En los medios
Martín Churba: “Un emprendedor no sale vivo en este contexto”
Andrés Hatum, profesor de MBA y Executive MBA, entrevistó al diseñador Martín Churba, fundador de Tramando.
Martín nos recibe en su casa en Martínez. Una casa poco convencional que vive y suda la creatividad de su dueño, un alquimista de telas, diseños y arte. Nada pasa desapercibido, hasta el baño tiene toques de la magia Churba. Allí vive con su pareja, el arquitecto Mauro Bernardini, y con su hijo Alexis. Muchos lo conocerán como diseñador y dueño de la marca Tramando, pero Martín Churba es mucho más, como se revelará en esta nota. En su familia de origen hay una larga historia sobre la estética y el diseño. “
Mi abuelo tenía una casa de alta moda, como se decía en aquel entonces, llamada Vittorio. Y mi madre fue la fundadora y dueña de Lemamu, una marca de ropa para chicos muy importante en la Argentina entre 1970 y 1980. Por el lado paterno, está la firma Churba o Ch, que era una tapicería, tienda de decoración y de objetos, muy precursora de toda la movida de diseño. También relacionadas con mi familia surgen Natán y Gris Dimensión, ambas de decoración. Si te confesara que estuve siempre entre trapos, sería absolutamente sincero y nada exagerado.
–¿Qué otras dimensiones familiares marcaron tu vida profesional?
–Soy un argentino de los privilegiados. Soy nieto de inmigrantes que vinieron sin nada; mi familia no perteneció a ninguna clase acomodada o patricia. El trabajo fue el motor social de construcción de la vida. Inclusive hasta más importante que las tradiciones y religiones. Si bien mis familiares pueden practicar la religión judía o hinduista, creo que siempre se priorizó el trabajo como construcción del ser, ya que a partir del trabajo se generaba la identidad y una relación con la comunidad. En nuestros padres, sobre todo, tuvo consecuencias importantes porque el laburo era más importante que otra cosa, y es lo que nos transmitieron. Eso tiene consecuencias, ya que hasta mis 40 años creía que la construcción era a través del trabajo. Gracias a eso creé una identidad ligada al trabajo y luego me deconstruí.
–Tu familia siempre se destacó en temas de diseño, ¿qué tomaste de esas experiencias?
–Nací en una familia de emprendedores del diseño, de la estética y de la transformación. Para mucha gente ser exitoso es hacer bien lo que sabés hacer y punto; pero si en tu éxito le das a la comunidad una nueva forma de vivir, como hizo Alberto Churba, que era diseñador de interiores (tío abuelo de Martín), es más interesante. Él les brindó a los argentinos una oportunidad de vivir en entornos más confortables, bellos y amables. Antes de Alberto, el interiorismo era careta, serio y elegante. Imaginate acabados brillantes, perfectos, que en la década de los 60 y 70 estaban extranjerizados y que tenían poco que ver con nosotros.
Alberto llegó con una idea opaca, donde te podés relajar, porque es un concepto suave, blando y más amigo de lo que somos. Familiarmente hablando, hubo un aporte cultural a la sociedad, un legado. Eso me quedó impregnado. Tomamos el legado de Alberto. Yo tomé la faceta textil; Federico Churba, mi primo hermano, es diseñador industrial y se focalizó en los muebles y la rompe en lo suyo, y Carola con la madera. Todos mis primos tomaron algo y lo armonizaron con sus gustos. Creo que Alberto Churba legó en nosotros su obra y seguimos impactando en la sociedad.
–¿Cómo fue tu formación para llegar a ser un creador multifacético?
–Estudié pintura y grabado en la escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón por tres años. Fue un descubrimiento fuerte en cuanto a lo pictórico y a la posibilidad expresiva de las artes plásticas. Mi vocación surge en el jardín de infantes. Jugaba con porotos que pintaba en una hoja… No quise aprender mucho más. Me anoté en diseño gráfico en la Escuela Panamericana de Arte y también en la Escuela de Arte Dramático de Agustín Alezzo. Estaba fascinado con el teatro, con la expresión de todo mi cuerpo, con la expresión dramática actoral y estaba muy conmovido por los autores que estudiaba. De hecho, creo que mis estudios más profundos los hice en el terreno de las artes dramáticas más que en el de las artes plásticas o el diseño. La formación textil la adquirí trabajando, lo hice en una estampería y me involucré con esas técnicas.
–¿Cómo nace Tramando, tu emprendimiento desde hace 20 años?
–Tramando nace en 2003. Me voy con un pequeño capital de Trosman Churba, mi anterior proyecto, que era grande para alguien joven como yo, pequeño para un emprendimiento importante. Empiezo a armar un proyecto donde, en lugar de tener un taller de repetición, genero un taller de experimentación para que la gente creciera de la mano de Tramando, donde hubiera una evolución constante. Me propuse hacer un centro de investigación basado en la tela que, además, fuera una marca de ropa. Y lo logré. Este año el proyecto cumple 20 años ininterrumpidos. Tuve la iluminación de no ponerle mi nombre a mi segundo proyecto. Mi primer proyecto se llamaba Trosman Churba y me causaba dificultades que la construcción de mi empresa nueva estuviera ligada a mi identidad. Cuando me separé de Jessica tuve que amputar esa marca. Esa lección me sirvió para no ponerle Martín Churba a Tramando.
–¿Cómo evolucionó el proyecto de Tramando?
–Apunté a una marca colaborativa, la asociatividad era parte de la esencia del proyecto para colaborar con empresas y otros actores sociales. Exportamos ropa a Japón hace 18 años, un producto con valor agregado. Pero lo que sucede en la Argentina es que, teniendo una empresa de diseño como Tramando, te tratan con la misma ley impositiva que una empresa de agro que vende materia prima. Entonces, a mí me sacaron a lo largo de los años plata por reintegros de exportación y mucho que no me devolvieron porque se vencieron los plazos que tenía el gobierno para devolvérmelos y porque no le hice un juicio al Estado para que me lo reintegrara. Es de locos. Tramando es un lugar maravilloso en un país que no te da el contexto para innovar.
–Vos fuiste ganador del premio Endeavor en 2000, ¿fue un impulso para tus proyectos?
–En Endeavor se dieron cuenta que éramos distintos, que no éramos costureros, que íbamos a hacer algo diferente. Hay muchas empresas textiles, pero no hay muchos creadores. La única manera que prospere un negocio de moda en el país es replicar un modelo extranjero. Fue muy bueno recibir ese premio, pero es muy raro lo que nos pasó. Alguien tenía que habernos dicho “no lo hagas” porque el riesgo argentino es enorme. Igual emprendí. En 2005 un cliente de Japón me compraba el 50% de lo que producía, y abrió locales de Tramando allá. Pero tuve que desacelerar el negocio con Japón por la diferencia de dólar oficial y el blue, entre otras cuestiones. Al comprar materiales importados con el dólar blue y recibir dólares al oficial, más las retenciones, la ecuación no funciona. Hay una falta de visión enorme. Un emprendedor no sale vivo en este contexto.
–Abriste muchos mercados inexistentes para el diseño textil del país.
–En 2015 me di cuenta que arriesgaba, diseñaba y reinvertía, le vendía a Italia, a Japón, y eso podía ser una oportunidad, un puente para otros. Pero nunca nadie desde el Gobierno tuvo la visión para aprovechar eso. En este país no podés tener la escala que querés tener. No hay crédito, todo depende de vos. Si vos no podés trabajar concatenado con tu comunidad, sonaste. Yo me equivoqué porque pensé que podía atender un cliente como Japón desde la Argentina. Hoy no me conviene exportar porque me pesifican y no puedo cobrar lo que quiero en Japón, porque allá la inflación no existe.
–Tuviste una situación con un ministro en el gobierno de Macri sobre la viabilidad de tu negocio, ¿qué sucedió?
–Fui a ver al ministro de Producción Francisco Adolfo Cabrera. Descolgué de mi oficina un cuadro donde tenía escrita la visión de mi empresa. La visión era ser una marca líder en América latina que vendiera diseño textil original, único. Se lo pongo en la mesa a Cabrera, agarré el cuadro, la tijera del cortador y lo partí. Le dije: Ministro, ayúdeme. El ministro me metió en un programa de transformación productiva que ayudaba a las empresas en la transición de 2015 en adelante. Tuve que hacer el colegio de nuevo con los economistas para no fundirme.
–¿Te frustraste?
–No. Recorrí el camino a la inversa. Me deconstruí y desemprendí. Empecé a perfilar la idea de marca de ropa a un estudio de diseño. No me presenté a convocatoria, no me fundí y la dejé viva. Como un bichito de luz. Hoy si me decís de expandirla, te digo que no. Tiene más valor por lo que significa: una marca argentina de autor con 20 años en el mercado. Pero no la expongo más acá. Mi foco hoy es autoral e internacional. Sigo trabajando en Japón buscando el mercado de la pieza única. Es volcarse al arte textil más que al diseño textil. Hice muchos trabajos cooperativos con la sociedad civil, con movimientos sociales, y me siento más cómodo con eso que hablando con señoras de Recoleta. Hice que el diseño me diera soluciones económicas. Aprendí de las cooperativas para que, con la termo estampación, pudieran hacer carteras más lindas para vender en las ferias el domingo. Empecé a enseñar lo que sabía en vez de vestir a la clase alta e ir con mis diseños a la tele para que sea una herramienta de lucha para las cooperativas. Pienso de nuevo en lo de la frustración que me preguntaste… Te diría que, en su momento, mi frustración era pensar que nunca sería como (Jean Paul) Gaultier, porque el mercado no buscaba creadores y autores. Sí mi pequeño mercado de clientas, que no para de decir que Tramando sacaba cuatro colecciones al año. Pero es un lujo que no puedo darme en la Argentina, a no ser que quiera hacer una parafernalia de la moda que nunca quise hacer. Yo creaba una línea de autor que tenía diseños originales y que le daba al país el rango de una capital de moda.
–¿Cómo es tu empresa hoy? ¿Cómo se transformó?
–Hoy tengo una empresa de servicios de diseño que hace una colección chica, que sostiene una marca de ropa. Para trabajar en Tramando me concebía como trabajador en equipo, porque tengo formación textil, no de moda. En un momento sentí que, si me quedaba adentro de Tramando pensando en las colecciones, me moría. No solamente porque ya no tenía ganas de hacerlo, sino porque conozco el juego acá y ese juego tiene techo bajo. Me di cuenta que si yo le hubiera puesto Churba a mi marca estaría en un brete porque necesitaría que alguien tomara mi lugar, y eso podría ser poco digerible. Sobre todo, porque afuera del país, las etiquetas son diseñadas por otros autores, hasta se hacen cuando el diseñador se muere. Pero Tramando se llamó Tramando y, gracias a eso, hoy y hace cuatro años está diseñada por otro autor, Bob Honores, que firma las colecciones de Tramando. Del timón de la empresa está a cargo mi socio Diego Danei. Yo le di a otra persona joven una oportunidad que nadie le daría acá en el mercado. El que incorpora diseñadores los esconde y no cuenta quién diseña. Yo, al contrario, si considero que Bob es un recontra talento, y es mi sucesor, le doy la oportunidad. Y esta posibilidad de que Bob haga las colecciones (va por la octava) es genial, porque yo puedo pensar en otra cosa. Pude soltar la sartén.
–Comentaste que a partir de los 40 años te deconstruiste, ¿qué significa eso en el contexto de tu vida personal y profesional?
–Construí una familia de forma creativa y poco ortodoxa. Con Mauro le propusimos a nuestra amiga Sandy criar a Alexis, que en aquel momento tenía tres años. Hoy formamos una familia ensamblada y los días que Alexis está en casa, yo tomo el mando del hogar. Tuve que cambiar mi locación porque, trabajando desde mi casa, encontré una visión estratégica de lo que quería hacer, que es distinto a trabajar en una oficina. Mi centro de operaciones es mi casa. Trabajo con Disney en un proyecto donde doy un masterclass sobre reciclado, o elaboro mis diseños para llevar a Japón Kimonos-Ponchos y preparo la comida de la noche. Estoy al mando de mi casa y cuidando lo que nos pasa en el núcleo familiar. Eso es lo que cambió. Iba a Tramando a trabajar y volvía a casa con lo que quedaba de mí. Ser emprendedor en la Argentina es difícil, el sistema te come. Tuve muy claro en 2015 que me había llegado el momento de desemprender. Me escuché decir que tenía que desemprender: desemprender 70 empleados, cinco locales, fábricas, compromisos, relaciones comerciales con los shoppings, desfiles, clientes. El poder repensarse buscando paz interior es una oportunidad enorme.
–Tu visión del negocio se fue acomodando para la realidad del país.
–El segmento en el que tuve más notoriedad es el de autor: soy un autor de moda y, como tal, en otros mercados podría tener una repercusión más interesante, pero en la Argentina es chico. Por eso, la mayoría abandonó el segmento, como Cora Groppo, Vero Ivaldi, o los hermanos Estebecorena, con marcas que dejaron de existir porque no hay mercado para lo autoral. Me dieron el título de autor, pero como autor no puedo vivir. La Argentina no cuida a sus autores. Ahora, que me convocó la embajada argentina en Japón para reforzar el puente entre las dos naciones y presento mis diseños de Kimono-Ponchos, pienso que finalmente puedo ser un autor argentino en el mundo, no en la Argentina.
–¿Qué aprendiste desde lo organizacional con Tramando?
–Aprendí la gestión del trabajo colaborativo, que implica reconocimiento de talentos propios, del otro, límites propios y entrega para que en la coordinación aporte lo que más sabe. Muchas veces el poder no se puede compartir porque lo tiene el líder, pero aprendí que es muy importante compartir el liderazgo para conducir juntos. Es mejor reconocer lo que no podés hacer en vez de demostrar que tenés una capacidad que no tenés. Las generaciones jóvenes tienen que aprender de nosotros sobre el contacto humano de antes, pero ellos tienen mucho para enseñarnos sobre cómo se construye con el otro. El liderazgo se construye con el otro.
–Fuiste el primer diseñador en incursionar en cooperativas y en el impacto social de tu trabajo, ¿cómo es esa experiencia?
–Pensé que si lo que hago no sirve para hacer un gran negocio, otros lo van a valorar mucho más. Así es que voy a enseñar termo estampación a los barrios y el impacto es enorme. Trabajé 10 años en la Puna con tejedoras, porque es aportarle algo en la vida al otro, ayudar al cambio es algo maravilloso. Cuando le enseñás a la gente que no tiene nada fácil y le decís que haciendo esto tenés un atajo para que tu producto parezca mucho mejor, no lo pueden creer, se sienten felices. Ahí me di cuenta que, al final, mi trabajo entra por la puerta de atrás. Con los guardapolvos que hice con Toti Flores, las tejedoras de la Puna, con Alicia Duarte en la cooperativa con la que trabajo hace años. Esa cooperativa nació en honor a Diego Duarte, el hermano de Alicia, que quedó sepultado bajo la basura del Ceamse y desapareció. Me dediqué al emprendedurismo social. En el camino hice una marca de jeans con descartes industriales textiles. Todos esos son proyectos, llenan pdf, carpetas, todo, pero no tienen un lugar comercial en el mercado porque no está bueno en el país proponer cosas nuevas e innovadoras. Emprender con el diseño e ideas es complejo en la Argentina. Inclusive a los negocios que son un hecho les cuesta ser valorados.
–El arte no se escapa de tu radar. Durante seis meses tuviste una instalación en la Usina del Arte.
–Después de 20 años, en 2020 me junté con Jessica Trosman, que había sido mi socia antes de Tramando, y pensamos que podíamos hacer para aportar una visión para la comunidad que no fuera dirigida al público de mujeres ricas que compran ropa de diseño. Queríamos trabajar para otros cuerpos. El arte es distinto, las obras del artista son del artista, aunque las tengan otros. Empezamos a pensar cómo nuestro trabajo textil podía participar en intervenciones arquitectónicas a gran escala. Cualquier materialidad que hiciéramos para la arquitectura llevaría mucha materia prima. Lo que sobra en el mundo hoy es la basura y trabajamos como si la basura fuera la superficie a intervenir. Mil kilos de basura suspendido en el aire. Parecen casas, planetas. Trabajamos con recuperadores de La Boca con técnicas de diseño. Esta exposición se llama Humana y, luego de exhibirse en la Usina del Arte, ahora está instalada en el centro de recuperación Baires Cero Con, en Parque Patricios.
–¿En qué proyecto estás ahora?
–Se vienen los Kimonos-Ponchos en Japón. Pero, además, a mí me pasó una cosa. Estoy en el proyecto para recopilar mi historia y mi trabajo en un libro que va a editar KBB, y se llamará Salir del cuerpo. Habla de un movimiento, salir de un lugar. ¿Por qué salir? Porque tal vez creemos que en la vida estamos en un lugar para quedarnos, pero hay que salir de ese lugar, de la zona de confort, hay que pensar no en uno sino en otro. Yo empecé con mis ideas autorales y ahora las doy a otros. Salir de un lugar para ir a otro que no es el más fácil y cómodo. No salgo porque sé a dónde voy, no me puedo quedar en la zona de confort. En el país nos pasa eso, ¿no? Tal vez como país no estamos bien, tenemos que salir de eso. El libro cuenta cómo empecé con mi observación de tramas, la bajé a textiles, luego a indumentaria y cómo empecé a crear esa piel social de moda y cómo abandoné ese cuerpo para pensar en esas texturas para que les sirva a otros autores. Y este final, que es terminar trabajando con la basura, que es salir completamente de la zona de confort porque a nadie le interesa trabajar con lo residual.
–¿Cómo definirías los problemas argentinos?
–Mirá, te pongo el ejemplo de las rotondas para ejemplificar lo que pasa en el país. En la Argentina no se sabe cómo manejarse en rotondas. La rotonda es el lugar donde nos encontramos todos. No todos manejamos la misma información y la lógica no nos funciona. El que está adentro de la rotonda tiene prioridad, por lo que la rotonda nunca se traba. Cuando el que entra a la rotonda piensa que tiene la prioridad, traba el tráfico. Llevo a mi hijo al cole y tomo dos cada día. Si vos lo pensás, siempre tiene que tener prioridad el eje de distribución, tiene que haber una conciencia del otro, el que está circulando. Si no hay conciencia de eso, hasta que no lo entendamos, no vamos a funcionar como colectivo. No tenemos conciencia del otro y no sabemos darle el lugar al otro para que pase primero porque eso nos va a permitir pasar a nosotros. Avanzamos a los codazos y rompiendo todo, y eso es lo que nos pasa. Hay un individualismo mal educado del que nadie se hace cargo. Hay que dejar pasar al otro por la rotonda. ¿Te toca? No te toca a vos, le toca al que está adelante.
–Tuviste un proyecto de Tramando durante 20 años y lo modificaste desemprendiendo, ¿cómo te proyectás hacia adelante?
–Me proyecto de dos maneras: como autor, es decir, en esa modalidad emprendedora de tener ideas, llevarlas a la práctica y producirlas. Siempre pienso que no soy el único que va a aportar ideas. Aprendí a ser un autor en comunidad, voy a comunizar mis ideas, a convivir con otras ideas en la construcción de un nuevo colectivo: en proyectos sociales, en la identidad país, puentes culturales, llevando mis técnicas y producciones a organizaciones sociales y museos. Antes, llevaba producciones cooperativas a vender a la Recoleta o diseños de la Puna a París. Hoy me veo llevando mis producciones a los museos. Le quiero dar una vuelta a los elementos, empoderarme y empoderar. Quiero estar cerca de mi cocina, mi familia, mis viejos, quiero estar cerca del cuerpo colectivo que construí y construyo. Vivir de este lugar rodeado de esta historia tiene ventajas, aunque como colectivo no sepamos tomar una rotonda. Nos pisamos.