Di Tella en los medios
Revista Ñ
22/09/23

Juan Carlos Torre: “El ajuste menemista fue acompañado por los sindicatos”

Juan Carlos Torre, profesor de las maestrías y doctorados en Ciencia Política y en Historia, fue entrevistado a propósito de la reedición de su libro "El gigante invertebrado".


Juan Carlos Torre, en el jardín de su casa. Fotos Emmanuel Fernández.


Mientras todavía se mantienen calientes las cenizas que dejó la publicación de Diario de una temporada en el quinto piso, el sociólogo y profesor emérito de la Torcuato Di Tella, Juan Carlos Torre vuelve al ruedo con la reedición de su clásico El gigante invertebrado. Los sindicatos en el gobierno. Argentina 1973-1976 (Edhasa). Luego de su primera publicación en 1983, y de una reedición en 2004, la obra mantiene plena vigencia para, por un lado, comprender avatares y dilemas del gremialismo peronista bajo los gobiernos de Héctor Cámpora, Raúl Lastiri, Juan Domingo Perón y Estela Martínez de Perón, de los que formaron parte, y, por el otro, para recoger claves que permitan entender otros períodos históricos posteriores.



Juan Carlos Torre, en el jardín de su casa. Fotos Emmanuel Fernández.

Una tarde soleada en una casa silenciosa, a pocas cuadras de la cancha de River hacia un lado y de las vías del Ferrocarril Mitre hacia el otro y un living que antecede a un profundo jardín es el marco de la entrevista de Ñ con Torre.

–¿Por qué decidió reeditar este libro?

–El libro tiene un nuevo prólogo, pero luego de dar vuelta la página sobre los avatares del poder sindical, se ocupa de una experiencia. ¿Cuál? La de los sindicatos participando de la gestión de gobierno. Eso es una experiencia importante de por sí, porque los sindicatos aspiran a ese lugar, por definición, y aquí se los muestra ya en ese lugar, enfrentados al dilema de estar en el gobierno. El paso de un movimiento gremial a ser parte de un gobierno es un paso complicado y trae dilemas a los que los dirigen. Tienen que balancear dos cosas: ser portadores de las aspiraciones sus representados y hacerse cargo de una ecuación más amplia, que es la gestión de un gobierno. Y este libro hace una autopsia bastante detallada de las vicisitudes que pasa una dirigencia sindical cuando se le da la oportunidad histórica de estar en un gobierno. En ese sentido, si se puede extraer algo de este libro, es ver lo que ocurre cuando se da ese paso que está en el horizonte del sindicalismo y finalmente se concreta.



El gigante invertebrado, de Juan Carlos Torre (Edhasa).

–Señala en el libro que la dirigencia gremial, ante la llegada al poder nuevamente de Juan Perón, atraviesa una suerte de resignación, ante el Pacto Social que propone él.

–No sería una resignación… yo la llamaría una adaptación a una circunstancia en donde no son los únicos actores en el juego. El Pacto Social aspira a que los distintos actores lleguen a alguna forma de equilibrio. Ya se habían hecho otras tentativas de buscar un equilibrio de intereses, pero menos robustas, en términos institucionales. Una ocurrió en 1952, bajo el peronismo, donde se interrumpieron las negociaciones salariales por dos años, en el marco de un plan antiinflacionario. Otra experiencia parecida es la que se va a dar durante los años de Juan Carlos Onganía, ante otro plan antiinflacionario, en el que los sindicatos van a ser forzados a abandonar las negociaciones colectivas. En el caso del Pacto Social es la autoridad política la que trata de extraer una colaboración. En cierto modo quizá los sindicatos sí un poco se resignan porque para ellos la vuelta al poder en 1973 era tomarse una revancha por tantas luchas sociales. Pero se encuentran que, cuando quieren flexionar el músculo, aparece una autoridad política que los disciplina. Y se tienen que acomodar. Cito a un gran amigo mío, Santiago Senén González, fallecido el año pasado, que decía sobre época: “Los sindicatos están inquietos”, porque el peronismo en el gobierno les iba a reclamar una lealtad que otros gobiernos no le pedirían.

–Cita una serie de conflictos laborales importantes, entre 1973 y 1976, como los de Terrabusi, Philips, Acindar y Astarsa, entre otros. ¿Cuál cree que fue el más relevante?

–No he hecho una escala del impacto de cada uno, me limité a señalarlos para llamar la atención sobre una novedad: el sindicalismo argentino era de las puertas de la fábrica hacia afuera, y eso se va a quebrar a partir de 1969, cuando ese sindicalismo abrirá una ventana que será la militancia dentro de la empresa. Esa será una novedad, que desde 1974 va a ser sacada de escena. La represión a la oposición sindical, desde el propio gobierno, acompañada por la dirigencia gremial, va a ser formidable. Tal es así que muchos de esos militantes quedarán fuera de escena. La mayoría de los conflictos en realidad giraban alrededor de algún subterfugio para reponer ingresos. Es que los trabajadores en la Argentina en general no se quedan quietos. Inclusive, por fuera de este libro, digamos que lo no trabajadores tampoco se quedan quietos. Y esa es la gran novedad de los últimos tiempos, la movilización del mundo de los desempleados, la gente que quedó en la banquina. El legado del movimiento peronista es el movimiento sindical, que sobrevive como tradición organizativa post 1955; en algunos casos sobrevive en grandes organismos burocráticos pero también sobrevive como una gimnasia para la acción. En las movilizaciones de desempleados vemos excuadros sindicales que ofrecen sus habilidades para poner en marcha una protesta.

–¿Cómo se explica el proceso de ruptura entre el sindicalismo clásico peronista y el gobierno de Estela Martínez de Perón?

–Si nos centramos en el período 1973-1976, y sobre todo luego de muerte de Perón, el poder queda en Isabel y López Rega y en ellos germina el proyecto de desembarazarse de los apoyos tradicionales del peronismo y ganar autonomía. Y una de las maneras de hacerlo era desembarazándose del sindicalismo. El Rodrigazo, en 1975, coloca a los sindicatos contra la pared; si resisten ese ajuste, corren el riesgo de desestabilizar al gobierno, pero si ceden en nombre de la lealtad están condenados a quedar confinados al poder que surja de ahí. Lorenzo Miguel hará opción por la subsistencia de los sindicatos como grupo de presión y le pondrá un freno al Rodrigazo. Y eso fue un factor detonante, entre otros, de la crisis política.

–Aunque excede el periodo del libro, otro momento muy peculiar del sindicalismo peronista fue durante los dos gobiernos de Carlos Menem. ¿Cómo analiza ese período?

–Fue otra experiencia muy importante en la relación entre sindicalismo y peronismo. Es un gobierno peronista, que les crea desafíos nuevos al sindicalismo. Desafíos que los sindicatos resolverán de esta manera: con una suerte de pacto “sotto voce”, van a autorizar la flexibilización de los contratos en el plano individual pero conservarán las obras sociales y la negociación colectiva centralizada. La economía con Menem se mueve, crece, pero con desempleo. Y los sindicatos no hacen nada, porque las pocas huelgas de resistencia, que las hubo, van a ser derrotadas, y en medio de una gran soledad. Recordemos la frase de Menem: “Ramal que para, ramal que cierra”. Ese ajuste de modernización capitalista de alguna manera fue acompañado por los sindicatos. Eso habla de la versatilidad extraordinaria de ese movimiento. Y lo interesante es que ese viraje extraordinario de Menem va recibir un acompañamiento explícito por parte del movimiento de los trabajadores y del aparato peronista.

–En el libro queda claro que la relación entre sindicalismo y peronismo no siempre ha sido armónica.

–Estamos acostumbrados a ver al sindicalismo y al peronismo de la mano uno del otro y no es así. Y con el regreso de la democracia, la dirigencia sindical irá haciendo, poco a poco, mutis por el foro. El peronismo, pese a perder en 1983, será formidable a nivel provincial, tendrá diputados, intendentes y demás, por lo que aparece un sector político que puede caminar con sus propios pies. Antes la columna vertebral eran los sindicatos, que a través de sus arcas proveía de recursos al movimiento. Del 83 para adelante, vemos que el tercio de legisladores que solían tener los sindicatos se va a achicando. Los políticos del peronismo ya tienen otra capacidad para mantenerse.

–En el libro, también se mencionan los asesinatos de algunos dirigentes gremiales significativos, desde Augusto Vandor hasta José Alonso, pasando por Dirk Kloosterman y de José Ignacio Rucci. ¿Cómo analiza esos hechos?

–Vamos a responder la pregunta en dos pasos. Durante mucho tiempo, se habló de la “burocracia sindical”. Que hace referencia a un cuerpo extraño, introducido por la violencia y el fraude, en un cuerpo sano y combativo que son los trabajadores. Esa visión inspiró una serie de asesinatos de dirigentes sindicales. Extirpar esa dirigencia era para que el movimiento pudiese “retomar” su combatividad. Eso fue lo que iluminó esas operaciones de violencia. La expresión “burocracia sindical” me parece discutible. Porque para esa dirigencia sindical se convirtiera en un grupo de presión, tenía que ser capaz de movilizar trabajadores, interrumpir la paz social y ser interlocutores con los otros factores de poder. No eran cuerpos extraños. Habían logrado algún tipo de síntesis entre su visión de las cosas y la que apoyaba un conjunto de los trabajadores. Eso inspiró esa formidable expresión de pragmatismo sindical que fue “golpear para negociar”, que está asociada a la figura de Vandor. El caso de Rucci es distinto. Su asesinato no es un crimen contra la “burocracia sindical”. Fue una jugada en el límite de la audacia, contra Perón. Era avisarle: “¡Estamos acá!”, que la juventud maravillosa cultivada por Perón en el exilio estaba presente y que le advertía, le decía: “Ojo con dejarnos de lado”. Perón igual los dejará de lado y sobrevendrá la ruptura del 1 de mayo de1974. Tal es la audacia de estos jóvenes que le dicen a Perón que ellos son peronistas, no él. Le explican a él qué es el peronismo.