El factor militar en América latina
Juan Gabriel Tokatlian Profesor de Relaciones Internacionales en la Torcuato Di Tella
En 2009 América Latina tuvo un logro desconocido: la crisis económica mundial no la afectó tan dramáticamente como a otras regiones. Pero en el plano político e institucional se profundizaron sus fragilidades y sus riesgos.
Es cierto que las diversas elecciones legislativas y presidenciales que se realizaron a lo largo y ancho de Latinoamérica reforzaron el compromiso ciudadano con el pluralismo y la democracia. Pero en esos mismos procesos electorales se reflejaron crecientes niveles de polarización política y por persistentes debilidades institucionales. De algún modo, ello revela una paradoja de la democratización latinoamericana: los gobiernos de minoría y excluyentes, que desvalorizan y enflaquecen el Estado, ya no tienen cabida. Pero al mismo tiempo el auge del personalismo, la concentración del poder y las tácticas políticas refractarias producen ingobernabilidad en la gestión y fragmentación en el Estado.
En las relaciones internacionales de la región se manifestaron señales promisorias y desalentadoras: por un lado, Brasil continuó de modo exitoso su senda ascendente como un poder emergente con aspiración de proyección global y, por el otro, las fracturas intra-regionales pusieron de presente el deteriorado poder negociador colectivo de América Latina, a pesar de que Argentina, Brasil y México son parte del G-20. La región, como un todo, continúa mostrando que pierde peso específico en la política mundial, en buena medida, por la falta de un mínimo proyecto compartido.
Pero la nota más preocupante tiene que ver con la dimensión militar en el área. Por ejemplo, el golpe de Estado que derrocó al Presidente Manuel Zelaya, en Honduras, fue el primer caso de un neogolpismo exitoso en Centroamérica en lo que va del siglo XXI. Sus repercusiones podrían ser enormes porque los mensajes contradictorios y las prácticas erráticas de Estados Unidos ante lo sucedido pueden ser interpretadas como un estímulo tácito a nuevas aventuras golpistas; al menos en América Central.
A su vez, es elocuente el incremento de las tensiones regionales. En algunos casos involucran cuestiones limítrofes (Perú y Chile, Bolivia y Chile, Colombia y Nicargua) y en otros, asuntos ligados a grupos armados (Colombia y Venezuela, Colombia y Ecuador), al medio ambiente (Argentina y Uruguay, Colombia y Ecuador), a la migración (México y Guatemala), los derechos humanos (Haití y República Dominicana) y a la energía (Brasil y Bolivia, Brasil y Paraguay, Argentina y Chile).
Además, la militarización de la ‘guerra contra las drogas’ es patente salvo contadas excepciones como Argentina, Chile y Uruguay. El rol de las fuerzas armadas en el combate antinarcóticos, que ha sido infecundo en todos los países donde se han desplegado, se ve estimulado por la estrategia de Washington.