En los medios

El Cronista
18/05/17

Aplaudo de pie, la meta inflacionaria no se cambia

Según el director de la Maestría en Finanzas, "el Gobierno quiere desterrar una de las distorsiones más severas con la que se puede dañar a un sistema económico: inestabilidad de precios"

Por Germán Fermo
Aplaudo de pie: “la meta no se cambia”. Escuchar semejante frase para un país que padeció de un equipo económico que sólo dos años atrás nos decía que la inflación era un fenómeno no-monetario y distorsionaba cada medición inflacionaria posible, es un avance fenomenal. Claramente, el Gobierno quiere desterrar una de las distorsiones más severas con la que se puede dañar a un sistema económico: inestabilidad de precios. Y a pesar de que la Argentina es uno de los países con mayor experiencia inflacionaria en todo el planeta tierra, en este bendito país se critica a lo mejor que tiene el oficialismo: el equipo del Banco Central. Parecería que los argentinos somos capaces de criticar todo, menos a nosotros mismos. Para los que todavía no lo entienden y creen que podemos pasar mágicamente de los excesos monetarios del pasado a un escenario de estabilidad de precios, les comento que desinflacionar implica sumo sacrificio, de ahí la razón de tanta crítica al ortodoxo y correcto accionar del BCRA. Bien el BCRA, la meta no se cambia porque si se hiciese, no sería meta y más aún, en un país acostumbrado a que todo es relativo, a una nación que no acepta disciplina en ninguno de sus ámbitos.

Bajar la inflación cuesta muchísimo. Tenemos un consenso más o menos amplio en la Argentina, de que la inflación es un mal y, por lo tanto, existe un rechazo generalizado a la misma. Sin embargo, como siempre suele ser el caso, observamos también un amplio sector de opinión que no está dispuesto a asumir el altísimo costo que se necesita para eliminarla. La monetización del déficit fiscal, especialmente en el último lapso de la administración anterior, fue sustancial y el equipo monetario actual intenta desarmar semejante rezago monetario. Como todo en economía, no será inmediato y tampoco será libre de costo. Inflacionar a una economía implica que, cuando se decide encauzarla nuevamente hacia un sistema con estabilidad de precios, requiere sin excepciones de una política monetaria ortodoxa, restrictiva y por sobre todo, sumamente perseverante, dado que los resultados no son inmediatos. Para que quede claro, no se inventó otra forma de desinflacionar, quien lo afirme, simplemente, miente groseramente.

El oficialismo puede, sin embargo, terminar en una contradicción de largo plazo. Si bien “la meta no se cambia” es en sí misma una tremenda frase, me preocupa que falte alternativamente la otra meta complementaria: “el déficit fiscal debe bajar y en breve”. Sin este objetivo, arriesgamos a que el esfuerzo monetario sea en vano a largo plazo. Podremos conseguir estabilidad de precios en lo relativamente inmediato, pero sin un sendero fiscal convergente, quedan muchas dudas respeto a si dicha estabilidad es sostenible en el tiempo. Por el momento, el gobierno preocupantemente juega la carta anti-inflacionaria en forma aislada por lo que observamos una política monetaria claramente restrictiva y, sin embargo, una política fiscal que ha sido incluso, hasta más laxa que la del gobierno anterior, lo cual en sí mismo es todo un récord. La Argentina de hoy, es una que eligió desinflacionar sin exterminar la causa detrás del problema: un déficit fiscal no sólo agobiante, sino creciente. De esta forma, la política monetaria relativamente restrictiva se choca contra una política fiscal expansiva habiéndose decidido por el momento, cubrir el gap con emisión de deuda externa, la cual en sí misma distorsiona a la economía permanentemente. Parecería entonces que se decidió eliminar correctamente una distorsión, la inflación, pero a cambio, observamos un tipo de cambio que, si bien técnicamente es libre, queda claramente impactado por un jugador dominante: un estado deficitario que vorazmente se alimentaba en la administración anterior de emisión de pesos y hoy lo hace con emisión de dólares vía deuda. Si este diagnóstico no cambia bruscamente, corremos el riesgo de que en los próximos años simplemente nos demos cuenta que se reemplazó una distorsión, emisión de pesos, por otra, emisión de deuda. Argentina sigue sin solucionar la madre de todos sus múltiples dramas: gastamos mucho más de lo que producimos y en la negación de dicho problema distorsionamos a toda la economía y perdemos tiempo.

Espero que el oficialismo no se convenza de su propio relato. Lo del BCRA es impecable, pero corre el riesgo de convertirse en un esfuerzo “quijotezco” y por lo tanto sumamente solitario. El BCRA no puede sólo y es en el frente fiscal en donde el gobierno desde que asumió, no ha tenido una sola respuesta contundente. Con el incompleto e ineficaz ajuste tarifario de 2016 el gobierno perdió su principal batalla contra el déficit fiscal, ese que nos agobia desde 1945 y parecería que hasta el criticable gradualismo del oficialismo se ha ido desdibujando con el correr de los meses hasta haber desaparecido por completo. Desde una expectativa hacia el segundo semestre de 2016 de corrección gradual, mutamos preocupantemente a una notoria displicencia fiscal financiada con emisión de deuda externa a escala. A mediano plazo y aun sin una corrección fiscal en términos absolutos, sería posible una licuación del problema si Argentina pudiese crecer muy significativamente, aspecto que a nivel teórico es una posibilidad, pero también hay otra que le compite. Para un país que decidió no cambiar su estructura microeconómica básica y cuyos bonos provinciales rinden hasta 9.10%, resulta difícil que mucho proyecto de inversión neto de impuestos en economía real, pueda competir con semejante tasa de retorno en renta fija. En este contexto y ojalá me equivoque, me resulta difícil imaginar a un país con capacidad productiva lo suficientemente significativa como para licuar el endeudamiento que hoy nos ocasiona la no-corrección del déficit y la correctísima política anti-inflacionaria a cargo del equipo monetario. No nos engañemos: la deuda hoy en día, financia ambas cosas: displicencia fiscal y política anti-inflacionaria.

El primer mandato del presidente Macri será todo deuda, altamente preocupante. Quizá la frase de hoy, “la meta no se cambia” resulte ser la afirmación del año y si ese fuese el caso, bien merecido lo tendría, describiendo el prestigio y reputación que el BCRA merecidamente ya tiene. Pero al mismo tiempo, al observar la displicencia con la que se maneja el frente fiscal me preocupa imaginar un escenario a cinco años vista en donde exista la concreta probabilidad de que lo que hoy se prioriza casi con exclusividad, termine también claudicando frente a la no-solución del verdadero drama: la inflación es un grave problema sin dudas, pero el verdadero carma argentino tiene raíz fiscal y ningún político se atrevió a erradicarlo. Mis preocupados aplausos al BCRA.