Di Tella en los medios
Clarín
7/12/24

El palacio que sus dueños no llegaron a estrenar y la historia de venganza y celos detrás de la venta a una embajada

Por Silvia Gómez

Fabio Grementieri, profesor de la Escuela de Arquitectura y coordinador del Programa en Preservación y Conservación del Patrimonio, fue consultado sobre la arquitectura y la historia del Palacio Alvear.

El palacio que sus dueños no llegaron a estrenar y la historia de venganza y celos detrás de la venta a una embajadaVista del Palacio Alvear desde los jardines. Foto Guillermo Rodriguez Adami

Aunque pasaba más tiempo del año en Europa que en Argentina, Don Federico de Alvear no estaba dispuesto a relegar su estándar de vida en su paso por Buenos Aires. Como ocurría entre fines del 1800 y principios del 1900, las familias más ricas del país -generalmente, dueñas de las tierras- encargaban residencias palaciegas para ser habitadas, quizá, algunos pocos meses al año.
Así, Federico de Alvear, junto a su esposa Felisa Ortiz Basualdo Elía, adquirieron un lote sobre la avenida que en aquellos años llevaba justamente el apellido Alvear (recién en 1950 cambia por Avenida Del Libertador). Un lote en esquina, amplio, en una manzana atípica y sin construcciones lindantes.
Sin sobresaltos, el proyecto de la residencia cumplió con los estándares requeridos por las familias de la aristocracia vernácula: de estilo academicista francés, mansarda de pizarra negra, rodeada de jardines y con grandes e importantes salones sociales, jardín de invierno, múltiples habitaciones y gran escalera de honor. Y un detalle que la vivienda aún conserva en su ingreso: dos mascarones con los rostros Federico y Felisa, ubicados en el ingreso.
Sin embargo, Don Federico no habría pasado ni una sola noche en la vivienda, que de todas formas se llamó Palacio Alvear.

El rostro de Federico de Alvear, sobre la puerta principal de ingreso. Foto gentileza
El rostro de Federico de Alvear, sobre la puerta principal de ingreso. Foto gentileza "La Embajada de Italia en Argentina, el libro de los 100 años".

Es que cuando llegó a Buenos Aires para tomar posesión, dicen que quedó desconcertado por la orientación. En vez de "mirar" hacia la avenida, el conjunto "mira" hacia la calle Billinghurst.
La indignación de Federico de Alvear le dejó una oportunidad servida en bandeja a Italia, que en 1924 modificó el status de representación de ese país en Argentina: pasó de Legación, una oficina de representación diplomática, a Embajada. Y necesitaba un edificio acorde para alojar estas nuevas funciones, además de una residencia para el embajador.

Azuki, descansando al sol, en las escalinatas del palacio. Foto Guillermo Rodriguez Adami
Azuki, descansando al sol, en las escalinatas del palacio. Foto Guillermo Rodriguez Adami

Jardín de invierno, al ingreso del palacio. Foto Guillermo Rodriguez Adami
Jardín de invierno, al ingreso del palacio. Foto Guillermo Rodriguez Adami

Justamente para estos 100 años de la representación italiana en Argentina, se publicó "La Embajada de Italia en Buenos Aires, el libro de los 100 años".
A través de la documentación histórica de AySA se sabe que entre 1922 y 1923 se presenta el proyecto y comienza la construcción. En 1926 se solicitaron obras de ampliación de la infraestructura sanitaria, con la casa aún en obra. Ese mismo año el estado italiano autoriza la compra y en 1927 se firma la compra, para la que consigue un descuento: pagó 1.200.000 pesos de la época, 300.000 menos que el precio original solicitado por los Alvear.

Sillon Tatlín, de los diseñadores Mario Cananzi y Roberto Semprini. Detrás, escalera hacia las partes privadas del palacio. Foto Guillermo Rodriguez Adami
Sillon Tatlín, de los diseñadores Mario Cananzi y Roberto Semprini. Detrás, escalera hacia las partes privadas del palacio. Foto Guillermo Rodriguez Adami

Fabrizio Lucentini, embajador desde 2021. Foto Guillermo Rodriguez Adami
Fabrizio Lucentini, embajador desde 2021. Foto Guillermo Rodriguez Adami

En aquellos años era bastante habitual que las familias encargaran "copias" o reproducciones de residencias y palacios europeos. En este caso, Alvear quiso que la suya estuviera inspirada en el Hotel Biron (1732), una obra del arquitecto Jean Aubert. En 1908, el célebre escultor Auguste Rodin lo descubre en estado de abandono y alquila cuatro habitaciones ubicadas en la planta baja. De a poco lo recupera y para 1919 se transforma oficialmente en el Museo Rodin, en donde se expone -hasta estos días- su enorme obra.
"Eran emulaciones, transculturaciones -explica a Clarín el arquitecto e historiador de la arquitectura, Fabio Grementieri, autor además del libro "Grandes residencias de Buenos Aires, la influencia francesa"-. Hay otro ejemplo en la Ciudad que es la residencia del embajador de Brasil, el Palacio Pereda. El matrimonio Pereda - Girado (Celedonio y María Justina) encarga al arquitecto Louis Martin una residencia familiar y le piden que sea similar al Musée Jacquemart-André. Pero no "entraba" en la parcela sobre calle Arroyo al 1000. Entonces lo "achica" y además le cambia el lugar de ingreso".

Oleo de un Sansón victorioso. Copia de época de una obra de Guido Reni (Bolinia 1575-1642), en el despacho del embajador. Foto Guillermo Rodriguez Adami
Oleo de un Sansón victorioso. Copia de época de una obra de Guido Reni (Bolinia 1575-1642), en el despacho del embajador. Foto Guillermo Rodriguez Adami

Vitral del salón comedor. Foto Guillermo Rodriguez Adami
Vitral del salón comedor. Foto Guillermo Rodriguez Adami

También el salón comedor, desde otro ángulo. Foto Guillermo Rodriguez Adami
También el salón comedor, desde otro ángulo. Foto Guillermo Rodriguez Adami

En el caso del Palacio Alvear, Grementieri entiende que la implantación y las "decisiones sobre el diseño estaban más regidas por la adaptación al terreno". En este caso la parcela tiene su lado más extenso sobre calle Billinghurst. Así se da por hecho que quien estuvo al frente de la obra -cuyo nombre, durante mucho tiempo, estuvo "perdido"-, probablemente termina decidiendo que el ingreso mire hacia Billinghurst y no hacia la ex Avenida Alvear porque esto hubiera limitado el desarrollo del frente.
El año pasado la fachada del edificio fue puesta en obra, con una restauración cuya curaduría fue realizada por José Ignacio Barassi (el Palacio es Monumento Histórico Nacional desde 2018). En esos trabajos redescubrieron la firma de un constructor, Angelo Rabuffetti, que en trabajos anteriores había quedado tapada.
En este sentido, toda una curiosidad, porque los Alvear - Ortiz Basualdo no convocaron a alguno de los tantos arquitectos famosos y clásicos de la época, sino a un constructor, un albañil de la provincia de Varese, que emigró a la Argentina y aquí estableció su empresa constructora.

Una de las esfinges ubicadas junto al ingreso principal del edificio; al fondo, el consulado. Foto Guillermo Rodriguez Adami
Una de las esfinges ubicadas junto al ingreso principal del edificio; al fondo, el consulado. Foto Guillermo Rodriguez Adami

Clarín fue recibido por el embajador, Fabrizio Lucentini, quien ofició de anfitrión para mostrar el interior y el parque del palacio. De hecho aquí vive y trabaja, desde agosto de 2021.
Ya interiorizado con la historia, y avalado por la investigación que se realizó para la publicación del libro, cuenta que la venta del edificio pudo haber sido también una venganza de Felisa, más allá de los problemas de dinero: "Se dice que había deudas y que Felisa impulsó la venta para hacer frente a las deudas contraidas en Francia. Pero también pudieron haber influido temas personales en esta venta de una residencia casi sin uso", cuenta Lucentini.
Luz de Santa Coloma, nieta de Federico y Felisa, aportó parte de la historia familiar. El embajador no lo menciona, pero Santa Coloma sí: aparentemente, en París, Felisa quedó encantada con un Rolls Royce. Cuando intentó averiguar sobre la posibilidad de adquirirlo, le informan que Federico ya lo había comprado. Así, ella queda a la espera de ese regalo, que nunca llega. Porque terminó en manos de una mujer, que no era ella.

El corredor que lleva al salón comedor, a la derecha, el despacho del Embajador. Foto Guillermo Rodriguez Adami
El corredor que lleva al salón comedor, a la derecha, el despacho del Embajador. Foto Guillermo Rodriguez Adami

De hecho Felisa firma sóla la venta de la casa y Federico manda un apoderado. "Felisa se muda con sus hijas a una casa en la calle Ocampo y Federico, indignado, se muda a la finca familiar, a Sans Souci", cuenta Santa Coloma. Después de todo, uno de los palacios más espectaculares de Buenos Aires.
Volviendo a la embajada -en donde Lucentini vive junto a su esposa, sus dos hijos (ahora de regreso en Italia, estudiando) y Azuki, un perrito de raza japonesa-, cuenta que el gran desafío fue que llegara a este aniversario mostrando toda su grandilocuencia. "Durante 2023 se hizo una importante restauración de toda la fachada. En años anteriores se había pintado, con látex, lo que provocaba serios problemas de humedad hacia el interior. Lo que se hizo fue devolverle su fachada original, de simil piedra Paris", explicó. Y se decidió también recuperar los magníficos jardines del palacio, un pulmón verde exuberante.
Como para dar contexto de lo que significó la inmigración en el país, Lucentini cuenta que entre fines del 1800 y 1900 llegaron casi tres millones de italianos. Mucho antes ambos países tenían una relación muy fluida, porque por ejemplo Italia fue el cuarto país del mundo en reconocer la Independencia de Argentina, después de Portugal, Gran Bretaña y Francia, en 1837. Y en 1855 se da el inicio formal de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones.

Artesonado de madera, en el techo del salón comedor. Foto Guillermo Rodriguez Adami
Artesonado de madera, en el techo del salón comedor. Foto Guillermo Rodriguez Adami

Borges y su sangre italiana

Casi siempre que se abordan temas vinculados a la enorme inmigración italiana, aparece una referencia al célebre escritor argentino. También en "La Embajada de Italia en Buenos Aires, el libro de los 100 años".
Se menciona la siguiente frase: "No me puedo considerar argentino, porque no tengo sangre italiana". Con algunas dudas, esta frase se le atribuye a Borges.

Frente al Hotel de lnmigrantes, en Retiro. La foto formó parte de una muestra de la Organización Internacional Italo Latino Americana. Foto Victor Sokolowicz
Frente al Hotel de lnmigrantes, en Retiro. La foto formó parte de una muestra de la Organización Internacional Italo Latino Americana. Foto Victor Sokolowicz

Sin embargo, consultado por Clarín, Daniel Mecca -periodista, escritor y poeta, además de experto en Borges-, confirmó la autoría: "El escritor hace mención a este tema en una charla que dio en la Escuela Freudiana de la Argentina, el 13 de septiembre de 1980. Esta charla se publicó en el tercer tomo del libro "Textos Recobrados 1956 - 1986". Allí indaga -como también lo hace en otros contextos- sobre el ser argentino y la tradición", explica.

Agosto de 1924. El Principe Humberto de Savoya visita Buenos Aires y miles de italianos se congregan en Plaza de Mayo para recibirlo. Foto Archivo General de la Nación
Agosto de 1924. El Principe Humberto de Savoya visita Buenos Aires y miles de italianos se congregan en Plaza de Mayo para recibirlo. Foto Archivo General de la Nación

"A veces he dicho que de algún modo soy un caso raro porque no tengo sangre italiana y todo el mundo la tiene aquí. Seguramente soy un forastero aquí y, sin embargo, me considero argentino a pesar de mi falta de sangre italiana. También se que tengo una gota de sangre guaraní", dijo Borges en la charla, que quedó transcripta en el libro que Mecca compartió.