En los medios

Clarín
20/05/17

Una economía que no despega y crisis política: el fin de un modelo

Según el profesor de Relaciones Internacionales de la UTDT la crisis política del gobierno Temer en Brasil y la mala economía nacional "constituyen el fin de un modelo".

Por Carlos Pérez Llana
En el Brasil, la crisis política del gobierno Temer y la mala economía, que a pesar de los brotes verdes objetivamente no despega, constituyen el fin de un modelo. Se trató de un sistema político que se creyó virtuoso cuando incorporó a los sectores de menores ingresos a la política y al consumo. Eso fue, en síntesis, el “lulismo”. La social democracia local se apoyó en los sectores medios urbanos, luego la gestión Lula perfeccionó el modelo: sumó los sindicatos y el aparato cultural de la izquierda.

Cardoso fue el arquitecto de la transición post-militar y el padre de las reformas económicas; Lula legitimó el “reformismo democrático” con un liderazgo de proyección internacional. En síntesis: “Brasil modelo”.

Mientras los precios de las materias primas financiaron la política todo funcionó, en la medida que todo se ocultó. La corrupción se expandió por las venas de un gigante con bases de arcilla. El lulismo no sólo pactó con el capital: en verdad perfeccionó un sistema cruzado de prebendas.

Parte de la famosa burguesía nacional apeló a los créditos de la banca estatal y con la estructura arancelaria protegió el mercado interno. No se trató de la herencia virtuosa del desarrollismo brasileño. El nuevo formato del capitalismo nacional se construyó sobre una base objetiva: la expansión de grandes conglomerados privados vía las rentas que le proveyó la política (Petrobras). En paralelo, el Estado populista puso su diplomacia al servicio de esta burguesía.

En efecto, si se analizan las grandes obras ejecutadas en el exterior, se advertirá “la mano de Itamaraty” abogando en las licitaciones y ofreciendo “financiamiento incluido”. Este fue el nuevo modelo, muchas veces presentado como ejemplo virtuoso de una alianza entre el Estado y la burguesía empresarial. Ese nuevo vector de la política exterior fue utilizado para mostrar las bondades de una diplomacia histórica aggiornada, capaz de jugar en las grandes ligas de la globalización.

Por esa razón, en muchos países latinoamericanos la obra pública quedó en manos del nuevo liderazgo regional, socio de los BRICS y “gran operador” del UNASUR. Fue tal la potencia de esta alianza, perfeccionada en relato, que supo llegar al África.

En Angola, una petro-potencia, algunas de estas empresas se asociaron a la familia gobernante. En todos estos espacios, múltiples zonas grises facilitaron la sustentabilidad de una matriz de corrupción que ahora quedó al desnudo.

Las vicisitudes de la crisis brasileña se derraman. Argentina sufrirá las consecuencias, porque el vecino es el mercado de nuestras exportaciones industriales. Probablemente el Mercosur económico continuará en modo pausa, mientras se hará sentir la devaluación diplomática, del Mercosur político, en el drama venezolano.

Afortunadamente, es posible una lectura optimista de la crisis: la Justicia brasileña garantiza mejorar la calidad de la política. Un liderazgo moral que la región necesita.

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* Profesor de Relaciones Internacionales de la UTDT