En los medios
6/10/24
Insultos, agresiones y gritos, cómo Milei violentó el lenguaje presidencial
Karina Galperín, Directora General de Estudios UTDT y profesora de las Licenciaturas en Historia y Ciencias Sociales, fue consultada sobre el uso del lenguaje en Javier Milei.
Punto culminante o regreso convencido a su identidad más pura: en el discurso de Parque Lezama, Javier Milei alcanzó un pico en la escenificación de una de las operaciones simbólicas que lo definen, la desregulación salvaje de la palabra política. Veintinueve agresiones contabilizadas por LA NACION en un discurso que duró setenta minutos. “Casta putrefacta”, “ensobrados”, “kukas”, “manga de delincuentes, ladrones, mentirosos”, “traidores”, “cobardes”, “imbéciles”, “ratas miserables”, “culo sucio”, “degenerados fiscales”, “zurderío inmundo”... Desde el inicio de la presidencia de Milei, la puteada de Estado se ha vuelto una política comunicativa sostenida.
“Su léxico tumbero lo diferencia de sus antecesores y de sus competidores que han creído que a ese cargo se llega simulando una educación de la que, a lo mejor, se carece”, dice el periodista y analista Esteban Schmidt, que agrega: “Esa simulación no sirvió para gran cosa”. Schmidt pone el dedo en una de las aristas del gran tema de Milei y los insultos como hábito político: el contraste entre la efectividad política de su verba rabiosa y el vaciamiento de la política de buenos modales.
Otro tema es la puteada como punta del iceberg de una autenticidad inclaudicable. “Milei siempre puteó”, precisa el director de la consultora Aresco, Federico Aurelio. “No veo intensificación. Veo otra cosa: comparado con su etapa de panelista, como presidente es casi un estadista”, ironiza Aurelio. Para mucha gente, la puteada es un blasón de su autenticidad.
“Yo distingo la puteada, o mala palabra, del insulto. La palabrota no dirige violencia contra nadie, no excluye: es una expresión de emociones vigorosas. Es lo que hace Luis Juez, y cae simpático. Pero el insulto es violencia contra otro: es lo que hace Milei”, explica Karina Galperín, doctora en Letras, especialista en historia de la lengua y en lenguas romances.
Del cambio de época a las nuevas formas de representación. De la locura como herramienta de representación política efectiva a la puteada como borde peligroso de la democracia. De las fortalezas a las debilidades de un outsider anti casta. Hay cuestiones clave que giran en torno a la puteada presidencial. Veamos.
Primero: el para qué
¿Táctica de consolidación de poder o la lógica del escorpión y la rana? ¿Un Milei que putea porque está en su naturaleza? La cuestión es si el presidente puteador podría travestirse de corrección política y no lo hace por táctica o por destino político: como si la hora argentina demandara esas herramientas.
“Milei es un político de un solo uso cuya curva narrativa es corta: se completa con la extinción de la inflación y algunas reformas económicas. Inicia su presidencia suelto de lengua porque es a todo o nada y es ahora. Su descortesía demuestra su urgencia y la desmesura de su voluntad”, analiza Schmidt.
Ya quedó claro que Milei no respeta los modos presidenciales, no importa si es en sus discursos en la Argentina o afuera. Para la doctora en Sociología Liliana De Riz, detrás de esa puteada extrema está el tema de la furia y una autopercepción de superioridad moral: “La furia descontrolada convierte al furioso en alguien superior: como un dios que castiga desde arriba, a todos, que somos liliputienses en esa mirada”, reflexiona, y sigue: “Milei se siente con derecho a degradar porque se coloca en un nivel superior”.
Detrás de la desmesura, hay un apodo que lo precede y empaqueta el sentido de su sociabilidad: Milei, el loco. No es el primer “loco” en la política argentina: Sarmiento estuvo primero. ¿Hay un uso retórico que conecte a uno y otro “loco”? Galperín reconstruye algunos puntos significativos: “El Sarmiento periodista fue el Sarmiento pendenciero, sobre todo en Chile. Insultaba y estaba dispuesto a pasar a las manos”. Sarmiento también buscó crear su personalidad pública de la mano de la polémica. “Se dio cuenta muy bien de que el uso del lenguaje al filo era un gran camino para la autopublicidad. Alberdi lo acusaba de eso: está creando un candidato, le decía”, describe Galperín.
Pero a diferencia de Milei, cuando Sarmiento entra a la política, domestica su palabra pública. “La hipótesis de Ricardo Pigila es que donde empieza la política, termina la literatura. Sarmiento publicó sus grandes obras antes de ser presidente. Tiene conciencia de que el uso de la palabra en el mundo de la política tiene una lógica distinta”, apunta Galperín.
¿Puede pensarse a Milei como un Sarmiento de esta época, al menos en ese uso salvaje de la palabra? “Hay una diferencia grande: todos, incluso los que detestan a Sarmiento, se dan cuenta de que están ante un talento de la lengua”, dice Galperín. Pero señala dos puntos en común. Por un lado, los dos hacen un personaje a partir de su “desmesura ególatra”: “A Sarmiento le decían “Señor yo””, detalla. Por otro lado, los dos se dan cuenta del valor del entretenimiento para crear un público propio.
El otro “transgresor” de la política argentina fue Menem. Pero hay diferencias. Las explica el politólogo Pablo Touzón, director de la consultora Escenarios. “Menem era un tipo muy respetuoso de lo que implicaba ser parte de la clase política. Era estéticamente disruptivo pero reconocía la camaradería de clase”. La confrontación de Milei, en cambio, es con la política. Hay otra diferencia con la transgresión menemista. “Menem usaba más el humor, que desapareció en el mundo de Milei. No tiene la sociabilidad del asado”, explica.
Segundo: su efectividad de corto plazo
¿La puteada rabiosa es una estrategia razonable para un Milei en minoría parlamentaria y con un nivel de imagen pública que empieza a mostrar machucones? ¿Genera más rechazo que consolidación de su vínculo con el votante, o lo contrario?
“No es el principal factor que define si la opinión pública lo acompaña o no, pero sí es un factor adicional”, señala Aurelio. Milei lleva perdido seis puntos de imagen positiva, según los datos de Aresco: el principal factor es la caída de la expectativa de mejora. Un 38 por ciento lo acompaña igual. Pero entre el 10 por ciento que duda, la puteada hace mella.
“Milei está obligado a subir la dosis de la misma droga porque le faltan variantes. Es como el seleccionado de Bielsa: solo se podía tirar centros. El gran riesgo de esos liderazgos es la rutinización, que sea parte del paisaje”, alerta Touzón.
El director de la revista Seúl, Hernán Iglesias Illa, figura clave de la comunicación estratégica de la presidencia de Cambiemos, relativiza el poder de la puteada mileista para construir políticamente. “Sigue siendo un tipo con poco poder y todo es muy de pico: no es que está haciendo una ley de medios para limitar a los periodistas que insulta”, plantea, y sigue: “Milei es todo opiniones. Quiere ganar el gran debate.”.
El efecto más claro de la puteada es táctico. El sociólogo Pablo Semán lo explica bien: “Como el despegue económico no se da, subir la intensidad le ayuda a densificar ideológicamente una parte de su espacio, pero también erosiona”, advierte.
Tercero: los secretos de la nueva representación política
¿Hay una lógica oculta en la puteada presidencial que lo conecta especialmente con la gente? ¿Milei putea porque la ve? “Es parte de la dinámica de representación y de la capacidad de Milei de captar cosas que pasan en la sociedad. Milei elige representar un fragmento: el fragmento que buscó resetear la sociedad porque estaba todo bloqueado, y hay que prender fuego todo”, explica Semán. La pregunta abierta es si ése es un fragmento grande, si va a crecer o se va a achicar.
La puteada mileista y “el desempeño de la destrucción”, según Semán, tiene una ventaja en el campo político: “Es la única propuesta que hay. Lo que escucha la sociedad es que una parte de los políticos defiende más sus propios intereses que lo interese afectados por la destrucción mileista”.
La puteada revela la exigencia de la representación política hoy. “Si querés representar hoy, no podés representar como un político de la década del ´80. Representar implica parecerse un poco a la discusión pública. ¿Milei imita la violencia de las redes sociales o la crea y empeora cuando lo hace el Presidente? Es las dos cosas”, afirma Touzón.
Cuarto: ¿Milei y una nueva Argentina iliberal?
¿La puteada es capaz de generar una cultura y una sociabilidad de largo plazo? Si es así, ¿eso es bueno o malo? ¿Cae dentro de los límites de la democracia, o coquetea con un pie fuera? Para Semán, juega en los límites: “Denegarle la palabra y la entidad humana al adversario termina jugando afuera”.
El ensayista Alejandro Katz detecta un fenómeno de fondo, y muy negativo: “Milei propone un universo donde se superponen la violencia verbal, la violencia gestual y la violencia gubernamental”, sintetiza. El punto más crítico, según Katz, es la exhibición de la satisfacción en la producción de dolor al aprobar leyes con impacto en la gente. “No me refiero a la necesidad o legitimidad de una política sino a la satisfacción que produce causar dolor y celebrarlo, inclusive con puteadas”, aclara. Cita al politólogo Steven Runciman y la importancia de la hipocresía en política. “Milei puede plantear que recorta jubilaciones porque para eso fue votado, pero debería decir que sufre por hacerlo”, explica y desarolla: “Hay un lugar para la hipocresía en la política: tiene que ver con la empatía con los afectados por las políticas”.
¿La puteada de Milei podría encontrar sentido ante una “hipocresía política” vaciada de sentido? Katz responde: “Es cierto que la retórica de los otros está extenuada. A Massa nadie le cree nada. Siempre es necesario algún punto de confianza en lo que dice el poder”.
Finalmente: ¿un cambio de época?
¿Hay un sentido en la puteada presidencial que conecte especialmente con un cambio de época? “La experiencia histórica enseña que los impulsos revolucionarios son menguantes. También, transforman un poco y otro poco hieren a las sociedades. Esos impulsos son peores en sociedades débiles”, reflexiona Semán.
Iglesias Illa ve en la experiencia mileista y su tono retórico un fenómeno democratizador sui generis. Lo vincula con la sociabilidad de las redes sociales: “Milei y sus seguidores tienen una visión del periodismo y las redes mucho más horizontal que la política tradicional o las generaciones más grandes”, describe. Para Milei, no existe la asimetría entre Presidente y ciudadanos: por eso putea y acepta las puteadas. “Se ve como un tuitero más”, resume. “En las redes, somos todo iguales. Antes, el poderoso tuiteaba y uno chiquito lo puteaba. Ahora tuitea cualquiera y te putea Marcos Galperin. Ese es el mundo de Milei”, señala Iglesias.
Para Karina Galperín, la puteada de la cancha llevada a la Casa Rosada tiene consecuencias, y no las ve positivas: “Hay una responsabilidad que Milei no siente. En los pibes jóvenes, activa un nivel de agresividad que para ellos no es tan alta pero lo es para el resto”. El futuro no le parece prometedor: “Es una línea que viene de hace por lo menos veinte años en la política argentina: la definición de un nosotros contra alguien nos da una identidad. Por ahí funciona y gana elecciones, pero crea sociedades de mierda”.