Templar el cuerpo, moldear el carácter
El portal Seúl publicó una reseña de "El rugby. Historia, rituales y controversias desde sus orígenes hasta hoy", el nuevo libro de Andrés Reggiani, director del Departamento de Estudios Históricos y Sociales, y el historiador Alan Costa.
Leo Achilli
Si le preguntamos al público general de nuestro país qué piensa del rugby, probablemente la mayoría responda que es un deporte practicado por varones de clase alta o media alta, de buen tamaño (y uno que otro petiso pendenciero), a los que les gusta pelear en los boliches y ser despectivos en su trato hacia personas de menores recursos o posición social. Algunos observarán también que los rugbiers suelen vivir en su mundo, aislados de los intereses populares. A veces son gente que ni siquiera lee el diario, o, al menos, no la sección de política internacional. Uno se pregunta cómo puede ser que profesionales de clase media alta no tengan la menor idea de lo que pasa en el resto del mundo. La respuesta es simple: sólo les interesa jugar al rugby.
En estos últimos años, los rugbiers fueron noticia por los peores atributos y, en enero de 2020, por la peor de las razones: el asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell. Antes, durante y después, el débil homenaje de los Pumas a Maradona después de su muerte o la aparición de tuits viejos de algunos jugadores del seleccionado nacional parecían confirmar cada uno de estos prejuicios. ¿Por qué los que están ligados al rugby son percibidos así?
El rugby, de Andrés Reggiani y Alan Costa, intenta contestar esta pregunta a partir de una investigación minuciosa. Aunque, como buenos historiadores, usan el término “problemático” más de lo que un libro orientado al público general debería, es entretenido y está colmado de anécdotas e información que todo interesado en este deporte disfrutará.
El libro es un esfuerzo extraordinario por armar un relato ordenado de la historia del rugby de Buenos Aires. El recorrido comienza con su nacimiento en las public schools inglesas, donde se separa del fútbol creando su mito fundacional: el de un deporte que se juega por el deporte mismo, y no por premios ni honores. Su objetivo era templar el cuerpo y moldear el carácter de los jóvenes, alejarlos de influencias y pasatiempos perniciosos e inculcar virtudes como el liderazgo, el sacrificio y el trabajo en equipo, lo que podríamos llamar una especie de proto-sciolismo anglosajón.
El rugby llegó de la mano de los ingleses a fines del siglo XIX a una Argentina en la que estaba todo por hacerse. Al principio se juega sólo en Buenos Aires, en Córdoba y en Rosario, donde las colectividades británicas eran numerosas, pero en pocas décadas los apellidos italianos y españoles ya copaban las formaciones de los equipos. Durante esta segunda etapa, es común ver a personalidades destacadas de la política asistiendo a los partidos, incluso algún sorpresivo huésped del Salón de los Próceres de la Casa Rosada como Victorino de la Plaza, ancestro de un conocido tuitero.
Esto no es fútbol
A medida que se difunde y se populariza en todo el mundo, acalorados debates se dan alrededor del juego de la guinda. El libro recoge varios, desde el más importante –el dilema entre profesionalizarse o mantener el ideal amateur– hasta el más divertido, que consiste en determinar si es un deporte de derecha o de izquierda. Periodistas y blogueros argumentan de un lado y del otro. Unos creen que es de derecha porque inculca disciplina; otros, que es de izquierda, porque hay puestos para todos, los gordos, los flacos, los petisos y los altos. Los autores reproducen polémicas opiniones al respecto, algunas muy equivocadas, pero que igual le sirven al lector para pensar.
A lo largo de la historia del rugby, es recurrente la dificultad que tiene para mantenerse aislado de las malas prácticas de los otros deportes sin por eso perder vitalidad y volumen de jugadores. “Esto no es fútbol” es el reto que escuchamos en los clubes quienes jugamos al rugby de parte de nuestros entrenadores y dirigentes: en el rugby no se protesta contra los fallos del árbitro, no se insulta al hincha contrario. Si cantábamos canciones ofensivas contra el rival, los mayores nos callaban con reprobación. Nada de escuchen, corran la bola.
Con el tiempo llegó, sin embargo, la inevitable divulgación. Y sí, mantener reservado un juego tan divertido sólo para unos pocos no era fácil. ¿Cómo puede alguien ver a 30 tipos jugar con una pelota que pica para cualquier lado, atropellarse, esquivarse, guadañarse los tobillos con los hombros en medio del barro sin querer participar? Esto se ve bien en la historia –particularmente divertida– de un club de Liniers llamado Beromama, nombre que surge de las primeras sílabas de los apodos de sus fundadores. Muy poco british el nombre, pero muy argentino dedicarle tiempo y cabeza a un detalle con tal de reírse un rato y molestar a sus rivales.
Un tucumano en busca de atención
No sorprende que el peronismo, en su pulsión por copar todos los ámbitos de la vida pública, se haya inmiscuido en el deporte. Sí sorprende, en cambio, que durante su etapa peronista, el rugby no haya sufrido ni estigmatizaciones ni ataques por parte del aparato propagandístico del Gobierno: esta obsesión comenzará recién unas décadas más tarde. En vez de palos en la rueda, el gobierno peronista pone zanahorias: desde importantes sumas de dinero para organizar partidos internacionales hasta su inclusión en los Juegos Nacionales Evita. Aparece en esta etapa un actor de reparto muy pintoresco: Ernesto Guevara, ex jugador y fundador de la revista Tackle, que publicaba crónicas de los partidos, biografías de jugadores, e incluso ficciones que imaginaban al Cid o a Cesare Lombroso como rústicos rugbiers.
Con la caída del peronismo, el abrazo de oso estatal al deporte afloja, y los dirigentes olvidan (o niegan cual San Pedro) el apoyo que el movimiento les había dado. A pesar de –o gracias a– ese Estado ausente, llegaron las que fueron catalogadas entonces como las horas más gloriosas del rugby argentino. En este momento, el libro se detiene en la famosa gira de Los Pumas a Sudáfrica, en la que sus resultados excepcionales se destacan contra el fondo del apartheid en partidos en los que los asistentes negros llegan al punto de hinchar por el equipo argentino. ¿Por qué juegan en tal contexto? Una vez más, la misma verdad: la gran familia del rugby nunca deja de hacer el esfuerzo de mantenerse fuera del mundo. Depende de ellos no dejarse perturbar por temas políticos que obstaculicen su contacto directo con el rugby y su historia. En los años ’60, en Sudáfrica, completan otro capítulo.
No pude evitar decepcionarme después al ver que los autores habían decidido dedicarle otro capítulo a la segunda gira de Los Pumas por Sudáfrica en los ’80, aún más polémica. En ese momento, Argentina formaba parte del boicot internacional contra Sudáfrica, pero Los Pumas jugaron igual, y lo hicieron haciéndose pasar por un seleccionado sudamericano. La mentalidad del rugby: refugiarse en su propia burbuja para nunca dejar de jugar.
Más interesante que repasar otra vez el conflicto geopolítico que significó este hecho para el presidente Alfonsín, me habría parecido interesante leer sobre el extrañísimo suceso de que una provincia relativamente pobre del norte del país, con mucha menos tradición rugbística que cualquier otra, haya logrado popularizar el rugby en casi todas sus capas sociales, convirtiéndolo en el segundo deporte en cantidad de jugadores. Tucumán no se parece a nada, ni a Buenos Aires ni a ninguna otra provincia. Entre los ’80 y los ’90, Tucumán consiguió una hegemonía a nivel nacional: ganó siete de diez campeonatos argentinos y proveyó casi la mitad del equipo titular a los Pumas. Los seleccionados extranjeros querían venir a jugar con ellos. Los partidos se hacían en estadios de fútbol colmados, en un clima caldeado muy distinto al de Buenos Aires. Creo que es un fenómeno muy interesante para estudiar, o, tal vez, soy solamente un tucumano buscando atención. De todas maneras, tarea para historiadores tucumanos.
Llegando al final, historias más conocidas, como los mundiales, la televisación, la profesionalización, el éxodo de jugadores argentinos, y la fantástica iniciativa de Espartanos, el proyecto solidario que consiste en llevar el rugby a las cárceles para inculcar sus famosos valores con resultados poco menos que extraordinarios.
El libro funciona muy bien para los que aman el rugby y los clubes, los invita a reconocerse en costumbres y tradiciones, y a entender cómo se fueron forjando y por qué. Y también para aquellos a los que ese mundo le resulta antipático, extraño, ajeno, para los que no entienden cómo puede un mismo deporte convertir a chicos educados en seres aberrantes a la vez que logra que los reclusos del programa Espartanos tengan una tasa de reincidencia del 5%, contra el 65% de sus compañeros no rugbiers.
El rugby facilita que se armen enormes grupos de varones jóvenes y con mucha confianza tanto entre sí como en su propia fuerza física. El rugby atenúa la pulsión violenta que los grupos grandes de hombres tienen per se, ese deseo de poner a prueba sus cuerpos y pelear. A juzgar por los resultados de Espartanos, quizás los tan mentados valores del rugby sí tengan, después de todo, un impacto positivo en quienes lo practican, aunque esto pueda para algunos ser un shock.
Link: https://seul.ar/historia-del-rugby-argentina/