En los medios

29/03/25
Cadenas de oro. Las acciones y el dilema de los ejecutivos
Andrés Hatum, profesor del MBA y Executive MBA, escribió sobre las estrategias de retención de ejecutivos en las organizaciones, en una nota junto al filósofo Nicolás José Isola.
Sería patético saber que alguien se queda en una pareja porque compran con dinero su fidelidad, ¿no es cierto? Parece no ser tan patético cuando eso pasa en las organizaciones.
Bueno, digámoslo de otra manera: a Juan no lo quieren tan libre. Esas acciones son el precio de su libertad. Como un oráculo oscuro, los inversores le susurran: "Juanita querido, vamos a comprar tu futuro e incluso tu tristeza: te vamos a poner una bola de zanahorias que haga que hasta tu duodeno tiemble antes de que dejes esa tarasca en la mesa".
Un directivo de recursos humanos, ante nuestra pregunta sobre las herramientas de retención, nos corrigió impetuosamente diciéndonos que "en esta empresa no retenemos, comprometemos". Los autores de esta nota tuvieron que mantener la compostura para no escupir los dientes ante semejante idiotez. Es que la realidad del mercado, se use la palabra que se use, es que las organizaciones tratan de que sus mejores directivos queden anclados en la empresa porque les sirven. Y para eso hay muchos mecanismos robustos. Si se lo quiere llamar retención o compromiso, allá la cosmética idiomática que permite cualquier cosa. Tunear el lenguaje es parte de la expertise empresarial. Eufemismos para la gilada.
Son muchas las herramientas que se utilizan y todas con nombres divinos, rimbombantes e ingleses como Long-term incentives (incentivos de largo plazo, como las acciones). Esas acciones tienen un vesting pe- riod, que es el tiempo que tardan en cobrarse. Generalmente, tiran una zanahoria a los dos años y dejan el resto para más adelante así se aseguran que ese ejecutivo no se va a ir; short-term incentives (incentivos de corto plazo, léase, bonos por performance) entre otras. Cuando un ejecutivo es contratado, si el puesto lo amerita, puede pedir un hiring bonus (bono de bienvenida o contratación); también puede pedir un golden parachute (paraguas dorado) cuando el ejecutivo es tan groso y el trabajo que va a tomar tan imposible, el paraguas lo salvaguarda si lo despiden antes de tiempo. Básicamente tenemos a un directivo al que le dieron un hiring bonus y tal vez un golden parachute para que empiece el trabajo contento, luego bonos de corto plazo para que logre objetivos cada vez más complejos y frustrantes y, por si esto fuera poco, el incentivo a largo plazo que lo mantiene atento pensando que tal vez, en el futuro, podrá llegar a ser rico. Una mezcla de sprint con maratón donde el ejecutivo exhausto termina una carrera arruinado.
Pero volvamos a nuestro ejecutivo. Juan se quiere ir, pero se quiere ir con todas sus fuerzas. Cuando se va a dormir hace cuentas y se pregunta cuánto vale la paga por su infelicidad. En la pausa de su insomnio, cuando Juan consigue dormir, su primitivo inconsciente le acerca una imagen simpática y dolorosa: un hámster blanco corre en vano en su rueda, mientras Juan mismo va susurrándole entre lágrimas: "vamos Juancito, vamos". Se despierta sudado. Pero sigue durmiendo ya que gracias a las pastillas que el psiquiatra le indicó logra dormir artificialmente.
Las acciones son una tentación y una trampa. Es el precio que tiene el futuro de los seres humanos, aun a costa de la felicidad del presente. El dinero puede ser una cárcel de oro. Y lo es. El incentivo de los viajes, el glamour de sentirse importante, el prestigio muchas veces infantil de ser Senior VP en vez de sólo VP: la guerra por los nombrecitos. Ego. Humos de ego mal administrados.
Sin embargo, la droga de ese dinero posible es la salvación futura, o eso piensan los directivos. "Si aguanto un tiempo hasta que pueda cobrar esas acciones, estoy salvado". Fantástico. Sucede que en el camino hay que dejar la vida, los hijos, el espíritu y las coronarias. Y todo eso sucede justo en el momento que nuestra familia, amigos o pareja más nos necesitan. Ausentes, corren los ejecutivos como ese hámster para lograr el sueño dorado: cobrar las acciones.
"Extraño horrores tenervida, paso 135 días al año viajando, mi familia está en la Argentina, yo no tengo pareja porque no tengo tiempo y las parejas que tuve no resistieron mi ritmo laboral". Luego de decir esto, este directivo huérfano nos miró a los ojos casi como pidiendo un abrazo. Después agregó: "pero tengo chofer". Por lo visto, todo tiene un precio. Hay líderes que viven a base de premios consuelo.
Es nefasto ver que en las misiones de las empresas dicen: "en esta compañía nos importan las personas", pero luego las atornillan con dinero para retenerlas. Les importan tanto que compran sus decisiones a futuro, las encarcelan transaccionalmente con guita, las extorsionan con dólares hasta anestesiarlas. Entonces ¿retenemos o comprometemos? Ese directivo de recursos humanos que todavía piensa que comprometen, puede ir leyendo algún libro que le explique su propio trabajo. Tal vez, ese directivo también tenga acciones y busque semánticamente la excusa que no puede encontrar en su propia vida.
Las acciones aguardando son las no rotas cadenas del himno ejecutivo quejura sin gloria morir. Coronados sí, pero de billetes con la cara de Franklin, no con laureles. Ambos son verdes, quizás por eso, a veces se confunden.
Bueno, digámoslo de otra manera: a Juan no lo quieren tan libre. Esas acciones son el precio de su libertad. Como un oráculo oscuro, los inversores le susurran: "Juanita querido, vamos a comprar tu futuro e incluso tu tristeza: te vamos a poner una bola de zanahorias que haga que hasta tu duodeno tiemble antes de que dejes esa tarasca en la mesa".
Un directivo de recursos humanos, ante nuestra pregunta sobre las herramientas de retención, nos corrigió impetuosamente diciéndonos que "en esta empresa no retenemos, comprometemos". Los autores de esta nota tuvieron que mantener la compostura para no escupir los dientes ante semejante idiotez. Es que la realidad del mercado, se use la palabra que se use, es que las organizaciones tratan de que sus mejores directivos queden anclados en la empresa porque les sirven. Y para eso hay muchos mecanismos robustos. Si se lo quiere llamar retención o compromiso, allá la cosmética idiomática que permite cualquier cosa. Tunear el lenguaje es parte de la expertise empresarial. Eufemismos para la gilada.
Son muchas las herramientas que se utilizan y todas con nombres divinos, rimbombantes e ingleses como Long-term incentives (incentivos de largo plazo, como las acciones). Esas acciones tienen un vesting pe- riod, que es el tiempo que tardan en cobrarse. Generalmente, tiran una zanahoria a los dos años y dejan el resto para más adelante así se aseguran que ese ejecutivo no se va a ir; short-term incentives (incentivos de corto plazo, léase, bonos por performance) entre otras. Cuando un ejecutivo es contratado, si el puesto lo amerita, puede pedir un hiring bonus (bono de bienvenida o contratación); también puede pedir un golden parachute (paraguas dorado) cuando el ejecutivo es tan groso y el trabajo que va a tomar tan imposible, el paraguas lo salvaguarda si lo despiden antes de tiempo. Básicamente tenemos a un directivo al que le dieron un hiring bonus y tal vez un golden parachute para que empiece el trabajo contento, luego bonos de corto plazo para que logre objetivos cada vez más complejos y frustrantes y, por si esto fuera poco, el incentivo a largo plazo que lo mantiene atento pensando que tal vez, en el futuro, podrá llegar a ser rico. Una mezcla de sprint con maratón donde el ejecutivo exhausto termina una carrera arruinado.
Pero volvamos a nuestro ejecutivo. Juan se quiere ir, pero se quiere ir con todas sus fuerzas. Cuando se va a dormir hace cuentas y se pregunta cuánto vale la paga por su infelicidad. En la pausa de su insomnio, cuando Juan consigue dormir, su primitivo inconsciente le acerca una imagen simpática y dolorosa: un hámster blanco corre en vano en su rueda, mientras Juan mismo va susurrándole entre lágrimas: "vamos Juancito, vamos". Se despierta sudado. Pero sigue durmiendo ya que gracias a las pastillas que el psiquiatra le indicó logra dormir artificialmente.
Las acciones son una tentación y una trampa. Es el precio que tiene el futuro de los seres humanos, aun a costa de la felicidad del presente. El dinero puede ser una cárcel de oro. Y lo es. El incentivo de los viajes, el glamour de sentirse importante, el prestigio muchas veces infantil de ser Senior VP en vez de sólo VP: la guerra por los nombrecitos. Ego. Humos de ego mal administrados.
Sin embargo, la droga de ese dinero posible es la salvación futura, o eso piensan los directivos. "Si aguanto un tiempo hasta que pueda cobrar esas acciones, estoy salvado". Fantástico. Sucede que en el camino hay que dejar la vida, los hijos, el espíritu y las coronarias. Y todo eso sucede justo en el momento que nuestra familia, amigos o pareja más nos necesitan. Ausentes, corren los ejecutivos como ese hámster para lograr el sueño dorado: cobrar las acciones.
"Extraño horrores tenervida, paso 135 días al año viajando, mi familia está en la Argentina, yo no tengo pareja porque no tengo tiempo y las parejas que tuve no resistieron mi ritmo laboral". Luego de decir esto, este directivo huérfano nos miró a los ojos casi como pidiendo un abrazo. Después agregó: "pero tengo chofer". Por lo visto, todo tiene un precio. Hay líderes que viven a base de premios consuelo.
Es nefasto ver que en las misiones de las empresas dicen: "en esta compañía nos importan las personas", pero luego las atornillan con dinero para retenerlas. Les importan tanto que compran sus decisiones a futuro, las encarcelan transaccionalmente con guita, las extorsionan con dólares hasta anestesiarlas. Entonces ¿retenemos o comprometemos? Ese directivo de recursos humanos que todavía piensa que comprometen, puede ir leyendo algún libro que le explique su propio trabajo. Tal vez, ese directivo también tenga acciones y busque semánticamente la excusa que no puede encontrar en su propia vida.
Las acciones aguardando son las no rotas cadenas del himno ejecutivo quejura sin gloria morir. Coronados sí, pero de billetes con la cara de Franklin, no con laureles. Ambos son verdes, quizás por eso, a veces se confunden.
