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Clarín
15/02/25

Fue el primer hotel cinco estrellas porteño, hospedó a reyes y celebrities y reabrirá con todo en 2028

Por Valeria López

Fabio Grementieri, profesor de la Escuela de Arquitectura y coordinador del Programa en Preservación y Conservación del Patrimonio, fue consultado sobre el proyecto de reconstrucción del antiguo Plaza Hotel.


Obras de refacción en el Salón Colonial del Plaza Hotel. Foto: Matías Campaya

Una ola de calor extremo envuelve a una Buenos Aires liviana de movimiento y ruidos. El portón negro sobre la calle Florida 1005 se erige como un ojo al más allá. Lo custodian una escultura en símil piedra París y un escudo. Detrás del portón, se imponen el polvo, los trabajadores con cascos amarillos, las moldeadoras, las vigas y el inconfundible olor a un pasado feliz.

El Gigante parece dormido. Descansa entre columnas oxidadas, cielorrasos descascarados, arañas apenas iluminadas, alfombras opacas con arabescos, escaleras de mármol de Carrara, espejos enormes, cuadros sepia y decenas de estructuras y piezas valiosas rescatadas del olvido. Una placa aún reluciente recuerda su identidad, quién era, quién es y quién será. “Plaza Hotel, cinco estrellas”, señala el bronce. El primer cinco estrellas del país y Sudamérica.

Símbolo de la Argentina y sus vaivenes políticos, económicos y sociales entre el cielo y el infierno, el Plaza sigue vivo. Un grupo de inversores, arquitectos, restauradores, ex empleados y obreros se pusieron al hombro la titánica misión de restaurarlo y renovarlo, devolviéndole la impronta pujante de su nacimiento en 1909, combinada con las nuevas tendencias.

Después de estar casi ocho años en penumbras, quieren darle una nueva vida sin olvidar las anteriores. Sueñan con que el Gigante recupere su alma desprendiéndose de las capas y capas de gestiones, aperturas ampulosas y cierres abismales, remodelaciones acertadas y desacertadas.

Que vuelva a brillar como referente cultural, turístico y residencial de la ciudad y el mundo.


El balcón del Patio Francés con vista a la Plaza San Martín. Foto: Matías Campaya

Una obra consagratoria 

¿Qué dirían las paredes del hotel si hablaran? Lo pone en palabras Andrés Kalwill, director de nuevos desarrollos del grupo Alvear, la persona en quien la familia Sutton delegó la gestión de comprar el hotel entre 2010 y 2013. Fueron negociaciones arduas hasta llegar a un acuerdo y liberar el camino. Hoy, Kalwill está al frente del proyecto junto con el estudio de arquitectura BMA.

“Siento que el hotel debe estar agradecido por lo que estamos haciendo junto a un equipo maravilloso. Es un desafío único y con una base inclaudicable: respetar al 1.000 por ciento la identidad del edificio para que, cuando la gente vuelva a visitarlo, se encuentre con el recuerdo de lo que alguna vez fue. Después de la reinauguración del hotel Alvear, las Galerías Pacífico y el hotel Llao Llao, por fin le tocó al Plaza, un edificio hermoso, con una historia y una ubicación únicas”, señala Kalwill.

“Mis tíos vivían en el piso 25 del Edificio Kavanagh. De niño veía desde allí los techos y las terrazas del Plaza. Nunca pensé que iba a tener la oportunidad de estar tan implicado con la vida del hotel. Estoy muy entusiasmado”, comparte.


El Plaza Bar y su barra, lugar de reunión y copas. Foto: Matías Campaya

La inversión prevista para reactivar el Plaza, detalla Kalwill, oscila entre los 130 y los 150 millones de dólares. Esto incluye la edificación de nuevas estructuras y el rescate de la fachada y de los espacios del edificio original, creado por el empresario argentino Ernesto Tornquist y desarrollado por el arquitecto alemán Alfred Zucker.

En realidad el Plaza se convertirá en un complejo. Va a combinar 200 habitaciones con servicio de hotel, 55 residencias (que se pondrán a la venta en mayo y ya tienen interesados), 6 “escritorios” o espacios de trabajo que estarán a disposición solo de los residentes, y 5 propuestas gastronómicas. Volverá a ser sede de grandes eventos. Se emplearán entre 150 y 200 personas.

Todo va a desarrollarse en 12 pisos que enlazarán en altura a los históricos 9, respetando el compromiso adquirido con los vecinos del barrio. Se escuchó especialmente a los residentes del edificio Kavanagh, que habían pedido expresamente no elevar las obras más allá de la altura original del hotel.

“Ernesto Tornquist no llegó a ver su hotel inaugurado. Murió en 1908, un año antes. Tal vez derramaría una lágrima si pudiera ver lo que está pasando más de un siglo después”, imagina Kalwill.


En el Salón de Fiestas, Emilio Campos, empleado histórico del Plaza, observa las piezas de mármoles de Carrara recuperadas. Foto: Matías Campaya

Entre lo antiguo y lo nuevo 

“El Plaza es uno de los primeros hoteles modernos que se construyó en el país para el mítico centenario de 1910. Fue uno de los más altos en su momento, con una gran historia por su patrimonio intangible y por sus vecinos: el edificio Kavanagh, la Plaza San Martín, los palacios... Una construcción fundamental en la historia hotelera de la Argentina”, afirma el arquitecto Fabio Grementieri, especialista en Preservación del Patrimonio, asesor general del proyecto en este aspecto y particularmente a cargo del diseño de rescate de los exteriores del Plaza.

Hermanar el pasado, el presente y el futuro en un perfecto equilibrio fue el objetivo medular a la hora de levantar el Plaza de las cenizas. En este caso, cuenta Grementieri, hubo que tomar decisiones vitales. Estudiar su historia y su evolución, sus cambios a lo largo del tiempo, lo que se le fue agregando y quitando en por lo menos tres intervenciones. Categorizar sus partes más valiosas, de valor medio y de menor valor. Decidir qué aspectos mantener a rajatabla y qué resignar.

En pocas palabras, compatibilizar la nueva arquitectura con la histórica regida por el estilo academicista francés en espejo con las edificaciones neoyorquinas. Tomar en cuenta las necesidades del Plaza y su vínculo con el entorno como parámetro fundamental.

“Como a cualquier persona le fueron pasando cosas. Nos encontramos con ‘un paciente’ que trabajó mucho en sus múltiples vidas. Muy rico en experiencias. Como un tetris, armamos un proyecto con un equipo de excelencia. Creo que estuvimos a la altura, que lo logramos. Es una obra de primer orden, inédita, tanto a nivel argentino como latinoamericano. Siempre es un desafío un proyecto de preservación y renovación de un conjunto monumental como el Plaza. Siento una gran satisfacción”, señala este especialista en la arquitectura de los siglos XIX y XX.


Mobiliario y objetos rescatados, entre ellos una foto del fundador, Ernesto Tornquist. Foto: Matías Campaya

El lujo es austeridad 

Cuentan los que fueron abordando delicadamente al Gigante que, a medida que avanzan los distintos trabajos, descubren nuevos tesoros escondidos. Entre sus estructuras y fuera de ellas. Vestigios de su origen, del Art Déco de los años treinta, de la intervención de Clorindo Testa y de la gestión de las cadenas Intercontinental y Marriot, entre otras etapas.

La sorpresa es permanente. Destacan que nada sería igual sin el poderoso y necesario trabajo en equipo, donde prima el espíritu del “todos para uno y uno para todos”. De bajo perfil, cada profesional aporta lo mejor de su experiencia acumulada de años. Son todos muy reconocidos en lo suyo. Sin embargo, aseguran, es como volver a empezar. “Nada se compara con el Plaza”, coinciden.

Estamos llegando hasta sus arterias, sus huesos, su médula... El mismo edificio nos va pidiendo que nos ocupemos de situaciones de las que no teníamos magnitud cuando nos pusimos a trabajar. Nos pasa todos los días. Es increíble. Cuando me confirmaron que había sido elegido, lloré como un chico. Me di cuenta de que este trabajo era una inyección de esperanza dentro de mi profesión. Todos los que estamos involucrados en el proyecto, sentimos que el Plaza es nuestro, lo que nos compromete millones de veces más. Estamos dando todo por él y él, a su manera, nos lo está devolviendo. Es una obra consagratoria”, asegura el arquitecto Martín Zanotti, responsable del Interiorismo, el Paisajismo y la Iluminación del nuevo Plaza.

“Por otro lado, está lo emocional. En mi caso, vivía en la zona. Hay una anécdota graciosa de mi papá que, a los 21 años, entró con un auto Citroën a dejar a mi mamá en una fiesta, se quedó en el ingreso del hotel y fue echado por los botones para que la gente no lo viera. Algunos parientes se casaron acá. El primer premio que recibí en diseño me lo dieron en este hotel y así… El vínculo es muy fuerte”, añade Zanotti.

Ávido de rescatar sillas, sillones, mesas, espejos, vajilla, zócalos, cuadros y todo lo que quedó de las diversas administraciones, el profesional explica que la línea conductora para el interior del complejo va a ser la austeridad sin caer en el minimalismo.

“Actualmente, el lujo es sinónimo de austeridad. Todos los pisos van a estar vinculados por un fino hilo dorado de bronce que, más allá de lo estético, simbolizará la unión de lo viejo con lo nuevo”, dice Zanotti y remarca este diálogo entre lo que fue y lo que será parado a pocos metros de la única araña original que quedó de 1909 y que ocupará un espacio privilegiado en lo que vendrá.


Frente del Plaza Hotel, ubicado en Florida 1000. Foto: Matías Campaya

Detrás de las paredes 

Entre las reliquias ocultas del Plaza, la profesora Cristina Lancellotti y la licenciada Alejandra Rubinich siguieron el rastro de una publicación antigua, hicieron pruebas en las paredes de los salones principales y encontraron tres murales originales de los años treinta en dorado a la hoja. Literalmente con bisturís, fueron descubriendo quirúrgicamente un caballo, una llama y un puma. Estaban tapados con manos y manos de pintura.

“El Plaza siempre fue impactante. Me dio mucha tristeza cuando lo vi caer. Forma parte de los edificios que fueron bastardeados y maltratados y que quedaron resentidos físicamente”, sostiene la profesora Lancellotti.

“Muchas veces se intervienen edificios históricos sin darles el valor que realmente tienen. En este caso, contemplaron desde el primer momento la figura del restaurador-conservador. No siempre es así y es muy válido. Somos los que estamos en contacto con la obra, los que realizamos las operaciones necesarias para su recuperación histórica y su conservación en el tiempo. Me pasa siempre. No puedo explicar la emoción que siento subida en los andamios en contacto con los muros, las decoraciones y los murales que vieron pasar tanta historia. El objetivo es hacer que el Plaza vuelva a ser lo que fue. Que ocupe el mismo espacio que ocupaba, en presencia y en importancia”, proyecta la restauradora.

Con ella acuerda el arquitecto Grementieri. Señala que lo atraparon especialmente la estructura que sostiene el Plaza y el Gran Salón de Fiestas que mira a la Plaza San Martín.

“Me deslumbró la estructura metálica que tiene el hotel, poco habitual para el Buenos Aires de 1910. Parece un barco. Es como un Titanic vertical”, ejemplifica. En el mismo sentido metafórico, se refiere al Gran Salón de Fiestas.

“Este espacio tuvo originalmente una decoración original estilo Eduardiano, como la del Titanic, y, en la década del treinta, de Art Déco como la de los transatlánticos franceses. Son dos estratos muy importantes que conviven en un mismo espacio interior monumental y preservado. Hay un antes y un después del Plaza”, enfatiza.


El Plaza Grill con sus muebles históricos. Foto: Matías Campaya

Identidad, desafío, pasión 

La obra en el Plaza es una mega apuesta inmobiliaria, de restauración y renovación, pero significa mucho más. Subyace la emotiva memoria colectiva que une a distintas generaciones que pasaron por sus espacios en diferentes épocas. Quienes están vinculados actualmente con el proyecto hablan incluso de que es un “edificio mágico” que produce un enamoramiento irreversible.

Trabajé 27 años en el área de mantenimiento hasta que cerró en 2017 a la espera de su reconversión. No puedo explicar lo que sentí con el último puchero que se sirvió. Tampoco ahora al volver. Es muy emocionante”, describe Emilio Campos, uno de los empleados míticos del Plaza. Es el hombre que conoce cada rincón del hotel y lo cuida de día y de noche cuando las luces se apagan y la obra se detiene.

Campos recorre con Viva cada uno de los nueve pisos del Gigante como si fueran parte de su propio hogar. Mientras avanza la construcción de cinco subsuelos que serán un estacionamiento, él se detiene en lo que fueron el Gran Hall, el Salón Colonial y el Gran Salón de Fiestas, en plena restauración.

También, en el Plaza Grill (donde se cocinaron inolvidables pucheros de campo y los exclusivos pato prensado Tour d’ Argent y huevos Po Parisky) con sus cerámicas holandesas, su mural del ave fénix y sus ventiladores paquistaníes que hacían las veces de aires acondicionados nutridos con hielo.

Deslumbra también el clásico Plaza Bar y su barra, sus sillones y un aura que remite a los viejos tiempos de reuniones maratónicas y copas compartidas.

El Grill y el Bar mantendrán su rol histórico. Están prácticamente intactos, al igual que el Patio Francés custodiado por bay windows (ventanas miradores) originales. Allí se erigirá uno de los espacios gastronómicos que tendrá el complejo. Todo puede disfrutarse en el Instagram @plazahotelbuenosaires, creado especialmente para que los amantes del Plaza y su historia sigan el minuto a minuto de las obras, de lo recuperado y de lo nuevo e incluso ayuden a reconstruir sus tiempos felices.


Otra vista del Plaza Grill. Foto: Matías Campaya

Recuperar el esplendor perdido y contagiar de ese espíritu a la alicaída zona de la Plaza San Martín y el microcentro. Armonizar lo que fue el Plaza con lo que será. La misión está en marcha. Una nueva historia está escribiéndose en el libro del Gigante.

En sus páginas sepia tiene grabadas presencias que lo marcaron a fuego y lo distinguieron del resto. ¿Acaso algún otro hotel del país y la región recibió a lo largo de todas sus vidas a Plácido Domingo, Arturo Toscanini, Enrico Caruso, Edith Piaf, Louis Armstrong, Nat King Cole, Luigi Pirandello, María Callas, John Travolta, Julio Iglesias y Luis Miguel?

¿Acaso algún otro hotel albergó a Walt Disney, Ray Bradbury, el príncipe de Gales, el rey Juan Carlos y la reina Sofía, François Mitterand, Clark Gable, Gina Lollobrigida, Omar Sharif, Alan Parker, Gregory Peck, Pelé, Garry Kasparov, Mijail Baryshnikov y hasta la mismísima Mirtha Legrand como clientes habitués?

¿Acaso algún otro hotel dejó una impronta tan fuerte en sus huéspedes que, con solo mencionarlo, resurgen infinitos recuerdos, relatos e imágenes de vivencias personales imborrables?

Mientras el sol sigue ardiendo sobre la calle Florida, el Gigante parece sonreír. En otra piel, nada cambió. Espera ansioso su reapertura, programada para principios de 2028. Si pudiera hablar tal vez soltaría un “gracias eterno” a quienes evitaron su caída.

Quizá lanzaría al aire un grito fuerte y resiliente, su esencia misma, resumido en cuatro simples palabras: “Aquí voy. Otra vez”.