Juan Carlos Torre: "La novedad en la Argentina es la gente que quedó en la banquina"
El profesor del Doctorado y la Maestría en Historia fue entrevistado sobre su nuevo libro, "Diario de una temporada en el quinto piso", que narra su experiencia durante los años de recuperación de la democracia.
Juan Carlos Torre en su casa. Confinado, el estudioso reunió un material único para reconstruir los históricos años de la transición. Foto: German Garcia Adrasti.
Hay manuscritos que se guardan en un cajón a la espera del momento ideal para ver la luz pública; otros aguardan la aparición de piezas clave para completar la historia. A fines de 1983, el sociólogo Juan Carlos Torre, que había vuelto de su experiencia académica en Europa durante la dictadura, planeaba transformar su tesis de doctorado sobre los orígenes del peronismo y del movimiento obrero en un libro. Entonces recibió el llamado de su amigo y colega, el economista Adolfo Canitrot. “Me dijo si quería ir al gobierno (de Raúl Alfonsín), a la Secretaría de Planificación (del ministerio de Economía). Le dije ‘yo no soy economista, Adolfo, qué voy a hacer ahí’. ‘Siempre viene bien tener otra perspectiva’, dijo él y me convenció”. Uno de los académicos más respetados del país iba a probar suerte como intelectual en la estructura del ministerio. Entre fines de 1983 y principios de 1989, Torre estuvo cerca del ministro Juan Vital Sourrouille, y sobre esa experiencia se basa Diario de una temporada en el quinto piso (Edhasa), una dramática bitácora de los peligros permanentes que acechaban a esa democracia recobrada. Durante esos años compartió actividades con el ministro, con Canitrot (entonces secretario de Programación Económica), Mario Brodersohn (secretario de Hacienda) y José Luis Machinea (presidente del Banco Central). Todos tenían el paso común por el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES).
Torre se lamenta y sostiene que “Uno de los problemas que tiene la Argentina es que se acumula poco, en términos de aprendizaje". Foto: Germán García Adrasti
En su casa de Núñez, Torre revisa aquellos años tensos pero interesantes. También se lamenta cuando vuelve al presente: “Uno de los problemas que tiene la Argentina es que se acumula poco, en términos de aprendizaje, y uno tiene la sensación de corsi e ricorsi, de ‘otra vez acá’. Tengo la idea de la Argentina en un pantano. No en la declinación, una fórmula demasiado simple. No se sale del pantano, aunque de tanto en tanto haya espasmódicas salidas”.
Torre escribió un libro único en su especie, una bitácora íntima y política de esos años de peligro inminente, en los que la democracia era el hecho excepcional, que había que fortalecer y volver cotidiano. No solo consiguió retratar momentos cotidianos del ministerio de Economía, también contó de manera exclusiva e inédita como se construía, se destruía y se volvía a erigir el poder en la Argentina de los 80. Torre se inspiró en el hábito anglosajón de escribir un diario, memorias del paso por una instancia gubernamental que los ingleses, primero, y los estadounidenses, luego, dominan con riqueza estilística. De ese aprendizaje surge esta pintura política, social y humana de una experiencia vivida en uno de los lugares más calientes de la era alfonsinista.
El 14 de diciembre de 1987, Torre anota en un cuaderno: “Regresé a casa deprimido ante la perspectiva muy probable de ver a mis amigos destruidos en el corto plazo por la crisis que avanza, inexorable”. Treinta y cuatro años después, en las penumbras del living de su casa, reconstruye ese momento histórico: “Este libro, que es un registro del clima que se vive en el quinto piso, periódicamente tiene frases melancólicas. ‘Nos fuimos deprimidos, nos fuimos desalentados, terminó la jornada de hoy y cada cual volvió a su casa cabizbajo y preocupado’. La sensación de estar luchando contra la adversidad siempre estuvo presente a pesar del esfuerzo y la energía puesta por mis amigos. Yo estaba muy conmovido por todo eso”.
–Y un día empezó a tomar notas, a grabar lo que allí pasaba…
–Comencé a grabar lo que veía, lo que conversaba, lo que me decían. Grababa en mi casa, los fines de semana. Al principio eran tramos muy largos, pero a medida que el clima de la gestión económica se volvía más preocupante, abandoné al grabador. Mi voz se volvía más lúgubre y decidí no escucharme más. Seguí llevando el registro en cuadernos y así, armé un diario. Además hay cartas. Yo me escribía en esos años con una hermana que había tenido que salir de la Argentina con su marido en la dictadura para Venezuela, y también con mi amiga, la socióloga Silvia Sigal, que vivía en París. Ambas las habían guardado y me las dieron hace un tiempo.
–¿Qué esperaban que usted hiciera en la secretaría de Planificación?
–Enseguida, el mismo Sourrouille me hace pedidos explícitos: “Escribite un discurso. O hablame de las claves”. Y otras veces, el pedido consiste en conversar. Yo funcionaba como alguien con quien se podía conversar fuera de protocolo, al no ser del grupo de los economistas. Conmigo se podía salir de la relación formal, sentarse, conjeturar y dar rienda suelta a los sentimientos, a cómo se vivía. El libro y el registro aspiran a trasmitir una sensación, un clima. Mi preocupación estaba en los entretelones de las decisiones, las reacciones, etcétera.
El ministro Juan Sourrouille y el presidente Raúl Alfonsín.
–¿Cuándo conoció al presidente Raúl Alfonsín?
–No recuerdo el momento. Nosotros lo veíamos en grupo, con Sourrouille, el responsable del equipo. Platicábamos, él se sentía muy relajado con nosotros. Podía hablar sin los condicionamientos de las obligaciones partidarias; aprovechaba para dar rienda suelta a sus pensamientos, que no eran del momento, sino sus reflexiones.
–Seguramente a todos los presidentes les gusta conversar con sus allegados, asesores, pero Alfonsín en particular, disfrutaba de esas conversaciones…
–Alfonsín sintonizó en ese momento con gente nueva, que estaba trabajando bien para un Argentina nueva. Tuvo una suerte de dream team en Economía, pero también en derecho, con Carlos Nino; en relaciones internacionales, con Dante Caputo. Eran todos número 1 en cada una de las áreas. Y el grupo Esmeralda, donde estaban mis amigos Juan Carlos Portantiero y Emilio de Ípola, también ahí había una relación.
El intelectual Juan Carlos Portantiero.
–Muchas veces se dijo que De Ípola, Portantiero y usted aportaban ideas con cierta visión socialista. ¿Fue así?
–Ideas socialistas, no. Para entonces la idea de un proyecto socialista a la antigua no la teníamos para nada. Sí teníamos una idea de democracia con una inclinación social. Pensamos la democracia como una experiencia de mejorar las condiciones del conjunto de la población, tratar de incluir mayor bienestar, sensibilidad social. Todo nos hacía pensar que esta oportunidad prometía. Queríamos ver por fin un gobierno que ofreciera a los argentinos una vida democrática y decente.
–A medida que pasa el tiempo empiezan a aparecer diversos adversarios del gobierno. ¿Cómo fue el papel del PJ? ¿Había diálogo o enfrentamiento por el plan económico?
–El peronismo es un archipiélago. Estaban tratando de resolver el problema propio, la pugna de los ortodoxos versus renovadores. Los peronistas más responsables de la época habían sentido el impacto del triunfo de Alfonsín. Y tuvieron, quizá por primera vez, la sensación de que habían perdido, por usar un concepto posterior, la batalla cultural. Comenzaron a rendirse frente a las ideas de Alfonsín, en rigor de verdad, caminaban en la misma dirección. Se hizo el Juicio a las Juntas militares frente a un partido peronista que venía con el proyecto de amnistía. Luego de un primer año y medio de improvisación en materia económica, surgió el plan Austral. Fue significativo que en el equipo económico estuviera Machinea, que venía del equipo de asesores de Ítalo Luder, dirigido por Alberto Soji.
–En su libro aparece mencionado varias veces Antonio Cafiero. ¿Era uno de los nombres más importantes del diálogo?
El presidente Raúl Alfonsín recibe en la Casa Rosada al dirigente peronista Antonio Cafiero en marzo de 1988. Foto: Ricardo Cárcova.
–Cafiero, Eduardo Amadeo, Roberto Lavagna, son gente con la que se conversa todo el tiempo. Había lucha política pero siempre nos movíamos con la sensación de que había una misma sintonía, y ellos a su vez estaban siempre alerta a la próxima jugada del gobierno de Alfonsín. Es impresionante pensar hoy el crédito que le otorgaban.
–La CGT de Saúl Ubaldini va al choque, pero también hubo encuentros.
Saúl Ubaldini y Juan Sourrouille, al fondo, observador, aparece Juan Carlos Torre.
–Él era una persona con la cual había mucha relación. En 1987 Alfonsín nombró como ministro de Trabajo a Carlos Alderete, de Luz y Fuerza. Era un momento de intercambio de flores, era fenomenal. Pero efectivamente, Ubaldini habrá pensado, si me nombran jefe de la CGT y no me dan en la proporción que yo quiero, estoy condenado a la intransigencia. La relación con los sindicatos fue fluida pero pautada por esta oposición. Los ocho paros generales que se hacen ya eran un rito, a tal punto que al final ya casi los hacen a desgano, porque no habían sido para nada eficaces.
–¿Cómo se desarrolla el vínculo con el FMI? Es una constante que cruza nuestros tiempos, una espinosa pugna que nos condiciona siempre…
–Es interesante el lugar que la Argentina tiene en el FMI, un lugar VIP, pero no lo es por el FMI propiamente dicho. El FMI es una agencia de contadores que hacen las mismas cuentas y recomendaciones de siempre. Las decisiones del Fondo no son solo de ellos, son de actores que están por arriba. Para esos actores, la Argentina es un caso de cuidado. En la América Latina de entonces, el país caminaba fuerte, tomando distancia de la pesadilla de los golpes militares. En las negociaciones, siempre se va a llegar a la palabra, hay que sacar el debate del plano técnico para llevarlo al político. Y allí aumentaban las credenciales del gobierno. Muchas veces el gobierno no tenía todos los números correctos. Las consideraciones políticas están de un modo u otro gravitando en la decisión sobre el envío o no de dinero.
Diario de una temporada en el quinto piso. Juan Carlos Torre. Editorial Edhasa.
–El equipo de Sourrouille era mirado con desconfianza y a veces se producían filtraciones importantes de medidas que eran muy cuestionadas, ¿Cómo eran vistos ustedes dentro del partido gobernante?
-Dentro del gobierno, el equipo económico de Sourrouille fue visto por los cuadros radicales tradicionales como un agente externo. No tenía credenciales partidarias. Y las credenciales partidarias en el radicalismo son centrales. Se suele decir que “para ser radical hay que haber sido radical”. Cuando el equipo de Sourrouille lanza el plan Austral, en las propias filas del elenco económico tradicional radical –que venía de los años 60– se lo ve como un disparate total. Y va a haber cortocircuitos. Del Banco Central salieron infidencias, primicias, que complicaron las cosas al inicio. Con el plan Austral funcionando, sabemos que la relación entre el Banco Central y el ministerio de Economía no fue fluida. Deja de ser tensa cuando Sourrouille logra el control del Banco y comienzan a actuar con más armonía.
–El futuro ministro de economía, Juan Carlos Pugliese, los miraba con desconfianza…
–Juan Carlos Pugliese nos decía: “Para ustedes es fácil, porque si las cosas les van mal, se van, pero nosotros tenemos que poner la cara”. La idea del equipo económico como un grupo de extraterrestres que carecía de responsabilidad política era una idea que circulaba, pero afortunadamente se fue atenuando. Es comprensible que un partido que había vivido siempre replegado en sí mismo –excepto Alfonsín– mirara con inquietud el desembarco de un elenco de profesionales sin credenciales partidarias.
El ministro de economía Juan Sourrouille con el banquero estadounidense David Rockefeller quien está acompañado de la empresaria Amalia Fortabat,el 13 de enero de 1986. Foto: Enrique Rosito / DyN.
–¿Y usted cómo veía a Sourrouille: cambió desde el primer día que lo vio hasta el último en el ministerio? Para algunos, era un tecnócrata insensible…
–Decir que Sourrouille era un tecnócrata no me parece para nada una visión adecuada. Era una persona con gran sensibilidad social; lo que pasa es que estaba a cargo de un lugar con poca reputación. Él encarnaba la racionalidad en la gestión de la cosa pública. Eso es estar atento a los grandes equilibrios macroeconómicos, no mirar para otro lado. No era nada frío, nada insensible. Era una persona que podía ordenar una conversación, sacar las conclusiones de un debate: tenía una cabeza hecha para dar racionalidad a una gestión, en medio de restricciones económicas. El conflicto distributivo tradicional se potenciaba porque se había sumado un nuevo contendiente: los acreedores externos. Antes estábamos acostumbrados a la puja entre capital y trabajo, empresarios versus sindicatos, ahora se suman los bancos extranjeros. Caminar por un sendero estrecho requiere mantener la cabeza fría; se está caminando al borde del precipicio todo el tiempo. Hay un episodio divertidísimo que nos relató Sourrouille. Al cabo de una discusión con los dirigentes sindicales, se improvisa un partido de fútbol entre Alfonsín y Ubaldini. ¿Sabe con qué jugaron? Con una pelota de papel, un bollo hecho con las hojas donde se habían volcado los debates.
–¿Cómo vivió el equipo los resultados electorales?
–Se perdieron las elecciones del 87. La idea del equipo era “yo soy creíble porque soy capaz de suscitar confianza, y si el libreto que estoy manejando ha sido condenado por las urnas es muy difícil que yo pueda renovar esa confianza”. La convicción era decirle a Alfonsín “muchas gracias, pero parece que le hacemos más daño quedándonos que yéndonos”. Pero Alfonsín dijo, “los necesito a ustedes al lado mío, ustedes son una seguridad para mí”. Nos quedamos. Pero la ambición se recortó, la aspiración fue otra más modesta, terminar el mandato y entregárselo a otro presidente civil. Lo que se le pide al equipo económico, en lo posible, es que las cosas no se desbarranquen.
–Ya casi al final, con la campaña presidencial como fondo, el candidato radical Eduardo Angeloz pide la renuncia de Sourrouille. ¿Esperaban algo así?
–Había diferencias. El estaba rodeado de un elenco de economistas distintos, más ortodoxos. Y por lo tanto de ahí venían quejas. Está claro que en algún momento Angeloz quiso ganar mayor importancia haciendo una jugada terrible, como fue pedir la cabeza de Sourrouille en público. Una persona con la que tenía trato. Fue un golpe muy fuerte del cual no se podía retroceder.
–Usted mencionó una idea clave: el gobierno de Alfonsín como aprendizaje. ¿Funcionó como tal?
–¿Dejó un legado para el partido radical e hizo del partido radical un partido con una visión más moderna de los problemas? No estoy seguro. Pero siguió siendo un partido democrático y solidario, ¿no? Pero ese componente de novedad de las reformas no sé si tuvo mucha continuidad. Después vino el gobierno de Carlos Menem, que también es un gobierno donde se importa un equipo, como lo hizo Alfonsín. Primero llama a Bunge & Born y después importa al súper experto Domingo Cavallo. Los peronistas van a decir:“Nosotros tuvimos a Cavallo en nuestras propias filas”, no pueden creerlo.
“El peronismo como solución y como problema”
Es clásico de los estudiosos de historia eludir la categorización sobre el presente; Juan Carlos Torre evita los dictámenes sobre la gestión del ministro de Economía, Martín Guzmán. Pero caracteriza un presente de “tensiones familiares, racionalidad en el ministerio de Economía y fantasías extraeconómicas en el resto del elenco gobernante”. Y agrega que más allá de ese ministerio, “otra vez el pantano recobra su inercia y seguimos sin poder mirar adelante. Ocurre que el país es un país, como todos, múltiple. Y hay sectores sintonizados con un mundo que cambia; son los Fórmula 1, pueden reciclarse fácilmente adondequiera que vayan. En paralelo, hay otro sector que mira hacia lo que viene, con temor, pide protección. Y hay un tercer sector que quedó en la banquina. La novedad en la Argentina es la gente que quedó en la banquina”.
Martín Guzmán sometido a examen en la Cámara de Diputados de la Nación, incluso por el oficialismo.
Cuando le recuerdo un art{iculo suyo muy citado “El peronismo como solución y como problema”, y le pregunto si mantiene su vigencia, duda intercalando puntos suspensivos a la charla y desaliento ante las opciones. “El peronismo como solución… Ahora ya no es tan rotunda esa idea. Se logró instalar en el horizonte argentino una fuerza invertebrada, el Pro, del orden del 40%. Ya no es obvio que en los momentos difíciles el peronismo sea una solución -concluye-. Yo dije en un momento, el principal enemigo del peronismo de Carlos Menem no era la oposición… Al peronismo como solución no lo veo con la fuerza del pasado, pero tampoco veo que la creación de un fuerza política, como la que se ha desdibujado desde la última elección, sea una alternativa. El único gobierno que parece que vale la pena tener en cuenta es un gobierno que nunca se intentó en el país”.
-¿Cuál sería?
–Un gobierno de las dos principales fuerzas políticas. No digo enteras. Cualquier fórmula que no tenga estos dos componentes es una pérdida de tiempo. Mejor dicho, me parece volver otra vez da capo, al inicio. Si en un ensayo alguien desafina, el director de orquesta ordena da capo, desde el principio. A cada rato el país tiene un da capo. Si es verdad que los problemas argentinos son tan graves, por qué no buscamos una solución inédita y probamos algo distinto, porque probar lo que ya conocemos es el espectáculo conocido, patético…
–¿Qué experiencias encarnan esa idea?
–La socialdemocracia alemana hizo un acuerdo con la democracia cristiana. Pero claro, la socialdemocracia tuvo que separar el ala izquierda, que creó otro partido. Y a su vez, la democracia cristiana tuvo que poner en barbecho a su ala extrema. Se hizo en Chile con los socialistas y los demócratas cristianos, contra Pinochet. Los uruguayos, el Partido Blanco y el Partido Colorado, se juntaron para enfrentar al Frente Amplio.
–¿Algo faltó en la Alianza, el FREPASO y los radicales?
Juan Carlos Torre, autor de un diario excepcional. Foto: Germán García Adrasti.
–No, porque el FREPASO llevó poco del peronismo. Estoy pensando componentes principales, gobernadores peronistas, por ejemplo, junto con figuras del radicalismo y el PRO. Si no es eso, no me interesa. Y digo, es una frase que me gusta, los que tenemos 80 años, el paisaje hacia delante es patético. Y como no tenemos mucho margen para seguir imaginando un futuro radiante, sería bueno que se inventara algo distinto. Después se va a decir que no funcionó, en todo caso se intentó. Pero todavía seguimos remando en lo que dejó Alfonsín.
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