Retrospectiva de Andrés Di Tella en el Cineclub Municipal: la cámara del conocimiento
Este jueves comienza un ciclo en el que se proyectarán todas las películas documentales de Andrés Di Tella, director del Programa de Cine, en el Cineclub Municipal de Córdoba.
Podría haber sido un político, un académico, un economista o un hombre de la industria. Su apellido exigía un desempeño destacado, porque los Di Tella no han pasado por la historia del siglo XX en Argentina sin dejar huellas.
Hubo automóviles, muchos electrodomésticos, un instituto de cultura, una universidad asociados a ese apellido de origen italiano. Cuando abandone este mundo, Andrés, hoy un cineasta consagrado de 66 años, dejará películas. Son todas buenas, algunas son indelebles.
Lesiones de Historia
Di Tella no quiso abrazar la ficción. Prefirió el documental, y en ese dominio que debe hacerse cargo de lo real tomó el camino más libre: el ensayo. Nacido en 1958, su conciencia juvenil fue moldeada por momentos de la historia argentina en los que las pasiones políticas y las transformaciones culturales delineaban la experiencia del mundo.
Desde que empezó a filmar, Di Tella fue un buen compilador de los signos que escriben la Historia y el presente. Prohibido (1997) y Montoneros, una historia (1998) recogieron el testimonio de los sobrevivientes del terror de una dictadura sangrienta.
La palabra elegida para desanudar la madeja del horror no desdeñaba la complejidad y la contradicción. Quien como cineasta quiere ir en busca de la verdad sabe muy bien que la condición necesaria radica en filmar sabiendo que lo que la realidad devuelve no es siempre lo que se espera.
La novela familiar
Las primeras películas de Di Tella parecían indicar la centralidad de lo político en su interés, inquietud presente en casi todas las películas posteriores, pero no siempre en un primer plano.
Con La televisión y yo (2003), ya se siente seguro de poder trabajar con imágenes sobre su propia historia, que es ineludible de la historia de su propio país. Con este hermoso retrato de su padre (el sociólogo y político Torcuato Di Tella) y la primera televisión argentina, se pone en movimiento una especie de psicoanálisis cinematográfico con el que Di Tella escenifica tenuemente la famosa novela familiar freudiana para dar paso a otra dimensión de esa historia en clave cultural.
Los Di Tella cifran un siglo de historia argentina. Trabajar sobre el pasado propio es también observar la articulación precisa entre un apellido y una nación. Pero no todo se circunscribe al padre.
La madre de Di Tella nació en la tierra de los Upanishads. El encuentro de su padre y su madre en Ficción privada (2019) es hermoso y universal, porque la relación entre Kamala y Torcuato sintetizaba una discreta utopía internacionalista, una política del afecto en la que se desdibujaban los contornos de la identidad gracias a un montaje de las diferencias en el que se deja atrás la fijación por la pureza del origen y se abraza enteramente un mestizaje multilingüístico. Esta película delicada es la síntesis de La televisión y yo y Fotografías, donde Di Tella indaga sobre la historia de su madre.
Los retratos
A Di Tella le gusta filmar a los camaradas de lo sensible. Para quien no está al tanto de la tradición experimental del cine argentino, Hachazos da a conocer la obra de Claudio Caldini, un genio al margen de toda institución que prefiere concentrarse en sus películas de margaritas y otras maravillas minúsculas del cosmos, films libres en los que se restituye la conciencia de la percepción.
En su haber, Di Tella tiene películas sobre músicos, escritores, artistas. 327 cuadernos es un encuentro con Ricardo Piglia, un poco antes de que el escritor empezará a desmejorarse hasta morir debido a una enfermedad degenerativa. Cuando la película se filmó, Los diarios de Emilio Renzi todavía no habían llegado a las librerías. Inesperadamente, la película tiene algo de making off de los libros.
La última película de Di Tella es la incomparable Mixtape La Pampa, compendio de todo lo que ha intentado hacer el cineasta al día de la fecha. La figura protagónica del escritor Guillermo Enrique Hudson es apenas un indicio de todo lo que se puede aprender en esta película inagotable por la que se obtienen pruebas de la magnanimidad del arte cinematográfico.
En Mixtape La Pampa la historia del siglo XIX es la nuestra, la muerte de un desconocido ahora devenido en fantasma se transforma en una pérdida compartida y el estudio del canto de los pájaros reaviva una perspectiva que suele perderse por distracción y exceso de cólera.
El mundo nunca ha dejado de ser un lugar encantado, por más que a veces proliferen y anden por ahí pavoneándose y vociferando los siniestros artífices de la destrucción.