Estamos perdiendo todos
Roberto Gargarella
Tal vez mañana nos enteremos de que la pareja presidencial compró US$ 2.000.000 en un momento de movilidad cambiaria, para invertir ese dinero en obras de caridad. Aun en ese caso, ciertos datos cruciales seguirían constantes. Por un lado, dicha pareja es de las más millonarias de la historia del presidencialismo argentino, desde hace al menos un siglo. En segundo lugar, multiplicó su riqueza con creces en funciones de máxima responsabilidad pública, y mientras buena parte de la población caía en la pobreza. En tercer lugar, esa suba patrimonial contó con la sistemática complicidad de diversas instancias de la estructura del poder estatal.
Supimos ayer nomás que el ex presidente del BCRA avalaba operaciones con la pareja en el poder, que luego denunciaría como impropias. Ratificamos la existencia de una justicia federal celerísima para archivar causas que cualquier empleado judicial hubiera mantenido bajo escrutinio estricto. Supimos, recién, de autoridades impositivas que corrían, de un extremo a otro del país, para `borrar rastros` de operaciones mal hechas. No es un fenómeno nuevo. El caso de las `reservas de Santa Cruz` reafirma que estamos ante un modo de ejercer el poder que lleva décadas, y que enreda a buitres, legislaturas silenciosas, jueces amigos y funcionarios que entregan llaves que a todos los demás deniegan.
Esa práctica institucional envilecida e injusta, según entiendo, debe ser el centro de nuestra atención, más allá de excitaciones coyunturales. La pareja presidencial resulta hoy víctima del esquema de poder que montara: la decadencia actual refleja un modo de construcción previo, que la llevó al ascenso. El matrimonio en el poder concentró poder, reafirmó los costados más virulentos de un sistema político hiperpresidencialista y exacerbó una modalidad de toma de decisiones de perfil contramayoritario, idéntica a la del menemismo: decisiones rápidas, por sorpresa, en secreto, consultadas con pocos, de espaldas a la ciudadanía. Se creció despreciando el consenso, se decrece en agobiante soledad.
Los vientos han cambiado (prueba de ello es la seguidilla de fallos adversos al Gobierno), pero no se trata de celebrar la pérdida de poder de nadie. Estamos perdiendo todos. El desafío trasciende a la pareja presidencial. Atañe a parte de la oposición, que ha sabido mezclar, indebidamente, vida pública y negocios privados. Atañe a parte de la ciudadanía más ilustrada, que aprendió a justificar aquello de lo que en un momento abjuraba, y a callar lo que tiempo atrás denunciaba. Nos atañe a todos hasta asegurar otros modos, más populares, más limpios, más democráticos, para el ejercicio del poder.
El autor es profesor de Teoría Constitucional de la UBA y de la UTDT