En los medios

Clarín
26/01/25

En la tormenta reaccionaria

El profesor emérito UTDT escribió sobre los puntos de contacto entre los gobiernos de Donald Trump y Javier Milei.

Por Natalio Botana
Trump desencadena en su país una arremetida hegemónica contra los pesos y contrapesos del orden republicano. A su vez, Milei percibió al instante el carácter revanchista de quien jamás admitió la derrota y obró siempre como un outsider de la política establecida. Identidades afectivas. Milei es ahora una estrella en ese firmamento junto con la extrema derecha europea de Meloni, Orban, Abascal, Van Grieken y, sin cerrar la lista, Farage. El estrépito de la tormenta reaccionaria.

Milei apoya con fervor a un presidente que, si bien aplicará la motosierra al gasto público, poco tiene que ver con las utopías libertarias del comercio sin trabas y del combate contra autocracias y tiranías. Al contrario: Trump protagoniza una reacción mundial, propia de un nacionalismo hostil animado por el repudio a la inmigración.

Conservador en el orden moral, este nacionalismo innova en el plano económico combinando el proteccionismo con la mutación científico-tecnológica. Echa al tacho una idea matriz de la tradición liberal, que exige trazar límites estrictos entre las esferas de la sociedad civil y del poder político, y en su lugar promueve una fusión con los supermillonarios de las empresas tecnológicas.

Esta fusión de poderes sueña con recuperar territorios como el canal de Panamá y conquistar el espacio. Con la ayuda de Elon Musk, Trump quiere llegar a Marte, retomando un expansionismo que, además, reniega del cambio climático y de las organizaciones de Naciones Unidas (Trump y Milei abandonan el Acuerdo de París y la Organización Mundial de la Salud), domina las redes sociales y manipula la verdad.

No obstante, estos césares del nuevo mundo soportan una paradoja del progreso. Hace décadas despuntó en California un genio empresarial, cuyo crecimiento asombra, que después se trasladó hacia otros Estados de la Unión. Sin duda, una hazaña de la inteligencia aplicada a transformar la naturaleza; una naturaleza, empero, que se defiende y mientras los negadores del cambio climático encabezados por Trump y Musk baten palmas, California se estremece presa de la sequía y de incendios devastadores.

Cuando la soberbia compartida por esta clase de líderes políticos y económicos asciende a la cumbre presidencial surgen serios problemas. Entre otros, el que en palabras de Trump elogia "la autoridad total" del Poder Ejecutivo. En la larga historia de las repúblicas se trata de una pasión que conduce a un desequilibrio ostensible del régimen de la división de poderes. Por curioso que parezca, renacería el pasaje en la antigua Roma de la República al Imperio.

Esta manera de ver el mundo se difunde a diario en mensajes y en una catarata de decisiones ejecutivas. El decisionismo y el estrépito verbal se conjugan con la amenaza. Según un reciente editorial del New York Times la administración del miedo es según Trump la "herramienta favorita para intimidar a sus opositores, críticos y aliados".

Grave sería que ese recurso distintivo de las autocracias se difunda en una democracia agitada por polarizaciones excluyentes. Por cierto, la reacción "trumpista" es asimismo tributaria de los excesos de lo que despectivamente se denomina cultura woke.

Por otra parte, Trump dictó de inmediato un decreto indultando a la turba que asaltó el Congreso al término de su primer mandato cuando no reconoció la victoria de Biden, quien también se despidió con otra serie de indultos. En este juego de indultos recíprocos resalta la impunidad del poder. Trump es el primer presidente en la historia de los Estados Unidos que asume en su condición de delincuente convicto.

Esta sentencia no le impide desempeñar un cargo que también goza de inmunidad para los actos oficiales. ¿Acaso ese puesto inminente es indemne a la acción de la Justicia? ¿O es que solo es aplicable la Justicia a los que están en el llano y no a quienes ocupan posiciones en los tres poderes del Estado? Estas preguntas revelan penosas falencias del principio de igualdad ante la ley. Atañe a los estadounidenses en la figura de Trump y a nosotros en la de Cristina Fernández de Kirchner.

La intencionalidad hegemónica está entonces a la vista a punto tal que, con respecto a un decreto que despoja del ius soli a los hijos de inmigrantes indocumentados, un fiscal general de New Jersey afirmó que Trump "no es un rey [y] no puede reescribir la constitución de un plumazo". Este es el cuadro de una regresión que, sin embargo, debe confrontar con las instituciones inherentes a esa constitución tan cuestionada.

Trump aventaja a la oposición con un voto en la Cámara de Representantes y tiene mayoría más holgada en el Senado. Mientras el aparato judicial está de pie, la Corte Suprema, mayoritariamente conservadora, podría apoyar su condena a la política de género. Aun así, le costará a Trump abolir el control crítico de la prensa independiente.

El abanico está pues abierto de cara a un presidente anciano, con cuatro años por delante ya que no puede ser reelecto debido a otra valla impuesta por esa constitución que quiere poner entre paréntesis. Son hechos insertos en una época que se dice fundacional, semejante a la que Milei nos propone, en la cual ambos hacen alarde frente a castas o establishments indignos.

Similitudes entre lo grande y lo pequeño. En los Estados Unidos y en la Argentina se busca fracturar la trayectoria de las democracias en un antes y un después. Lo anterior es repudiable; lo que viene resplandece. Pero, si descendemos de esa ideología militante al universo plural de las democracias contemporáneas, el panorama es más complejo. Por mucho que les disguste, habrá que deliberar, debatir y en lo posible acordar.

Trump cuenta con más respaldo que Milei para consumar su "edad de oro" prometida. De todos modos, ambos no la tendrán tan fácil para traducir en la realidad esas ilusiones. En uno y otro lado atravesaremos en consecuencia un tiempo de fricciones permanentes, amortiguadas acá y allá por efectos económicos positivos; unos heredados por Trump, pese a que se complazca en humillar a Biden, y otros generados por Milei.