Diferencias entre debates y descalificaciones
Rut Diamint, profesora de las Licenciaturas en Estudios Internacionales y en Ciencia Política y Gobierno, escribió sobre el debate acerca de la posición que debe tomar Estados Unidos con Cuba, en una nota junto a la politóloga Laura Tedesco.
El artículo ¿Por qué debería el gobierno estadounidense cambiar su política en Cuba?, publicado el 19 de agosto de 2022 en Open Democracy, generó una amplia polémica en las redes sociales. Es un buen signo. La academia se nutre de debate, ajustes, intercambios y oposiciones. No se presentan dogmas ni verdades absolutas. Se avanza con la cooperación, el diálogo y las críticas de otros. Una verdad Kuhniana en la que desaparecen los paradigmas absolutos.
En Ciencias Sociales se intenta ser objetivo. Es un camino exigente y sinuoso. Se suman datos, entrevistas, lecturas, intercambios y se elabora en base a esos antecedentes. Sin embargo, es difícil escapar a ciertos sesgos. Es común que cuando se escribe un artículo en medios de difusión masiva, se tenga en mente un auditorio concreto. El texto se piensa para terciar ante determinados actores. En relación a este punto, el texto sí tiene un objetivo.
Nosotras, las autoras del artículo, somos argentinas que vivimos muchos años bajo dictaduras militares. Argentina ha tenido el privilegio de impulsar en democracia una agenda de derechos humanos infrecuente en la región y en las transiciones del sur de Europa. El Gobierno democrático de 1983, sin intervención o injerencia externa, enjuició a las cúpulas militares que en sus dictaduras cometieron aberraciones contra sus propios ciudadanos. Gran parte de este proceso se lo debemos al incansable accionar de grupos de la sociedad civil. Una sociedad civil dinámica, controversial y arriesgada.
Fuimos educadas bajo dictaduras militares y la transición a la democracia en 1983. Nuestra mirada sobre Cuba no puede desligarse de nuestras historias de vida y recorridos profesionales. No rehuimos las críticas que tienen nuestras afirmaciones. Sin embargo, queremos dejar asentado que se realizan con mucha honestidad, sobre todo honestidad académica.
Finalmente, nos interesa dejar claro en qué se sustenta nuestro interés por Cuba. Como una porción enorme de los latinoamericanos, en los años 60 y 70 fuimos seducidas por una revolución que tenía el objetivo de construir una sociedad más equitativa. Sin embargo, a partir de las transiciones democráticas de los años 80 —reconociendo los claroscuros de esos procesos—, Cuba se fue pareciendo cada vez más a esas dictaduras militares de los 70.
Nos conocemos desde aquellos años de transición democrática en Argentina. En 2009 comenzamos a trabajar juntas sobre liderazgo democrático en América Latina. Rut Diamint es una reconocida especialista en estudios de seguridad, fuerzas armadas y el control cívico militar. El trabajo sobre liderazgo y su especialización en el rol de los militares en política doméstica nos llevó a estudiar la situación cubana.
Hemos tenido la suerte de realizar seis viajes a Cuba desde 2016 a entrevistar a actores de la sociedad civil. Organizamos ocho talleres de debate con actores de la sociedad civil cubana. Participamos de dos conferencias anuales del Instituto Superior de Relaciones Internacionales en La Habana. Visitamos la 00 Bienal de la Habana. Este privilegio de haber entrevistado en La Habana, Cienfuegos y Santa Clara a entre 80 y 90 cubanos (periodistas opositores y oficialistas, activistas, profesores del ISRI, académicos de Universidades y médicos) y de haber compartido debates, almuerzos y cenas en nuestros seminarios, nos ha permitido aprender mucho sobre la situación cubana actual.
El artículo publicado por Open Democracy argumenta que Cuba ya no tiene la relevancia política e ideológica que tuvo durante la guerra fría ni la que obtuvo con la llegada de Hugo Chávez a Venezuela. Sin embargo, también argumentamos que una transición democrática en Cuba podría tener un impacto tan importante como la revolución del 59. A pesar de que muchas críticas al artículo sostienen que esto es contradictorio, nosotras creemos que el impacto que una transición democrática provocada por un grupo de jóvenes, en su mayoría artistas, que desafían al régimen desde el llano, esto es, sin organizaciones como partidos políticos, ni apoyo político o financiero internacional, podría provocar una ola de redemocratización en la región.
Un segundo argumento es que la política de Joe Biden no ha modificado el status quo que se impuso durante el Gobierno de Donald Trump. Muchas críticas argumentaron que la política de acercamiento de Barack Obama no funcionó. Nosotras creemos que esa política, si hubiera sido continuada, despojaba al régimen de la posibilidad de hacer responsable a Estados Unidos y el embargo de todos sus errores económicos. Quizás, este escenario que planteamos no hubiera sido así. No podemos demostrarlo, pero sí podemos plantearlo como una mirada distinta que no tiene por qué ser enterrada en el olvido.
El artículo analiza el rol de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en la economía a través del conglomerado GAESA. En este punto, presentamos el argumento que la muerte de López-Calleja y la desaparición, más tarde o más temprano, de Raúl Castro, abren escenarios desconocidos. En ese punto, consideramos que uno de los problemas es que los jóvenes activistas no parecen estar preparados para conducir una transición política y económica. Esto no es una ofensa para los jóvenes que han sufrido detenciones, exilios forzados y juicios injustos. La dictadura cubana ha ejercido el poder durante 63 años. No existen partidos políticos, sindicatos, organizaciones no gubernamentales que puedan conducir la transición. En los países latinoamericanos, líderes políticos y sindicales, movimientos de derechos humanos y partidos políticos fueron los actores que negociaron la salida de los militares y democratizaron, no solamente con elecciones libres, sino también con el renacimiento de instituciones democráticas. La dictadura cubana tiene 63 años. Ha arrasado con cualquier vestigio opositor sin miramientos. En Cuba, cuando se caiga el régimen, todo está por hacer.
Respecto de invitar a Cuba a la Cumbre de las Américas, nuestra propuesta está relacionada con abrir puentes de diálogo. Las dictaduras no caen por una decisión de los dictadores. Uno de los canales para derribar la dictadura es el diálogo. En América Latina, las dictaduras negociaron sus partidas con la excepción de Argentina por la derrota en la guerra de las islas Malvinas. En Uruguay pactaron la amnistía, en Chile el dictador propuso el referéndum y en Brasil, los partidos políticos participaban en elecciones locales desde 1974 bajo las leyes de la dictadura. Los procesos de democratización son agridulces. Los demócratas tenemos que aceptar instancias de negociación porque ningún dictador aceptará, sin reparos, terminar como Nicolae Ceausescu.
Por último, nuestra frase de que Cuba no es un Estado fallido provocó muchas críticas. El concepto de Estado fallido es diferente del de Estado débil o ineficiente. En algunos casos el Estado puede estar presente y ausente al mismo tiempo. El Estado débil combina fracasos y éxitos y también legalidad, ilegalidad, legitimidad e ilegitimidad. Para un grupo de jóvenes desempleados que comercian drogas en una favela de Rio de Janeiro, el Estado fracasó en la provisión de educación, salud, vivienda. Sin embargo, ese Estado (y muchas veces de manera ilegal, cometiendo violaciones a los derechos humanos) pone en marcha con éxito leyes que sancionan los delitos. El Estado débil, como el ineficiente, puede combinar éxitos y fracasos en sus funciones.
Si un Estado (un territorio determinado y reconocido por la comunidad internacional) es incapaz de garantizar seguridad física a sus ciudadanos; el funcionamiento de las instituciones públicas a nivel local, regional y nacional, o la administración económica de bienes públicos y privados, entra dentro de la categoría de Estado fallido. Por ejemplo, en la década de los 80 y los 90 Colombia era considerado un Estado fallido por la incapacidad gubernamental de garantizar la seguridad física de sus ciudadanos frente a los carteles de Cali y de Medellín y los distintos grupos guerrilleros.
Teniendo en cuenta esta definición de Estado fallido, nuestro argumento es que Cuba no puede ser considerado de esa manera, ya que el Estado es capaz de garantizar el funcionamiento de la administración pública, salud, educación, vivienda y seguridad. Esta capacidad es cada vez más débil, pero todavía existe. El cubano es un Estado autoritario que ha empobrecido a su población. El Estado cubano es una institución capaz de controlar la vida de los ciudadanos desde su nacimiento hasta su muerte a través de la concentración de poder en instituciones reguladas por un partido único.
Estas diferencias entre académicos, periodistas, artistas y ciudadanos que luchan por terminar con una dictadura deberían ser consideradas como parte de un diálogo fructífero y respetuoso. Los latinoamericanos hemos aprendido que las dictaduras nos dejan muchas marcas. Uno de esos legados autoritarios es la incapacidad de debatir con respeto con aquellos que tienen argumentos diferentes. Nosotras agradecemos el debate que ha provocado este artículo porque creemos que son procesos de aprendizaje compartidos. Los insultos, reproches y descalificaciones los ignoramos.
Link: https://diariodecuba.com/cuba/1663326965_42263.html