13 ceros. El abrumador detalle de nuestros billetes que demuestra el fracaso argentino
Fernando Rocchi, profesor de los posgrados en Historia, fue consultado sobre la primera vez que se instauró la convertibilidad en Argentina.
Carlos Pellegrini nunca podría haber imaginado que su modelo inspiraría más de un siglo después a Domingo Cavallo para lanzar la convertibilidad. Pero la mesiánica solución del ministro menemista a la debacle del austral, que arrastró a Raúl Alfonsín en 1989, terminó en el infierno de 2001 y relanzó un bucle argentino que lleva años repitiéndose. El equipo de Cavallo apunta contra el propio Alfonsín, Eduardo Duhalde y José Ignacio de Mendiguren —quienes consideran a su vez que hicieron una gran contribución histórica— como aceleradores del caos antes que a problemas en el diseño de su creación, el peso. De la misma manera, los radicales señalan al megaministro, a Guido Di Tella y al propio Carlos Menem entre los responsables de la caída del papel alfonsinista. La circularidad en los argumentos se repite como sombra en los tropiezos que les abren la puerta a las crisis argentinas. Alrededor de los billetes se pueden escribir historias que parecen de ciencia ficción, pero arrojan una conclusión abrumadora: en más de 140 años la Argentina nunca llegó a tener dinero confiable por largos períodos, una meta que muchos países lograron hace tiempo y marca la frontera entre el éxito y el fracaso.
2001 La crisis económica condujo a fin de año a la salida de la convertibilidad. Ya se había instaurado el corralito, pero la gestión de Eduardo Duhalde avanzó en la pesificación asimétrica, que estableció una paridad de $1,40 por dólar para los depósitos.
Si un revolucionario de 1810 hubiese decidido ahorrar un dólar en moneda local para su descendencia, el linaje hoy podría comprar US$0,0000000000000023140. Es menos que casi nada. Pero si hubiese conservado el billete norteamericano tendría la posibilidad de cambiarlo hoy mismo por $200 en cualquier “cueva”. En julio de 1933 se necesitaban 370 pesos moneda nacional, que venía del siglo anterior, para pagar 21 días en las Cataratas del Iguazú. Y en 1941, $95 para comprar un ambo veraneante de casimir de pura lana en la refinada tienda Gath&Chaves. En 1969, el dinero con el que antes se podía costear el descanso de ensueño alcanzaba para comprar solo ocho litros de nafta y el ambo más caro de 1941 era el equivalente a dos litros de combustible 28 años después. La plata de toda la Argentina entra en una moneda. Literalmente. La base monetaria de 1982 equivale a un peso en junio de 2020, según el economista Martín Tetaz, ahora candidato a diputado de Juntos por el Cambio. Más hacia el presente, quien en 2018 tenía $2875 podía comprar US$100. Con los mismos pesos hoy se haría de US$14,50 en el mercado paralelo. La Argentina tuvo cinco monedas en su historia. La pérdida de su valor obligó a quitarles ceros. La primera, y la más longeva, fue el peso moneda nacional, que nació en 1881. Duró hasta 1969 y cayó a manos de una inflación acumulada de 50.230%.
Ese número dramático no termina siendo tan malo cuando se lo compara con otros que lo suceden. Pasó con el peso ley 18.188, que le restó dos ceros al anterior, entró en vigor el primer día de 1970 y fue reemplazado por el peso argentino, en 1983. Allí quedaron otros cuatro ceros en el camino. El peso ley (1970-1983) fue víctima de una inflación estimada superior a los 7 millones en 13 años. El evento más destacado de ese período es el Rodrigazo, que ocurrió en 1975. El austral llegó en 1985 y le sacó otros tres ceros a su antecesor. Se desgastó con una inflación superior a cinco millones por ciento. Allí nació el peso —les quitó otros cuatro ceros a los papeles—, la moneda de curso legal hoy en la Argentina. Su paradero es incierto: si bien aún se utiliza, su creador, Domingo Cavallo, cree que murió hace 19 años a manos de Eduardo Duhalde.
Récord
De la mano de los aumentos de precios y las rencillas políticas el país tiene el récord de haber eliminado 13 ceros a lo largo de un camino en el que la plata se fue desvencijando hasta valer muy poco, como le pasa ahora a Alberto Fernández. Los billetes se encogen en la Argentina por la inflación, que les resta poder de compra. Casi todos los economistas asumen que la suba de los precios se debe a que el Estado emite moneda para financiar su déficit. El año pasado, por ejemplo, se arrojaron a la calle unos $42.000 por segundo. Y creen que la solución es darle más independencia al Banco Central, una práctica infrecuente en el país. Los números abruman, pero pueden resultar reveladores. Desde la conformación del primer gobierno patrio hasta la proyección en 2021, la inflación estimada habría sido de 7.471.476.468.059.020.000%. Se lee así: 7,41 trillones por ciento. “Esto implica un deterioro macroeconómico profundo casi sin parámetro a nivel mundial, que explica la fiebre por la compra del dólar. No es un comportamiento maligno de los argentinos, sino una adaptación al entorno que nos toca vivir”, resume el economista Camilo Tiscornia. Otros cálculos indican que si se toma como punto de partida 1810 hasta agosto pasado, acumularía 6,45 trillones por ciento, de acuerdo con las cuentas hechas por un grupo de economistas sobre la base de cifras tomadas de la consultora de Orlando Ferreres, el Banco Mundial, el Indec, el Banco Central de Paraguay, la Reserva Federal de EE.UU., Fred e Investing. Son números imprecisos, ridículos, inmanejables y casi inútiles más que para mostrar el largo camino que lleva la historia económica destruyendo el valor de su moneda y por qué los argentinos suman generaciones huyendo de su papel autóctono.
“Se estaban transformando incluso las economías socialistas. Menem entendió cómo estaba cambiando el mundo y le expliqué el concepto de tener una moneda sana” DOMINGO CAVALLO
En el mismo período, la suba de precios en Estados Unidos fue de 2284,90%. En otros términos: la inflación norteamericana en 211 años apenas superó los dos tercios de la Argentina en 1989, cuando la suba de precios alcanzó el 3079%, el peor año del país en ese rubro. La Argentina está en niveles récord. Un ejemplo: desde 1960 hasta agosto pasado la suba de precios en Paraguay fue de 36.947%, y en EE.UU., de apenas 910%. En el país, en cambio, alcanzó 12.659.844.544.530.900%. Se entiende así por qué George Washington persiste en el billete de un dólar desde 1876, mientras que San Martín saltó de papel en papel en los mismos años, o los motivos que, frente al cepo cambiario, empujan hoy a los misioneros a ahorrar en guaraníes para huir del peso. También el hecho de que solo los más grandes tengan el recuerdo de una moneda relativamente sólida y quienes cuentan con menos de 50 solo hayan tenido la experiencia de un país sobresaltado. Hay una fecha en el calendario que se puede marcar con relativa facilidad para señalar el momento en que las cosas empezaron a empeorar. “Es muy evidente que esto excede a un gobierno. Se pone muy intenso a partir de los años 70”, explica Roberto Cachanosky, quien desde hace tiempo apunta a la debilidad de la moneda como uno de los grandes males de la Argentina. Lo mismo señala Tiscornia: “Es muy elocuente que hasta 1970 nunca había cambiado el signo monetario, y que desde ese momento lo hizo cuatro veces. Hay algo que pasó a partir de allí que hay que tratar de revertir. En este contexto, medidas parciales son insuficientes para el tamaño del problema”. Si bien los economistas apuntan a la inflación como el ancla que impide el desarrollo del país, no parece ser la única tarea pendiente. Un ejemplo se puede encontrar en 2001: ese año los precios bajaron 1,1%, pero el estancamiento de la actividad condujo a la peor crisis de la historia reciente.
La esperanza del Austral
Habían pasado dos años de un gobierno a los tumbos cuando el presidente Raúl Alfonsín convocó una mañana al equipo económico a la quinta de Olivos, en 1985. Fueron el ministro Juan Sourrouille y sus colaboradores Adolfo Canitrot, José Luis Machinea y Mario Brodherson. Alfonsín los recibió junto al publicista David Ratto. Les propuso ponerle austral a la nueva moneda que estaban preparando. Nadie se opuso. Ratto ya tenía éxitos propagandísticos como la marca RA y el saludo alfonsinista con las manos unidas a la altura del hombro izquierdo. El equipo económico nunca terminó de conocer por qué la moneda se llamaría de esa manera, pero se sabe que el espíritu sureño estaba en las ideas del presidente, entre cuyas intenciones frustradas aparece la de trasladar la capital del país a Viedma (Río Negro). El Plan Austral se mantuvo en secreto durante dos meses. En la primera etapa sabían de él cuatro personas y más cerca de la fecha, unas 15. La filtración ocurrió por el trabajo periodístico de Roberto García, de Ámbito Financiero, que obligó a adelantar un día el anuncio.
1985 El gobierno de Raúl Alfonsín decide lanzar un nuevo billete en el marco del Plan Austral. Tuvo éxito muy rápido, pero la algarabía duró sólo nueve meses
El equipo de Sorrouille decidió cambiar los billetes porque consideraba que el plan de estabilización que pondría en marcha sería algo importante. “La idea de construir una nueva moneda era para decir que comenzaba un nuevo mundo. El problema es que cuando uno lo repite muchas veces, pierde efecto”, recordó José Luis Machinea a LA NACION. El debut del Austral fue exitoso. La inflación bajó del 30% al 3% mensual y la economía empezó a crecer tras una corta depresión, pero la gloria duró solo nueve meses. Machinea adjudica el fracaso a errores propios, a la falta de coordinación con el Banco Central y a cierto exitismo temprano que envolvió en un exceso de confianza a la Casa Rosada. Uno de los momentos claves fue cuando Alfonsín se reunió con Sourrouille para plantearle el problema militar. El presidente puso sobre la mesa dos temas: el gobierno mantenía una relación esquiva con las Fuerzas Armadas porque las estaba juzgando y porque les pagaba poco. El primero era un hecho documentado en los estrados y el segundo, en las estadísticas: los uniformados habían pasado de llevarse el 5% al 1% del PBI.
“Es un deterioro macroeconómico profundo que explica la fiebre por la compra del dólar. No es un comportamiento maligno de los argentinos, sino una adaptación al entorno que nos toca vivir” CAMILO TISCORNIA
La alternativa era deteriorar el equilibrio que sostenía la estabilidad económica o convivir con una tensión peligrosa con los militares. “Hay un momento en que solo el presidente sabe cuál es la mejor decisión para el país”, recuerda Machinea. Alfonsín se inclinó por aumentar salarios y abrió una sucesión de demandas que nunca más pudo controlar. La campaña de 1989 enfrentó al radicalismo con Carlos Menem, a quien parte de la historia le endilga haber hecho declaraciones que terminaron de demoler una moneda que ya estaba por el piso. El Peso de Cavallo le puso fin al Austral, carcomido por una inflación del 50.000% mientras duró. Se le sacaron cuatro ceros. Los 10.000 australes pasaron a valer un peso. La moneda del radicalismo fue víctima de la misma operación que había aplicado sobre el peso argentino, al que le rebanó otros tres ceros en 1985. Los 1000 pesos se habían convertido ese año en un austral.
La desconcertante historia del peso
Bartolomé Mitre fue el primero en instaurar una convertibilidad entre la moneda local y el oro, según recuerda el profesor de historia económica Fernando Rocchi (Torcuato Di Tella). Era 1867. El plan trastabilló en el gobierno de Nicolás Avellaneda.
Más tarde, Pellegrini había intentado crear una moneda única para toda la nación que reuniera las fortalezas de otros países. Pensó también en atarla al oro, como era la moda proveniente de Gran Bretaña, pero no tenía suficiente metal. Esa condición se cumplió en el segundo gobierno de Julio Roca, que en 1899 puso en marcha la primera convertibilidad fuerte en la Argentina. El peso moneda nacional (1881-1969) supera el brillo metálico de las monedas: fue el que más duró en la historia argentina.
Cavallo se benefició de los estudios que había hecho Horacio Liendo y recuperó la experiencia de Pellegrini para lanzar el 1 a 1. Le rindió homenaje al prócer en el billete de un peso, que lleva su cara. Esa expresión monetaria, sinónimo de fortaleza por su paridad original con el dólar, hoy no vale nada y el papel con la cara de Pellegrini salió de circulación.
La plata que hoy pasa por las manos de los argentinos nació de charlas en aviones y peleas públicas en los albores del menemismo. Cavallo era el canciller de Menem, un mandatario itinerante por su objetivo de relacionar al país con las potencias. En esas travesías el primero iba convenciendo al segundo de la necesidad de tener una moneda de buena calidad. “Era un momento en que se estaban transformando incluso las economías socialistas. Menem entendió cómo estaba cambiando el mundo y le pude explicar el concepto de tener una moneda sana”, le contó el exministro a LA NACION.
El mensaje de Cavallo germinó en un terreno abonado por la herencia alfonsinista de la hiperinflación y las discusiones entre Roberto Dromi, María Julia Alsogaray, Erman González y el Banco Central, que aportaban a la inestabilidad. Cavallo encerró todos los miedos en el nuevo peso, que se creó en 1992. Incluyó un desaire al propio presidente. Menem le quería poner el federal. Era un bautismo apropiado para quien había llegado a hacer política con la repatriación de los restos de Juan Manuel de Rosas, en 1989, identificado con el federalismo. Cavallo ignoró los gustos de Menem, se inclinó por la opción clásica y le puso peso, nombre tributo a la primera moneda popular global del siglo XVI, que pesaba 22 gramos de plata, algo común en todo el mundo.
El pasado va tras los Kirchner, Macri y Fernández
El peso de Menem y Cavallo convivió con una suba de precios de 18%, una marca que hoy parece inalcanzable, pero el fin de ese modelo condujo a un aumento de 8718% en la inflación hasta la previsión de agosto de 2021. Desde 2003 hasta ahora se corrobora otra regla negativa en ese rubro: el presidente posterior deja las cosas, peor que el anterior. Mauricio Macri quedó desilusionado con los resultados de su gestión. El país no creció, la pobreza aumentó y la inflación terminó por encima del 50%. Los logros de su administración, como la reducción del déficit fiscal, son más complicados de explicar al público masivo. Era difícil sospechar que Alberto Fernández haría ver esos resultados con cierta condescendencia. A la luz del presente quizás adquieren más valor, también, algunas decisiones de Hernán Lacunza, el último ministro de Economía macrista, que fueron polémicas en su momento. El 28 de agosto de 2019, tras las elecciones primarias, Lacunza decidió reperfilar deuda para no emitir una gran cantidad de pesos. Con la demanda de dinero deteriorada, temió que poner más plata en la calle podría aumentar la presión sobre el dólar y terminar el año con una inflación superior al 100%. Lacunza habló con Alberto Fernández. El objetivo era cuidar desde las palabras las reservas del Banco Central. El futuro presidente había dicho que el dólar a $45 estaba muy barato, con lo que daba una información doble: en su gestión sería más caro, por lo que convenía comprar ahora.
1992 Carlos Menem y Domingo Cavallo lanzaron la convertibilidad del peso con el dólar, con lo que le pusieron fin a la hiperinflación que había acechado a Alfonsín, pero también a Menem
La charla de Lacunza con Fernández se repite en la historia reciente del dinero argentino. Ya lo había hecho Alfonsín con Menem en 1989 y Cavallo con Alfonsín, Duhalde, Carlos Ruckauf, José Manuel de la Sota y Adolfo Rodríguez Saá, entre otros, cuando volvió al Ministerio de Economía con Fernando de la Rúa en 2001. Sobre esa evidencia, nadie puede descartar que en los próximos meses la tranquilidad cambiaria del Presidente no descanse en el puño de Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich o el propio Macri, según el resultado de las elecciones. El futuro cambiario es kármico. Alberto Fernández apenas tuvo un respiro el año pasado oxigenado por un contexto falaz. Ocurrió cuando la pandemia trastocó las estadísticas y la inflación cerró en 36,1%, un número insoportable para todo el mundo, pero casi amable en la Argentina. Este año, en cambio, alcanzaría 52% y el próximo arrancaría con un piso de 42%. Mala noticia para el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti: no hay controles de precios en el mundo capaces de aterrizar ese fantasma.
La plata en la vida cotidiana
El desgaste de los billetes lleva a situaciones incómodas en la vida cotidiana. El peso moneda nacional, que había nacido en el siglo XIX, servía para cada vez menos en 1969 y las calculadoras de la época tenían problemas para hacer las cuentas con valores tan altos. Por eso le dio paso al peso ley 18.188. Lo que antes era 100 pasaría a ser uno. Hoy vuelven los problemas con la tecnología, ya que los cajeros automáticos se llenan de billetes con escaso poder cancelatorio. La dificultad de los cajeros se debe también a la extraña relación de los gobiernos kirchneristas con el dinero, algo de lo que no hay registros históricos similares. Miguel Pesce anticipó un problema cuando llegó al Banco Central, en 2019. El directorio de la entidad aprobó la creación de un billete de $5000. La Casa de Moneda compró las tintas, avanzó en el diseño y trajo el papel de Brasil, pero el proyecto se canceló pese a que ya se había gastado plata en él. Nunca hubo una explicación oficial por el tema, pero desde hace tiempo envuelve al entorno de Cristina Kirchner la convicción de que lanzar un billete de mayor denominación reconocería la inflación pasada y convalidaría la futura. Son decisiones caras para la Argentina. El 17 de julio de 2020 el Banco Central le envió una nota a la Casa de Moneda en la que autorizaba la compra de billetes terminados de $1000 a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre de España (FNMT) porque las imprentas argentinas no daban abasto.
“La idea de construir una nueva moneda era para decir que comenzaba un nuevo mundo. El problema es que cuando uno lo repite muchas veces, pierde efecto” JOSÉ LUIS MACHINEA
Los pesos hechos en Europa costaron US$126,32 por millar, un precio récord. Estuvieron entre los más caros del último tiempo, hasta 37% más que otros presupuestos que pasaron el año pasado por el escritorio del Banco Central.
La importación de dinero en un país al que le faltan dólares fue la continuación de un malabar numismático que había inaugurado Cristina Kirchner en su último mandato. Frente al temor de quedarse sin billetes por la negativa a aumentar la denominación, a principios de 2015 el Banco Central le pidió a la Casa de Moneda hacer 200 millones de billetes de Evita en tiempo récord. Era un trabajo imposible que se terminó haciendo afuera. Se le encargó a la empresa alemana Giesecke & Devrient (G&D). Paradoja: aunque ese billete valía muy poco, llegaron partidas de alta calidad de impresión.
Hay otras particularidades menos conocidas en la relación de la vicepresidenta con los billetes. Desde principios de los 90, algunos llevan la firma del presidente de la Cámara de Diputados y otros, del titular del Senado. Serían, ahora, Sergio Massa y Cristina Kirchner. Pero una norma del Banco Central rompió una tradición de principios de los 90 y la eximió de poner su nombre a los papeles. La presunción es que a la vicepresidenta le desagrada la familia con la imagen de animales autóctonos argentinos, una creación de Federico Sturzenegger (primer titular del BCRA en la gestión de Macri) y cuestionada por los conductores del Frente de Todos.
La inflación es de las cosas que mejor envejecen en la Argentina. Pese al paso de los años, sigue intacta, al igual que la preocupación de la sociedad por ella. El último Termómetro Social elaborado por la consultora Opinaia señala que los tres principales problemas de la opinión pública son económicos: inflación, desempleo y pobreza. Pero la suba de precios les gana a todos, incluso a la corrupción y a la inseguridad.