Di Tella en los medios
Diario Perfil
6/03/10

Punteros políticos y vida social

Por Manuel Mora y Araujo

El papel de los punteros en la política suele tener mala prensa. Se lo asocia al “clientelismo” y a prácticas poco democráticas.

Por Manuel Mora y Araujo

El papel de los punteros en la política suele tener mala prensa. Se lo asocia al “clientelismo” y a prácticas poco democráticas. A la vez, diversos análisis sociológicos han rescatado su funcionalidad en diversos aspectos. El tema volvió a un plano de atención estos días debido a un comentario periodístico: Rodrigo Zarrazaga, estudioso del tema, publicó una columna en el diario La Nación que dio algo que hablar a los especialistas.

El tema es complejo y presenta diversas dimensiones –lo que Zarrazaga, precisamente, propone–. Si el puntero genera un vínculo “clientelar” con los ciudadanos pobres que están bajo su esfera de influencia, y ese vínculo consiste básicamente en su poder para distribuir bienes materiales para consumo privado de quienes los reciben, un aspecto del problema es el déficit de la atención que el Estado, o el resto de la sociedad, prestan a esa gente. Pero hay otros aspectos no menos centrales en la relación puntero-votantes. Algunos estudiosos de redes sociales ya apuntaron a ese aspecto, el cual por otra parte es insoslayable en los análisis de la comunicación política: los punteros construyen vínculos y sostienen estructuras sociales locales.

La interacción entre punteros y seguidores es un fenómeno propio de la vida social, en todas las clases sociales y en las más variadas circunstancias. La vida social se ha conformado siempre sobre la base de redes de personas que interactúan más entre sí, generan identidad grupal y cohesión social y satisfacen todo tipo de necesidades a partir de esa interacción. Las nuevas comunidades virtuales que Internet ha hecho posible seguramente introducirán muchos aspectos novedosos en la vida social, en gran medida contribuyendo a que el ser humano puede superar las restricciones que la geografía impone a sus interacciones, pero no modificarán ese hecho elemental de la sociabilidad. Y, como ya estamos viendo, la política se servirá de esas redes.

Lo peculiar con el fenómeno de los punteros es que instalan un vínculo político en una matriz interactiva que podría no estar –y muchas veces no está– politizada. Eso no es exclusivo de los ambientes de la pobreza. De hecho, siempre ha habido punteros políticos, en la Argentina y en muchas partes, no solamente entre los pobres. Tengo delante de mí un texto ilustrado de Inglaterra a mediados del siglo XVIII, que describe como algunas personas en una taberna sobornaban a otras para conseguir su voto en una elección local. Un voto más significa mucho para un político, y concederlo a veces significa poco para el votante. Por otra parte, si bien suena aberrante que alguien use dinero del fisco para distribuir bienes que serán apropiados por quienes los reciben, hay que admitir que el límite entre lo público y lo privado es algo difuso. Cuando los vecinos de un barrio de clase media o alta obtienen del gobierno que gaste más en los espacios públicos de su barrio que en otros lugares, los bienes que el gobierno genera –pavimentos, alumbrado, semáforos, plazas– son públicos, pero no hay duda que los votos de ese barrio no serían los mismos si ese gasto se aplicase a otro barrio. Ni qué decir de las leyes que devalúan, establecen protecciones arancelarias, gravan o desgravan consumos, y tantas otras.

Los punteros sostienen una estructura de interacción social que, en la política, es la base de la comunicación persona a persona con votantes de carne y hueso. Eventualmente, contaminan el voto con algunos aspectos prebendistas irritativos; pero a la vez dan respuestas a demandas insatisfechas, que no son solamente zapatillas o, para los más afortunados, heladeras o televisores; son también atención médica, iluminación en las calles, provisión de agua o protección ante la arbitrariedad de los funcionarios del Estado –policía, jueces, otros–. Hace años tuve oportunidad de observar en Uruguay cómo funcionaba la estructura política territorial del “pachequismo”, una corriente interna del Partido Colorado que cultivaba el voto de los de abajo. Las redes sociales del pachequismo no incluían solamente punteros comiteriles, sino también a médicos u otros agentes de salud y a líderes locales de distinto perfil. Todos ellos eran útiles para la comunidad, y eventualmente la política se insertaba en esa relación y la capitalizaban.

La gente que menos tiene no demanda solamente teléfonos celulares –como hace unos días sugirió nuestra Presidenta–. Demanda muchas cosas, como todo el mundo, y algunas de ellas no se obtienen en el mercado aun cuando se tenga algo de dinero disponible. Son bienes menos tangibles pero esenciales en la vida de cada uno: relacionamiento, pertenencia, cohesión, contención, protección ante un mundo hostil, comunicación. Todos necesitamos esas cosas. Algunos, a veces, las encuentran en la relación que establecen con los punteros políticos. Es mejor que nada.

Y, por otra parte, eso nutre a la política de demandas de personas reales, algo que ni la televisión ni las encuestas pueden reemplazar.


*Rector de la Universidad Torcuato Di Tella

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