
25/02/25
Alemania gira a la derecha
Por Andrés H. Reggiani
Andrés H. Reggiani, director del Departamento de Estudios Históricos y Sociales, analizó los resultados de las elecciones en Alemania.

Friedrich Merz, candidato a canciller por la CDU/CSU, habla en un mitin electoral, Múnich, 22-02- 025
Alemania ya no es lo que era hace sólo unas décadas: un país industrializado moderno
valorado en el extranjero por sus medianas empresas líderes del mercado mundial y sus
trabajadores altamente calificados, su buena infraestructura pública y asistencia sanitaria, su administración eficiente, sus bajos índices de delincuencia y su alto grado de cohesión social. Alemania está hoy ante un punto de inflexión. Sahra Wagenknecht, 2025.
Por cuarta vez desde el fin de la Segunda Guerra se desarrollaron en Alemania elecciones anticipadas, luego de que la ruptura con los liberales (FDP) dejara a la coalición liderada por el canciller del Partido Socialdemócrata (SPD), Olaf Scholz, sin mayoría parlamentaria. Los resultados de la jornada electoral del 23 de febrero confirmaron las predicciones de un desplazamiento hacia la derecha de la política alemana. El porcentaje de votos de los demócratas cristianos (CDU), que obtuvieron 29 %, y la extrema derecha de Alternativa por Alemania (AfD), que llegó al 21 %, expresan, sumados, la mitad del electorado. AfD hizo su mejor elección en la historia, duplicó los votos y confirmó su posición como segundo partido más votado y principal fuerza de oposición. Además, consolidó su perfil como una fuerza conarraigo en todas las franjas de edad y en todos los sectores sociales y estratos profesionales (en particular entre los trabajadores, los cuentapropistas, los sectores de menores ingresos y las personas con menor nivel educativo). Se abre ahora un margen de tiempo indefinido en el cual los candidatos mejor posicionados deberán negociar los términos para la formación de la próxima coalición de gobierno. Pese a las dudas, quien con toda seguridad será ungido nuevo canciller, el demócrata cristiano Friedrich Merz, probablemente mantendrá la política de cordón sanitario contra AfD, conocida en Alemania como “muro contra incendio” (Brandmauer).
Pero lo central es que, a diferencia de lo ocurrido en las tres ocasiones anteriores en que se realizaron elecciones anticipadas (1969, 1982 y 2005), las del domingo pasado se dieron en un contexto especialmente complejo. Esta situación responde a la convergencia de varias crisis y desafíos, tanto estructurales como coyunturales. Tres temas se sitúan a la cabeza de las preocupaciones de los alemanes; y en todos ellos la dinámica internacional impacta de manera directa sobre los factores nacionales, algo que no debería sorprender en un país cuya economía, sociedad y cultura están profundamente entrelazados con las tendencias globales.
La economía
Pese a la conmoción provocada por los recientes atentados protagonizados por extranjeros en Solingen, Magdeburg, Aschaffenburg y Munich, la principal fuente de preocupación de los alemanes es la economía. Aquí se conjugan factores estructurales, como la falta de inversión en infraestructura, las excesivas trabas burocráticas, los costos de la transición ecológica, especialmente en las pequeñas y medianas empresas -columna vertebral de la economía alemana- y los efectos recesivos del Schuldbremse, la norma constitucional que impide al Estado endeudarse. Esta restricción es la responsable, entre otras cosas, del gravísimo déficit habitacional -se calcula que faltan 700.000 viviendas- y de miles de puestos de trabajo vacantes en áreas como el cuidado de personas mayores, la administración pública, la red de transportes y la educación, esta última de especial urgencia para atender la demanda creada por la llegada de más de un millón de extranjeros a quienes hay que escolarizar para facilitar el acceso a un empleo, paso fundamental para su integración en la sociedad. El problema afecta no sólo a los recién llegados: más de 50.000 estudiantes no terminan sus estudios cada año. En 2022, unas 2,8 millones de personas, muchas de ellas con raíces migratorias, carecían de una formación calificada.
Nadie puede responder con certeza cuánta burocracia necesita un país. Las opiniones sobre este tema coinciden con las posturas de los partidos y sus electorados. El empresariado y los profesionales ligados al mundo de los negocios, votantes del CDU y FDP, insisten en una desregulación que favorezca la inversión y la iniciativa privada. El cómo y cuánto desregular es una incógnita. Cuando el año pasado el jefe del FDP y exministro de Finanzas del gobierno saliente, Christian Lindner, puso como ejemplo a Javier Milei, no sólo recibió una lluvia de críticas sino que contradijo la postura de la representación argentina de la Fundación Naumann, dependiente de su mismo partido, de tomar distancia del mileísmo. Es probable que muchas normas regulatorias sean producto de la inercia y la lógica endógena que contribuye a la autoreproducción de la burocracia. Pero en otros casos expresan una manera de hacer las cosas por la cual en el pasado los productos alemanes se forjaron una reputación mundial de calidad y confiabilidad. Tomemos en el ejemplo de las famosas “ventanas alemanas”. A la canciller Angela Merkel le preguntaron una vez qué era Alemania para ella: “las ventanas”, contestó; sólidas, totalmente herméticas y con dos posiciones para abrirlas.
Desde hace una década, cuando llegaron a Alemania más de un millón de refugiados, en su gran mayoría sirios huyendo de la guerra civil, la migración volvió al centro del debate público.
A las dificultades estructurales se agregan factores de coyuntura, en primer lugar la guerra en Ucrania y su impacto en los precios de la energía y el costo de vida, la caída del salario real y las políticas de austeridad para contener la inflación. Particularmente afectadas se vieron las regiones industriales asociadas al “modelo alemán”, como el Gran Munich, Baden-Württemberg y el Ruhr. En 2022 y 2023, la producción de estos sectores de alto consumo energético se contrajo 25%. Se trata de empresas pequeñas y medianas, muchas de ellas de propiedad familiar, que emplean una mano de obra calificada y relativamente bien remunerada, especializada en la fabricación de máquinas y herramientas. Una cultura empresarial de estratos medios o Mittelstand con un fuerte arraigo en sus comunidades, que hace de su supervivencia una pieza clave contra el éxodo hacia las ciudades y la desaparición de pueblos enteros, como ocurrió en el norte de Inglaterra y los Länder de la vieja Alemania comunista. La transición ecológica vuelve aún más difícil la situación de este sector al encarecer los costos de producción, lo que se ve agravado por las actitudes un tanto altaneras de una dirigencia ambientalista que por formación universitaria y estilo de vida de la gran ciudad a veces no encuentra la manera adecuada de comunicarse con aquellos que se ven perjudicados por sus políticas. El caso de los “chalecos amarillos” franceses es un buen ejemplo de este desencuentro.
Otro de los problemas en los que se entrecruzan lo externo con lo local, las cuestiones económicas con las internacionales, es la relación con China. Si se mide en porcentaje de PBI, Alemania exporta al coloso asiático más que Estados Unidos. Esta relación comercial se ve amenazada, por un lado, por la transformación de China de socio a competidor de Alemania, por ejemplo en la fabricación de autos eléctricos; y, por otro lado, se agrava por las posiciones anti-chinas de los Verdes en particular de la ministra de Asuntos Exteriores, Analena Baerbock, a las que se suman las presiones de Washington para que Berlín reduzca sus vínculos económicos con Pekín.
La guerra
Según las encuestas, la mayoría de los alemanes simpatiza con Ucrania, considera a Rusia una amenaza y apoya el envío de ayuda militar y humanitaria a Kiev, aunque con ciertas restricciones. Son muchos los que muestran fuertes reservas al envío de armas que impacten dentro de territorio ruso, como los misiles Taurus. Y son muy pocos los que se muestran a favor del despliegue de tropas en la zona de guerra. Las opiniones coinciden con las posiciones, siendo los votantes del CDU, de los Verdes y del FDP más proclives a una línea anti-rusa, mientras que AfD, la izquierda (Die Linke) y los populistas de la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW) se muestran críticos de la OTAN y los Estados Unidos, y defienden un acercamiento a Rusia. En el caso de la AfD hay sospechas fundadas de que Moscú aportó fondos para su financiamiento.
La socialdemocracia (SPD) ha tenido una postura más ambigua con respecto a la guerra. Ello se vio reflejado en las divisiones internas y las posturas favorables a la búsqueda de una solución negociada del conflicto ruso-ucraniano, como manifestó del jefe de la bancada SPD en el Bundestag, Rolf Mützenich, y la reticencia inicial del canciller Scholz de sumarse a sus socios europeos en el suministro de equipamiento militar a Ucrania. Esto muestra la persistencia en el partido de una tradición de simpatía hacia Rusia que se remonta a la apertura de Alemania Occidental hacia su par oriental y el bloque comunista (Ostpolitik), iniciada por el histórico canciller socialdemócrata Willy Brandt en los años 70; también se explica en parte por las políticas de memoria que sacaron a la luz los crímenes cometidos por las tropas alemanas contra la población soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Podríamos agregar a esta lista la relación especial del excanciller del SPD, Gerhard Schröeder (1998-2005), con Vladimir Putin. Lo que Jürgen Habermas llamó la “intimidad entre política y economía” se puso de manifiesto cuando, tras perder las elecciones contra Merkel, Schröeder recibió de Putin una oferta de trabajo como miembro del consejo directivo de la compañía estatal rusa Gazprom.
En todo caso, la reelección de Donald Trump ha sembrado confusión en la política exterior alemana y la de sus socios europeos. Desde su primer mandato, las posiciones anti-multilateralistas de Trump pusieron en entredicho las bases del vínculo histórico entre Washington y Berlín, pilar fundamental de la autopercepción de la Alemania de posguerra como una nación occidental comprometida con el espíritu “atlantista” y la alianza con Estados Unidos. Un ejemplo simbólico de este cambio de época fue la negativa de Trump a estrechar la mano de Merkel durante una reunión en la Casa Blanca en 2015, porque la canciller alemana había criticado la intención del presidente de prohibir el ingreso de inmigrantes musulmanes a Estados Unidos. Mas recientemente, la iniciativa de Trump de tratar directamente con Putin para poner fin a la guerra en Ucrania, dejando a ésta última y a Europa fuera de las negociaciones, sus declaraciones acusando a Volodímir Zelensky de “dictador” y las críticas del vicepresidente, J.D. Vance, al gobierno alemán durante la última Conferencia de Seguridad realizada en Munich, tensionaron las relaciones bilaterales al extremo.
La inmigración
Desde hace una década, cuando llegaron a Alemania más de un millón de refugiados, en su gran mayoría sirios huyendo de la guerra civil, la migración volvió al centro del debate público. La solidaridad con la que inicialmente la población local los recibió mutó en escepticismo y enojo luego de las agresiones protagonizadas por jóvenes norafricanos contra mujeres alemanas en Colonia y otras ciudades la noche del 31 de diciembre de 2015, seguidas, un año más tarde, por el atentado islamista en Breitscheidplatz, en el centro de Berlín, en el cual perecieron 13 personas y resultaron heridas más de 60. A partir de ese momento, AfD logró capitalizar el temor generado por estos y otros episodios de violencias, aunque ninguno comparable con los atentados de París de noviembre de 2015 contra Charlie Hebdo y el teatro Bataclan. Los casos de violencia protagonizados por extranjeros transformaron a AfD, que hasta ese momento había sido un partido neoliberal y antieuropeo, en una organización abiertamente xenófoba con vínculos con grupúsculos extremistas y neonazis. La pandemia del COVID y la protesta de los grupos antivacunas, conocidos como “Querdenker” (los que piensan diferente), ampliaron la base del extremismo atrayendo hacia él a los que se oponían al “sistema”.
Por su magnitud y velocidad, los desplazamientos masivos de población desde países asolados por la violencia y las penurias económicas, éstas a menudo ocasionadas por el deterioro medioambiental, plantean en los países de acogida dos problemas interconectados: la recepción de los recién llegados y las condiciones de su permanencia e integración El carácter masivo y la rapidez de la ola migratoria desbordó las capacidades de la infraestructura para absorberlos, situación que en los principales centros de acogida afectó la vida cotidiana de la población local.
Las estadísticas oficiales revelaron, en efecto, que al principio se produjo un aumento significativo de los niveles de criminalidad entre algunos grupos de refugiados, algo esperable teniendo en cuenta que un gran porcentaje de ellos eran varones jóvenes criados en sociedades violentas y culturas machistas, y en algunos casos con antecedentes criminales en sus países de origen (lo mismo había ocurrido con algunos grupos que emigraron a Alemania tras la caída del comunismo, por ejemplo serbios y albaneses de la ex Yugoslavia). Hoy las investigaciones muestran que no hay diferencias significativas entre las tasas de criminalidad de extranjeros y alemanes. Sin embargo, los incidentes, aislados pero de gran impacto mediático por la elección de las víctimas al azar -conductores que lanzan su vehículo contra concentraciones de personas, individuos que atacan con cuchillo a quien tienen más cerca- protagonizados por extranjeros provenientes del mundo árabe, en algunos casos desprovistos de motivación política explícita, abren preguntas sobre el funcionamiento de las políticas de integración.
La población total de Alemania es de algo más de 83 millones de habitantes. Los alemanes constituyen el 70%, mientras que el resto se reparte por igual entre alemanes con raíces migratorias y extranjeros. Dentro de este último grupo hay algo más de 3 millones de refugiados. La gran mayoría (80%) ya obtuvo la condición de asilado que les otorga el derecho de residir en el país de manera temporaria o permanente; un 6% de las solicitudes fueron rechazadas mientras que otro 14% está pendiente de resolución. A juzgar por las estadísticas oficiales, no parece que la política migratoria se haya mostrado excesivamente restrictiva, aun cuando, presionado por los más recientes atentados y las críticas del CDU y AfD, el gobierno haya decidido reinstaurar los controles fronterizos y aumentar las deportaciones de indocumentados.
Alemania necesita inmigrantes. En la actualidad hay más de medio millón de puestos vacantes en empleos calificados y no calificados. De mantenerse el ritmo actual decrecimiento demográfico, en 2035 faltarán 7 millones de trabajadores. La baja tasa de natalidad y el aumento de la expectativa de vida incrementarán hasta niveles insoportables la presión impositiva sobre la población activa. En 1962 había seis personas que trabajaban por cada jubilado. Hoy esa relación se ha reducido a 1,8 activos por jubilado, y en 2050 llegará a 1,3. ¿Es la Alemania actual un país atractivo para la inmigración? Las estadísticas dejan algunas dudas. Una investigación de la agencia Primus sobre los destinos preferidos por los extranjeros que buscan oportunidades laborales en los veinte países de la OCDE ubica a Alemania en el puesto número 15, por encima de Islandia, Francia, Bélgica, Eslovenia y Letonia.... Esto se ve corroborado en los frecuentes casos en los que, incluso cuando el solicitante obtiene la visa de trabajo, el viaje no se concreta. El año pasado el gobierno emitió 158.000 permisos de trabajo, pero menos de la mitad de los beneficiados (71.000) llegó a Alemania. Entre los motivos que llevan a desistir están los obstáculos burocráticos para
regularizar la situación del extranjero, en especial el reconocimiento de una formación técnica o profesional obtenida en el país de origen, las restricciones a la reunificación familiar y el ambiente de creciente xenofobia. Eslóganes del tipo “Niños en lugar de indios” (Kinderstatt Inder), usado hace tiempo por el CDU para pedir medidas que favoreciesen la natalidad y criticar los esfuerzos que buscaban atraer a técnicos informáticos de la India, son muestran de este tipo de problemas.
El futuro
Más allá de lo señalado, desde hace tiempo Alemania se ha convertido en un país de inmigración. El contexto internacional plantea dudas sobre las posibilidades y los límites de las políticas de integración, sobre todo cuando los migrantes portan valores culturales significativamente diferentes a los del país receptor. Fenómenos como la reislamización de la diáspora árabe, acelerada por la catástrofe palestina y el alineamiento de Alemania con Israel, y la existencia de “sociedades paralelas” regidas por pautas culturales reñidas con los principios consagrado por la Constitución -mutilación de genitales femeninos o “crímenes de honor” para reparar un comportamiento considerado humillante- ponen al futuro gobierno ante el desafío de gestionar una nación cada vez más multicultural, evitando al mismo tiempo el peligro de que la misma se convierta en un archipiélago comunitarista. Para ello la política migratoria necesita contar con los instrumentos que la vuelvan manejable y que permitan una ponderación realista de las necesidades. También requerirá, volviendo al primer punto, de decisiones que provean los recursos adecuados. Las recetas de ajuste del gasto público no sólo dejarán a los encargados de implementar las políticas de integración sin los medios para ello, condenando al fracaso las medidas para reactivar una economía que necesita de la mano de obra extranjera. También agravarán las tensiones sociales al intensificar la desconfianza entre los miles de ciudadanos y extranjeros forzados a competir por el acceso a bienes escasos, como la vivienda y las escuelas.
* Profesor Investigador, departamento de Estudios Históricos y
Sociales, Universidad Torcuato Di Tella.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur