Di Tella en los medios
La Nación
18/06/17

¿Puede una ciudad ser aburrida o estimulante? Diseño urbano: la escenografía de nuestra vida

Por Laura Marajofsky

Julián Varas, director de la maestría en Historia y Cultura de la Arquitectura en la Universidad Torcuato Di Tella, señala que en la arquitectura y el diseño urbano siempre interviene una determinada concepción del sujeto, que no contempla solamente sus necesidades básicas sino también la construcción de deseos, valores e ideales colectivos. "En ese pasaje entre lo real y lo virtual (o imaginario) es donde radica la importancia del diseño", explica el profesor.

¿Pueden las ciudades ser aburridas o estimulantes? ¿Causar emociones en los transeúntes como alegría, estrés, violencia o hasta adicciones? ¿Es posible orientar o incidir en el comportamiento mediante la arquitectura y el diseño? En los últimos años y de la mano de cruces disciplinarios (con la psicología, la neurociencia, la antropología), el diseño urbanístico contempla cada vez más aspectos relativos a la conducta y las emociones de las personas aplicados a la arquitectura y el paisajismo.

Desde referentes internacionales que han indagado en el campo de la psicología del urbanismo (urban psychology) y el diseño de ciudades inteligentes, como Peter Zumthor o Jan Gehl (tiene diversos libros sobre el tema, como Public Spaces, Public Life), hasta los festivales de arquitectura o los recientes experimentos en diversas ciudades del mundo, el interés sobre los efectos de la ciudad en nuestra psiquis crece.

"Creo que el tema no es nuevo, ya que la arquitectura a lo largo de la historia afectó y afecta tanto a la psicología como a los estados de ánimo de las personas. Hoy los modos de habitar, trabajar y estudiar están en continuo cambio y análisis, y eso se refleja en la arquitectura y sus espacios. La arquitectura, y cada vez más el diseño en general, se consideran vitales para la buena vida y la salud", reflexiona Ricardo Pomphile, de Open House Buenos Aires, el festival abierto de arquitectura y urbanismo de Buenos Aires.

Open House es un formato exportado que ya tiene más de cinco ediciones y propone dos días de puertas abiertas en aquellos edificios de interés arquitectónico y que por motivos varios no siempre están accesibles al público general (incluyendo casas privadas). Lo interesante es que se enfoca no sólo en dar a conocer y difundir el patrimonio arquitectónico de la ciudad, sino que además enfatiza la relación de reciprocidad con los espacios y la manera profunda en nos afectan.

"Algo que hemos observado durante estos años aquí y en otras ciudades es que genera un compromiso público de los ciudadanos hacia la ciudad, cuando se empiezan a dar cuenta de la importancia que tiene el diseño en su bienestar. Tratamos de generar un conocimiento informal pero profundo sobre el impacto de la arquitectura y el urbanismo en el individuo. Creemos que los edificios de nuestra y cualquier ciudad afectan nuestra forma de vida: nacemos, crecemos, nos educamos, trabajamos y jugamos rodeados de arquitectura. Y con eso nuestro estado de ánimo se modifica según el lugar donde lo hagamos y como esté pensado o diseñado."

Julián Varas, director de la maestría en Historia y Cultura de la Arquitectura en la Universidad Torcuato Di Tella, señala que en la arquitectura y el diseño urbano siempre interviene una determinada concepción del sujeto, que no contempla solamente sus necesidades básicas sino también la construcción de deseos, valores e ideales colectivos. "En ese pasaje entre lo real y lo virtual (o imaginario) es donde radica la importancia del diseño. La psicología ambiental es una rama de la psicología que tuvo cierto impacto en la arquitectura a partir de mitad del siglo XX. Pero la arquitectura no es una ciencia sino una disciplina creativa, o sea que debe negociar entre una adaptación a los datos científicos duros y una obligación de desafiar ciertos órdenes para que el trabajo del diseñador no se limite a reproducir lo existente."

La emoción en el diseño

Caminamos por las mismas calles todos los días, a veces sin detenernos o mirar siquiera para arriba, mucho menos preguntarnos qué efecto tiene tal edificio o espacio verde en nuestro estado de ánimo. Pero hay gente que sí se lo pregunta y que experimenta con las silenciosas escenografías de nuestras vidas.

El urbanista danés Jan Gehl se ha focalizado en el diseño de las calles y observó que la gente camina más rápido cuando pasa por fachadas inexpresivas o sin ornamentos, en contraposición con las "fachadas activas". Asimismo, propuso que para un buen diseño de ciudades un transeúnte en movimiento que se desplaza a un promedio de 5 kilómetros por hora debería ver algo interesante o llamativo cada cinco segundos aproximadamente.

Como explica en un artículo reciente Colin Ellard, psicólogo ambiental y neurocientífico de la Universidad de Waterloo, que también ha escrito sobre el tema en libros como Where Am I? (2009) y Places of the Heart (2015), los seres humanos han evolucionado para operar en ambientes con niveles óptimos de complejidad en relación con su biología: "Buscamos estos escenarios con nuestros ojos, cuerpos, manos y pies. No sólo la gente es más propensa a caminar en ciudades con espacios abiertos y fachadas más alegres, sino que también las cosas que hacen en ellas se modifican".

Muchos planificadores urbanos ya están aplicando algunas nociones de la psicología ambiental o el diseño urbano inteligente. Aquellos que desean hacer las calles más agradables, transitables o entretenidas prueban cambiar el aspecto físico de las fachadas de los edificios públicos, embellecer los espacios con murales u obras de arte encargadas especialmente, montar pop-ups artísticos o gastronómicos que van rotando, espacios verdes, huertas comunitarias, y por supuesto, la variable vedette hoy: las bicisendas y espacios bike-friendly.

Otra arista de la psicología del diseño urbano, en particular ante fenómenos contemporáneos como la globalización, la gentrificación y la replicación de multinacionales por doquier, es cómo esto incide en los comercios y pequeños productores locales, su arquitectura, y por ende, en nosotros. Sitios como McDonald's o Starbucks producen cierto tipo de monotonía en el paisaje -después de todo están diseñados para una despersonalización que los haga replicables y para un consumo rápido que sea rentable- que es difícil de ignorar. ¿Acaso es lo mismo pasar por delante de un mercado en plena actividad que de una cadena supermercados o un fast food? ¿Qué sentimientos e interacción suscitan estas dos propuestas en la gente? Está comprobado que el resultado es muy diferente, con emociones asociadas con el aburrimiento, la falta de estimulación, la apatía y hasta la tristeza en un caso, y con la alegría, la curiosidad o la necesidad de socializar en el otro.

Es precisamente gracias a estos efectos en la dinámica diaria que muchas ciudades han empezado no sólo a modificar los códigos de construcción para beneficiar este tipo de arquitectura en ciudades como Estocolmo, Ámsterdam, Melbourne y en ciudades inteligentes de Estados Unidos (que se multiplican), sino que también se comienza a instituir la idea de que el diseño de las calles y los edificios son una cuestión de salud pública.

"El concepto de ciudad inteligente está en constante evolución. En ella todos los elementos urbanos aportan a una vida cómoda y cada componente tiene más de una función: ya existen rutas que recolectan luz solar y la trasladan a la red eléctrica, carriles exclusivos para autos eléctricos que se cargan mientras funcionan, bancos 'bicicleteros', ex cabinas telefónicas para cargar celulares, asientos con superficies para apoyar la notebook. Cada objeto presta mas de una función y la ciudad puede convertirse en una oficina al aire libre, en un espacio abierto de intercambio de ideas o en un recital espontáneo de artistas callejeros", aporta Gaby López, diseñadora de interiores, investigadora y especialista en ciudades inteligentes.

Una cuestión de salud

Conforme el aburrimiento comenzó, irónicamente, a volverse un tópico entretenido que hizo que la academia dedicara recursos a su estudio, más intensamente de la década del 80 en adelante, algunos especialistas se dedicaron a ver qué sucedía con los transeúntes que no se sentían estimulados o desafiados por la arquitectura en sus ciudades. La discusión en torno al aburrimiento se vuelve relevante en tanto se vincula con el estrés. "Parecerá extremo pensar que un breve encuentro con un edificio aburrido puede ser un peligro para la salud, pero ¿qué pasa con los efectos acumulativos de esa inmersión?", se pregunta Ellard.

Otros, sin embargo, advierten sobre los riesgos de manipular nuestras mentes y emociones a través del diseño. ¿Hasta qué punto somos conscientes del efecto y con qué motivaciones estamos siendo influenciados?

"El problema que existe con una concepción hedonista de la arquitectura y el diseño urbano es que desde esa posición se suele promover la construcción de un sujeto pasivo, adaptado, inofensivo, cuya voluntad de intervenir activamente la configuración de su entorno es escasa. La historia reciente demuestra que las formas culturales vanguardistas en general no provienen de entornos excesivamente amigables. Creo que el discurso humanizante aplicado a la arquitectura y al diseño urbano no es productivo culturalmente. No digo que están mal las bicisendas, las calles peatonales o las vidrieras comerciales, pero un discurso sobre la ciudad debería proponer desafíos y metas más audaces que la 'hedonización' del espacio público, y que implican consensos más difíciles de generar pero que también sugieren visiones de futuro que son realmente proyectivas y no sólo reparadores", propone Varas.

Todavía no conocemos del todo el impacto del entorno en nuestra emociones (¿una neurociencia de la arquitectura?), pero algo que sí sabemos es que ambientes más estimulantes y activos -visual y narrativamente- pueden generar cambios en nuestras emociones y percepciones.