Di Tella en los medios
Clarín
25/05/23

La fecundidad de la traición y de la leyenda

El profesor-investigador asociado en el Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales reflexionó sobre el mensaje de la película "The man who shot Liberty Valance".


Daniel Roldán


John Ford filmó uno de los grandes westerns crepusculares, Un disparo en la noche (The man who shot Liberty Valance), en 1962. Con nostalgia y algo de congoja, esta metáfora melancólica cuenta la transformación de los pueblos del oeste americano en sociedades reguladas por la ley. El film de Ford es un prodigio de narración acerca de ese inextricable e intrincado pasaje. Para contarlo, a Ford le basta una historia simple.

Al regresar a un pequeño pueblo, el senador Ransom Stoddard, abogado, veterano y exitoso político, acepta contar su vida para el periódico local. Hacía muchos años, cuando aún no había ferrocarril, se había instalado en ese pueblo.

El pueblo ya poseía una escuela, un periódico, un alguacil, una cantina, un bar, comercios, es decir, la fisonomía de la civilización moderna. Pero el paraje era asolado por un pistolero, Liberty Valance. Imponía su fuerza en el bar, humillaba a los comensales en la cantina, atacaba al periodista y se regodeaba despreciando la debilidad física del abogado.

Por distintas circunstancias, el abogado se ve obligado a batirse a duelo con el pistolero. Inesperadamente, lo mata. Se destrabó, así, el impulso hacia la prosperidad: las instituciones sociales cumplieron su rol civilizatorio y el abogado comenzó su exitosa carrera política. Hasta aquí una historia banal.

Pero, para sorpresa de los periodistas, el viejo senador decide develar la “verdadera historia”. Él no había matado al pistolero. Había sido Tom Doniphon, un pequeño ganadero que vivía en los aledaños del pueblo quien, aprovechando la escasa luz y escondido en una calle aledaña, había disparado sobre el pistolero en el mismo momento en que lo hacía Stoddard.

Él mismo no se había dado cuenta; solo lo supo porque Doniphon, tiempo después, se lo había confesado para impulsarlo a iniciarse en la política.

Es imperioso, entonces, detenerse en el duelo. La “verdadera historia” pone a los tres personajes frente a frente: el abogado que busca establecerse en el pueblo, urgido por hacer primar la ley; un pequeño comerciante de ganado con un fino sentido de lo justo pero habituado a vivir en el limbo de ambos mundos; finalmente, un pistolero, pura fuerza, que roba y toma la ley por su propia mano.

Si el momento del duelo es esencial es porque es el momento de la traición. El abogado se aviene a usar un arma, aceptando los hábitos del mundo violento; valiéndose de un coraje sin igual, acepta traicionar sus convicciones y resolver el desafío con las armas y no con la ley. Se somete, así, a todo aquello que condena.

El ganadero, acostumbrado a resolver las cuestiones cara a cara, dispara escondido y en la oscuridad, también traicionando el imperativo de resolver de frente los asuntos de vida o muerte. Sin embargo, el pistolero es el único que no traiciona: es siempre lo que es.

Liberty Valance es pura naturaleza, fuerza; es un personaje que proviene del orden natural, pre-social como en la guerra hobbesiana: fuerza sin ley. No hay traición en él. La razón es simple: la naturaleza no puede ser traicionada; solo puede ser igual a sí misma.

La Historia le es, naturalmente, ajena. Es el gesto enigmático de Doniphon lo que hace posible la traición y el desenlace del duelo. Pero al hacerlo, se convierte en el Judas de la historia. Su clarividencia se revela en la lucidez que explica su gesto. Como Judas, traiciona porque ha comprendido que su censurable gesto será el destello que iluminará el mundo nuevo.

Igual que Judas, será seguido por una desdicha insoportable: descubre que su prometida ha sucumbido frente al abogado. Ya no sabremos nada más de él. Solo el retorno de Stoddard al pueblo permite descubrir que ha llevado una vida modesta hasta su muerte; incluso que ha sido enterrado sin sus botas.

El duelo y la traición encierran un aspecto inquietante: el futuro del pueblo dependía de ambos. Ford sugiere que la instauración del reino de la ley (el Bien) no podría haberse abierto paso por sí mismo; que la Historia no basta para que la transformación social se produzca; que esa transformación no puede provenir solo desde dentro, pero, tampoco, solo desde afuera ¿Es porque el Bien es, finalmente, impotente? La traición, entonces, nos conduce a una perturbadora constatación: el mal puede ser fecundo.

No hay cambio posible y sustentable sin que la opinión pública abandone algunas antiguas convicciones. Pero ese reemplazo requiere un salto suplementario.

“Cuando la leyenda se convierte en un hecho, imprima la leyenda”, dice el periodista frente a la verdadera “historia” que Stoddard le narra. Su sorpresa es considerable frente a la certeza con la que el periodista prefiere la memoria frente a la historia, la leyenda frente a la verdad, para difundir en su periódico.

Para el redactor, la memoria obstaculiza el conocimiento de la Historia, pero, es precisamente por eso que ha sido capaz de construir un héroe, impulsar el progreso; y, paradójicamente, desbloquear la historia. Pero, al hacerlo, la memoria congela el tiempo en nombre de un mito. Se yergue, entonces, como una falsa verdad, cuya condición de efectividad es que no sea perturbada en su condición de “hecho” aceptado, o sea, que sea capaz de mantener un sentido fundante.

El film no narra una historia real. Pero, a través de sus alternativas, John Ford nos conduce a abismos que, quizás, podamos integrar a fuerza de lucidez y reflexión o con los cuales, más modestamente, solo podremos convivir.