganda nazi.

En general, las colectividades estaban divididas ideológicamente. Había italianos fascistas, pero también antifascistas. Lo mismo con los alemanes. Incluso el propio partido nazi fue prohibido en Argentina. Y tanto desde el Estado como desde organizaciones civiles (como la Liga por los Derechos del Hombre) se monitoreaban actividades sospechosas.


Acto pro-nazi organizado por la comunidad germano-argentina en el Luna Park de Buenos Aires, abril de 1938. Años antes de la guerra, el Tercer Reich tenía presencia simbólica y cultural en el país a través de escuelas, clubes y organizaciones afines

-¿Cuáles fueron las principales formas de presión que ejercieron los Aliados para forzar una definición argentina?

-Estados Unidos lideró la presión. Primero fue diplomática: promovieron el aislamiento de Argentina en América Latina. En la Conferencia de Río de 1942, todos los países americanos rompieron con el Eje… excepto Argentina y Chile. Luego, la presión fue económica. Washington bloqueó la venta de armas a Argentina, lo que generó desequilibrio regional, porque Brasil se armaba con equipamiento moderno y Argentina quedaba rezagada.Además, hubo presión política. El embajador Spruille Braden jugó un papel muy activo denunciando la supuesta simpatía nazi del gobierno argentino.

Según Reggiani, la decisión de declarar la guerra fue “estratégica”, y no ideológica. “Hacia comienzos de 1945 estaba claro que Alemania y Japón estaban derrotados. La rendición era cuestión de semanas. En ese contexto, Argentina enfrentaba una disyuntiva: si no declaraba la guerra, quedaba afuera del nuevo orden mundial”, dice.


Spruille Braden, embajador de Estados Unidos en Argentina en 1945, símbolo de la presión diplomática norteamericana para forzar el alineamiento argentino con los Aliados

Un nuevo comienzo 

La Conferencia de Chapultepec, en febrero de 1945, fue clave. Allí se acordó que solo los países que hubieran roto con el Eje podrían participar del diseño institucional de la posguerra. Argentina no fue invitada. Entonces, el gobierno de Farrell decide declarar la guerra por decreto, el 27 de marzo. No hubo movilización militar. Fue un gesto diplomático. Pero fue muy importante: permitió que Argentina fuera admitida como miembro fundador de la ONU y normalizara relaciones con EE.UU. Era el precio de la reincorporación.

-¿La declaración de guerra de marzo de 1945 tuvo consecuencias concretas dentro del país, más allá del plano diplomático?

-Sí, tuvo consecuencias reales, aunque no militares. En primer lugar, permitió a Argentina integrarse plenamente al nuevo orden internacional: entró como miembro fundador de la ONU y pudo renegociar relaciones bilaterales, sobre todo con EE.UU.

También hubo efectos internos. Tras la declaración, se activaron mecanismos para confiscar empresas vinculadas al Eje. Se creó una comisión para supervisar la propiedad enemiga, que incautó activos alemanes y japoneses (bancos, compañías de transporte). Muchas de esas empresas fueron luego estatizadas o nacionalizadas. En paralelo, se aceleró la vigilancia sobre agentes o simpatizantes del nazismo. Algunos fueron expulsados, otros pasaron a la clandestinidad. Hubo más control sobre colegios, asociaciones culturales, prensa en alemán...

-¿Qué balance haría, a 80 años, de la declaración de guerra argentina al Eje?

-Fue una decisión pragmática. No hubo un giro moral, ni una ruptura ideológica. Fue una medida para resolver un problema internacional que dejaba a Argentina afuera del sistema. La guerra ya estaba prácticamente terminada. La declaración fue simbólica, pero necesaria. Permitió a Argentina sumarse a la ONU, normalizar relaciones y evitar un aislamiento mayor. Desde una perspectiva histórica, fue una forma de cerrar un capítulo que había sido muy difícil, lleno de tensiones y contradicciones. No resolvió todo, pero fue el paso que habilitó una nueva etapa en la política exterior argentina.


El 27 de marzo de 1945, el general Edelmiro Farrell, presidente de facto, firmó un decreto a través del que declaró la guerra a Alemania y Japón. En la foto, junto al gabinete que lo acompañó en su dictadura, entre los que se observa al entonces coronel Juan Domingo Perón