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18/03/16

Obama en Cuba. Una mirada desde América Latina

Por Roberto Russell y Juan Gabriel Tokatlian

En estos días en los que Cuba se prepara para recibir la visita del presidente de los Estados Unidos Barack Obama, Catalejo inicia la publicación de una serie de artículos de varios especialistas estadounidenses, cubanos y latinoamericanos en torno a las circunstancias en que esta tiene lugar, así como su significación en el momento actual de la política norteamericana, la realidad interna cubana y el contexto hemisférico.

La visita del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a Cuba no admite una lectura única y simplificada. Este hecho trascendental demanda una mirada amplia y un enfoque múltiple.

En primer lugar, parece marcar el ocaso definitivo de la Guerra fría en esta parte del mundo. Ninguna otra relación bilateral en América desde el estallido de la Revolución cubana, ni ninguna otra después del colapso de la Unión Soviética, tuvo la singularidad de revelar de manera tan nítida la lógica de la Guerra fría en cuanto al vínculo entre las dos superpotencias y los países inscritos en sus zonas de influencia. Tres rasgos fundamentales caracterizaron a esa lógica: el predominio de la diplomacia coercitiva, la noción de soberanía limitada y la obsesión ideológica. Estos rasgos se expresaron en el despliegue de una política centrada en la amenaza y el uso de la fuerza, ya sea de modo abierto o clandestino; el rechazo a que los Estados adoptaran internamente el modelo político y económico de su preferencia; y el manejo de las relaciones exteriores hacia el país periférico fundado en un sistema de creencias que desdeñaba la negociación y dominado por el dogmatismo. La presencia de Obama en Cuba puede interpretarse como el testimonio del cierre del capítulo más largo y costoso de la Guerra fría en el continente.

En segundo lugar, este hito histórico ha sido posible por cambios significativos —políticos, económicos, demográficos, entre otros— en los Estados Unidos y Cuba que han generado las condiciones de posibilidad para un nuevo diálogo. Un gran experto en materia de negociación, I. William Zartman, ha estudiado y comprobado que los espacios y ámbitos para la transacción se abren cuando existe un hurting stalemate; esto es, un estancamiento perjudicial que lleva a los líderes, como ha sido en este caso, a establecer contactos, reanudar conversaciones y asumir compromisos.

En tercer lugar, no se puede ignorar el papel que ha desempeñado América Latina a favor de este cambio auspicioso. En los años 70 y los 80, apenas voces aisladas provenientes de partidos políticos progresistas y de sectores sindicales señalaban que Cuba es una parte indivisible de la familia de naciones americanas, que el bloqueo sufrido es injustificable y que la normalización de los vínculos cubano-estadounidenses resultaba cada vez más imperativa. Desde el advenimiento de las democracias en la región hasta las últimas cumbres americanas, gobiernos de distinto signo dieron más fuerza, alcance y legitimidad a estos señalamientos que pasaron a ser un reclamo ampliamente compartido, uno de los pocos temas capaces de generar un alto consenso político en América Latina. Sin dudas, los Estados Unidos y Cuba se han “sentado a la mesa” de diálogo por motivos e intereses propios, pero Latinoamérica siempre estuvo presente exigiendo que se llegara a este ansiado momento. Si la región hubiera sido impávida frente al caso cubano, posiblemente la Casa Blanca se hubiese demorado más en iniciar el proceso de acercamiento que hoy vivimos.

En cuarto lugar, cabe tener en cuenta el peso que ha ejercido en este proceso la redistribución del poder e influencia globales. Es claro que la proyección y participación de actores extrarregionales se ha intensificado, que se han ampliado las opciones de diversificación de América Latina y que el mundo hoy da más juego a las políticas exteriores de nuestros países. El paso dado en relación con Cuba apunta a mostrar que Washington pretende reasegurar su presencia en la amplia Cuenca del Caribe —su principal perímetro de defensa— y no perder negocios y socios ante el avance de China y de otros países.

Esto último también explica en buena medida que el presidente Obama extienda su viaje a la Argentina luego de su visita a La Habana, aprovechando el reciente cambio de gobierno en el país del Cono Sur, sin duda más afín a su visión del mundo y sus intereses que el saliente. Durante los años del kirchnerismo, en particular durante el segundo mandato presidencial de Cristina Fernández de Kirchner, Argentina fortaleció sus relaciones con China y Rusia al tiempo que mantenía una vinculación de “frialdad distante” con Washington.

 Desde Buenos Aires celebramos la visita de Barack Obama a Cuba esperando que ella sea un hito decisivo en el acercamiento bilateral sobre nuevas bases. Reconocemos que hay todavía importantes obstáculos para seguir avanzando, en especial la resistencia a esta política de acercamiento por parte de ciertos círculos de poder en los Estados Unidos, tal como lo han puesto en evidencia los debates del Partido Republicano en la carrera para obtener la nominación a la Casa Blanca. Al respecto, vale tener en cuenta que el levantamiento del bloqueo ha quedado como un tema pendiente para después de las próximas elecciones norteamericanas.

En resumen, es un hecho muy positivo en un momento en el que la región atraviesa serias dificultades políticas y económicas que probablemente se agudicen. Una gota de aire fresco en un escenario americano y mundial que atravesará en los años venideros fuertes turbulencias.

(*) Profesores de Relaciones Internacionales de la Torcuato Di Tella (Buenos Aires, Argentina)