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Clarín
8/02/23

ChatGPT: el rol de los educadores

Martín Hevia, Director General de Estudios UTDT y profesor de la Carrera de Abogacía, y David Mielnik, profesor de la Maestría en Derecho Penal y de la Carrera de Abogacía, evaluaron el impacto de las inteligencias artificiales generativas en la educación universitaria.

Por Martín Hevia y David Mielnik


Daniel Roldán


ChatGPT es el ejemplo más conocido de las llamadas “inteligencias artificiales generativas”, redes neuronales informáticas capaces de generar textos o imágenes por su propia cuenta. Desde que apareció, a finales del año pasado, nadie puede dejar de hablar de su potencial disruptivo.

Uno de los mayores desafíos que presenta ChatGPT es su uso en las universidades: dado que, por el momento, el software anti-plagio tiene una capacidad muy limitada para identificar textos generados con esta tecnología, hay una preocupación razonable ante la posibilidad de que las y los estudiantes la usen para redactar monografías o exámenes. Esto ya ha llevado a que algunas instituciones comiencen a replantear sus políticas académicas.

La primera inclinación que hemos observado en estos días es bloquear en la universidad la conexión a los sitios que ofrecen estos servicios online.

Esta alternativa es, en realidad, virtualmente impracticable —las aplicaciones basadas en IAs generativas no harán más que multiplicarse—, e incluso puede ser autofrustrante: en lugar de inducir los mejores hábitos de estudio y esfuerzo, podría recompensar a estudiantes que logren desarrollar habilidades para sortear las restricciones técnicas y esconder los rastros del uso indebido.

Es aún más importante el hecho de que la prohibición categórica de una herramienta evidentemente útil, que ciertamente tendrá algún grado de protagonismo en el ejercicio de casi cualquier profesión basada en el conocimiento, puede tener el efecto indeseado de volver más artificial la actividad en las aulas, de alejarla de la realidad. La prohibición sería equivalente a forzar el uso de máquinas de escribir para evitar el “copiar y pegar”.

Otras respuestas, más audaces, en lugar de prohibir el uso de IAs generativas, proponen obligar a usarlas en trabajos prácticos y a documentar todo el proceso con capturas de pantalla. Dado que muchas respuestas de ChatGPT pueden resultar superficiales para el nivel universitario y, sobre todo, que no hay ninguna garantía de que su contenido sea verdadero, este tipo de ejercicio se centra en verificar la información, indagar en sus fuentes y profundizar la investigación.

De esa manera, se espera contrarrestar los incentivos negativos asociados a la prohibición, al tiempo que se retiene la mayor parte de los objetivos educativos que tiene un trabajo de investigación, incluyendo el desarrollo del pensamiento crítico y la exposición a tareas similares a las que realiza un profesional ya graduado.

Independientemente de la respuesta que eventualmente cada institución adopte ante la aparición disruptiva de IAs como ChatGPT, su surgimiento puede ser una gran oportunidad para reflexionar sobre el objetivo de la evaluación en el proceso educativo y, especialmente, sobre nuestro rol como educadores.

Como docentes, una de nuestras mayores responsabilidades es transmitir pasión por el aprendizaje e inspirar a cada estudiante a ver también las instancias de examen como oportunidades para aprender, como una parte ineludible del camino mismo que deben recorrer para convertirse en profesionales capaces de aportar valor y servir a su comunidad.

En efecto, una de las maneras más efectivas de combatir el plagio es trabajar en el desarrollo de actividades que les resulten valiosas, edificantes, y que enriquezcan su experiencia educativa.

Por ejemplo, las simulaciones de juicios orales en las facultades de derecho o del funcionamiento de órganos legislativos en las carreras de ciencias sociales, la creación de podcasts y çontenidos audiovisuales para streaming, los concursos de pitches de emprendimientos y los debates de argumentación, son sólo algunas ideas con las que es posible generar enorme entusiasmo, compromiso y ganas de seguir aprendiendo.

A su vez, también los exámenes casuísticos o de resolución de problemas desarrollan destrezas analíticas únicas; el examen oral puede invitar a cada estudiante a presentar una perspectiva propia sobre una pregunta interesante, responder objeciones y contemplar nuevos argumentos, como ocurre en una conferencia académica o coloquio profesional.

Estas experiencias educativas pueden promover las capacidades para poder producir respuestas a las preguntas más difíciles y desafiantes y, a su vez, para generar nuevas preguntas e ideas innovadoras. Todas estas actividades requieren habilidades que ningún algoritmo está cerca de tener.

Más aún: en una época que estará sin dudas atravesada por inteligencias artificiales cada vez más poderosas e impresionantes, la incorporación progresiva de contenidos tecnológicos se vuelve cada vez más imprescindible en la educación universitaria.

En nuestra experiencia, hemos visto cómo estudiantes de abogacía —una carrera a veces percibida como “muy tradicional”— pueden adoptar sin dificultad herramientas de ciencias de datos, e incluso entrenar sus propios algoritmos inteligentes para amplificar sus capacidades analíticas y enriquecer su comprensión de la disciplina.

La inteligencia artificial ya es parte de nuestra vida, pero la inteligencia humana no tiene límites.