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La Nación
26/02/17

Hacer política con palabras. El otro lado de los "errores" del Gobierno

Carlos Gervasoni, profesor del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la UTDT, opina sobre el reconocimiento de los errores políticos: "Este gobierno decide hacerlo más frecuentemente por condiciones estructurales de debilidad".

Se sabe: lo que ayuda a ganar elecciones no siempre sirve para gobernar. Ni siquiera lo que un partido o un candidato hacen mejor que sus competidores. Si la "comunicación" -la construcción de un candidato, de una imagen de partido, de una relación con los ciudadanos- fue señalada durante la campaña como el know how más estratégico de Cambiemos, a un año y algunos meses en el poder el discurso parece no sólo un problema, sino también lo que tapa la dificultad de fondo. ¿Y si los "errores", pasos en falso y marchas atrás recientes del Gobierno no sólo mostraran problemas de gestión o de comunicación interna? ¿Y si fueran también síntomas de las dificultades de Cambiemos para usar la palabra como herramienta de construcción política? Los expertos coinciden: lo que necesita el Gobierno, mal que le pese, es un relato. Una narrativa, además, más pensada para "adentro" (su propia coalición, la oposición con la que debe negociar acuerdos, sectores sociales y económicos con intereses diversos) que hacia los ciudadanos.

Es verdad que el acuerdo por la deuda del Correo, la baja en las jubilaciones y el aumento de tarifas de luz y gas no son "errores" de la misma naturaleza, y que hacer móviles los feriados del 24 de marzo y el 2 de abril, designar por decreto a dos miembros de la Corte Suprema, autorizar aumentos desproporcionados para los legisladores o modificar por decreto el régimen de ART -otras marchas atrás menos promocionadas- no provienen de la misma usina de equivocaciones.

Pero, al ser etiquetadas como tales públicamente por los más altos funcionarios, y al destacar el recálculo como virtud, el Gobierno se acerca a una frontera riesgosa. ¿Cuándo y por qué un traspié es un error de comunicación y cuándo una dificultad política? ¿Qué costos tiene tomar la falibilidad como bandera de un estilo de gobierno? ¿Qué tanto influye el modo de entender la política de Pro en estos "errores"?

La intención de diferenciarse del kirchnerismo, desajustes en el funcionamiento de una burocracia nueva, formas de entender la política y el Estado: en la lista de causas de la tendencia al error se anotan varias. "La comunicación de un Gobierno no es sólo ?hacia afuera', hacia la gente, sino también ?hacia adentro'. La comunicación macrista ha puesto foco absoluto en su relación con la 'gente', pero ha descuidado la comunicación hacia adentro, reemplazándola con 'controllers' que monitorean y bajan línea en cada ministerio, reportando todos a la Jefatura de Gabinete. Esto queda precioso en un PowerPoint, pero las decisiones que toma un Estado por día se cuentan de a miles -señala Luis Tonelli, politólogo, profesor titular y ex director de la carrera de Ciencia Política de la UBA-. En cambio, las ideas y los discursos, por difusos que sean, funcionan proporcionando lo que técnicamente se denomina una heurística. O sea, dan una señal clara y rápida a todos los funcionarios subalternos de por dónde viene la cosa. Plantearse responder ?lo que quiere la gente' no proporciona ese GPS instantáneo a los funcionarios. Cada uno hace entonces lo que cree que le importa al jefe, pero en su particular interpretación, ya que los 'controllers' quedan pronto saturados en el engrudo burocrático. Y entonces, algunas decisiones chocan con la conveniencia política, no toman en cuenta las complejidades y son ingenuas, y así surgen fácilmente errores que se convierten en escándalos. Es en ese sentido que al gobierno le ?falta política'."

El contexto político también ayuda a entender las marchas atrás. Describe Tonelli: "El Gobierno ganó por margen estrecho las elecciones, no tiene mayoría en ninguna cámara del Congreso, las gobernaciones con influencia sobre diputados y senadores son mayoritariamente peronistas, heredaron un sistema judicial plagado de jueces y fiscales kirchneristas y están en una situación de economía recalentada y exhausta". En ese marco, la estrategia de la falibilidad sería casi hacer de una necesidad virtud. Y aprovechar este tiempo de debilidad en el peronismo opositor (en otras palabras, una oposición encolumnada y organizada tendría en cada reconocimiento de error un inmejorable argumento de ataque).

"El kirchnerismo tenía la fortaleza política, legislativa e institucional para soportar los costos de los errores y no dar marcha atrás. Este gobierno decide hacerlo más frecuentemente por condiciones estructurales de debilidad", apunta Carlos Gervasoni, profesor del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la UTDT. "Éste es un gobierno nuevo como no habido ninguno nuevo en la Argentina reciente: es el primer partido no peronista ni radical en el gobierno desde 1916; recién asumió, y es una fuerza política más horizontal que tiene que gestionar una gran heterogeneidad en el grupo que gobierna."

"Me parece que se puede pensar en tres tipos de errores, que en el discurso público aparecen mezclados", señala Rocío Annunziata, politóloga, investigadora del Conicet y docente en la Unsam y la UBA. "Hay errores de comunicación, de cómo se transmiten las decisiones. Hay errores cognitivos, de desconocimiento de información, errores de cálculo. Y hay errores políticos, decisiones que no se ajustan a la voluntad popular, o no son representativas. El gobierno genera una confusión: hace pasar los errores políticos por errores cognitivos, y a todos por errores de comunicación. Es un doble pasaje que implica creer que todas las decisiones pueden ser aceptadas si son comunicadas de manera abierta. De los errores se pretende salir con claridad y detalles informativos. Sin embargo, las decisiones tienen consecuencias, ganadores y perdedores, y reconocer errores pero distorsionar su sentido no funciona", dice.

¿Todos los sectores entienden estos errores como tales? "Pro cultiva, más que la idea, la sensación y el estado de ánimo. No sé si estos errores, que en algunos casos han sido gravísimos, apuntan contra esa sensación. Generan ruido en la oposición y en sectores propios, pero en el votante convencido no sé si causan mella importante", afirma Sergio Morresi, politólogo, docente e investigador del Conicet en la Universidad Nacional del Litoral. "Sí veo que han causado un recrudecimiento del malestar de la oposición, desencanto de quienes sólo votaron a Macri en el ballottage y sectores de la prensa independiente que esperaban que las cosas fueran distintas."
Un discurso propio

Si se desciende de la superficie de los "gestos", los timbreos, las acciones en redes sociales y el énfasis en el contacto directo con los ciudadanos, ¿qué concepción de la palabra política tiene Cambiemos?

"Cuando se es gobierno ya no alcanza con hablar de un otro, como hizo Cambiemos con mucha eficacia cuando era oposición, sino que necesariamente hay que articular un discurso propio -dice María Esperanza Casullo, politóloga y profesora de la Universidad Nacional de Río Negro-. Y ahí, creo, aparecen las dificultades. Cambiemos fue muy eficaz, y sigue siendo eficaz, en construir una imagen negativa del kirchnerismo. Cambiemos no es tan eficaz en construir un discurso positivo de Cambiemos: quién es, para dónde va, cuál es el futuro de felicidad que piensa ofrecer a una mayoría. Yo daría vuelta la ecuación: no creo que los 'errores' o el dar marcha atrás sean el problema. Lo que no se puede ver bien en Cambiemos es, al contrario, el discurso macro, la narrativa. Una narrativa marca tres momentos: un pasado, un ahora, y un después. El pasado está bien marcado (el kirchnerismo, la pesada herencia), el ahora se acepta como un momento de estrecheces, y el futuro... ¿cuál es la visión? ¿La Argentina va a ser un país productor de qué? ¿Granero del mundo, abundante en trigo y mieses? ¿Productor de petróleo y energía? ¿Potencia en ciencia y técnica? En un momento en que la situación económica aprieta, se puede complicar si no hay relato a futuro."

Muchos analistas coinciden en que, en la política contemporánea, la campaña electoral parece no terminar nunca, y que los periodos de gobierno suponen permanentes estrategias de construcción de imagen. Quizás porque, paralelamente, como sostiene Pierre Rosanvallon, en una época de desacralización de la democracia electoral-representativa, la legitimidad ganada en las urnas no garantiza la legitimidad de las acciones de gobierno. Cambiemos parece a veces atrapado entre ambas necesidades: construir imagen pero también armar o mantener un vínculo con los ciudadanos a través de sus decisiones, también con los que no lo votaron, o especialmente con ellos.

"Parece que el Gobierno se hubiera tomado muy en serio que la democracia pasa por la comunicación, que es ahí donde la política ocurre, y transforma eso en una construcción estratégica que no se oculta, que se ve demasiado -dice Annunziata-. La estrategia de la proximidad con los ciudadanos, de diferenciarse de una 'casta política' y mostrarse como 'personas comunes', hoy es usada por todos los partidos, pero tiene sus riesgos. La idea de la falibilidad está en el borde: acerca al ciudadano común pero está en el límite de la irresponsabilidad. El discurso de Pro en el gobierno sigue teñido de una lógica de campaña. Habla de deseos, de aspiraciones de futuro. Eso está bien en la campaña cuando el ciudadano completa un significante ("cambio", por ejemplo) y los sentidos del discurso son abiertos. Las decisiones de gobierno no pueden ser así de amplias, siempre tienen consecuencias y no pueden tener variedad de sentidos."

Es un gobierno de coalición -con sus particularidades- que tiene dificultades a la hora del consenso. "El Gobierno se apoya en un discurso de diálogo y pluralidad pero transforma las disidencias en diferencias de opinión, no de intereses y voluntades, que son los que juegan en toda decisión política", apunta Annunziata.

Para darle una vuelta más a la cuestión: Cambiemos sigue en campaña mientras, se analiza, da la espalda a algunas de sus promesas electorales. "El Gobierno decidió, una vez electo, romper totalmente el contrato electoral con el cual ganó las elecciones, que era diferencia en estilo, procedimientos y orientación pero continuidad en políticas que eran populares. 'No vas a perder nada de lo que tenías', 'duplicaremos la inversión en ciencia y técnica' -dice Casullo-. Los votantes se acuerdan de estas cosas. El macrismo aparece con una voluntad refundacional total que, enfatizo, no fue lo que prometió en la última campaña. Esto no significa que el gobierno no pueda cambiar, pero este cambio debe ser explicado e inscripto en un orden mayor de sentido."
¿Hay que explicar las políticas?

En ese sentido, ¿qué tanto hay que explicar las decisiones de políticas públicas a los ciudadanos? ¿Una descripción técnica detallada del esquema de gastos e ingresos en el sector energético, en conferencia de prensa, hubiera evitado el rechazo al aumento de tarifas de luz y gas, por ejemplo?

"El consenso de los estudios de opinión pública es que la comunicación no puede ser compleja, tiene que trabajar con una audiencia de personas poco interesadas y poco informadas sobre política. Nadie va a leer los fundamentos técnicos de una política pública. La gente decide si apoya o no una política por pequeños pedacitos de información que son fácilmente accesibles. Los discursos complejos y elaborados sólo le llegan a una élite interesada", dice Gervasoni, para quien "como opositor, Pro era más efectivo comunicacionalmente. Algunas acciones de gobierno no fueron claramente verbalizadas, sobre todo algunas que continuaron o ampliaron políticas sociales anteriores".

¿Se trata, entonces, sólo de transmitir los beneficios que una política traería, en términos generales, y de suavizar los efectos sobre los que se verán perjudicados? "Idealmente, un gobierno democrático debería explicar todo y discutir todo. Pero entonces se lo pasaría explicando y no gobernando -apunta Tonelli-. Por regla general, uno debería al menos explicar de antemano las cosas que muy probablemente tomarán estado público y pueden convertirse en boomerangs. No hay manual para hacerlo. Hay gobiernos cerrados, técnicos y abiertos que tuvieron éxitos y fracasos relativos según las circunstancias. El gobierno es una maquinaria compleja con interacciones con diversos segmentos de la sociedad, así que el menú comunicacional debería ser variado. Sin embargo, más allá del conocimiento indudable de afamados gurúes comunicacionales, lo que ha hecho el Gobierno es meter la pata en cuestiones de sentido común."

Quizás una clave esté en esa "comunicación" que se produce mientras las políticas se diseñan y se negocian, en ámbitos como el Congreso -donde el Gobierno, a pesar de ser minoría en el Congreso, no salió del todo mal parado el año pasado-, al interior de la propia coalición, con otras fuerzas políticas. En otras palabras, ¿cómo obtener consenso político que incluya los aspectos impopulares de las medidas, o formas de evitarlos o minimizarlos?

Puede existir, en el fondo, para no dejar el terreno del discurso, una mezcla de los sentidos de algunas palabras. "Creo que hay una confusión entre comunicación y deliberación. La comunicación tiene mucho que ver con la construcción de imagen, no sólo con el vínculo con la ciudadanía, y en ese sentido responde a los intereses políticos de una élite y a cómo quiere presentarse -dice Annunziata-. La deliberación, en cambio, supone dejar claro que existen intereses y voluntades, para que haya lugar para la disidencia."

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