Di Tella en los medios
El Cronista
28/02/24

La falacia del infierno

Por Fernando Navajas

Fernando Navajas, vocal del Consejo de Dirección de la UTDT, analizó la forma de hacer política en Argentina.

La falacia del infierno
Autor: Francisco Marotta


Existe una vieja tradición en el análisis económico que surge del tronco de la economía política americana con raíz en la Universidad de Chicago y que se sintetiza en la ‘falacia de Nirvana' (Nirvana fallacy en inglés). El autor intelectual fue Harold Demsetz, un discípulo de Ronald Coase, que se mudó desde Chicago a la UCLA, donde fue profesor en el doctorado de Daniel Artana.

Yo vi a Demsetz en 1988, en un seminario para posdoctorados en economía en Siena, Italia. Su estilo de razonamiento y exposición eran apabullantes. Esta falacia dice que no se pueden hacer comparaciones tomando como referencia a un sistema perfecto o ideal y en cambio hay que hacerlo con lo que hay o se puede lograr. La frase se usa mucho en el debate que contrapone fallas de mercado versus una intervención estatal ideal, que ignora las fallas del Estado. Si la economía es la ciencia de la escasez en donde agentes responden a incentivos de modo descentralizado y bajo información privada, eso va a ocurrir tanto en el sector privado como en el público. Y en este último caso, el público, estamos fregados si el esquema de incentivos y gobernabilidad no funciona bien y está contaminado de favoritismo político y corrupción.

Hasta acá todo bien y comparable con lo que ahora se ha divulgado y se repite en todas partes. Pero en Argentina ahora tenemos como ejemplo algo distinto. En su afán de denostar a la intervención estatal, llámese fondos fiduciarios o empresas públicas, que son los cucos de moda, el Gobierno tuerce la falacia de Nirvana hacia lo que puede llamarse la ‘falacia del infierno' (Hell fallacy). Es decir, usa como base de comparación para evaluar la elección de decisiones de políticas públicas no a un régimen ideal, sino al otro extremo opuesto, es decir al peor régimen posible. Este es un régimen en donde aún instituciones o políticas que podrían hacerse pensadas para funcionar bien bajo ciertas premisas (que en verdad no se han cumplido, pero que eso no demuestra para todos los casos que no se pueden cumplir) han sido cooptadas por lo peor del desmanejo político y la corrupción.

Pero esto es un razonamiento forzado, excepto bajo una miopía ideológica agravada. Así como no hay que ver a las empresas públicas y los fondos fiduciarios desde una óptica ideal y cometer la falacia de Nirvana, tampoco se puede caer en la falacia de que son el infierno y que todo lo que vemos y tocamos ahí está podrido, por el hecho de que esas instituciones cayeron en un equilibrio de fondo de pozo y fueron cooptadas por una pésima gobernanza. La evidencia primaria de que esté podrido no alcanza. Salvando las distancias, la falacia del infierno hace recuerdo a cuando se decía que la democracia en la Argentina no funcionaba porque la referencia era la presidencia de María Estela Martínez de Perón. Una construcción falaz para justificar la dictadura.

Dada esta situación ¿está bien lo que el Gobierno está haciendo en cuanto a estigmatizar tanto a los fondos fiduciarios como a las empresas públicas? La respuesta depende de la óptica y la métrica que queramos adoptar. La tentación de tender a hacer tabla rasa y suprimir los fondos fiduciarios, porque las pruebas dicen que están infectados y son irreformables, está bastante justificada en el afán de hacer reformas y reducir el desmanejo fiscal y político. Pero posiblemente también esté bastante mal si por apuro o torpeza nos desprendemos de algo que todavía tiene valor.

Hay dos razones para pensar así. La primera, que va a ser poco atendida por el pensamiento libertario, es que hay razones económicas serias para querer organizar mecanismos de manejo de fondos públicos con fines específicos (un incendio forestal, el manejo de la adaptación a desastres debidos al cambio climático, el apoyo a la infraestructura para la transición energética, etc.) que si tienen arriba una buena gobernanza pueden funcionar mejor y más rápido y financiarse mejor, en un país con dificultades para fondearse.



El fondeo para la inversión es un tema importante. En el caso de América latina, la evidencia recopilada en un próximo informe del BID dice que el 90% del gasto de capital de los fondos fiduciarios va a infraestructura en energía y transporte. Pero existe evidencia de problemas de subejecución y mala gestión incluyendo mala selección de proyectos que varían según la calidad de la gobernanza. La segunda razón está en lo que piensan organismos multilaterales relevantes para apoyar la consolidación fiscal, como el FMI, sobre el rol de estos fondos. Lejos de ser un ‘tema novedoso' el problema de los fondos fiduciarios existe desde hace bastante y yo mismo lo puse en la proa de las preocupaciones para caminar hacia la consolidación fiscal , en un artículo en El Cronista a fines de 2022. No lo hice por ser original, aunque en rigor lo fuera en el debate de aquel momento, sino por haber leído la tinta fresca del informe PIMA del FMI que llamaba a reforzar el diseño y control de los fondos, no a cerrarlos masivamente.

Si pasamos al tema de las empresas públicas, aun cuando exista en la práctica el problema de la falacia del infierno, aparece un cambio de matiz importante en el debate. Resulta más difícil hacer el argumento de tabla rasa aún para la posición del Gobierno, que acepta que existen grises que pueden ser diferentes debido a que la tipología tan amplia y heterogénea de las empresas públicas. A pesar de que la ley otorga la opción a la Jefatura de Gabinete de apretar el botón de liquidación en cualquiera de los dos casos, es más complejo hacerlo en el caso de las empresas públicas.

Estos costos de privatizar rápido, sean políticos, judiciales o administrativos, aumentan las chances de que se busquen otras soluciones y que en esa búsqueda se empantane una reforma profunda. En 2016 se intentó un camino gradualista que mejoró mucho la gobernanza y el desempeño de las empresas públicas pero los resultados no fueron buenos en términos de lograr una reforma profunda, en parte porque la gobernanza de las empresas públicas en la Argentina siempre fue un rompecabezas institucional que la Constitución de 1994 empeoró, en mi opinión, al dar lugar al manejo centralizado a una institución políticamente cambiante como la Jefatura de Gabinete cuando el camino hubiera sido reforzar el rol del Ministerio de Economía (que de hecho fue quien hizo las reformas de los ‘90) y una burocracia ortodoxa orientada al control fiscal. Estas patologías están plasmadas en, para mí, el mejor informe sobre el tema editado por la OECD en 2017 y que resulta bastante crítico respecto al barco sin timón que es la gobernanza corporativa de las empresas públicas en la Argentina. El problema ahora es que el gobierno no quiere pensar en un esquema que mejore esta institucionalidad. No quiere encontrar el timón, quiere hundir el barco aunque sea por métodos de regalarle la empresa a los empleados, que tal vez no será una mala estrategia política de ‘eyectarse' de un problema, pero que puede que sea algo muy ineficiente para la economía.

En resumen, la falacia del infierno y el afán político de provocar un cambio drástico de régimen no repitiendo los errores de 2016 lo están llevando al Gobierno por un camino de decisiones que son más drásticas que eficientes. Esperemos que a la salida de la estabilización macroeconómica se revisen varias de estas decisiones y se empiece a construir en serio una gobernabilidad distinta que apuntale mejor la eficiencia del gasto público y dinamice estructuralmente la productividad de la economía.