En los medios
Fortalezas, debilidades y preguntas en el balance de un mes y medio de gestión económica
Miguel Kiguel, profesor de la Maestría en Finanzas, analizó el primer mes y medio de gestión del nuevo gobierno.
El ministro de Economía, Luis Caputo, al llegar a una reunión en la Casa Rosada durante los primeros días de gobierno. Ricardo Pristupluk
Javier Milei no recibió un jardín de rosas. Por el contrario, encontró la tierra arrasada. La situación es compleja, porque el país en diciembre enfrentaba problemas graves, como la falta de reservas, un tipo de cambio ilusorio y una inflación anual de tres dígitos, pero no parece tan grave como en 2001. La diferencia es que esta vez no existen los problemas en los bancos que llevaron en aquel entonces al corralito, la pesificación y la caída del sistema de pagos que destrozó la economía, ni estamos tampoco ante un riesgo serio de default, porque, a pesar de los problemas, la deuda puede ser honrada. La principal ventaja de la coyuntura actual es que si las cosas se hacen bien es posible dejar esta pesadilla atrás rápidamente, cosa que en 2001 no era posible.
La prioridad del programa actual es atacar los temas urgentes, como la necesidad de juntar dólares para recomponer las reservas internacionales, la de reducir el déficit fiscal por aquello de que ‘no hay plata’ y la de sincerar precios que estaban reprimidos por una gestión intervencionista. Para una segunda etapa quedaron otros temas macro, como unificar el tipo de cambio, eliminar el cepo y bajar la inflación.
El programa tiene fortalezas, debilidades y también preguntas que solo el tiempo podrá responder. Las fortalezas son, sin lugar a dudas, las reformas estructurales y la búsqueda de llegar rápidamente al equilibrio fiscal. Eso contrasta con una falta de claridad respecto del futuro de la política monetaria y cambiaria y con las preguntas que surgen respecto de la sostenibilidad política y social del programa.
Inicialmente el Gobierno se concentró en lo urgente, con una estrategia de shock, que suena razonable por dos razones. Primero, porque la reducción del déficit fiscal, la desregulación de la economía y muchas de las reformas estructurales requieren la aprobación por parte de Poder Legislativo en el cual La Libertad Avanza (LLA) está en una incómoda minoría.
El 56% de los votos que sacó en el balotaje es un activo que permite hoy convencer a diputados, pero en el futuro, quién sabe. El momento es ahora, y tiene lógica encararlo de entrada. Algo parecido pasa con las subas del tipo de cambio, de las tarifas y de muchos precios en los que los aumentos se pueden explicar por la herencia recibida; si se espera, no habrá a quién achacarle la culpa.
La segunda razón es mostrar que estamos ante un cambio de época o ante un cambio en el régimen económico, que implica pasar de un modelo intervencionista hacia otro de una economía de mercado que genere las condiciones para lograr estabilidad y crecimiento. En alguna medida esta estrategia se asemeja al plan de convertibilidad de 1991, una combinación de plan de estabilización y de crecimiento que marque el comienzo de un ciclo de mejora sostenida de la economía.
La base o el ancla del programa es el equilibrio fiscal, con un ajuste que sobrepasa las expectativas que tenía gran parte de los analistas e inversores. Esto es importante, porque la eliminación del déficit es central para bajar el riesgo país y convencer al mundo de que nos vuelva a prestar. Y también es una condición necesaria para bajar la inflación. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y los inversores aplauden lo que se vio reflejado en una baja del riesgo país.
Donde hay más dudas es sobre la viabilidad del plan monetario y cambiario y lo que implican para las reservas internacionales y la inflación.
La política cambiaria
Empecemos por el tipo de cambio, donde hubo un comienzo auspicioso gracias a que la devaluación inicial, llevó a un tipo de cambio de 800 pesos, que era alto y corregía el atraso grosero que dejó la gestión de Sergio Massa. Fue una jugada osada, y sorprendió favorablemente a un mercado que esperaba un dólar más bajo. El tipo de cambio alto era y es la llave para comenzar a recomponer reservas y salir del atolladero de reservas negativas que estrangulan el comercio exterior.
Sin embargo, no todo luce color de rosa. En simultáneo con la devaluación se anunció que se iba a depreciar al 2% mensual, aunque sin aclarar por cuánto tiempo. El problema es que si el 2% se mantiene por varios meses, con la inflación entre diciembre y febrero acumulando cómodamente 75% el atraso cambiario se va a notar rápidamente. Por ahora, las opciones siguen abiertas y el Gobierno está a tiempo de corregirlas, pero sería importante que lo haga y pronto.
La Argentina necesita un tipo de cambio alto, por lo menos por un par de años, porque necesita desesperadamente aumentar las reservas, que siguen siendo negativas en unos 7000 millones de dólares. Dado que por un tiempo va a ser difícil que haya entrada de capitales, la única forma de aumentarlas es con un superávit comercial gigante, como el que hubo después de la crisis de 2001 que, medido a dólares de hoy, tendría que superar los 30.000 millones de dólares. Eso se logró con un tipo de cambio muy alto y competitivo por mucho tiempo.
Eventualmente, para corregir el probable atraso cambiario habrá que elegir entre acelerar la tasa de depreciación a valores más cercanos a los de la inflación (que en febrero rondará seguramente el 15% mensual), o, eventualmente, hacer otra devaluación para recomponer la competitividad. Ninguna de las opciones suena atractiva, pero al final alguna de las dos será inevitable. En otras palabras, habrá que elegir entre devaluar al contado o en cuotas, y la experiencia argentina muestra claramente que los saltos cambiarios son mucho más disruptivos y afectan más a la inflación que los graduales en lo que se conoce como el crawling peg.
Los primeros síntomas de que hay problemas aparecieron con la vuelta de la brecha cambiaria, que de 17% en diciembre subió a niveles del 55% recientemente. Esto no implica que el programa esté “descarrilado”, pero ciertamente es una variable que hay que seguir y que en el futuro debería bajar.
Parte del problema es que las tasas de interés son fuertemente negativas y no protegen los ahorros en pesos. Ante la impotencia de ver cómo se derriten los pesos por la inflación y al no ver que los plazos fijos o lo bonos sean una opción atractiva, los ahorristas encuentran en el dólar la única opción para resguardar su dinero, lo cual lleva a que aumente la brecha cambiaria, como viene ocurriendo desde principios de año. Nadie espera tasas reales de interés reales positivas, pero tasas reales negativas del orden del 15% mensual no suenan razonables.
En cuanto a la inflación, el salto inicial se explica principalmente por el efecto de una vez del salto del tipo de cambio y de precios que venían controlados y que, de repente, se sinceraron. Luego de que la onda expansiva de esos aumentos empiece a disminuir, la inflación debería bajar sin mucho esfuerzo. No parece que estemos con la amenaza de una hiperinflación, a menos que haya errores grandes de política económica.
Las dudas sobre la inflación
La experiencia indica que, dado que los ajustes de precios no fueron todos simultáneos y que sigue habiendo un alto grado de indexación en la economía, la inflación va a mostrar una persistencia o inercia que va a ser difícil de erradicar. Va a bajar, pero va a seguir habiendo una inflación alta, con lo que la pregunta relevante es a qué tasa va aterrizar una vez que pase el efecto de una vez de la devaluación y las subas de precios. ¿Será al 12%, al 8% o en algún nivel cercano al que había antes de los shocks de precios de diciembre o enero? Si ese es el caso, como parece probable, una vez que pase la tormenta habrá que pensar en una segunda etapa para tener un programa de shock que baje la inflación.
El primer mes y medio del gobierno de Milei muestra luces y sombras. El ajuste fiscal, las reformas estructurales y el sinceramiento de precios representan un importante paso adelante que da esperanzas de un cambio y de que la economía se normalice y vuelva a crecer.
El mercado respondió favorablemente, con subas de precios en los bonos y las acciones, algo que aleja el fantasma de un nuevo default. Pero hay sombras en lo monetario y cambiario que requieren repensar la estrategia, especialmente porque hay que evitar a toda costa un atraso cambiario que puede llevar a un nuevo círculo vicioso de devaluación e inflación. El test ácido del programa seguramente estará en la velocidad a la cual baje la inflación y en la tolerancia social a un ajuste que está pegando fuerte en el bolsillo de la gente.