Presidentes en la tormenta. Juárez Celman, la caída del “títere" que no lo fue
La profesora de las Licenciaturas en Historia y en Ciencias Sociales analizó la figura de Miguel Ángel Juárez Celman, el primer presidente en renunciar a su cargo desde la unificación del país en 1862.
El presidente Miguel Ángel Juárez Celman
Miguel Ángel Juárez Celman fue el primer presidente en renunciar a su cargo desde que el país se unificó en 1862. De origen cordobés, miembro del Partido Autonomista Nacional (PAN), su ascenso fue tan vertiginoso como su caída. En sólo seis años pasó de ser gobernador de Córdoba a ocupar el cargo de senador y luego de presidente de la nación. Cuatro años después renunciaba a la máxima magistratura para no regresar a la arena política.
Juárez asumió el cargo en 1886 con el apoyo del presidente saliente Julio A. Roca que, además, era su concuñado.
Todo hacía creer que Juárez sería un títere de su predecesor y así lo reflejaba la opinión pública de la época. Pero contra todo pronóstico, Juárez se erigió como jefe único del partido y logró que los líderes provinciales respondieran a él y no a Roca. Para ello utilizó los recursos institucionales y económicos que le proporcionaba la presidencia.
En un principio, a Roca le costó aceptar la deslealtad de quien había sido uno de sus principales apoyos. Según la historiadora Paula Alonso, en su fantástico libro Jardines secretos, legitimaciones públicas: “Roca decía sentirse aislado, sin poder ni influencia, impotente mientras veía que quienes antaño estaban con él pasaban al bando opuesto y tampoco encontraba sostén entre quienes no habían cruzado filas”. En una misiva de marzo de 1889, el presidente saliente hacía explícitos sus sentimientos hacia su sucesor: “Se cree muy leal y no se le cae de la boca la palabra lealtad, y pocos hombres he conocido menos leales y falsos”. Tal como sostiene Alonso, el juarismo había empujado a Roca a los márgenes del PAN; sin embargo, la crisis económica lo pondría, nuevamente, en el centro de la escena política. En ese contexto, el estilo de gobierno de Juárez, intransigente y poco inclinado a tejer acuerdos, le impidió pilotear la tormenta que se había desatado en el frente económico y político.
La crisis económica de 1890 fue la “más grave que sufrió la Argentina hasta 2001” según describió el historiador Fernando Rocchi. Se trató además de una crisis inesperada. En la década de 1880 la Argentina parecía ser el país promisorio en el que las exportaciones e inversiones crecieron de forma exponencial, como también el gasto público destinado, principalmente, a la construcción de ferrocarriles. En ese contexto de altas expectativas de futuro, Juárez promulgó la ley de bancos garantidos que le permitía a cada provincia emitir su propia moneda haciendo un depósito en el banco nacional. Todas las provincias, salvo Jujuy, se sumaron a la fiesta monetaria.
se interrumpió la entrada de capital extranjero y el Estado se quedó sin fondos suficientes para pagar los vencimientos de créditos que había tomado. La crisis estalló y trajo consigo devaluación, inflación, caída del 20% del PBI per cápita y cesación de pagos.
Pero la expectativa de un futuro promisorio para la Argentina empezó a cambiar en 1889 y aparecieron las incertidumbres con respecto a un crecimiento que tardaba más de lo esperado. Así fue como se interrumpió la entrada de capital extranjero y el Estado se quedó sin fondos suficientes para pagar los vencimientos de créditos que había tomado. La crisis estalló y trajo consigo devaluación, inflación, caída del 20% del PBI per cápita y cesación de pagos.
Los problemas económicos erosionaron la legitimidad del presidente y desataron la tormenta en el frente político. Ya en 1889 se escuchaban algunas voces opositoras dentro y fuera del PAN. Las disputas internas revelaban el creciente descontento de los hombres que respondían a Roca en las provincias. Por fuera del PAN se empezaron a reunir aquellos que habían sido desplazados del partido hegemónico. Desde 1880, el ejercicio del poder se concentraba en una élite que controlaba el acceso a las candidaturas. Por este motivo surgió la Unión Cívica, que se propuso regenerar la vida política impulsando la participación de la ciudadanía en el espacio público y reclamando el respeto a la constitución y las libertades políticas.
Los cívicos prepararon una revolución en contra del gobierno de Juárez Celman, que estalló el 26 de julio de 1890. El levantamiento armado era presentado como legítimo al pronunciarse contra un gobierno que consideraban despótico. Los enfrentamientos duraron cuatro días. Frente al peligro, Juárez partió a Córdoba y dejó la represión en manos de quienes terminaron contribuyendo a su caída: el ministro de Guerra, Nicolás Levalle, el vicepresidente, Carlos Pellegrini, y el presidente provisional del senado, Julio Argentino Roca. El levantamiento fue derrotado pero el futuro de Juárez estaba sellado.
Roca y Pellegrini operaron desde el Congreso para desplazar a Juárez y pasar a controlar el partido. El presidente hizo un último esfuerzo por sobrevivir en el poder e invitó a miembros de la oposición a conformar un gabinete de coalición. Una propuesta que nadie aceptó.
Una vez sofocada la revolución, la incertidumbre se apoderó de la ciudad de Buenos Aires. Según describió la historiadora Inés Rojkind, el estado de sitio junto a las limitaciones al derecho de reunión y la difusión de noticias llevaron a la propagación de rumores: “se hablaba de grupos de soldados y de bandas de ladrones armados que cometían asaltos en los suburbios, se especulaba con una abrupta subida del oro y comenzaban a oírse también […] rumores de una eventual renuncia del presidente”. Ese rumor se hizo explícito en el Congreso el 30 de julio, cuando el senador Manuel Pizarro expresó en su discurso que “la revolución está vencida pero el gobierno está muerto”. Roca y Pellegrini operaron desde el Congreso para desplazar a Juárez y pasar a controlar el partido. El presidente hizo un último esfuerzo por sobrevivir en el poder e invitó a miembros de la oposición a conformar un gabinete de coalición. Una propuesta que nadie aceptó.
Solo y sin margen de maniobra, el 6 de agosto, Juárez envió su renuncia al Congreso, la cual fue aceptada por amplia mayoría. Miles de personas eufóricas se concentraron en la Plaza de Mayo para celebrar el renunciamiento. Según Rojkind, la prensa opositora convirtió el acontecimiento en un “triunfo moral” de la opinión. Al día siguiente, el vicepresidente Pellegrini asumió la presidencia acompañado por una multitud a la que se le permitió ingresar a la casa de gobierno. Era un gesto que procuraba marcar la “regeneración” que se iniciaba. Por su parte, Juárez, sintiéndose traicionado por su partido, se retiró de la vida pública para nunca más volver.
Historiadora