Por Juan Gabriel Tokatlian DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE CIENCIA POLITICA Y ESTUDIOS INTERNACIONALES DE UNIVERSIDAD DI TELLA
El reciente referéndum convocado por Gran Bretaña en las Islas Malvinas ha generado, antes y después de su realización, distintas reacciones entre funcionarios, políticos y analistas, tanto desde el oficialismo como en la oposición. Llamativamente, el espectro de voces puso de manifiesto una coincidencia: el que ese es un hecho relativamente intrascendente, destinado sólo para consumo de los británicos, sin respaldo internacional de actores gravitantes y carente de consecuencias sobre el reclamo de soberanía de Buenos Aires.
A pesar de ser interesante, esta concordancia es poco constructiva y provechosa pues refleja una mirada excesivamente coyuntural. Si se analiza el tema con un lente menos estrecho y un horizonte más generoso se podría apreciar la trascendencia de este referéndum.
Un conjunto de principios, normas y prácticas han sido esenciales para la convivencia en el sistema internacional. En el plano regional, el uti possidetis juris , el respeto a la soberanía, el principio de no intervención y la solución pacífica de controversias, entre otros, han constituido pilares jurídicos que facilitaron la configuración de los Estados y el que América Latina se haya convertido en la región más pacífica del mundo. En décadas recientes el apego a la democracia y la defensa de los derechos humanos fueron robusteciendo la paz y la estabilidad en el área.
Ahora bien, en un marco global, y en los últimos lustros, es evidente que se han acelerado las mutaciones en el campo del derecho internacional.
Si tomáramos dos conceptos clave -la soberanía y la autodeterminación- es evidente que el segundo ha ido avanzando, en la letra y la praxis, mientras que el primero ha ido fluctuando y retrocediendo. Desde antes del fin de la Guerra Fría, pero con más intensidad después del desmoronamiento de la Unión Soviética, una conjunción de factores materiales, diplomáticos, militares, culturales y tecnológicos ha erosionado la idea de soberanía y redefinido la noción de intervención.
En igual magnitud, pero en sentido inverso, las concepciones sobre la autodeterminación y la autonomía han adquirido nuevos contornos y alcances.
En el caso específico de la autodeterminación, se observan desarrollos conceptuales y propuestas de solución sui generis que han encontrado varios adherentes y algunos contradictores. Un ejemplo, entre varios otros, de alternativas especiales es el de Kosovo que a la fecha ya cuenta con 100 reconocimientos diplomáticos. En general, hasta el momento parece predominar una interpretación cada vez menos restrictiva de la autodeterminación, más estrechamente vinculada a la protección de los derechos humanos y a la salvaguarda de la identidad, y muy abierta a procesos de experimentación.
El abanico de condiciones para invocar aquel principio se ha multiplicado desde una práctica histórica más ligada a la autodeterminación como acción remedial ante un pasado colonial o injusto hasta su aplicación más presente a nivel subnacional, a favor de minorías y para grupos homogéneos dispersos geográficamente. Todo lo anterior podría tener consecuencias imprevisibles. Dicha imprevisibilidad, a su turno, no sólo afectaría negativamente el reclamo argentino de soberanía sobre las islas, sino también, por ejemplo, a muchos países en la región. ¿Y si en la Isla de Pascua (Chile) o el Archipiélago de San Andrés y Providencia (Colombia) se convocaran referéndums de autodeterminación? ¿Podrían derivar en fragmentación eventuales demandas de autodeterminación en Bolivia y Brasil?
El referéndum en Malvinas bien puede significar un nuevo paso cuya lenta legitimación a nivel mundial podría tener efectos perjudiciales para el país.
Lo sucedido debiera conducir a un replanteamiento estratégico en la Argentina. Tres frentes de aproximación resultan indispensables para fortalecer la tesis de soberanía del país. Primero, colocar la cuestión Malvinas en un marco más amplio incorporando asuntos como el futuro del Atlántico Sur y la Antártida y sosteniendo esa política con genuinos recursos materiales y propuestas conceptuales.
Segundo, procurar la convergencia de intereses tangibles con países de Latinoamérica, con Estados Unidos y con naciones extrarregionales respecto a las derivaciones de vulnerabilidad e inestabilidad de una expansión desmedida y distorsiva del principio de autodeterminación.
Tercero, reforzar el argumento diplomático del país distinguiendo la diferencia fundamental entre dialogar y negociar y asumiendo que el referéndum abre un espacio para tratar mejor a los isleños como sujetos, mientras se crean condiciones para convenir bilateralmente con Gran Bretaña.
Lo ocurrido en la votación de Malvinas, nos plazca o no, agrega un nuevo matiz a la situación tensa entre Londres y Buenos Aires. Ni el desdén artificial ni la ampulosidad gestual son buenas consejeras: es hora de repensar y reorientar la política hacia las islas.