Di Tella en los medios
Clarín
7/01/25

La arquitectura debe ser perdurable, contraria al consumo

Por Paula Baldo

Jorge Francisco Liernur, profesor emérito de la Escuela de Arquitectura y Estudios Urbanos, fue consultado sobre la producción arquitectónica actual en Argentina.

A FUTURO. Para no caer en la praxis más banal, Liernur considera que la disciplina debería hacer un ejercicio serio de la crítica.

Invitado a repasar el estado actual de la disciplina, Jorge Francisco Liernur no anda con rodeos: “En cuanto a su interés para la Arquitectura, lo que se ha producido en los últimos años en la Argentina es cercano a nada”. Para el Director de la Maestría en Historia y Crítica de la Arquitectura de la Universidad Torcuato Di Tella, “actualmente atravesamos una situación bastante pobre. Con pocas excepciones, a diferencia de lo ocurrido en otros países de la región como Chile, Colombia o Paraguay, la arquitectura de Argentina en general importa bien poco en el mundo”.

RAFAEL IGLESIA. Liernur lo destaca como parte del Grupo R, un conjunto que agitaba culturalmente.

En su diagnóstico reconoce que en el país hay buenos proyectistas, “hay mucha gente que organiza bien una planta, un corte, una fachada. Pero, en el mejor de los casos, eso es pura repetición de clichés. La producción a partir de haber construido ideas arquitectónicas, y no solo a partir de habilidades de oficio, no abunda”.

La carencia de reflexión crítica, para Liernur, conduce a “hacer edificios que están más o menos a la moda”: “Recorriendo los barrios se ven numerosos nuevos edificios bajos, de tres pisos o cuatro pisos, pero son todos iguales, como proyectados por una misma persona”.

UN FARO. SESC 24 de Maio, Mendes da Rocha.

Con 10 libros de su exclusiva autoría y otros 45 libros en coedición o como coautor - además de un centenar de artículos publicados en revistasliernur considera que debe indagar en la producción de los últimos años de Rafael Iglesia para encontrar una voz que lo seduzca. “Quiero decir, una voz que contribuya a la conversación global sobre la arquitectura, que nos hable de cosas que no estén dichas, que no reitere las propuestas que ahora circulan a gran velocidad”. Y, antes de Iglesia, “quizás Pablo Beitía, que fue también muy fugaz”, aclara.

En una obra de arquitectura, Liernur pretende encontrar “un cobijo que exprese sentidos, que nos hable de la sociedad en la cual está, de su tiempo, del comitente que lo necesita; que no sea solamente construcción. Creo que, como dice Loos, el arquitecto es un albañil que sabe latín".

En la historia de la arquitectura en la Argentina fueron breves los períodos en que se verificaron esas condiciones. “Nuestra tradición es muy pragmática. En parte, quizás responde a la formación de los arquitectos argentinos en una escuela que se desprendió de la ingeniería y no de las bellas artes o de la tradición Beaux Arts francesa, tal el caso de Brasil”. Y de ese pragmatismo da un ejemplo: “Las autoridades de las facultades aceptan que la carrera se reduzca en tiempo ¿dónde? Especialmente en el área de teoría e historia”.

OAM. Baliero y Córdova, parte del grupo. 

“Este desinterés por la historia -argumentano es nuevo, ni se reduce a nuestro país. Se remonta a fines del siglo XVIII. Hasta entonces, el pasado importaba en tanto era parte del proyecto porque ofrecía o bien modos de hacer, como en el medioevo, o bien un conjunto de reglas como en el humanismo. Cuando la confianza tanto en los modos de hacer como en las reglas se quebró, a los arquitectos se nos cayó la estructura que sostenía el sentido de nuestro hacer. Entonces, ¿qué quedó con la modernidad?: la función y la técnica”. Esa crisis se instaló a tal punto que la Bauhaus, explica, no incluyó historia en su primer programa porque la arquitectura: “Para ser moderna tenía que partir de la página en blanco. Aunque para Mies, Le Corbusier, Kahn o incluso Aalto, la historia nunca dejó de estar presente en su pensamiento, los arquitectos que se desentienden de ese problema vienen haciendo piruetas para ver de dónde agarrarse, pero la arquitectura sigue en caída libre, y nos agarramos de donde podemos: de la técnica, de la ciencia, de la semiología, de la filosofía, del arte. El posmodernismo creyó recuperar la historia pero, salvo Rossi, la transformó en historieta. Y luego vinieron la deconstrucción y los pliegues postestructuralistas y, con el creciente desengaño, llegó la postcrítica, que es un disfraz del puro pragmatismo”.

-¿Hacia dónde va la arquitectura?

-Por lo que vengo diciendo, creo que estamos en medio de una crisis muy difícil, que para ser superada no debería ignorarse. En la medida en que amemos esta disciplina deberíamos poner en el centro de nuestras preocupaciones el más severo y fundado ejercicio de la crítica. No tengo una receta pero, si no aceptás eso, vas a caer en la praxis más banal o vas a aferrarte a la primera tabla de salvación que se te cruce, que es lo que últimamente pasó con el parametricismo. Con el desarrollo de los recursos digitales, pensamos que bastaba con llenar las computadoras con datos, mover palanquitas para obtener un proyecto. Pero en el fondo se trataba de un nuevo funcionalismo que eludía el hecho de que la arquitectura es mucho más complicada que eso, porque es cultura, es crítica del pasado y del presente, y miles de cosas más.

Cuando estudié en Italia circulaba la idea de la muerte de la arquitectura. Yo pensaba que se iba a morir la semana que viene. Por supuesto que no es así pero, efectivamente, creo que la disciplina tiene la partida de defunción escrita. Los MVRDV en algún momento dijeron que la arquitectura es igual que la moda, pero eso, como muchas definiciones de ese tipo -como el recurso al ambiente, al paisaje, al high-tech o a la sustentabilidad-, es solo un modo de eludir la crisis. Creo que debemos aceptar que la arquitectura, por definición una institución occidental, es un arte arcaico. Los arquitectos somos como luthiers de laúdes; lo nuestro es un oficio, una forma de hacer que está a contramano del mundo contemporáneo, entre otros motivos, porque una de sus condiciones es la perdurabilidad y, con eso, la capacidad de que su mensaje trascienda su tiempo. Y esa perdurabilidad es contraria al consumo. Por eso, en la medida en que se nos de la oportunidad de ejercer esta antigua disciplina que heredamos solo nos queda hacerlo de manera resistente, y eso significa aferrarse amorosamente al núcleo complejo, contradictorio y dinámico que la ha venido sosteniendo a lo largo, al menos, de los últimos cinco siglos.

-¿No se necesitan arquitectos?

-No hay gran arquitectura sin grandes comitentes, sin príncipe ¿Dónde están los príncipes en la modernidad? Las corporaciones piden una marca, fachadas de vidrio, impacto. ¿Quién va a pedir otra cosa, la clase media a la que le gusta el ‘minimalismo’, lo net o los techos de tejas? El Estado moderno, en general, ha sido nuestro príncipe ideal, el único capaz de pagar cosas arcaicas como una obra de arquitectura y, por añadidura, caras. Están los príncipes coleccionistas que pueden pagar una firma consagrada. Pero, en el mejor de los casos, esto es un espejismo. Esta demanda no puede sostener la práctica de los miles de arquitectos, menos en nuestro país. Entonces, admitamos que estamos en una situación trágica. Amamos una disciplina en crisis cuyo sentido ya no interesa.

Publicado en: Arquitectura
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