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Juan Gabriel Tokatlian: "Este Estados Unidos es coerción pura"
Juan Gabriel Tokatlian, profesor de la Licenciatura en Estudios Internacionales, analizó el estado de la democracia en Occidente.
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Juan Tokatlian | Captura de YouTube
Juan Gabriel Tokatlian: “Este Estados Unidos es coerción pura”El sociólogo Juan Gabriel Tokatlian sostiene que la democracia occidental atraviesa un momento crítico, marcado por un retroceso alarmante. "Hoy tenemos un conjunto de partidos, de actores poderosos, que en realidad están horadando la democracia", expresó en Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3).
Juan Gabriel Tokatlian es sociólogo, doctor en Relaciones Internacionales por la John Hopkins University en la Escuela de Estudios Avanzados de Washington, profesor plenario del Departamento de Ciencias Políticas y Estudios Internacionales de la Torcuato Di Tella y exdirector del mismo departamento. Fue profesor asociado en la Universidad Nacional de Colombia, cofundador y director del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de los Andes. Es un especialista en política interior, narcotráfico, terrorismo y crimen organizado, de los más calificados de nuestro país.
Supongo que tuviste la oportunidad de leer el texto “No es momento para mirar a otro lado”, que publicó el New York Times, que por segunda vez dedicó su editorial al gobierno de Trump. Si es así, me gustaría hacerte una pregunta relacionada con ello. ¿Hay un punto de comparación entre esta reiterada actitud del New York Times con la prensa argentina respecto de decirle a la sociedad: "No es momento para mirar para otro lado”, “hagamos un activismo para ponerle límites"?. ¿Encontrás una sociedad norteamericana más dispuesta a la defensa de los valores democráticos que la argentina, en ese sentido?
A ver... La respuesta no es sencilla ni lineal. En primer lugar, hay que preguntarse —y creo que esto ya, a esta altura, es un hecho bastante obvio— si los estudios, las investigaciones, los documentos que conocemos, al menos en Occidente, muestran ya no un debilitamiento de la democracia, sino una regresión fenomenal de la democracia, muy sustantiva. Y eso está pasando, insisto, ya estemos en el Occidente septentrional o meridional. Es un dato hoy muy evidente.
Entonces, hay en este deterioro una expectativa siempre presente en los argumentos de especialistas, de comunicadores, de investigadores, de retornar, poner el acento en la sociedad civil, en el civismo, en la capacidad de participación, en las demandas, en la movilización, etcétera...
Si bien eso es genuino, creo que responde a otros períodos y otros momentos mucho más vinculados a cuando hubo dictaduras, golpes de Estado, situaciones muy extremas, en las cuales, por supuesto, esa vocación activa de la sociedad, esa capacidad autónoma de organizarse, esa sincronía de partidos políticos activos buscando fortalecer la institucionalidad, era un hecho.
Hoy tenemos un conjunto de partidos, de actores poderosos, que en realidad están horadando la democracia. Quien crea, por ejemplo, que hoy el Partido Republicano en Estados Unidos es el viejo Partido Republicano, después de lo que ocurrió el 6 de enero del año 2021, definitivamente estamos ante un partido que ha perdido su vocación democrática. Y no al azar, entonces, congrega su esfuerzo en recapturar el gobierno a través de darle todo el poder a Donald Trump.
No es tampoco inusual que sectores que uno pensara estuvieron mejor en términos económicos y sociales durante la administración de Biden, sin embargo, hayan tenido un rechazo furibundo a los demócratas. Biden disminuyó la inflación del 8% al 3.2%, Biden tuvo las tasas de desempleo más bajas dentro de los últimos 40 años. Estados Unidos tuvo niveles de crecimiento sostenido, casi en los cuatro años, y así y todo, las clases medias, los sectores más vulnerables, no votaron demócratas.
Entonces, está pasando algo en la sociedad que me da la impresión que, tanto en Estados Unidos como en la Argentina, tenemos medios que son protagonistas de la vida política, de la vida social, de la vida institucional, y reclaman, y claman, y proclaman el valor de la movilización, la unidad, etcétera, pero en un vacío. Porque no hay actores que estén actuando de la misma manera que se pensaba.
Voy, por ejemplo, al caso de Trump, a lo que fue la inauguración en el año de su triunfo, en 2017. Había, casi al mismo tiempo, una enorme manifestación de mujeres, muy organizadas, interpelando al poder político (que ya tenía en Trump a su cabeza) para no perder derechos, para avanzar en su agenda, para hacer control de daños, para movilizar otros actores sociopolíticos, etcétera.
Bueno, Trump se reinauguró ahora, en el 2025, y yo no veo ninguna manifestación en Estados Unidos. No veo ninguna aglomeración de personas. No veo ninguna capacidad del Partido Demócrata todavía de tener una voz audible y fuerte. No veo organizaciones de la sociedad civil cuestionando mucho más severamente y organizando reacciones frente a lo que está pasando.
Entonces, entiendo la motivación del New York Times, entiendo también mucho la motivación de varios de nuestros medios de comunicación, escritos y no escritos, en el país, pero me parece que le hablan a una audiencia que no los escucha y están en medio de una situación en la cual, en vez de recuperar una legitimidad para la democracia, son percibidos como obstáculos por estos gobiernos, los que tienen un talante profundamente autoritario en el corazón de su decisión y de su proyecto político.
Un conocedor de los Estados Unidos y cercano a Donald Trump nos comentaba recientemente que este Donald Trump es distinto a aquel que asumió hace poco más de cuatro años. No solamente porque encuentra a una sociedad menos predispuesta a la defensa de los tradicionales valores democráticos, y no solamente porque él tiene la experiencia de haber gobernado y ya sabe cómo funcionan los botones del poder de Washington. Tampoco sólo porque ahora tiene, podríamos decir, el control de ambas cámaras del Congreso y el beneplácito de una mayoría de la Corte Suprema, sino porque –y él usó esta palabra– está “tocado”. Es decir, que la bala que rozó su oreja y que lo podría haber matado, sumado a las situaciones críticas que enfrentó cuando dejó el gobierno con las acusaciones de poder ir preso, pero fundamentalmente la bala que casi lo mata, lo dejó en una situación psicológica y emocional extrema. Una persona que ve que, si no triunfa, va preso o muere. Por lo tanto, nos encontramos frente a un líder de la primera potencia mundial con una estabilidad emocional atravesada por la sensación de muerte, cárcel, peligro y fin. ¿Te parece verosímil este análisis? ¿Te genera alguna reflexión posterior?
A ver, te haría muy rápidamente tres puntos. Seguimos mirando a Estados Unidos como la principal potencia del mundo. Yo creo que ahí tenemos un defecto analítico muy fuerte. El mundo no es el mundo de los años 90, ni siquiera el mundo después de los atentados terroristas del 11 de septiembre. Este es un mundo mucho más complejo, cuyo eje fundamental es que estamos ante un orden internacional no hegemónico. Y, por lo tanto, ni Estados Unidos tiene la capacidad, los recursos, e incluso diría la voluntad, de re-hegemonizar a Occidente como el portador primero de valores, de instituciones, de intereses, de reglas. Y, por el otro lado, tenemos una China que todavía no tiene la capacidad, ni la actitud, ni la predisposición para ser un desafiante de envergadura. Es una gran potencia, por supuesto lo es. Y, a su turno, tenemos un Sur global heterogéneo, pero cada vez con una voz más audible en los asuntos internacionales.
Entonces, lo primero que quiero poner de presente es que nos aferramos a la idea de Estados Unidos como principal potencia internacional ya como algo habitual, cuando no es el mundo habitual de la política internacional.
El segundo punto que hago es que a mí me da la impresión de que esas interpretaciones, como las que acabas de narrar, son absolutamente claras y, además de claras, muy convincentes. Ahora bien, si yo miro al Trump pre-atentado, si yo miro incluso el Trump con los prejuicios que tuvo en el estado de Nueva York en particular, hay asuntos que ya estaban en el Trump 1, o que incluso estaban antes de la campaña del 2024. Doy ejemplos: en el año 2019, Trump se acercó a Dinamarca para hacerle la propuesta de adquisición de Groenlandia y no hubo ningún avance, hasta el punto que, en un viaje que hizo a Europa, Trump decidió no visitar Dinamarca. ¿Y qué hizo? Llamó y creó un consulado de Estados Unidos en Groenlandia. ¿Por qué? Bueno, porque ahí hay una base importante de la OTAN y porque, por supuesto, hay ciudadanos norteamericanos que temporalmente están allá. Pero su atención, casi su obsesión con Groenlandia, es de vieja data, no es nueva.
Hace más de dos años que dijo que el canal de Panamá lo habían adquirido –entre comillas, "adquirido"– los chinos, y que tenían el total control, y que eso era inaceptable para Estados Unidos. Que ahora traiga el tema del canal y de retomarlo, o lo que quiera hacer, tampoco es nuevo. Tampoco, tampoco.
Él se autoproclama, y creo que con relativa razón, como uno de los presidentes, si no el presidente contemporáneo, más cercano a favor de Israel. Y los Acuerdos de Abraham, que llevaron a los acuerdos bilaterales de Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán con Israel, fueron producto de él. Y su decisión de salirse del acuerdo P5+1 en materia nuclear respecto a Irán fue una decisión de él en el año 2017. Por lo tanto, su mirada sobre Medio Oriente sigue siendo igual. Ahora, con un elemento inaudito e inhumano, que es convertir una de las mayores crisis humanitarias que tenemos, que está en Gaza, en un asunto inmobiliario.
Entonces, yo creo que estos elementos, que bien vos explicaste, han incidido –yo no lo dudo– en asuntos personales muy íntimos de Trump, pero no son ellos los que representan la novedad. Aquí hay mucha más continuidad. Y yo diría que la continuidad está marcada por la revancha.
Trump no quiere más simplemente funcionarios leales; quiere funcionarios que estén totalmente alineados con sus acciones, sus anuncios, sus decisiones y, aún, con aquellas normas que vayan a violar la Constitución.
Y todo esto es producto de un Trump, a mi modo de ver, que llega al poder por última vez, porque no va a poder ser nunca más presidente de los Estados Unidos. Llega con un poder inmenso, como vos bien explicaste: las dos cámaras, el claro control conservador de la Corte Suprema, con la posibilidad de hacer realidad ese proyecto más ambicioso, más audaz incluso.
Ahora bien, en este Trump de ahora hay un elemento que me parece el más exacerbado. No es nuevo, pero es el más exacerbado: es que no le interesa la persuasión. No es un Estados Unidos que busca volver a tomar la hegemonía, es coerción pura. Esto, en términos gramscianos, es más un espíritu de dominación que un espíritu de liderazgo.
Y por eso todas y cada una de las órdenes ejecutivas —y valga la pena decir que ha batido los récords de órdenes ejecutivas de todos los presidentes desde Bush hijo hasta la fecha— van en esa dirección. Son sanciones, puniciones, coerción. Son decisiones en las cuales no le interesa aquello que, en la disciplina de las relaciones internacionales, llamamos "soft power": ese poder suave, ese poder persuasivo, ese poder de cooptación, ese poder de acercamiento, ese poder de casi de empatía para tener el apoyo de otros. Bueno, a este Trump y a su Partido Republicano eso no les interesa.
"Este es un mundo complejo con un orden internacional no hegemónico."
Vos mencionabas que no es nuevo lo de Panamá, no es nuevo lo de Groenlandia. Podríamos decir que tampoco es nuevo el tema de aplicar tarifas a los vecinos. Ya había, cuando fue presidente la vez anterior, amenazado en el año 2018 con imponer un 25% de aumento de impuestos a las importaciones de México si México no endurecía su política migratoria. Eso lo llevó, finalmente, a un acuerdo en aquel momento con el presidente Peña Nieto. ¿Puede ser que cada una de las amenazas que hizo en su momento, y luego terminó acordando, se concebía como bravuconadas que utilizaba para luego negociar, en esta oportunidad pierdan ese sentido de amenaza para negociar y realmente haya más posibilidades de que las ejecute directamente?
Bueno, aquí te voy a recordar a alguien y a algo que tú perfectamente conoces, que es Thomas Schelling, economista, premio Nobel en el año 2005, un gran experto en teorías de juego, en procesos de negociación. Y lo que él llamaba un modelo de negociación tácita es casi, yo diría, la fotografía perfecta de Trump. Esto es: hay una amenaza primero. Esa amenaza va con una forma de comunicación y un compromiso. ¿Qué quiere decir? Una comunicación: se expresa, se le dice, se le hace pública a la contraparte. Y hay un compromiso, es decir, se auto obliga a cumplir.
Ahora bien, como la contraparte ve que el daño es potencialmente muy grande y entra en juego algo muy, muy valioso, pues esa amenaza tiene una eficacia intimidante y, por lo tanto, la contraparte cede un poco para salvar la cara, pero también un poco para reducir los costos. Hasta ahora hemos tenido eso.
¿Seguirá siendo solo un instrumento de una negociación que finalmente llega a un puerto en el cual hay algo que se acomoda de ambas partes? Yo diría que apostar a eso, a que es el mismo Trump del pasado, creo que no es suficientemente correcto.
Voy al ejemplo de Argentina en esto. Recordemos que él anunció en su primer mandato aranceles al acero y al aluminio. Hubo una importante negociación del gobierno de Macri para la época —posiblemente poco recordada—, hubo una serie de negociaciones. Además, era el que le había facilitado, en el 2018, finalmente el compromiso del Fondo Monetario Internacional al mayor préstamo histórico de ese banco. Y se llega a una decisión: bueno, aranceles no, pero cuotas sí. Y entonces, se le establece una cuota a la Argentina en materia de acero y aluminio, que es la cuota correspondiente al año 2017. Por lo tanto, lo que se pierde, entre comillas, fue un poco menor a lo que era esperable con un arancel tan alto como el que amenazó en aquel momento el presidente Trump.
Ahora, los actores privados también juegan. Y si uno ve, por ejemplo, a Tenaris, cómo se movió después de esa experiencia, encuentra cómo, más que el Estado, los privados se acomodan a Trump. ¿Qué hizo Tenaris? Incrementó su inversión en Estados Unidos. ¿Dónde particularmente? En Texas. ¿Cómo? Con una compañía cuyo valor fue de 1.800 millones de dólares. ¿Cómo adicionalmente expandió su presencia en México?, en Nuevo León. Ahí invirtió 1.200 millones de dólares. ¿Para qué? Para tener en la cercanía, dado que en América del Norte —en Canadá, Estados Unidos y México— Tenaris es un actor relevante. Utilizar ese mecanismo trilateral de acuerdo comercial hace que los costos sean menores. El costo es sobre Argentina, pero no en el total.
Ahora, vamos a ver si este Trump se mantiene. Si dentro de 30 días impone algún tipo de sanciones a México nuevamente y a Canadá, si esto sigue también para la Argentina, los perdedores vamos a ser muchos. Y aquellos que se adaptaron al primer Trump se van a encontrar potencialmente con la sorpresa de que este es mucho más "manu militari".
Por otro lado, aquel Trump de los aranceles de aquel momento —me refiero a su primer gobierno— siempre utilizaba argumentos de tipo comercial. Es decir, había unos países o unas empresas que en esos países o estaban subsidiadas o tenían determinado nivel de protección que afectaba, por lo tanto, la competitividad de las compañías norteamericanas. Y entonces él agarraba y decidía, en razón a una lógica argumental comercial, imponer un arancel, sea correcto o incorrecto eso.
Ahora, miremos las sanciones a México y a Canadá muy en particular y veremos que, en la argumentación oficial, no hay elementos comerciales. Está el problema del fentanilo, está el problema migratorio en el caso de México, adicionalmente, pero no hay una racionalidad económica, salvo usar el subterfugio del fentanilo y el subterfugio de la migración para imponer aranceles de este tipo.
Entonces este también, en materia arancelaria, es un Trump que sigue una línea, pero también con un matiz y con una diferencia con el primer Trump.
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