En los medios

El Cronista
7/02/18

Bajar la inflación es necesario para volver a crecer sostenidamente

Según el profesor de la Escuela de Gobierno UTDT, en el debate actual sobre inflación y volatilidad "brilla por su ausencia, en general, el análisis y debate sobre los efectos nocivos de mantener una economía operando a tasas promedio de 20%/25% por más de una década".

Por Martín Grandes Y Santiago Fucci
La inflación y su volatilidad son perjudiciales para el crecimiento de las economías en períodos largos debido a la incertidumbre que trae aparejada en las decisiones de inversión y consumo, la inestabilidad de los precios relativos, la caída de la productividad y el subdesarrollo del sector financiero, entre otros factores.

Empero, el debate actual está mayormente centrado en el régimen de política monetaria en vigencia y su eficacia para ‘derrotar’ a la inflación –cumplir la meta del Banco Central–, o bien en cómo impacta la inflación en la pobreza y distribución del ingreso de los argentinos. Sin embargo, brilla por su ausencia, en general, el análisis y debate sobre los efectos nocivos de mantener una economía operando a tasas promedio de 20%/25% por más de una década.

La evidencia empírica muestra que los países que tienen mayores tasas de crecimiento del producto por habitante en períodos que trascienden a una generación, son aquellos que, además de haber invertido en capital físico y humano, o innovado, han logrado reducir la inflación a valores inferiores a un dígito o incluso menores a 5% (piense el lector en Chile, Corea del Sur, Malasia, República Checa, Israel, entre otros).

Ahora bien, ¿a partir de qué niveles de tasa de inflación ésta deja de reducir el crecimiento económico? El efecto negativo de la inflación no depende sólo del cambio gradual y continuo en su tasa (es decir, de su ‘efecto marginal’), sino del régimen de inflación en que está inmersa la economía: cuando la inflación crece, empiezan a ser rentables conductas que antes no lo eran y, alcanzado un punto, los agentes cambian su comportamiento para adaptarse al nuevo contexto.

Según la evidencia detectada, estos cambios cualitativos serían el principal canal por el cual la inflación impacta negativamente en la tasa de crecimiento de la economía, afectando el ingreso y el bienestar a largo plazo. En resumen: La teoría económica señala que la inflación causaría un impacto diferencial en la tasa de crecimiento según su nivel y ciertos umbrales que algunos autores identifican en no más de 15% anual (la meta para Argentina en 2018). En un análisis de trazo grueso, tasas de inflación positivas, pero bajas, generan efectos positivos o neutros en el crecimiento, mientras que la inflación alta y su volatilidad, causa efectos negativos en aquel. Es decir, la relación entre inflación y crecimiento no es lineal. ¿Por qué? Porque si los efectos negativos de la inflación en el crecimiento están asociados a factores como la incertidumbre, el acortamiento de los horizontes de planeamiento, la aleatoriedad de los precios relativos, etc., entonces el efecto marginal de la inflación no debería ser el mismo si el nivel es alto y explosivo (y, entonces, con mayor variabilidad) que si la inflación es baja, predecible y estacionaria.

Siendo así, y más allá del régimen de política antiinflacionaria adoptado, la efectividad de una reducción de la inflación de, por ejemplo, el 50%, depende del nivel de partida: probablemente sea poco efectivo reducir la inflación de 2000% a 1000%, y también lo sea reducirla del 2% al 1%, pero puede tener un gran efecto reducirla del 20% al 10%. Dicho con más rigor, en términos estadísticos: la magnitud de la correlación parcial entre inflación y crecimiento económico es condicional al nivel de inflación.

Las estimaciones indican que, cuando la inflación es alta, cada punto porcentual adicional de inflación implica, en promedio, un 0.03% menos de crecimiento, manteniendo el resto de las variables constantes.

¿Qué significa esto? Hágase el siguiente ejercicio ilustrativo: entre 2007 y 2016 el PBI per cápita argentino (en dólares PPA) pasó de u$s 17,900.7 a u$s 18,489.4, lo que equivale a una tasa de crecimiento anual de 0.4%. Si la inflación media del periodo hubiera sido, en lugar de 25% anual, un 10% anual, la tasa de crecimiento hubiese sido de 0.85% (un 0.45% adicional, o el doble de la observada), y el ingreso per cápita hoy sería u$s 19,481.8, casi mil dólares más. Tan pronto como en el 2028, el ingreso per cápita sería u$s 2000 superior. En 50 años, sería un 34% superior: seríamos aproximadamente un tercio más ricos con inflación baja que con inflación alta.

El lector puede replicar este cálculo asumiendo que la Argentina podría crecer 2% anual por habitante como algunos países vecinos o de Asia y Europa Oriental.

La inflación alta y perdurable afecta el bienestar de largo plazo porque conduce a distorsiones y comportamientos nocivos para el crecimiento económico que generan un ingreso por habitante menor.

En este contexto, la discusión sobre el régimen de política monetaria y la ‘sintonía fina’ de sus metas no deben perder de vista el objetivo principal: lograr un marco macroeconómico estable, sostenible y predecible, para colocar al país en una senda de crecimiento de largo plazo que mejore el ingreso y las condiciones de vida de ésta y las próximas generaciones.