En los medios

Clarín
2/03/25

La Argentina no tiene política exterior

El profesor de la Licenciatura en Estudios Internacionales realizó un análisis de la política exterior del Gobierno.

Por Juan Gabriel Tokatlian

En un volumen editado, que se publicó en 1985 con el título de The Dynamics of Latin American Foreign Policies, William Hazleton escribió un ensayo sobre lo que considera es “hacer” y “tener” política exterior.

A grandes rasgos: se hace política exterior cuando no se diferencia el interés nacional del interés de una gran potencia, cuando no se dispone de una perspectiva de largo plazo y solo se reacciona frente a lo inmediato, y cuando no existe una guía para incrementar la autonomía relativa del país.

Por el contrario, se tiene política exterior cuando se poseen y defienden intereses nacionales propios, cuando se cuenta con un diagnóstico integral y entrelazado de lo interno y lo externo, y cuando hay un propósito deliberado de aumentar la autonomía internacional.

En quince meses de gestión el gobierno del presidente Javier Milei ha demostrado que hace política exterior y que, en realidad, no tiene una. Votar como lo hace Washington es carecer de una estrategia seria e individual. Evidencia, además, holgazanería. El único trabajo es ver cómo se posiciona la representación estadounidense para emularla, eludiendo toda justificación pública.

En diciembre de 2023, y sin una explicación sustantiva y persuasiva, el gobierno decidió rechazar la invitación de la Argentina a los BRICS. En abril de 2024 se inició el proceso de eventual ingreso a la OTAN en tanto Socio Global, al tiempo que parece no haberse analizado que tal decisión exige unanimidad (es difícil que el Reino Unido vote favorablemente) y que las posiciones del gobierno contra valores que aún defiende Europa (derechos reproductivos, protección sanitaria, cuestiones de género, cambio climático, defensa del multilateralismo) hacen improbable el apoyo de muchos miembros.

En junio del año pasado, y sin una ponderada evaluación geopolítica global, el gobierno sumó a la Argentina –único país de Latinoamérica– al Ukraine Defense Contact Group; hoy paralizado y vetusto. Manifestaciones habituales contra China –a pesar de depender del swap chino y de ser una contra-parte comercial relevante–que no necesariamente fueron exigidas por la Casa Blanca, se usaron para demostrar las credenciales pro-Washington y anti-Beijing en momentos de una acrecentada rivalidad entre las dos grandes potencias; rivalidad especialmente estimulada por la administración de Joe Biden.

Las usuales referencias en distintos discursos del presidente respecto a una relación estrecha e intensa con Estados Unidos y en defensa de Occidente son muy conocidas. No son, sin embargo, originales. No lo han sido en el país y tampoco en Latinoamérica. En 1959, como canciller, quien después fuese presidente de Colombia entre 1978-1982, Julio César Turbay Ayala, decía lo mismo sobre los vínculos colombo-estadounidenses: “Nos movemos en la misma órbita…(y) compartimos…la defensa de la civilización occidental”.

Hace 66 años el énfasis de Bogotá no era el conjunto de Occidente, el foco estaba en Washington respondiendo a lo que en Colombia se conoce como la doctrina del respice polum: mirar al Norte, es decir; secundar prioritariamente a Estados Unidos. La nueva doctrina de política exterior anunciada el año pasado por Milei es semejante a la que de Turbay Ayala.

Pero entre el Estados Unidos, el Occidente y el mundo de hace más de seis décadas y la actualidad estadounidense, occidental y mundial hay un abismo. El anacronismo argentino es inquietante.

La mayor novedad de 2025 va más allá de una relación íntima, casi exclusiva, con Estados Unidos. Desde la asunción de Donald Trump, la Argentina de Milei se dedica solo a hacer únicamente trumpismo. Si Trump retira a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud, la Argentina lo escolta: nadie más tomó esa decisión. Si Washington por segunda vez –el Trump I ya lo había hecho– se retira de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, la Argentina, que no es actualmente miembro de ese Consejo pero que había postulado su candidatura para 2026-29, quizás ahora, como se ha sugerido, la suspenda.

Para no irritar a Washington, y en el marco de la CELAC, la Argentina no facilitó una declaración por consenso en defensa de la soberanía de Panamá ni ante el asunto de las deportaciones masivas iniciadas desde EE.UU. Por supuesto no cuestionó la imposición de aranceles a distintos países, incluidos aquellos de la región y del continente. Tácitamente aceptó los aranceles sobre el acero y el aluminio argentino: ningún mandatario justificó o avaló tal tipo de medidas discriminatorias.

En la reciente cita de la extrema derecha de CPAC en Washington, DC., Milei asumió posturas incomprensibles, solo explicables por su deseo de congraciarse con Trump. Dijo allí que “si no estuviéramos restringidos por el MERCOSUR, la Argentina ya estaría trabajando en un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos”. Gratuitamente, y respecto a un país amigo, se manifestó contra las “aspiraciones discriminatorias” en Sudáfrica, adoptando la línea argumental del Departamento de Estado.

Pero quizás lo más elocuente del mimetismo con Estados Unidos fue la votación de abstención en la Asamblea General de la ONU ante una resolución sobre el retiro de tropas rusas de Ucrania. La Argentina de Milei abandonó la decisión de tener una política exterior y apenas si hace una que es subalterna a la de Trump en medio de una oposición silente y una Cancillería intimidada.

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