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15/12/24

Decisiones irracionales: por qué nos equivocamos de forma predecible

Joaquín Navajas, director del Laboratorio de Neurociencia y de la Licenciatura en Ciencias del Comportamiento, fue entrevistado en un episodio de La Fórmula Podcast.

Por Milagros Hadad



En un nuevo episodio de La Fórmula Podcast, Joaquín Navajas, profesor de la Universidad Torcuato Di Tella e investigador del CONICET, explica que los valores y principios morales no son inamovibles y pueden cambiar dependiendo del contexto y de las interacciones sociales.

Además, analiza cómo la polarización y la segregación se ven exacerbadas por las redes sociales, que utilizan algoritmos para alimentar opiniones similares y fortalecer la extremización; y reflexiona sobre la experiencia emocional y la memoria, y sobre los recuerdos de experiencias emocionales como la felicidad o el dolor. El episodio completo podés encontrarlo en Spotify y YouTube.

Joaquín Navajas es profesor-investigador en la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) e investigador del CONICET. Es licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad de Buenos Aires y PhD en Neurociencia por la University of Leicester, Reino Unido. Entre 2014 y 2017, fue investigador postdoctoral en el Institute of Cognitive Neuroscience de University College London, una de las universidades líderes en neurociencia mundial.

Sus investigaciones se enfocan en entender los sesgos en la toma de decisiones, el comportamiento de equipos de trabajo, decisiones morales y procesos cognitivos relacionados con la polarización política. Ha publicado en reconocidas revistas académicas y participado como orador y consultor en numerosos congresos. Actualmente, dirige el Laboratorio de Neurociencia en la UTDT, además de liderar programas sobre neurociencia en la Educación Ejecutiva.

— ¿Qué son las ciencias del comportamiento?

— La ciencia del comportamiento surge de la combinación de tres disciplinas: psicología experimental, que es el estudio científico de la mente; neurociencia cognitiva, que es el estudio de qué es lo que le pasa al cerebro humano cuando sentimos, pensamos, tomamos decisiones, nos emocionamos; y la economía del comportamiento que es básicamente cómo los seres humanos tomamos decisiones y qué sesgos tenemos a la hora de elegir.

— ¿Qué es un sesgo cognitivo?

— Hay un montón de ideas que vienen de la literatura clásica de la economía de que los seres humanos, en realidad los agentes económicos pero que es una especie de antología de los seres humanos, tomamos decisiones racionales. Y que la forma en la cual elegimos es optimizando alguna función y haciendo cálculos mentales para tomar decisiones, y que siempre elegimos lo que nos conviene hacer. La economía del comportamiento viene un poco a derrumbar esa idea y a tratar de mostrar que los seres humanos muchas veces nos desviamos de esos postulados más teóricos y que las personas de carne y hueso a veces nos equivocamos, y tomamos decisiones consistentemente equivocadas. No es que no sabemos qué es lo que vamos a hacer o somos impredecibles, sino que nos equivocamos de una manera predecible.

— ¿Cada uno tiene su propio sesgo o es algo más bien colectivo?

— En general se estudia a nivel colectivo, a nivel humano o grupos de personas, pero hay personas que tienen mayor predisposición a tener estos sesgos y hay personas que menos. Hay diferencias individuales entre distintas personas. No metemos a todos en la misma bolsa, sino que encontramos patrones que son comunes y que a veces difieren en qué tan presentes están en distintas personas.



La polarización y la segregación se ven exacerbadas por las redes sociales, que utilizan algoritmos para alimentar opiniones similares y fortalecer los extremos (Imagen ilustrativa Infobae)

— ¿Tienen una razón biológica o un propósito?

— Ahora hay una idea de que estos sesgos no son simplemente errores que tenemos a la hora de elegir, sino que tienen una función de no optimizar la decisión que me conviene a mí el día de hoy, sino que es la decisión que me conviene el día de mañana u optimizar mi pertenencia a determinado grupo que tiene cierto valor adaptativo y por algo, si tantos años de evolución nos trajeron acá y tomamos decisiones de esa manera, no hay que subestimar que posiblemente tengan algún rol y alguna función útil.

— O sea que no siempre nos conviene pensar de la manera más racional.

— Hay dos maneras de verlo: una es que la forma de modelar la forma de pensar o de teorizar sobre cómo tomamos decisiones equivocadas, que en realidad lo que está sesgado son los modelos y los humanos tomamos buenas decisiones. La otra, es pensar que hay cierto rol en equivocarse de vez en cuando, sobre todo a nivel individual, porque si algunos se equivocan para un lado y otros se equivocan para otro, quizás colectivamente nos convenga como grupo, como especie, que haya algunos individuos que se animen a equivocarse.

— ¿En qué tipo de decisiones se aplican estos sesgos?

— Empezaron a describirse en decisiones donde hay una repuesta correcta, universalmente aceptada o creemos que son errores que muestran cierta inconsistencia matemática en cómo elegimos. Un ejemplo es cuando pensamos las decisiones económicas a lo largo del tiempo. Uno podría preferir recibir 500 dólares hoy frente a 550 dólares dentro de un año y eso mostraría cierta ansiedad económica, pero si uno prefiere pagar 500 dólares frente a pagar 550 dólares en el futuro. Entre recibir y pagar estamos cambiando el signo, ahí habría un error, es inconsistente. No se puede explicar racionalmente que uno prefiera las dos cosas al mismo tiempo. Los humanos muchas veces lo elegimos, se llama sesgo del presente: tendemos a querer elegir pagar y recibir para sacarnos de encima todo hoy y es una inconsistencia demostrada matemáticamente que nos equivocamos. ¿Por qué sucede ese sesgo? Depende del contexto, de la persona, de un montón de factores. 

— ¿Qué otros sesgos, más allá de lo económico, tenemos en nuestra manera de accionar cotidianamente?

— Hay familias de sesgos que a mí me preocupan particularmente. Uno tiene que ver con la familia de “yo soy bueno”. Cuando uno tiene exceso de confianza en sus propias decisiones y empieza a entrenarse en una habilidad nueva, por ejemplo, tomar clases de piano. Uno toma tres clases, sabe hacer tres acordes y de golpe se cree que es un pianista profesional. Eso no trae demasiados problemas. Pero si esa habilidad involucra algo más complejo o una habilidad laboral, donde uno puede cometer un error, podría llegar a tener consecuencias más graves. El “yo soy bueno” hace que muchas veces uno tome cierta decisión rápidamente o postura sobre un tema y aparece el sesgo de confirmación, que es la idea de elijo algo rápidamente, de manera intuitiva o emocional. Y después empiezo a encontrarle razones para justificar esa decisión que no es la que hubiese tomado al hacer un análisis de costo-beneficio al comienzo. La idea de que creernos que somos muy buenos viene de la mano de querer interactuar con personas que son parecidas a nosotros mismos. Ahí aparece el sesgo de atracción por similitud. Nos atraen las personas que son parecidas a nosotros y eso explica el comportamiento que se ve, por ejemplo, en redes sociales o en tipos de interacciones sociales, donde tenemos la ilusión de que estamos en lo correcto porque interactuamos con personas que son parecidas a nosotros. Decimos algo y en ese grupo dicen: “Buenísimo lo que acabas de decir”, dan un refuerzo positivo. Darse cuenta de que hay otras personas que piensan igual, a uno lo hace feliz, le estimula las áreas de recompensa del cerebro, refuerza la idea y a veces nos vamos autoengañando hacia tomar decisiones que están equivocadas.



El sesgo de “yo soy bueno” hace que muchas veces uno tome cierta decisión rápidamente o postura sobre un tema (Imagen Ilustrativa Infobae)

— Daniel Kahneman habla de la gran diferencia entre cómo vivimos la felicidad en el momento y cómo la recordamos después. ¿Qué opinás de esta idea?

— Sí, los estudios que hizo Daniel Kahneman para evaluar eso tenían que ver, curiosamente, con otra emoción. Eran estudios que hacían sentir dolor, como por ejemplo meter una mano en un balde de agua helada. Eso genera una sensación que no es placentera y uno puede ir regulando la temperatura o cuánto se mete la mano para regular el dolor. Evalúan en el trabajo distintos patrones de dolor que, en promedio, son más altos, más bajos o tienen un pico y después van bajando. Lo que hacen después es preguntarle a una persona: “¿Cuánto dolor sentiste? ¿Cuál es tu recuerdo de esa experiencia vivida?” Y lo que se ve es que los recuerdos de la experiencia vivida tienen muy poco que ver con la experiencia vivida objetivamente. Entonces lo que concluye es que las experiencias emocionales, incluso las más básicas, como sentir dolor, estar feliz o triste, no están bien reflejadas en nuestros recuerdos. Tendemos a sobreestimar lo último o lo primero que nos pasó y lo del medio lo olvidamos. Si uno quiere ser feliz, tiene que elegir a quién quiere hacer feliz: al que está experimentando la felicidad, al sentido de identidad que está experimentando la felicidad o al sentido de identidad que está recordando ese evento. Son seres distintos que coexisten en nuestro propio cerebro.

— ¿Cómo podés ejemplificarlo?

— Imaginate que te vas de vacaciones a un lugar paradisíaco con tus seres queridos. ¿Qué es lo primero que uno hace? Uno dice: “Estoy en un lugar maravilloso. Ponete ahí, saco una foto”, entonces le pongo el filtro ideal, que eso también tiene que ver cómo uno lo proyecta en redes sociales, pero muchas veces uno se pierde de disfrutar el momento por querer registrarlo y recordarlo. Ahí hay un debate sobre qué es lo que uno debería hacer. No digo que esté mal registrar esos momentos y guardarlos para poder revisarlos, seguramente estamos optimizando a nuestro yo que recuerda, al sentido de identidad que recuerda. Pero al que experimenta lo estamos dejando un poquito de lado porque en el momento en el que uno está grabando no está realmente explotando al máximo ese disfrute.

— Antes mencionaste los tres sesgos son los que más me preocupan. ¿Crees que las redes sociales, donde todos estamos tan inmersos, contribuyen a potenciarlos?

— Sí, totalmente. La preocupación viene por ahí, viene por las redes sociales también. Los seres humanos, incluso mucho antes de las redes sociales, tenemos este sesgo de que nos atraen las personas que son parecidas a nosotros mismos y si coincidimos en algo completamente aleatorio, si de golpe nos enteramos que cumplimos el mismo día o que tenemos la misma marca de zapatillas o de reloj, esa persona ya te cae un poquito mejor. Hay un montón de estudios que demuestran ese efecto.

Ahora, las redes sociales están diseñadas para explotar ese sesgo humano. Sobre ese comportamiento humano se superponen comportamientos algorítmicos: las redes sociales se diseñan específicamente para exponerte a opiniones similares a las tuyas y a personas parecidas a vos. Esto provoca que, cuando uno tiene una opinión sobre un tema y la expresa, reciba el apoyo de cientos de personas que están de acuerdo. Lo que sucede con eso es que piensa: “Tengo razón entonces, porque hay un montón de personas que opinan igual que yo”. Pero esas personas no son jueces de mi opinión, sino que son personas que justamente opinan igual que yo, porque son parecidas a mí mismo, porque yo las busqué y el algoritmo me las ofreció. Entonces eso estimula varios de los problemas que estamos teniendo las sociedades en el mundo, no solamente en Argentina. Tiene que ver con la polarización y la segregación en términos de las opiniones que tenemos. Interactuamos solamente con personas que son parecidas y nos vamos enroscando y polarizando. Esto también genera un gran problema para la felicidad. Si nos enroscamos y nos metemos con personas que opinan solamente parecido a nosotros, vamos a ir perdiendo felicidad.



Los sesgos cognitivos afectan nuestras decisiones diarias (Imagen Ilustrativa Infobae)

— ¿Las redes están llevando a un lugar que nos aísla?

— Siempre hubo diferencias de opinión política, pero ahora yo creo que lo que tenemos es un exceso de eso mismo, ese mismo problema lo magnificamos mucho con las redes sociales. Lo magnificamos al punto en el cual ya no tenemos algunos conocidos que piensan parecido y otros que piensan distinto. Sino que al estar conectados tenemos acceso inmediato a cientos y cientos de opiniones que son iguales a las nuestras, entonces eso nos refuerza ese pensamiento que tenemos y nos radicaliza, nos lleva a un extremo. Hace poco en el laboratorio de neurociencia encontramos, sobre ese efecto, que nos atraen las personas que son parecidas a nosotros mismos. Ese efecto existe, pero por encima de ese efecto existe otro por el cual uno atrae a las versiones que son un poquito más extremas que uno mismo. Es decir que si hay dos personas que están a la misma distancia, son iguales, similares o distintas y una es un poquito más moderada y la otra es un poquito más extrema, voy a elegir la más extrema. Voy a incorporar información, creerle más, pensar que es persona es más representativa de mi grupo. Y me voy a ir yendo hacia extremos. Yo creo que los extremos en general son malos y parte de lo que me preocupa es el problema de cómo las redes sociales estimulan esa extremización.



Coexisten seres distintos en nuestro propio cerebro (Imagen ilustrativa Infobae)

— Me impresiona a veces cómo justificamos normas o conductas morales según la época, pero con el tiempo, incluso en pocos años, algo que parecía normal puede volverse incomprensible o inaceptable. ¿Cómo explicamos ese cambio?

— Tenemos la intuición equivocada de que nuestros principios morales son inquebrantables, de hecho a veces se dice que la grieta es moral para decir que hay diferencias insalvables entre distintos grupos de personas, pero si hay algo que se sabe de la psicología de la moral es que nuestra moral es mucho más parecida a esa frase que es un chiste de Groucho Marx: “Estos son mis principios morales, si no les gusta tengo estos otros”. Se sabe que la manera en la cual te presentan una información impacta en tus creencias morales, lo que te dicen y sobre todo se relaciona con lo que pensás. Si tu grupo de pertenencia opina de determinada manera sobre un tema moral, impacta en tus propias creencias sobre ese tema moral, y a medida que determinados temas se van volviendo más sensibles o que no estaban dentro del plano moral se van llevando hacia el plano de lo moral. Eso va ayudando a que uno termine cambiando sus creencias y volviéndose a ver a uno mismo hace 10 o 15 o 20 años y encuentre que ya no comparte los mismos valores morales. Por eso hay que ser muy cuidadosos con la nueva tendencia de cancelar a las personas en base a opiniones que tuvieron tiempo atrás porque esas mismas personas pudieron haber cambiado sus principios morales y, si genuinamente sucedió, sería equivocado pensar en castigar o cancelar a personas por normas sociales ampliamente aceptadas hace un tiempo atrás. 

— Tendemos a pensar que los valores de una persona son casi inamovibles.

— Tenemos trabajos donde, de hecho lo que hacemos no es porque queramos modificar la moral de la gente porque nos guste, sino es tratar de entender hasta qué punto personas que tienen opiniones morales que están en las antípodas de su pensamiento, pueden conversar, dialogar y sentarse y tratar de ver si quizás están sobreestimando sus posturas, y que quizás tienen puntos de acuerdo. Hay otros de estos sesgos que es la idea de que la otra persona que tiene una opinión moral distinta es una mala persona, que tiene malas intenciones y que nos odia, de hecho tendemos a exagerar el odio que pensamos que siente otro grupo sobre nosotros mismos y cuando, en situaciones donde normalmente no pasaría, sientas a esas personas a que conversen, intenten ponerse de acuerdo, la gente se pone más de acuerdo de lo que uno pensaría. Personas que están en dos extremos distintos, uno creería que la chance de ponerse de acuerdo es de 0% o 5% o 10%. Nosotros en algunos estudios mostramos que eso puede llegar a subir hasta casi 50 o 60%, es realmente mucho más poderoso el diálogo que lo que nuestras intuiciones lo indican.

— Si tuvieras que decirme una cosa que nos representa como especie, algo que todos los humanos tenemos en común que para vos es lo fundamental de nuestra especie, ¿qué sería?

— La ciencia pareciera estar de acuerdo que existen cinco grandes rasgos de la personalidad. Uno es la apertura a nuevas ideas, a nuevas experiencias. Otro es qué tan responsables o diligentes somos. La número tres es qué tan extrovertidos o introvertidos somos. La número cuatro es qué tan amables y cordiales somos con otras personas. Y la cinco, qué es lo que más se toca con las emociones, que es nuestra inestabilidad o estabilidad emocional. Las personas podemos ser muy bien representadas en estas cinco dimensiones, sólo que distintas personas tienen distintas cantidades de estas cinco dimensiones, algo que es común a todos. ¿Cómo llegamos a eso? Se sabe que hay influencia genética, hay estudios que muestran que existen genes que tienen que ver con estos rasgos de la personalidad, pero también las experiencias que vivimos nos van llevando a distintos lugares. ¿Cuál de ellas se relaciona con ser feliz? Es lo que uno querría maximizar en determinados momentos de la vida. Hay algo que no es parte de estas cinco, pero que se explica por ellas y es qué tan gratos somos con la vida, nuestra gratitud, si somos personas que agradecemos lo que nos tocó, que apreciamos aquello que somos en la vida, vamos a ser personas más felices y lo que se encuentra es que las personas que tienen mayor estabilidad emocional, mayor apertura a nuevas ideas, son personas más gratas y a su vez son personas más felices.


El episodio completo: