24/09/23
"El más exigente de mis lectores es mi propio cerebro"
Por Andrés Hatum
Andrés Hatum, profesor de MBA y Executive MBA, entrevistó a la escritora Agustina Bazterrica.
Nos encontramos en Belgrano R, zona de mansiones, a tomar el té. Agustina Bazterrica se convirtió en la sensación de los últimos años en la literatura argentina cuando su libro Cadáver Exquisito (Alfaguara) ganó el premio Clarín Novela y terminó siendo publicado en 25 idiomas. Se trata de una fábula sobre la crueldad entre los seres humanos. A causa de un virus mortal que afecta a los animales y contagia a los seres humanos, el mundo se ha convertido en un lugar gris, escéptico e inhóspito, y la sociedad se divide entre aquellos que comen y aquellos que son comidos.
Este año, la autora publicó Las indignas (Alfaguara), otra realidad distópica que asombra y atormenta. Se trata de una distopía perturbadora, en la que resplandece la naturaleza oscura de una falsa divinidad, un dios abusivo, pero también la forma subrepticia, aunque poderosa, de la amistad.
Bazterrica nació en cuna de oro y rodeada de cultura, como ella misma define. “Vengo de una abuela materna que fue una de las primeras mujeres que estudió Economía en la UBA, una enorme lectora. Cuando era adolescente hablaba con ella de libros y leía. Ella tomaba champagne y yo té. Mi mamá es socióloga, muy grosa [Mercedes Jones]; es una de las impulsoras de la campaña Stop Edadismo y el movimiento Viva La Longevidad. Se especializó en ONGs, redes y vejez. Es una de las personas más lúcidas que conozco. Mis hermanos son grandes lectores en su rubro. Mi hermano Juan Cruz es director creativo en una agencia de publicidad. Mi hermana Pilar estudió administración de empresas, es muy exitosa y vive en Brasil, y Gonzalo es chef. Mi bisabuelo fundó la clínica Bazterrica. Tenían una mega biblioteca y me crié con bibliotecas de piso a techo. Mi madre dice que soy una truculenta, pero con ella tenemos un vínculo alucinante, ella me pasa todos sus textos, como lo que está investigando ahora de la vejez. A veces le paso mis artículos y textos y nos corregimos mutuamente”,
-Estás contando una infancia ideal, rodeada de libros y sin problemas.
-Crecí en una mansión a unas cuadras de acá...una cuna de oro que se acabó en su momento y eso me obligó a buscar trabajo y salir de esa burbuja de privilegios. Cuando terminé el colegio empecé a trabajar como guía bilingüe en el Colón y amé la ópera. Eso me llevó a estudiar en el conservatorio nacional, sí, ¡quería cantar y cantaba! (se ríe). Ahí conocí a un compañero que me presentó la obra de Liliana Díaz Mindurry [Premio Planeta1998por su libro Pequeña música nocturna]. Liliana es mi maestra hace más de treinta años, y la persona con quien trabajo todos mis libros.
-¿Cuándo aparece el impulso de escribir?
-Antes de conocer a Liliana escribía poemas en un diario, eran muy malos los poemas, horribles, pero el impulso de escribir estaba. Yo escribía antes de saber que era una escritora. En el colegio siempre me ponían en la cartelera las cosas que escribía, algo había. La escritura fue un pulmotor. Para mí es mi supervivencia, si no escribo o no leo me enfermo. Literalmente hablando. Un día Liliana me agarró en el palier de su casa y me dijo: “O te dedicás a escribir o a cantar. Yo te sugiero que escribas, lo hacés muy bien”. Fui a mi profe de canto y le comenté esta disquisición; no me dijo que no dejara canto, por lo que supuse que no era una gran cantante [se ríe].
Agustina está casada con Mariano, que además de ser periodista es fanático del fútbol. “Nuestro primer beso nos lo dimos en la Bombonera y a mí no me interesa el fútbol. Cuando lo conocí le dije que nunca había ido a una cancha y me llevó a la Bombonera y nos dimos el primer beso. fanático. Vivo con Mariano y mis dos gatos Luke Skywalker y Lola Mora”, comenta.
-En ese momento de definiciones de carrera, ¿por qué no decidiste estudiar Letras?
-No estudié letras porque hay un mito urbano que dice que te volvés tan analítico en los textos que coartás tu propia creación. No te das la posibilidad de escribir hasta donde podés escribir. Es un mito porque hay escritores como Gabriela Cabezón Cámara, Martín Kohan o Agustina Caride que estudiaron Letras en la UBA y publican. Yo soy muy visual y estudié Licenciatura en Artes con especialización en plástica en la UBA. Ahí aprendés a analizar imágenes que, en definitiva, cuentan historias o una sensación, un sentimiento o un concepto. Trasladado a otro formato es lo mismo que cine o literatura. El bagaje de imágenes que tengo en la cabeza no lo podría haber conocido de otra manera. Analizar la pintura, la escultura y la plástica en distintos períodos de la humanidad es algo único, fantástico. Es estudiar la historia del cristianismo para estudiar la arquitectura gótica o románica. Entender cómo surgió para comprender para qué sirve cada espacio en esas catedrales. Estudié siempre pensando que iba a escribir ficción. Y me dediqué a eso.
-Llegás a la escritura por otros caminos formativos, lo que sugiere que no es imposible escribir no habiendo estudiado para eso.
-En realidad, creo que toda persona puede escribir y hacer otra actividad que no tiene nada que ver. Liliana Heker estudió física, Claudia Piñeiro es contadora, Guillermo Martínez es matemático. Yo trabajé como secretaria de un estudio de abogados para pagar las cuentas. A veces es mejor porque te enriquecés de otras cosas y no estás obsesionado en escribir el próximo best seller, porque es muy difícil vivir de los libros.
-¿Cómo es el proceso creativo para lograr tus novelas, que ya son éxitos editoriales?
-Es un proceso prolongado porque a mí no me interesa únicamente la historia, sino sobre todo cómo la voy a contar. ¿Por qué? Porque está todo escrito; las historias y temas son limitados. Ya se escribió sobre canibalismo, sectas, distopías. Dicho esto, yo creo que uno como escritor o escritora tiene que intentar encontrar que su propia mirada y lo que va a decir sobre ese tema parezca novedoso, aunque no lo sea, porque todo es una reescritura. Cómo combinar los elementos que tenés para que parezca que es algo nuevo que nunca leíste antes. Entonces, lograr que un libro parezca que nunca lo leíste antes... Bueno, a mí me cuesta mucho tiempo pensarlo, corregirlo, investigarlo, volverlo a corregir y volverlo a investigar.
-En tu literatura se nota un trabajo muy cuidado con el lenguaje. En tu última novela, Las indignas, hay una creación de un mundo con una jerarquía propia y un lenguaje que acompaña. ¿Cómo trabajás estos temas?
-Trabajo minuciosamente con el lenguaje. A mí me importan los textos que tienen textura; los voy hilvanando, por lo cual me importa el sonido de las palabras. Voy a trabajar con una cacofonía para que el lector sienta que dice algo. Quiero que el lector mastique el texto. En Cadáver Exquisito uso frases cortas, y eso es adrede porque quiero que al lector las frases le peguen en la cabeza. En Las indignas el registro es más poético, frases más largas; quiero que haya belleza en el lenguaje a pesar de que hablo de cosas horrorosas. Y eso lleva a pensar en la obra milimétricamente.
-Tus libros son realidades distópicas tan bien elaboradas que uno se sumerge en esa no realidad. ¿Cómo llegás a esa confección? ¿Qué hay de tu propia vida personal en eso?
-Soy híper obsesiva. Con Cadáver Exquisito, antes de escribir la primera palabra, investigué seis meses. Investigué sobre frigoríficos, canibalismo y derechos de los animales no humanos. Siempre baso mis libros en nuestra realidad.
Viene de la página 15 Que yo sepa no hay frigoríficos que faenen humanos, pero sí no humanos. No nos comemos literalmente a una persona, pero sí de manera simbólica. Con Las indignas, por suerte no vivimos en un mundo arrasado, pero yo me basé en mi colegio de monjas, el Mallinkrodt, donde no me cocieron los ojos literalmente pero sí simbólicamente: había una sola visión, éramos todas mujeres, solo profesoras mujeres, el único hombre era el sacerdote. Llevo esa experiencia al extremo. Los susurros, la crítica, la denuncia, el hecho que no haya unión, la doble moral. Todo eso lo viví ahí, en el colegio. Mi madre, que fue a un colegio de monjas jesuitas, la pasó espectacular, yo no. Pero el haber ido a ese colegio me fue moldeando como escritora. Me sentí desplazada, quería cuestionar todo y no podía hacerlo. En cuanto me recibí me puse a cuestionar a través de la palabra, de la escritura. A querer salirme de ese corsé en el que querían que estuviéramos: mujer sumisa, que tiene que responder a los mandatos de patriarcado.
-En este sentido, ¿las distopías y lo siniestro en tu obra son una forma de interpelar a la sociedad?
-Sí, creo que reflexiono sobre aspectos de la sociedad. Me concentro en la violencia y la oscuridad, aunque creo que hay aspectos luminosos, gente que se dedica a ayudar a otra todos los días de su vida. Pero con Cadáver exquisito, por ejemplo, trabajo con el hecho de que somos hijas e hijos del capitalismo salvaje, que nos interpela a todos, y que el único resquicio que veo es el de ser solidarios con nuestros semejantes y con todos los seres del planeta. El lugar de soberbia en el que nos ubicamos como especie con respecto a otras nos habilita a animalizar, violentar y matar, también, a los nuestros. Es un círculo de violencia que nunca termina. Con Las indignas me pregunto sobre por qué creemos en lo que creemos y también reflexiono sobre el cuerpo de las mujeres, que siempre es objeto de disciplinamiento, torturas, silenciamiento y es violentado incluso por otras mujeres.
-¿Hay situaciones que disparan tu escritura? ¿Estás atenta a tu entorno o el proceso va por otro lado?
-Absolutamente. El cuento “Un sonido rápido, liviano y monstruoso” [publicado en Diecinueve garras y un pájaro oscuro] está basado en algo que le pasó a una excompañera de facultad. Ella era odontóloga pero su verdadera pasión era el arte, por eso estaba estudiando mi carrera. Me contó que un 1° de enero estaba colgando la ropa en el patio de su casa y cayó una prótesis dental. La tomó pensando qué raro, una prótesis siendo que soy dentista. Detrás de la prótesis cayó el dueño, que se suicidó. Si ella no hubiese agarrado la prótesis, el vecino, al caer, la mataba. A partir de eso que me contó empecé a escribir una novela que después se transformó en un cuento y es muy probable que retome la historia para escribir finalmente la novela. Pero también me nutro de mi propia experiencia de vida, del arte, de sensaciones. Leo muchos ensayos y estoy atenta, por ejemplo, a lo maravillosa que es la naturaleza.
-¿Qué autores te inspiran? ¿A quién te encanta leer?
-Leo mucho, vorazmente, pero hay autoras y autores que estudio. Leo y releo sus libros para poder entender cómo hicieron para crear semejante maravilla. Juan José Saer es uno de ellos. Y después Borges, Cortázar, Silvina Ocampo, Sara Gallardo, William Faulker, Clarice Lispector, James Joyce (sí, leí el Ulises en inglés), Virginia Woolf (¡Que belleza la novela Al faro!), Carlos Fuentes (su novela Aura, la leí muchísimas veces), entre otros. También leo poesía y recomiendo a poetas argentinas contemporáneas como Claudia Masín, Elena Annibali y Pamela Terlizzi Prina. Y leo mucha ficción de autoras y autores contemporáneos. Puedo nombrar a Diego Muzzio y su maravilloso libro Las esferas invisibles, por ejemplo. A la mexicana Fernanda Melchor con su Temporada de huracanes que es un libro durísimo por el tema doloroso que trata, pero magnético por lo bien escrito que está; la ecuatoriana Mónica Ojeda con su libro de cuentos Las voladoras, bellísimo y cruel; María Fernanda Ampuero, también ecuatoriana, con su libro potentísimo Pelea de gallos, y muchas otras. También están las argentinas Samanta Schweblin, que llevó la extrañeza y lo siniestro a otro nivel, y la reina indiscutida de la literatura de terror argentina: Mariana Enriquez.
-¿Te interesa la opinión del lector? ¿Escribís pensando en quien te lee?
-Me interesa la comunión con el lector después de publicado el libro. Me fascinan las distintas lecturas, conexiones que no pensé, detalles que encuentran los lectores que surgieron de una escritura intuitiva y que no pensé racionalmente. Pero a la hora de escribir, no pienso en los lectores. Me lanzo visceralmente, no me pregunto si lo que escribo les gustará, sino si funciona, si es verosímil, si el narrador y el registro elegido es el mejor para contar esa historia. Tengo un lector en mi cerebro que es el más exigente de los lectores, un tirano.
-Ser escritor en el país no es fácil y la carrera es ardua. ¿Cómo fue tu crecimiento profesional?
-Antes de Cadáver Exquisito había ganado más de treinta premios, pero que no tenían visibilidad. Ojo, gané el Premio Municipal, que te da una renta de por vida con un libro de cuentos inéditos que se volvió a editar como Diecinueve garrasy un pájaro oscuro (Alfaguara, 2020). Entonces apostaba a ganar algún concurso para que me publicaran mi libro y eso no sucedió. Mi primera novela, Matar a la niña, la publiqué en 2013 en Textos Intrusos, una editorial chica. Al ser mi primera novela me dio la posibilidad de dar mis primeras entrevistas, salir del círculo de mis amigos. Después quise una editorial con más visibilidad y mandé mi libro de cuentos a Alción, que me publicó y tuvo más llegada y luego gané el Clarín y fue un tsunami desde 2018 hasta hoy. Hay reediciones, traducciones en 25 idiomas, la novela se da en escuelas, universidades, estamos en la octava edición en nuestro país. En España y en Latinoamérica vamos por la décima edición. En Estados Unidos se vendieron 200.000 ejemplares. Este año, en septiembre, publiqué Las indignas. A mí hoy me va bien, pero no es el caso de muchos escritores. Te diría que es una carrera difícil. Muchos escritores viven de los talleres. Está siendo más normal que te paguen las charlas y en las ferias, no siempre sucede, pero es cada vez más común. En principio vivís de eso, no te digo de los libros porque es muy inestable, hay momentos que se vende mucho hay otros que no. Y con la economía inestable es difícil.
-Vos no solo escribís, armás realidades mágicas que interpelan nuestra realidad. ¿Qué reacciones tuvo tu obra en la gente?
-Mirá, hay una historia que me pareció muy hermosa. Una señora me denunció en SADE [Sociedad Argentina de Escritores] porque estaba indignada con el final de Cadáver Exquisito. Fue a la SADE a denunciarme y me lo contó en las redes. Te decía que me pareció muy hermoso porque es a alguien a quien el libro le impactó tanto que no sabía qué hacer con eso y fue a denunciarme. Una profesora me dijo que el padre de un alumno le contó emocionado que el hijo, que tenía problemas de atención, leyó Cadáver Exquisito y fue el único libro que leyó entero. Otra mujer en Estados Unidos me dijo que pasaba por una depresión y que el libro la conectó con la literatura y eso la ayudó un montón. Finalmente, una familia en una feria me dijo que el hijo menor había leído el libro y se lo pasaron en la familia y los cuatro lo comentaron. Hay muchas historias, todas lindas.
-¿Con qué nos vas a sorprender en el futuro?
-Por ahora estoy investigando sobre brujas, pero no sé qué voy a hacer con eso todavía. No me interesa tanto el tema, sino cómo lo voy a encarar y desde qué lugar. A veces necesito las piezas del rompecabezas para decir lo que quiero. Hasta que no consigo las piezas principales no me voy a sentar a escribir. A veces hay novelas e historias que desplazan a otras. Te diría que ahora me estoy divirtiendo con la brujería.
Este año, la autora publicó Las indignas (Alfaguara), otra realidad distópica que asombra y atormenta. Se trata de una distopía perturbadora, en la que resplandece la naturaleza oscura de una falsa divinidad, un dios abusivo, pero también la forma subrepticia, aunque poderosa, de la amistad.
Bazterrica nació en cuna de oro y rodeada de cultura, como ella misma define. “Vengo de una abuela materna que fue una de las primeras mujeres que estudió Economía en la UBA, una enorme lectora. Cuando era adolescente hablaba con ella de libros y leía. Ella tomaba champagne y yo té. Mi mamá es socióloga, muy grosa [Mercedes Jones]; es una de las impulsoras de la campaña Stop Edadismo y el movimiento Viva La Longevidad. Se especializó en ONGs, redes y vejez. Es una de las personas más lúcidas que conozco. Mis hermanos son grandes lectores en su rubro. Mi hermano Juan Cruz es director creativo en una agencia de publicidad. Mi hermana Pilar estudió administración de empresas, es muy exitosa y vive en Brasil, y Gonzalo es chef. Mi bisabuelo fundó la clínica Bazterrica. Tenían una mega biblioteca y me crié con bibliotecas de piso a techo. Mi madre dice que soy una truculenta, pero con ella tenemos un vínculo alucinante, ella me pasa todos sus textos, como lo que está investigando ahora de la vejez. A veces le paso mis artículos y textos y nos corregimos mutuamente”,
-Estás contando una infancia ideal, rodeada de libros y sin problemas.
-Crecí en una mansión a unas cuadras de acá...una cuna de oro que se acabó en su momento y eso me obligó a buscar trabajo y salir de esa burbuja de privilegios. Cuando terminé el colegio empecé a trabajar como guía bilingüe en el Colón y amé la ópera. Eso me llevó a estudiar en el conservatorio nacional, sí, ¡quería cantar y cantaba! (se ríe). Ahí conocí a un compañero que me presentó la obra de Liliana Díaz Mindurry [Premio Planeta1998por su libro Pequeña música nocturna]. Liliana es mi maestra hace más de treinta años, y la persona con quien trabajo todos mis libros.
-¿Cuándo aparece el impulso de escribir?
-Antes de conocer a Liliana escribía poemas en un diario, eran muy malos los poemas, horribles, pero el impulso de escribir estaba. Yo escribía antes de saber que era una escritora. En el colegio siempre me ponían en la cartelera las cosas que escribía, algo había. La escritura fue un pulmotor. Para mí es mi supervivencia, si no escribo o no leo me enfermo. Literalmente hablando. Un día Liliana me agarró en el palier de su casa y me dijo: “O te dedicás a escribir o a cantar. Yo te sugiero que escribas, lo hacés muy bien”. Fui a mi profe de canto y le comenté esta disquisición; no me dijo que no dejara canto, por lo que supuse que no era una gran cantante [se ríe].
Agustina está casada con Mariano, que además de ser periodista es fanático del fútbol. “Nuestro primer beso nos lo dimos en la Bombonera y a mí no me interesa el fútbol. Cuando lo conocí le dije que nunca había ido a una cancha y me llevó a la Bombonera y nos dimos el primer beso. fanático. Vivo con Mariano y mis dos gatos Luke Skywalker y Lola Mora”, comenta.
-En ese momento de definiciones de carrera, ¿por qué no decidiste estudiar Letras?
-No estudié letras porque hay un mito urbano que dice que te volvés tan analítico en los textos que coartás tu propia creación. No te das la posibilidad de escribir hasta donde podés escribir. Es un mito porque hay escritores como Gabriela Cabezón Cámara, Martín Kohan o Agustina Caride que estudiaron Letras en la UBA y publican. Yo soy muy visual y estudié Licenciatura en Artes con especialización en plástica en la UBA. Ahí aprendés a analizar imágenes que, en definitiva, cuentan historias o una sensación, un sentimiento o un concepto. Trasladado a otro formato es lo mismo que cine o literatura. El bagaje de imágenes que tengo en la cabeza no lo podría haber conocido de otra manera. Analizar la pintura, la escultura y la plástica en distintos períodos de la humanidad es algo único, fantástico. Es estudiar la historia del cristianismo para estudiar la arquitectura gótica o románica. Entender cómo surgió para comprender para qué sirve cada espacio en esas catedrales. Estudié siempre pensando que iba a escribir ficción. Y me dediqué a eso.
-Llegás a la escritura por otros caminos formativos, lo que sugiere que no es imposible escribir no habiendo estudiado para eso.
-En realidad, creo que toda persona puede escribir y hacer otra actividad que no tiene nada que ver. Liliana Heker estudió física, Claudia Piñeiro es contadora, Guillermo Martínez es matemático. Yo trabajé como secretaria de un estudio de abogados para pagar las cuentas. A veces es mejor porque te enriquecés de otras cosas y no estás obsesionado en escribir el próximo best seller, porque es muy difícil vivir de los libros.
-¿Cómo es el proceso creativo para lograr tus novelas, que ya son éxitos editoriales?
-Es un proceso prolongado porque a mí no me interesa únicamente la historia, sino sobre todo cómo la voy a contar. ¿Por qué? Porque está todo escrito; las historias y temas son limitados. Ya se escribió sobre canibalismo, sectas, distopías. Dicho esto, yo creo que uno como escritor o escritora tiene que intentar encontrar que su propia mirada y lo que va a decir sobre ese tema parezca novedoso, aunque no lo sea, porque todo es una reescritura. Cómo combinar los elementos que tenés para que parezca que es algo nuevo que nunca leíste antes. Entonces, lograr que un libro parezca que nunca lo leíste antes... Bueno, a mí me cuesta mucho tiempo pensarlo, corregirlo, investigarlo, volverlo a corregir y volverlo a investigar.
-En tu literatura se nota un trabajo muy cuidado con el lenguaje. En tu última novela, Las indignas, hay una creación de un mundo con una jerarquía propia y un lenguaje que acompaña. ¿Cómo trabajás estos temas?
-Trabajo minuciosamente con el lenguaje. A mí me importan los textos que tienen textura; los voy hilvanando, por lo cual me importa el sonido de las palabras. Voy a trabajar con una cacofonía para que el lector sienta que dice algo. Quiero que el lector mastique el texto. En Cadáver Exquisito uso frases cortas, y eso es adrede porque quiero que al lector las frases le peguen en la cabeza. En Las indignas el registro es más poético, frases más largas; quiero que haya belleza en el lenguaje a pesar de que hablo de cosas horrorosas. Y eso lleva a pensar en la obra milimétricamente.
-Tus libros son realidades distópicas tan bien elaboradas que uno se sumerge en esa no realidad. ¿Cómo llegás a esa confección? ¿Qué hay de tu propia vida personal en eso?
-Soy híper obsesiva. Con Cadáver Exquisito, antes de escribir la primera palabra, investigué seis meses. Investigué sobre frigoríficos, canibalismo y derechos de los animales no humanos. Siempre baso mis libros en nuestra realidad.
Viene de la página 15 Que yo sepa no hay frigoríficos que faenen humanos, pero sí no humanos. No nos comemos literalmente a una persona, pero sí de manera simbólica. Con Las indignas, por suerte no vivimos en un mundo arrasado, pero yo me basé en mi colegio de monjas, el Mallinkrodt, donde no me cocieron los ojos literalmente pero sí simbólicamente: había una sola visión, éramos todas mujeres, solo profesoras mujeres, el único hombre era el sacerdote. Llevo esa experiencia al extremo. Los susurros, la crítica, la denuncia, el hecho que no haya unión, la doble moral. Todo eso lo viví ahí, en el colegio. Mi madre, que fue a un colegio de monjas jesuitas, la pasó espectacular, yo no. Pero el haber ido a ese colegio me fue moldeando como escritora. Me sentí desplazada, quería cuestionar todo y no podía hacerlo. En cuanto me recibí me puse a cuestionar a través de la palabra, de la escritura. A querer salirme de ese corsé en el que querían que estuviéramos: mujer sumisa, que tiene que responder a los mandatos de patriarcado.
-En este sentido, ¿las distopías y lo siniestro en tu obra son una forma de interpelar a la sociedad?
-Sí, creo que reflexiono sobre aspectos de la sociedad. Me concentro en la violencia y la oscuridad, aunque creo que hay aspectos luminosos, gente que se dedica a ayudar a otra todos los días de su vida. Pero con Cadáver exquisito, por ejemplo, trabajo con el hecho de que somos hijas e hijos del capitalismo salvaje, que nos interpela a todos, y que el único resquicio que veo es el de ser solidarios con nuestros semejantes y con todos los seres del planeta. El lugar de soberbia en el que nos ubicamos como especie con respecto a otras nos habilita a animalizar, violentar y matar, también, a los nuestros. Es un círculo de violencia que nunca termina. Con Las indignas me pregunto sobre por qué creemos en lo que creemos y también reflexiono sobre el cuerpo de las mujeres, que siempre es objeto de disciplinamiento, torturas, silenciamiento y es violentado incluso por otras mujeres.
-¿Hay situaciones que disparan tu escritura? ¿Estás atenta a tu entorno o el proceso va por otro lado?
-Absolutamente. El cuento “Un sonido rápido, liviano y monstruoso” [publicado en Diecinueve garras y un pájaro oscuro] está basado en algo que le pasó a una excompañera de facultad. Ella era odontóloga pero su verdadera pasión era el arte, por eso estaba estudiando mi carrera. Me contó que un 1° de enero estaba colgando la ropa en el patio de su casa y cayó una prótesis dental. La tomó pensando qué raro, una prótesis siendo que soy dentista. Detrás de la prótesis cayó el dueño, que se suicidó. Si ella no hubiese agarrado la prótesis, el vecino, al caer, la mataba. A partir de eso que me contó empecé a escribir una novela que después se transformó en un cuento y es muy probable que retome la historia para escribir finalmente la novela. Pero también me nutro de mi propia experiencia de vida, del arte, de sensaciones. Leo muchos ensayos y estoy atenta, por ejemplo, a lo maravillosa que es la naturaleza.
-¿Qué autores te inspiran? ¿A quién te encanta leer?
-Leo mucho, vorazmente, pero hay autoras y autores que estudio. Leo y releo sus libros para poder entender cómo hicieron para crear semejante maravilla. Juan José Saer es uno de ellos. Y después Borges, Cortázar, Silvina Ocampo, Sara Gallardo, William Faulker, Clarice Lispector, James Joyce (sí, leí el Ulises en inglés), Virginia Woolf (¡Que belleza la novela Al faro!), Carlos Fuentes (su novela Aura, la leí muchísimas veces), entre otros. También leo poesía y recomiendo a poetas argentinas contemporáneas como Claudia Masín, Elena Annibali y Pamela Terlizzi Prina. Y leo mucha ficción de autoras y autores contemporáneos. Puedo nombrar a Diego Muzzio y su maravilloso libro Las esferas invisibles, por ejemplo. A la mexicana Fernanda Melchor con su Temporada de huracanes que es un libro durísimo por el tema doloroso que trata, pero magnético por lo bien escrito que está; la ecuatoriana Mónica Ojeda con su libro de cuentos Las voladoras, bellísimo y cruel; María Fernanda Ampuero, también ecuatoriana, con su libro potentísimo Pelea de gallos, y muchas otras. También están las argentinas Samanta Schweblin, que llevó la extrañeza y lo siniestro a otro nivel, y la reina indiscutida de la literatura de terror argentina: Mariana Enriquez.
-¿Te interesa la opinión del lector? ¿Escribís pensando en quien te lee?
-Me interesa la comunión con el lector después de publicado el libro. Me fascinan las distintas lecturas, conexiones que no pensé, detalles que encuentran los lectores que surgieron de una escritura intuitiva y que no pensé racionalmente. Pero a la hora de escribir, no pienso en los lectores. Me lanzo visceralmente, no me pregunto si lo que escribo les gustará, sino si funciona, si es verosímil, si el narrador y el registro elegido es el mejor para contar esa historia. Tengo un lector en mi cerebro que es el más exigente de los lectores, un tirano.
-Ser escritor en el país no es fácil y la carrera es ardua. ¿Cómo fue tu crecimiento profesional?
-Antes de Cadáver Exquisito había ganado más de treinta premios, pero que no tenían visibilidad. Ojo, gané el Premio Municipal, que te da una renta de por vida con un libro de cuentos inéditos que se volvió a editar como Diecinueve garrasy un pájaro oscuro (Alfaguara, 2020). Entonces apostaba a ganar algún concurso para que me publicaran mi libro y eso no sucedió. Mi primera novela, Matar a la niña, la publiqué en 2013 en Textos Intrusos, una editorial chica. Al ser mi primera novela me dio la posibilidad de dar mis primeras entrevistas, salir del círculo de mis amigos. Después quise una editorial con más visibilidad y mandé mi libro de cuentos a Alción, que me publicó y tuvo más llegada y luego gané el Clarín y fue un tsunami desde 2018 hasta hoy. Hay reediciones, traducciones en 25 idiomas, la novela se da en escuelas, universidades, estamos en la octava edición en nuestro país. En España y en Latinoamérica vamos por la décima edición. En Estados Unidos se vendieron 200.000 ejemplares. Este año, en septiembre, publiqué Las indignas. A mí hoy me va bien, pero no es el caso de muchos escritores. Te diría que es una carrera difícil. Muchos escritores viven de los talleres. Está siendo más normal que te paguen las charlas y en las ferias, no siempre sucede, pero es cada vez más común. En principio vivís de eso, no te digo de los libros porque es muy inestable, hay momentos que se vende mucho hay otros que no. Y con la economía inestable es difícil.
-Vos no solo escribís, armás realidades mágicas que interpelan nuestra realidad. ¿Qué reacciones tuvo tu obra en la gente?
-Mirá, hay una historia que me pareció muy hermosa. Una señora me denunció en SADE [Sociedad Argentina de Escritores] porque estaba indignada con el final de Cadáver Exquisito. Fue a la SADE a denunciarme y me lo contó en las redes. Te decía que me pareció muy hermoso porque es a alguien a quien el libro le impactó tanto que no sabía qué hacer con eso y fue a denunciarme. Una profesora me dijo que el padre de un alumno le contó emocionado que el hijo, que tenía problemas de atención, leyó Cadáver Exquisito y fue el único libro que leyó entero. Otra mujer en Estados Unidos me dijo que pasaba por una depresión y que el libro la conectó con la literatura y eso la ayudó un montón. Finalmente, una familia en una feria me dijo que el hijo menor había leído el libro y se lo pasaron en la familia y los cuatro lo comentaron. Hay muchas historias, todas lindas.
-¿Con qué nos vas a sorprender en el futuro?
-Por ahora estoy investigando sobre brujas, pero no sé qué voy a hacer con eso todavía. No me interesa tanto el tema, sino cómo lo voy a encarar y desde qué lugar. A veces necesito las piezas del rompecabezas para decir lo que quiero. Hasta que no consigo las piezas principales no me voy a sentar a escribir. A veces hay novelas e historias que desplazan a otras. Te diría que ahora me estoy divirtiendo con la brujería.