Ciencia Política y
Estudios Internacionales
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Otras vías para enfrentar el terrorismo
En una nota que publiqué en Clarín el 22 de noviembre de 2001 sugería que la “guerra contra el terrorismo” lanzada por George W. Bush contra Al Qaeda después de los atentados del 11 de septiembre corría el riesgo de borrar “la distinción entre guerra y paz”. Si la confrontación contra el terrorismo es ilimitada en el tiempo y la geografía, dije en ese momento, la paz se diluye en la constante de la guerra. En breve, creía que podríamos estar ad portas de una guerra perpetua.
La forma que escogió Estados Unidos para enfrentar la amenaza derivada de un conflicto asimétrico—donde el débil tiene la ventaja táctica para escoger el objetivo, el instrumento y el momento de su acto letal—fue “hacer impracticable” el terrorismo. Esta aspiración implicaba el peligro de que el poderoso se tornase como el débil.
Guantánamo; Abu Ghraib; el Patriot Act; las llamadas técnicas acrecentadas de interrogación; el secuestro extraterritorial de personas; las ejecuciones extrajudiciales; los ataques punitivos contra países que no han amenazado o atacado a Estados Unidos; la “guerra de los drones” desplegada sobre varias naciones; entre otros, son parte del arsenal de un modelo bélico permanente. Modelo que, por cierto, se puede sostener temporalmente mediante vastos presupuestos de defensa, recortando libertades internas, militarizando la política exterior y revirtiendo la violencia a su fuente original—en este caso, al mundo musulmán.
En buena parte Estados Unidos logró reducir el impacto del terrorismo sobre su población: desde 2001 han muerto muchos más estadounidenses por año en razón de tornados y relámpagos que por actos terroristas en y fuera del país. Sin embargo, con sus operaciones hizo de Afganistán, Irak y Libia “estados fallidos”; erosionó su legitimidad en Medio Oriente al respaldar a Arabia Saudita, principal financiador del yihadismo sunita, y al apoyar el golpe de Estado en Egipto. Generó además más resentimiento entre segmentos jóvenes y vulnerables con sus drone-wars en países islámicos donde ha habido muchas víctimas inocentes y con su política en Siria asistiendo y entrenando presuntos “rebeldes moderados”.
La nueva fase del terrorismo que se inicia después de la invasión a Irak en 2003 procura devolver la confrontación al corazón de Occidente y polarizar el combate en el seno de Europa donde viven más de 44 millones de musulmanes.
En la nota escrita en 2001 subrayaba que el gran reto de Europa era hacer “improbable, innecesario e ilegítimo” el recurso al terror. De hecho, ese fue el método implícito de los europeos cuando enfrentaron el terrorismo político doméstico de los años sesenta y setenta. Planteaba que para ello se requería una combinación de disuasión, desarrollo y diálogo que involucrara tanto al Estado (la disuasión), a los actores públicos y privados (el desarrollo) y a la sociedad civil (el diálogo).
Pero Europa, por convicción o conveniencia, prefirió sumarse a las políticas contra el terrorismo emprendida por Estados Unidos en África del Norte, Medio Oriente y Asia Central. Líderes europeos de centro-izquierda o centro-derecha, por igual, creyeron que al acompañar a Washington podían modificar algunas de sus tácticas en Medio Oriente y persuadir a Estados Unidos de las ventajas de una solución justa al conflicto entre Israel y Palestina.
Sin embargo, lo cierto es que a la luz de los hechos, estadounidenses y europeos, liberales o conservadores indistintamente, aún parecen convencidos de que en el mundo árabe musulmán el caos es “administrable”, preservando, simultáneamente buenos negocios con el petróleo y el armamento. La vieja realpolitik pero más imprudente.
En medio de un contexto en el que se multiplican los “puntos calientes” y la utilización de distintas formas de aniquilamiento, emerge el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) con su proyecto de restablecer el Califato. Es muy probable que no logre tan ambiciosa meta. Sin embargo, su surgimiento comprueba la persistencia de los conflictos asimétricos, así como la radicalidad de sus practicantes.
En esta ocasión fue Francia, de nuevo, el objetivo del terrorismo de EIIL. Cabe recordar que París fue objeto del primer acto terrorista del yihadismo en Europa en julio 1995 cuando una bomba mató a ocho personas. Años después se pudieron desmantelar atentados planeados por Al Qaeda; que a través de sus afiliados en el Magreb ha vuelto a colocar a Francia en su mira después de la intervención gala en Mali en 2013. Pero ahora la dimensión de lo ocurrido y el pánico generado es mucho mayor con los hechos de Charlie Hebdo como inmediato antecedente.
François Hollande declaró que Francia está en “guerra” contra el terrorismo yihadista. Promete drásticos cambios legislativos y batallas sin cuartel en el exterior. Más de lo mismo. Me atrevo, entonces, a repetir mi conclusión de 2001: “debemos ser críticos de una ‘nueva guerra’ que no sólo tendrá pocas probabilidades de resolver el problema del terrorismo, sino que lo haga quizás más inmanejable”.
(*) Director del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de UTDT
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