En los medios

La Nación
7/03/18

Perfil del cuentapropista argentino

"El trabajo independiente puede ser visto como la evolución natural del empleo o como el síntoma de un desequilibrio", sostiene el profesor de la Escuela de Gobierno.

Por Eduardo Levy Yeyati



María es porteña y está por cumplir 38 años, con una carrera dedicada a la docencia en la escuela secundaria. Apasionada por la literatura hace unos años decidió armar un pequeño taller de lectura, de frecuencia mensual. Lejos de ser su principal fuente de ingresos, el taller le sirve para complementar su salario como docente. Hace tiempo que tiene ganas de empezar a escribir su primera novela pero todavía no encontró el momento para arrancar.

Norberto tiene 46 años y vive en el Gran Buenos Aires. A los 16 años dejó la escuela secundaria y desde entonces trabaja por cuenta propia como obrero de la construcción. Eventualmente estuvo desempleado algún tiempo durante los últimos años, aunque hace unos meses que la cosa viene mejor. Acechado por la necesidad, se dedica plenamente a la actividad independiente pero está buscando conseguir un empleo formal, sin éxito por el momento.

María y Norberto difieren en casi todo menos en un aspecto en común: ambos son parte del heterogéneo universo de trabajadores independientes (cuentapropistas) argentinos.

¿De qué hablamos cuando hablamos de cuentapropismo?

Según Independent Work, un exhaustivo estudio de 2016 del Mckinsey Global Institute (MGI) en base a 8000 entrevistas en países desarrollados, los cuentapropistas por elección reportan mayores niveles de satisfacción laboral que aquellos que lo son por necesidad, ya sea por falta de mejores opciones o para evitar el desempleo. De hecho, cuando tanto el cuentapropista como el asalariado lo son por elección, es el primero el que se muestra más satisfecho.

Así, a primera vista, el trabajo independiente, si es voluntario, estaría asociado a más bienestar, justificando a quienes ven con entusiasmo el auge de la economía a demanda. A contramano de quienes la piensan como un síntoma de precarización: sin empleo estable, caen los beneficios asociados a la relación laboral, el acceso al crédito, el ahorro previsional. ¿Seguirá siendo mayor la satisfacción del cuentapropista con el paso de los años?

Pero el "trabajador independiente" es una categoría más compleja y difícil de caracterizar. Históricamente, en países en desarrollo como la Argentina, se la asocia a trabajos de baja calificación y bajos salarios, más Norbertos que Marías. El cuentapropista vernáculo es menos el consultor trabajando desde la casa o la del desarrollador de software programando desde un bar, que el agricultor de subsistencia, el changuista o el personal doméstico, viviendo al día, asediado por la falta de oportunidades.

¿Dónde trazamos los límites del universo cuentapropista? ¿Cuántos son, y de qué tipo?

La tarea no es fácil. Por ejemplo, para las estadísticas oficiales, las empleadas domésticas (97% son mujeres) son "asalariadas", en el marco del régimen especial que les ofrece maternidad, vacaciones y cobertura de salud (ésta última, sólo si trabaja un mínimo de horas por mes; caso contrario, el aporte va a pérdida). Pero, en la realidad, la mayoría trabaja por horas, con alta rotación y sin los beneficios de la formalidad (de hecho, la informalidad del cuentapropismo de los países en desarrollo fue la razón invocada por MGI para excluirlos del estudio). A esto se suma que el Indec clasifica como asalariado al monotributista con un solo empleador, aún si trabaja por pocas horas.

No obstante, hasta que un estudio más granular permita refinar la clasificación, vale una primera aproximación. Si incluimos al personal doméstico part-time y a los monotributistas, en 2017 los cuentapropistas argentinos sumaban 3.645.000 trabajadores. Casi un tercio de la población ocupada.

¿Cómo daría un estudio como el de McKinsey si lo hiciéramos hoy en la Argentina? Los datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) ofrecen algunas pistas preliminares.

El 70% de nuestros cuentapropistas lo son "por elección" (no buscan otro empleo o más trabajo), una proporción comparable a la de los Estados Unidos, e incluso superior a la de países como Alemania, Francia o España, según las estimaciones de McKinsey. En cambio, mientras que en los países desarrollados sólo en un tercio de los casos el cuentapropismo es la actividad principal, en la Argentina ese número alcanza el 82%.

¿Es el argentino un cuentapropista feliz que prefiere un trabajo independiente a un ingreso estable? ¿O es un cuentapropista desalentado que deja de buscar opciones?

Los datos de la EPH sugieren identikits del cuentapropista "suplementario" (el que trabaja por cuenta propia para suplementar su ingreso principal) y "principal" (el que no hace otra cosa que trabajos por cuenta propia). El "suplementario" típico es un individuo de 38 años, de clase media alta (la mitad pertenece al tercio de mayores ingresos), con estudios universitarios, y con una ocupación principal que se relaciona con la enseñanza o la salud. El "principal" típico tiene 46 años (15% tiene más de 60), estudios secundarios completos, y un trabaja (por cuenta propia) en la construcción, las tareas domésticas o el comercio minorista.

Estos dos tipos de cuentapropistas son tan diversos como María y Norberto. La primera es joven y calificada y elige un empleo flexible y bien pago; el segundo es maduro y no calificado y se resigna a la incertidumbre del trabajo a destajo. En la Argentina, hay cuatro veces más del segundo que de la primera.

El trabajo independiente puede ser visto como la evolución natural del empleo o como el síntoma de un desequilibrio. En muchos casos, en general los más desfavorables, el trabajo por cuenta propia es un dique contra la des-salarización y el desempleo: desalentarlo tendría efectos no deseados para los segmentos más vulnerables, a los que les cuesta acceder a un empleo estable; a su vez, incentivarlo sin red de protección profundizaría su precarización.

¿Cómo eludir estos dos riesgos? Pensando esquemas de contención y extensión de beneficios para estos trabajadores, buscando un balance virtuoso entre movilidad y estabilidad de ingresos. ¿Cómo asegurarnos que el futuro del trabajo se dé en el marco de una transición justa para el trabajador?

Beneficios portables (como el modelo austríaco, o nuestra libreta de desempleo en la construcción), arreglos especiales que asimilen al cuentapropista al asalariado (como los mini empleos alemanes, o nuestro régimen del personal doméstico), jerarquización del monotributo (ajustando aportes y agregando beneficios, como la inclusión de las asignaciones familiares en 2016), formación profesional continua y seguro de desempleo, son algunas de las opciones en danza.

La Argentina propuso el futuro del trabajo como eje central del G20 que preside. Sería un error, sobre todo en un país en desarrollo, limitar el debate al impacto de robots y programas. El desarrollo argentino también depende del éxito de un diálogo laboral profundo.