Di Tella en los medios
Clarín
14/03/17

Cuando se confunde la mística con la ilegalidad y la descoordinación

Por Ezequiel Spector

El profesor de la Escuela de Derecho analiza las "dos caras" de los recitales de rock en Argentina y su vinculación con el respeto a la ley

Transcurrieron 25 años desde que el jurista argentino Carlos Nino publicó su libro “Un país al margen de la ley”. En aquella obra, el autor advirtió sobre uno de los componentes del subdesarrollo argentino: la inobservancia reiterada de las leyes por parte de los ciudadanos y la clase política. Una sociedad que vive en la ilegalidad, decía Nino, paga altos costos. A 25 años, todavía sufrimos estos costos. Y es en los eventos masivos, como partidos de fútbol o recitales, donde estos problemas se reflejan con mayor nitidez.

Quienes alguna vez fuimos habitués de recitales de rock en la Argentina conocemos directamente las dos caras de esta experiencia.

La primera cara es bien representada por la adrenalina de escuchar en vivo las canciones que a uno le ponen la piel de gallina; letras que no siempre son muy claras, pero que solemos interpretar a la luz de nuestra historia personal. No es solamente el hecho musical, sino también todo lo que implica asistir: viajes con seres queridos, comida de paso, y conocer gente con estilos de vida muy diferentes, pero que se identifica con las mismas canciones.

La experiencia comienza antes de que la banda empiece a tocar. Se empieza a vivir cuando uno sale de su casa, sin importar lo que tenga que caminar, o el tiempo en tren o micro que haya que viajar. Los recitales del Indio Solari, y antiguamente de los Redonditos de Ricota, probablemente sean la expresión más potente de esos sentimientos. Tal vez el término “misa” sea acertado, por reflejar la importancia que puede llegar a tener para tanta gente.

Estos eventos tienen, por otra parte, su cara siniestra, que también puede percibirse en otros entornos, como los espectáculos deportivos o las fiestas electrónicas. Falta de agua en los baños; salidas de emergencia clausuradas (o inexistencia de salidas de emergencia); capacidad excedida; comportamiento agresivo por parte de grupos muy minoritarios, pero con gran capacidad de daño; descuido generalizado de los espacios públicos; maltrato por parte del personal; y algunas otras formas de ilegalidad y descoordinación estuvieron y están, en mayor o menor medida, presentes.

La primera cara de este fenómeno es lo que le da magia a esa experiencia. El problema aparece cuando se la confunde con la segunda cara, y se hace un culto de la ilegalidad y la descoordinación, tomándolas como parte de la mística de un espectáculo. Como si la desorganización y la improvisación fueran constitutivas de esos eventos. He visto cómo se inculca esa forma de pensar. Solamente les conviene a quienes se enriquecen por estas falencias

Organizar un evento para tantas personas es complejo en cualquier lugar del mundo. La dificultad es mucho mayor cuando se trata de un país al margen de la ley. La ilegalidad y la descoordinación son características de Argentina. En algún momento, muchos las empezaron a ver como partes fundamentales de ciertas actividades. Fue ahí, tal vez, donde surgió el problema más grave.