Di Tella en los medios
La Nación
13/10/22

Cristina y la Historia: el uso intensivo del pasado para profundizar el enfrentamiento

Camila Perochena, profesora de las Licenciaturas en Historia y en Ciencias Sociales, escribió sobre los usos políticos de la historia que realiza Cristina Kirchner.

Cristina Kirchner, de fondo Manuel Belgrano; Eva Duarte y Juan Manuel de Rosas


11 de abril de 2015. VII Cumbre de las Américas. La entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner se dirige a la audiencia: “Yo sé que al presidente Barack Obama -lo acaba de decir- no le gusta mucho la historia o le parece que no es importante, a mí me ayuda a comprender lo que pasa, lo que pasó, por qué pasó y fundamentalmente, a prevenir lo que puede llegar a pasar”. 2 de diciembre de 2019. Tribunales Federales. La recién electa vicepresidenta cierra su declaración ante los jueces: “A mí me absolvió la historia y me va a absolver la historia. Y a ustedes, seguramente, los va a condenar la historia”.

Ambos momentos son una muestra del lugar omnipresente que tiene la historia en la concepción política de Cristina Fernández de Kirchner. A los pocos días de asumir como presidenta, en diciembre de 2007, propuso “la reconstrucción de una nueva historia”. La reescritura de la historia se convirtió, desde ese momento, en la pata fundamental de la llamada “batalla cultural”. De los 1592 discursos emitidos durante sus dos gestiones presidenciales, en el 51% hizo referencia al pasado, reciente o lejano. Además, en esos años se crearon nuevos feriados, se abrieron museos, se produjeron programas televisivos de historia para niños y adultos, se inauguraron nuevos monumentos y se escenificó el pasado en numerosos actos públicos protagonizados por la expresidenta. En la casi totalidad de discursos públicos que dio como vicepresidenta se refirió al pasado. Cristina es la dirigente política que –al menos desde el siglo XX– hizo el uso más intensivo del pasado.

¿Por qué el pasado tiene ese lugar político central? “Gobernar es historiar”, decía Juan Bautista Alberdi respecto a la presidencia de Bartolomé Mitre. Salvando las enormes distancias, CFK –sin aspirar a convertirse en historiadora– sigue al pie de la letra la consigna enunciada por Alberdi. A pesar de su declarada y póstuma rivalidad con la política y la narrativa desplegada por Mitre, la historia le permite a Cristina consolidar una identidad política kirchnerista, legitimar los cursos de acción e intervenir en el lugar que ocuparía en la memoria de los argentinos. La historia, entonces, tiene una potencia política que es explotada por Cristina.

¿Qué nos puede decir el uso del pasado sobre la forma en que el kirchnerismo piensa la política? Penetrar en las miradas que un dirigente tiene sobre la historia es una vía de entrada para analizar sus miradas sobre la política. En el caso de Cristina Fernández de Kirchner, puede distinguirse un uso político del pasado polarizador que está en consonancia con una concepción de la política y su práctica basada en la radicalización del conflicto. La polarización hacia el pasado le permite justificar el presente y proyectar el futuro. En el discurso kirchnerista, la historia es un campo de batalla donde pueden rastrearse las raíces entre un “ellos” y un “nosotros”, entre el “pueblo” y sus enemigos, entre el kirchnerismo y el resto del espectro político.

De esta manera, Cristina divide los 200 años de historia argentina en períodos con los que busca marcar una continuidad frente a otros con los que busca diferenciarse y a los que asocia con sus enemigos políticos. Los períodos que suele reivindicar son la década revolucionaria de 1810, el rosismo, el peronismo y la militancia juvenil de los años setenta. De esos momentos históricos se deriva el panteón de héroes del kirchnerismo: Belgrano y Eva Perón, entre los más nombrados, secundados por Perón, Rosas, Moreno y Dorrego. En esa filiación con el pasado, Cristina presentó a su gobierno como el que venía a cumplir las “promesas inconclusas” de los revolucionarios de mayo. De esta manera, la historia funcionaba para justificar un rumbo hacia el futuro presentado como deseable, pero también como inexorable: el punto de llegada era la inevitable redención del “pueblo”. Una filosofía de la historia para moldear la política.

Ese curso histórico presentado como deseable, requería de momentos negativos asociados a fuerzas e intereses que lo interrumpían. Entre ellos pueden distinguirse, la caída de Rosas en 1852, el período del Centenario, los golpes militares y el neoliberalismo. Los momentos sombríos del pasado funcionaron, en el discurso, como una amenaza siempre latente, como espectros siempre dispuestos a regresar. De esta manera, el pasado queda vinculado a los contradestinatarios del presente: los sectores agroexportadores, los medios de comunicación, el poder judicial y los partidos opositores. En ese uso político el tiempo se aplana: entre el antagonista de ayer y el de hoy parecía no haber distancia.

Ahora bien, durante los gobiernos de CFK, las batallas por la memoria no sólo se transmitían a través de los discursos, sino que se escenificaban en diferentes rituales políticos: los festejos del Bicentenario, las conmemoraciones del Día de la Soberanía Nacional, las celebraciones por el Día de los Derechos Humanos, entre otras. La dimensión simbólica y emocional en el ejercicio del poder y en la conformación de identidades colectivas fue, sin duda, captada y capitalizada por la expresidenta. Así lo expresaba Javier Grosman, el responsable de organizar los festejos y rituales políticos durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner: “había que generar las tres E, un relato épico, ético y estético. Que se pueda construir un mensaje a través de la imagen, a través de lo que la gente ve, las sensaciones, lo que percibe, lo que vive”. El relato cobraba vida en el espacio festivo y ofrecía un gran teatro para escenificar las identificaciones y los distanciamientos con el pasado y el presente, alimentando las “utopías” y “los proyectos” que miraban al futuro.

Es preciso aclarar que el uso político del pasado no es algo exclusivo de la expresidenta. Todos los líderes políticos hacen un uso de la historia en función del presente. Sin embargo, ese uso adopta distintas formas e intensidades según los casos. Los politólogos Michael Bernhard y Jan Kubik, en un estudio sobre las memorias oficiales que surgieron tras la caída de la URSS, distinguen cuatro tipos de “actores memoriales”: “guerreros”, “pluralistas”, “negadores” y “prospectivos”. Los “guerreros memoriales” son aquellos que se consideran portadores de una “verdadera” historia frente a otros actores que cultivarían una visión “falsa” y con los que no es posible negociar. Los “pluralistas memoriales” aceptan la existencia de una diversidad de interpretaciones del pasado y tratan de entablar un diálogo para encontrar los puntos fundamentales de convergencia. Los “negadores memoriales” evitan las políticas de memoria y las batallas por el pasado. Mientras que los “prospectivos memoriales” creen haber resuelto el enigma del pasado y tener la llave para guiar al pueblo hacia el futuro.

Este artículo, es el primero de una serie que busca explorar qué tipos de “actores memoriales” son los dirigentes políticos de la Argentina contemporánea. El caso de Cristina Fernández de Kirchner es el de una “guerrera memorial” que, desde el poder presidencial, optó por un acentuado uso político del pasado que profundizó la estrategia de confrontación. Ese tipo de estrategia memorial generó diferentes respuestas a lo largo del arco político dando lugar a diversas narrativas como las articuladas por Mauricio Macri, Alberto Fernández, Horacio Rodríguez Larreta o el radicalismo. Esos actores memoriales serán analizados en próximos artículos para dar cuenta de cómo la historia se filtra en las disputas por el presente.